Anoche tuvimos una discusión desagradable: anacardos venenosos y amargos, en medio de la dulce luna de miel. La infaltable estulticia del malhumor y el cansancio.
Nos fuimos a dormir, resentidos, tristes. Pero algún genio voluptuoso nos cosquilleó en la madrugada, y despertamos abrazados y hambrientos.
—¡Cáspita! ¡Nos hemos reconciliado, entonces!—, bromeamos con suave ironía.
Desde el balcón de la posada, oteamos el paisaje. El sol ya prendió caricias y colorines sobre la playa; alguno que otro rincón rebelde se aferra a la umbría, pero triunfa la luz.
—Lindo para reconciliarnos del todo. Preparemos el mate y unos criollitos para desayunar.
Trajinamos unos minutos; casi estamos listos… Y, de pronto la habitación se inunda de hialinos efluvios.
—Pero… ¡Cáspita! ¡Qué olor asqueroso! ¡Y qué griterío!
El conserje nos cuenta que anoche hubo pesca furtiva. Los pescadores han dejado abundantes desperdicios. Contra el horizonte, se dibujan las sombras lejanas de las barcazas en fuga. Los albatros se precipitan lanzando albricias sobre los restos de la pesca. Se entabla una lucha grosera por el banquete; graznidos hirientes, garras agudas
—No, ahora no. Nada de playa.
Cerramos el balcón de la pieza. Sin duda el duende travieso de esta madrugada será más amable con nuestro reencuentro.
Nos fuimos a dormir, resentidos, tristes. Pero algún genio voluptuoso nos cosquilleó en la madrugada, y despertamos abrazados y hambrientos.
—¡Cáspita! ¡Nos hemos reconciliado, entonces!—, bromeamos con suave ironía.
Desde el balcón de la posada, oteamos el paisaje. El sol ya prendió caricias y colorines sobre la playa; alguno que otro rincón rebelde se aferra a la umbría, pero triunfa la luz.
—Lindo para reconciliarnos del todo. Preparemos el mate y unos criollitos para desayunar.
Trajinamos unos minutos; casi estamos listos… Y, de pronto la habitación se inunda de hialinos efluvios.
—Pero… ¡Cáspita! ¡Qué olor asqueroso! ¡Y qué griterío!
El conserje nos cuenta que anoche hubo pesca furtiva. Los pescadores han dejado abundantes desperdicios. Contra el horizonte, se dibujan las sombras lejanas de las barcazas en fuga. Los albatros se precipitan lanzando albricias sobre los restos de la pesca. Se entabla una lucha grosera por el banquete; graznidos hirientes, garras agudas
—No, ahora no. Nada de playa.
Cerramos el balcón de la pieza. Sin duda el duende travieso de esta madrugada será más amable con nuestro reencuentro.
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