jueves, 14 de diciembre de 2017

Viva la música


Faltaba un año para la Ordenación, cuando Ricardo pidió una dispensa y volvió a su pueblo: su madre y sus dos tías eran viejecitas,  estaban solas...  Había que practicar las Obras de Misericordia.
Buen pianista, tenor  aceptable, el devoto novicio  era  un joven muy atractivo; sobre todo, con sotana.
El Párroco, un viejo bonachón,  le encomendó la dirección del  Coro.
—Disfuta de la gente y de la música. ¡Ah! Podés andar sin sotana, amigo.
Todos felices: las viejitas perduraban con su niño en casa;  Ricardo y el cura con la música;  y las alborotadas chicas del pueblo que se desvivían por robarse al elegido…  
En especial Carmela, la profesora de piano; era una peticita coqueta y eficiente; no era muy “beata”, pero se le había despertado de pronto una fuerte vocación de servicio, y se unió al grupo.
El Coro era promisorio en alegría cristiana. El problema era dirigirlo y bregar con el armonio destartalado… Y con Carmela.  
  —Es difícil mantener la vocación fuera del convento— se confesó Ricardo una tarde.
—La vocación de servir a Dios no se pierde por las chicas. El Matrimonio también es un servicio divino— sonrió el párroco. —Mientras seas sincero…
Para la Semana Santa,  el “Stabat Mater” estaba tan verde como los ojos del “padrecito”; y la pícara Carmela  no prestaba atención:
—Señorita Carmela; más marcado el pianísimo…
—Sí, sí… Es que este teclado es tan viejo…
—Pruebe articulando así los dedos y la muñeca.
Y tomaba los finos dedos y la muñeca grácil, entre los suyos  torpes de tímida osadía.
Los ojazos marrones de Carmela chispeaban de risa; los de las otras chicas, de envidia.
—¡Ay! Cierto que era Si bemol… Tal vez si lo ensayamos en el piano de casa… Ricardo…—sugirió una tarde, pestañeando.—Mamá estará encantada de recibirlo.
Doña Maripepa sirvió el té con masitas y los dejó ensayando;  una y otra tarde…
 Las vueltas de la vida: Después de Pascua, el Prior recibió la renuncia de Ricardo; cerca de la siguiente Navidad,  la invitación para venir a casarlos.  Doy fe de que nací diez meses más tarde.

 Viva la música

BALLET

BALLET
Incansable bailarina, 
la vida gira, que gira.
A la vez protagonistas
y espectadores  ansiosos
de la danza impredecible,
nos lleva, casi volando
en vientos de decisiones,
en  éxtasis o agonías.
A veces tutú de rosas…
A veces un cisne negro…
Nos enreda con gitanos
entre “oles” y castañuelas
o nos sienta en el misterio
de nacientes primaveras.
Baila que baila marchamos
hacia el final imprevisto
Mientras tanto construimos
la ventura o desventura
que será  nuestra semilla
el día de la partida.
Y sólo somos felices
cuando  no nos resistimos.
Los tironeos, destrozan,
El amén nos vivifica.

 (Para Reto 99, de Territorio de Escritores: Las vueltas que da la vida

miércoles, 6 de diciembre de 2017

Una estrella traviesa de A.A en Territorio de Escritores

Una estrella traviesa y sinvergüenza,
jugando con la luna se durmió. 
¡joder estrellita! cambiaste la noche por el día. 
Murió tu resplandor, el hatajo de luces en el cielo,
por esa travesura oscureció.
Los amantes dejaron de amarse con pasión.
El caminante con nostalgia se perdió, 
la epifanía del seis de enero se terminó,
los Reyes no vieron el sendero solo sombras
de estropajos, formando nubes a su alrededor. 
Despertó la estrella, se dio cuenta del error.
Lloró como una niña bonhomía, la luna la consoló. 
Hablándole con dulzura, regalándole un espejo
y su brillo resurgió...
El amor nació de nuevo, el recuerdo regresó. 
Los niños con elocuencia entonaron la canción:
"ya vienen los Reyes magos con dulces y con turrón". 
El malestar despejado... 
La alegría formo estelas, en todos los corazones,
de bellas luces, abrazos y besos de colores.
Este verso con paciencia terminó...
o quizás no?.

RECUERDOS - de AA en territorio de Escritores


Con Merceditas vivíamos nuestra epifanía cuando todos los veranos llegaba al pueblo. Decían que los aires de la sierra le iban muy bien para las secuelas que tenía de la polio. Un mercedes negro con chófer subía dando tumbos entre el polvo del sendero. Todos sabíamos que eran ellos. Los criados y las doncellas venían antes para abrir la casa y con estropajos restregaban los suelos. Cuando todo brillaba como un espejo salían como un hatajo de sumisos uniformados a recibirlos. 
Mamá era la cocinera de la casona y aunque no le pagaban mucho, con su santa paciencia, decía que le compensaban en especie. Así comíamos en casa perdices de caza, los restos de un pastel exquisito o frutas que empezaban a pasarse. Un día me trajo el recado de que Merceditas sentía nostalgia por mí y me mandaba recuerdos. Tras la bonhomía de la niña intuía la elocuencia de la madre acostumbrada a dar órdenes. Total, que tenía que llamarla para salir el domingo y cuidarla de tanto sinvergüenza del pueblo. ¡Joder, qué malestar me entró! 
Aquella tarde, el calor resultaba sofocante y el viento soplaba polvoriento. Con un esfuerzo ímprobo, Merceditas me seguía con su andar renqueante como si fuera mi sombra. Subíamos, campo a través, una árida loma hasta las ruinas de un chozo. Allí nadie nos vería. Un golpe de aire le llevó el bonito sombrero que planeó como un ave que quisiera remontar el vuelo. Azorada, lo seguía para intentar cogerlo. Lo atrapé y al entregárselo, enrojecida, gesticuló como si las palabras que bullían por salir se le quedasen pegadas y la lengua las sacara a tropiezos: “Gra-gra-gracias”, dijo. ¡Había hablado, por fin! Una brillante sonrisa le iluminó la cara. Sentí deseos de abrazarla. Empapadas en sudor y soledad nos sentamos a la sombra del derrumbe hasta la hora de volver. ¡Cómo le divertía oír a los grillos! Los arañazos en las piernas y los mechones de pelo suelto, parecía no importarle; solo la pasión de sus inquietas pupilas clavadas en mí mendigando una amiga. 
Quise verla de nuevo. Se ha ido, dijeron. Me mintieron

REMEMBRANZAS de AA en Territorio de Escritores


Hablaba con pasión y su elocuencia le servía para disimular que no era más que un sinvergüenza. Político de raza, sabía esquivar el malestar general y, aunque ya había superado la paciencia de los pobladores, siempre conseguía ser reelecto.
El viejo Rómulo bajaba por el sendero con su hatajo de cabras y se detuvo en el espejo de agua, que bordeaban la sombra de los sauces, para que abrevaran sus animales. Le llamó la atención el revuelo y se acercó para escuchar. Le bastaron unos instantes y ya sabía lo que seguía. ¡Lo había escuchado tantas veces!
Se alejó con rumbo a la iglesia. Era vísperas de la Epifanía y siempre solía darse una vuelta por allí para esa época. Caminó lentamente. Y mientras tanto pensaba.
Con nostalgia renacieron los recuerdos de aquel intendente, reconocido por su bonhomía y honestidad. – No hablaba mucho pero se preocupaba por todos ¡que joder! – pensó – Los pueblos tienen el gobierno que se merecen –
Llegó hasta la puerta del templo. El viejo pesebre mostraba las heridas que le había dejado el estropajo con el que le quitaron la tierra del sótano donde había estado guardado.
Acomodó con delicadeza uno de los muñecos que estaba peligrosamente inclinado y, con un gesto mitad amargura y mitad sonrisa, miro al niño que dormía plácidamente, adorado por reyes de diferentes lugares de la tierra y en vos muy queda, casi para sí mismo, susurró:
- Chango*… a vos sí que te clavaron al “cuete”* –
Y parsimoniosamente volvió en busca de sus cabras que rumiaban masticando el pasto tierno que crecía cerca del río, ajenas a todo lo que las rodeaba.
Siguió su camino por el viejo sendero. Los animales lo siguieron mansamente.
Con seguridad, alguna serviría para agasajar al triunfador de la inminente contienda electoral.
• Chango: (coloquial) En Argentina, Bolivia y México, persona que está entre la niñez y la adolescencia.
• Cuete: (coloquial) por cohete. Inútilmente, sin sentido.

domingo, 3 de diciembre de 2017

GRACIAS A LA VIDA


No fue una epifanía: me la veía venir. Tanto joder y joder, acabaron por enamorarse. Yo esperé, pese a todas las evidencias; me comporté como un esposo fiel y un amigo leal; alguna vez crucé una sonrisa con la vecina de los shorts sintéticos, pero nunca olvidé mis juramentos. Esa sonrisa me bastaba para mantener en calma al hatajo de las pasiones humanas, que en estos casos tiende a desmadrarse: ira, gula, soberbia...  Un buen día plantearon la trama; no se necesitó demasiada elocuencia para confirmar  mis sospechas. Con mi bonhomía esencial, despedí a mi mujer y al sinvergüenza de mi amigo; los acompañé un tiempo con mis recuerdos, y  volví a  la vida, arrastrando los pies.
De pie frente al espejo de mi alma vi al manso cornudo;  me sentí un estropajo, retorcido por mi propia paciencia,  basureado sin piedad. El malestar del engaño  reventó como un divieso de pasión.  El  hatajo que venía arreando desde hacía meses, saltó desde las sombras.
Entonces me volví desmesurado, violento: destruí a patadas el escenario de la traición, estallé copas contra el piso, incendié sábanas, degollé fotografías... Más relajado, después de un whisky, me juré vivir en casta y divertida soledad; no comprometerme por bonhomía o nostalgia.

Imprudente y crédulo,  me fui a buscar fortuna por los senderos de la vida.  No llegué muy lejos: encontré a mi vecina, mi fiel admiradora;  intentaba con poca maña cambiar la rueda del coche. Su sonrisa tímida y su atrevido shortcito despertaron mi bonhomía. Me ensucié las rodillas y las manos en la tarea, y me premié con su ingenua presencia. A la sombra de los fresnos de su vereda me sentí renacer en  una epifanía mientras ella me prestaba (¿coincidencia?) un estropajo para limpiarme las manos, y me invitaba a una inocente limonada.
Para "El Reto de las Palabras"- Terr de Escritores Dic 2017

TANGO PARA UNA EPIFANÍA (Poesía)


Dolorosa epifanía
estalló con tu silencio;
ahora entiendo  qué causaba
ese malestar zumbón.
Sinvergüenza…
Esta tarde ante el espejo
vi tu sombra en mis recuerdos,
y en mi sendero de arrugas
“se me piantó un lagrimón”.
Sinvergüenza…
Un hatajo de “chamuyos”*
escondía la elocuencia
de tu ardorosa pasión.
Sinvergüenza…
ni un “cachito ‘e bonhomía”,
de compasivo respeto,
latía en tu corazón.
Sinvergüenza…
Despacito, sin nostalgias
poco a poco voy borrando
el dolor de tu traición.
¡No me jodas!
¡Se ha acabado mi paciencia!
Con  estos versos tangueros
Y una lágrima ladina
voy pasado el estropajo
a esta triste situación…

                  Chan, Chán
Para el "Juego de las Palabras" de Territorio de Escritores (Dic. 2017).

viernes, 1 de diciembre de 2017

Justo en Navidad


Empapado y aterido, el hombre abandonó el barco encallado en el islote. Era urgente alejarse del oleaje; la tormenta no amainaba y el mar rugía. Avanzó sobre las rocas en busca de cobijo, a veces saltando, otras cojeando; sólo una de sus sandalias permanecía fiel, ceñida al tobillo.
De pronto resbaló y cayó de espaldas.

Casi en simultáneo escuchó el crujido de su cráneo y las voces angelicales que lo recibían en el Paraíso: ¡Feliz Navidad, alma bondadosa y valiente! ¡Reposa entre los justos!

viernes, 24 de noviembre de 2017

Sin gasolina


Vio la señal cuando empezaba a lloviznar: la remota gasolinera estaba a unos dos kilómetros a la izquierda, y para llegar había que transitar un ignoto desvío olvidado y pedregoso. ¡Adelante! A los tumbos y entre estertores, con un milagroso último chorrito de gasolina, la camioneta arribó al puesto: un surtidor oxidado y descolorido, yuyales ásperos, rastros del último ventarrón y…nadie. No parecía que alguien se hubiera acercado durante años. El hombre frenó en medio de la polvareda que no terminaba de asentarse.
Intentó pedir ayuda, pero no había señal para el móvil. Calculó regresar caminando hasta la ruta para pedir auxilio; pero la lluvia arreciaba y prefirió hacer algún intento para volver a arrancar desde allí.
Por si acaso tocó la bocina. El eco fue rebotando por el páramo cada vez más lodoso y hostil, y se hundió en los nubarrones del atardecer. «Si me quedo aquí me voy a morir de frío», se dijo.
La noche, que no entiende de problemas humanos, seguía avanzado con su balde de tinta helada.
Entonces se acercó hasta la casilla del operador; a todas luces, se estaba disolviendo en el tiempo.
Con un certero puntapié desgoznó la puerta; en el interior flotaba un olor malsano a pesar de los vidrios rotos: «Muerte; letrina», se dijo el hombre, acostumbrado a las situaciones extremas de la miseria humana.
A la luz de su celular recorrió en una mirada el mobiliario escueto y sucio: mesa, silla, armario… «¡Armario! ¡Tal vez encuentre gasolina!»
La idea de una reserva en algún bidón providencial le hizo saltar el corazón.
Apenas dos pasos. Se lanzó hacia el aparador anticipándose al regreso a la ruta. Otra vez un certero botinazo para que saltara el candado.
Las puertas crujieron, y él gritó de asco y terror cuando sintió que las ratas corrían entre sus pies. ¡Tantas ratas inmensas! Al tiempo que se apagaba su celular, vislumbró también el esqueleto que se incorporaba y salía del mueble hacia la puerta ¿o hacia una pared cualquiera?… ¿batía sus huesos… o carcajeaba?
Paralizado, desvalido, quedó a la deriva en la piecita lóbrega y hedionda; en el silencio siseaban las ratas.
Tanteó para volver a salir; esperaría el alba para buscar ayuda; tal vez caminando, saltando, pudiera sobrevivir al frío y al miedo.
De pronto, su cabeza golpeó contra la puerta… nuevamente cerrada. La oscuridad sangrante estalló en su cerebro.
Todavía pudo escuchar los rígidos pasos del zombi descarnado; un portazo metálico, un arranque… La camioneta se perdió en el horizonte del amanecer. Las ratas lo arrastraron al armario y una ráfaga misteriosa lo encerró a la espera de otro viajero desprevenido… o de la muerte.

Aterrizaje

Con las primeras luces del día, las nubes soltaron el abrazo que había encadenado toda la noche, al viejo aeroplano; en un aterrizaje milagroso, se posó sobre el suelo de la Rusia primaveral, todavía fría pero luminosa.

miércoles, 8 de noviembre de 2017

Morir como la Tierra


Todo gris, reseco y enceguecedor.  Polvo, piedras y duros reflejos. Ni una nube promisoria; ni una sombra. Te has sentado muy alto, dominando el vacío con tu decisión. Llegaste arriba casi a rastras; tu compañero ha quedado, despojo de guerra, en su tumba ignorada. Traes en el vientre a tu hijo huérfano y extranjero; esperas volver a tu antiguo paisaje de bosques y arroyos; anhelas reencontrar a tu gente, sus cantos, sus sabores, sus palabras; esa es la vida que quieres para el niño.
Te levantas, tambaleante, y buscas un trago de agua en el morral; pero la pequeña bota está vacía;  ¿la ha roto un golpe contra las piedras?; ¿el calor evaporó el líquido?
 Tal vez tu suerte sea  morir en pocas horas, entre recuerdos felices, sin llegar a ver el paisaje de tus sueños;  ese que ahora también es gris, reseco y vacío.


Magia de carnaval


El carnaval ha llegado al pueblo; «una magnífica oportunidad para recoger votos», pensaron las autoridades; y han distribuido bebida y cigarros; no falta quien opina que los negociantes de drogas están haciendo su agosto en las arcas municipales. Pero si es gratis…
Como una serpiente sonora y luminosa, el carnaval va reptando por las calles; cada escama de su piel es un personaje vibrante de historia y de pasión; las tangas coloridas llenas de lentejuelas apenas sostienen el vaivén sensual de las caderas y las plumas vibran en el juego erótico de las comparsas. Como bichos curiosos y audaces, los puebleros y los turistas se arremolinan fascinados; algunos visten disfraces menos convencionales que descubren al niño interior que se escapa del hastío y de la rutina: el Zorro, el esqueleto, los osos, los cowboys.
Al son de una banda estridente bailan y corean: «¡Margarita, Margarita, Margarita!»
El solo de tambores es el telón que da paso a Margarita, la prostituta preferida; ella avanza y se retuerce en una danza frenética; 
altos tacones, malla escueta que apenas sostiene las enormes caderas y los senos desbordantes.  Los silbidos, los aplausos, los gritos obscenos, el chillido agudo de trompetas y flautas rústicas; y la nube del humo de los cigarros, más y más espesa aumentan la excitación desde sus gestos procaces.
Y de pronto... el samba se amortigua; los timbales reemplazan a los tambores y la estridencia de los amplificadores da paso a otra melodía serpenteante, incisiva y adormecedora.
Margarita se diluye en otra forma femenina toda luz y oro, desde las piernas firmes y las ajorcas finas y destellantes, hasta la diadema que contrasta sobre el pelo de ébano; baila con pasos lánguidos e insinuantes, como un junco exótico; una bruma irisada se cierra a su alrededor y la transforma en un ser sagrado e intocable. Princesa... Áspid...El aire huele a sándalo e incienso.
 La serenidad de su gesto e
s casi pétrea. Pero nadie quiere escudriñar los pensamientos de la mujer, delgada, pero opulenta . Sus sandalias doradas mantienen el ritmo y su túnica flota apenas, ceñida a su cintura. 
Y el público canturrea y se balancea como si viajara con ella; va cayendo como adormecido y jadeante sobre los adoquines… en un barco de maderas preciosas y penetrantes perfumes, en el mismo río milenario que fluye en los recuerdos de la princesa; se sienten personajes, príncipes o esclavos, amantes o enemigos enredados en bacanales, poseídos por su magia, engendrándole hijos y muriendo asesinados; y volviéndola cada vez más poderosa y mítica; menos mujer y más río y más imperio. Ahora, campesinos remotos que recogen dos veces al año, mágicas cosechas.
Unos instantes más. Como los pájaros en el alba, vuelve a ascender el estrépito carnavalero. Ella camina hacia el muelle del pueblo costero; la extraña se hunde con toda su magia en la costa que huele a pescado.
Y en medio de la calle relampaguea Margarita en la comparsa dorada, y la gente chifla y patalea y grita menos enérgica, como desilusionada y engañada.
503 palabras

martes, 31 de octubre de 2017

EL BUITRE


En el pueblo nos esperaban para el Samain. Pero la banda de salteadores atracó el carro, lo vació y lo quemó. Destrozaron a tiros y culatazos a mi familia y huyeron con nuestros caballos, regando el suelo con las castañas que caían de las bolsas.
Yo estaba lejos del campamento. Permanecí agazapado en la letrina de espinos; escuché los aullidos de mi gente, el estruendo de los rifles y el galope de la fuga. Cuando reinó el silencio me animé a rondar los restos del desastre.
 Espanté a los primeros buitres que se preparaban a gozar del banquete; volvieron a acechar desde un gajo reseco.
No podía hablar ni llorar; me ahogaba una ira caliente que me sacudía el corazón y el alma.
En algún momento se me desataron el hambre y un llanto mínimo, casi seco; con los restos del incendio asé un par de castañas; las mantuve rodando en la boca, pero no pude tragarlas; significaban fiesta, familia, vida. Y yo estaba casi muerto entre mis propias ruinas.
Los buitres no abandonaban la rama mustia; presentían que la vianda sería más abundante que al principio. El más audaz, o más hambriento se lanzó en picada sobre el cuadro fúnebre.
 Increíble: en medio de mi pasmo y de mi debilidad salté hacia arriba con los dedos engarfiados para atrapar su cuello. Sentí un picotazo en la mano y el aleteo de la bandada que nos abandonaba.
No sangré; al contrario, fue como haberme inyectado una fuerza nueva, desconocida.
Velé a los míos hasta que atardeció. La ira había ido mudando a indiferencia. Impávido, como si estuviera fuera de mi cuerpo, vi cómo mis uñas crecidas y sucias desgarraban el vientre hinchado de mi hermanito y buscaban sus entrañas; sentí que el pellejo sangriento pasaba por mi garguero. Después avancé a los saltos sobre los cadáveres y rapiñé los ojos de mi madre y las manos agarrotadas de mi padre. 
Un manto tibio y oscuro me abrigaba del relente. Un somnoliento bienestar me levantó hasta la maleza. Casi dormido sacudí mis plumas negras, erguí la cabeza y le grazné a la luna creciente.
Con las luces del alba me despertó el llanto de los parientes que llegaban a buscarnos al conjuro del humo y de los carroñeros.
—¡El pequeño Gastón!¡Gracias a Dios está vivo y no lo han raptado!
¿Estoy vivo? Me temen, huelo mal, sueno áspero. Apenas me alimento: la gente no deja ratones muertos a la intemperie ni me permite rondar sus canarios. Desde los seis años vegeto en el monte. Ya ni siquiera me extrañan.

Y cuando es luna llena, echo alas, plumas y garras; entonces salgo de rapiña, como un buitre solitario. Los espíritus de mi familia, comulgados en esa tarde siniestra, aletean en mí; no sólo buscan alimento; esperan la noche de la venganza.