La noche anterior sobrevivieron
al naufragio; pero su mujer quedó malherida y loca; los quejidos persistentes no lo dejaban
concentrarse en la absurda búsqueda de auxilio. Ni motor, ni remo, ni
provisiones; todo el día habían girado a
la deriva, bajo el sol ardiente. Apenas quedaba un par de tragos de agua.
Caía la tarde cuando encontró un palo bastante largo y fuerte que flotaba cerca del bote; empezó a remar, tal
vez por hacer algo distinto, y le pareció que avanzaba sobre las aguas quietas;
quizás porque el mar estaba cambiando de plateado a negro, y en el cielo, cada
vez más oscuro, empezaban a brillar las estrellas. Arreciaba el frío…
Los estertores dolorosos de la
mujer perforaban la noche; y zumbaban en
el cerebro del hombre entre ráfagas de piedad, de ira, de miedo.
Entonces se eligió para
sobrevivir: enarboló el palo y le destrozó la cabeza; después tiró su cadáver
al agua y volvió a remar; sentía su alma serena, sin culpas; ella descansaba,
él saldría del infierno del hambre, la
sed y la soledad.
De pronto divisó las hogueras; las
estrellas se empañaban con el humo; intuyó a los pescadores que se preparaban
para el día siguiente.
El bote se acercó a la playa y encalló en las rocas. El
náufrago exprimió sus últimas fuerzas, se apoyó en el palo y llamó con un único
grito agónico. Sólo le respondió el chasquido creciente de las olas contra las
piedras...Creciente, ensordecedor… Desde las hogueras inmensas, avanzaban siluetas danzantes. ¿Palmeras al
viento? ¿Demonios carcajeantes que celebraban su arribo?
No hay comentarios:
Publicar un comentario