viernes, 24 de mayo de 2019

PANDORA EN UNA ZAMBA


Me suenas a pandereta; aunque acompañas la zamba.
Ya repican tus sonajas de misterios,
en la caja.
Me despiertas en los giros del pañuelo y de la falda.
Yo miro, a ver si me miran, respiro hondo, y te abro.
Con sólo hacerlo se escapan todos los cepos del alma
que pisoteaban, soberbios, mis sueños amontonados.
Lo prohibido y ponzoñoso se evapora en un jadeo
decidido, apasionado.
Me hueles a adrenalina, a brotes nuevos y frágiles
que se despiertan al sol; a libertad desatada.
Y me voy, saltando cercos, a cazar mis ilusiones;
buzo audaz, en los remansos más ignotos e insinuantes;
astronauta improvisado, registrando maravillas
en la luz de una mirada.
Y en el fondo de la caja, una promesa dorada:
mil madrugadas sin sueño,
imaginando lujurias, en el vuelo de una zamba.

domingo, 6 de enero de 2019

Noche de Reyes

No importa que los mojen las tormentas,
que alguien los robe
o que los mee un perro.
Los sueños necesitan las estrellas
de una noche de Reyes.
Sacá fuera tus sueños,
para que se vean.
Y si mañana sólo encuentras 
tus mismas zapatillas desgastadas,
dale gracias a Dios: 
seguís soñando
y viviendo..

domingo, 14 de octubre de 2018

¡¡¡ ABUELITO!!!

 

 Suena el celular. Ya son casi  las tres de la tarde y el sol entra  a raudales en mi dormitorio. Acabo de despertarme y me desperezo sin culpas.

     ¡Linda vida de jubilado! ¡Qué buena noche he pasado con los amigos! ¡Buen asado! ¡Lindas chicas, desenvueltas y divertidas! A ver  quién joroba tanto con el whatsap…

     Hola. papá. Feliz día del abuelo.

     ¿Y eso? ¿Qué abuelo?

     Vos, papi querido… Sos abuelo. Confirmado por el Evatest.

     Loli… Vos sabés que a los niños no los trae la cigüeña. ¿Con quién…? ¿Por qué no te cuidaste?

     Con el Lucho, creo. ¿Con quién va a ser? Hace dos años que estamos juntos. Ya necesitamos un bebé. Cualquier duda, habrá que preguntarle a Don ADN.

     ¡Tengo cuarenta y seis años, caramba! Y vos, veintidós. ¿Cómo voy a ser abuelo?

     Qué sé yo. Nunca fui abuelo ni lo voy a ser. Pensé que te ibas a poner chocho. Todos los viejitos mueren por un nietito para jugar al fútbol.

     ¡Yo no soy un viejito!  Los policías nos jubilamos más temprano que el resto de la gente. Además tengo mi vida; soy libre y me gusta farrear; tengo derecho, supongo. Gracias a Dios,  no tengo ñañas de viejo…

     ¡Qué “ortiva” sos! Hubiera sabido no te daba la alegría de esperarlo; te lo plantaba delante en octubre, como pienso hacer con la mami.

     ¡Ah! ¡Ya me parecía! ¿Seguro que no te asesoró tu mamá? ¡Ustedes las mujeres…! ¡Y yo soy el ogro!

     Nooo… Para nada…Pero ya está…  Sos abuelo. Nacerá en octubre, cerca de tu cumpleaños. ¡Qué regalo, sí señor! ¿Cuento con el “huevito” para el auto?

     ¿Qué huevito? Los míos están bastante ajetreados con este lío que me estás planteando.

     Es un silloncito para llevarlo en el auto.

     ¿El Lucho tiene auto, o vos?

     ¡Vos tenés un autazo! No se lo vas a negar a tu nietito.

     Mirá, Lolita; estoy muy mal con esto. No termino de estabilizarme.  No sé… Después hablamos.  Me voy a la Obra Social , tenemos asamblea.

     ¡Ah!  ¡Cierto! Casi me olvido… ¡Afiliame,”porfi”,  así controlo el embarazo y el parto! Nosotros no tenemos Obra Social.

Corto.  Salgo a la calle y me siento en un banco del parque. Veo chicos que juegan con sus abuelos. Todos contentos. Charlan con ellos. ¿Les habrá tocado cambiarles los pañales? Me emociona.  Tengo ganas de llorar. Ahora sé lo que es ser viejo… Y por anticipado, para colmo. 

domingo, 10 de junio de 2018

LA OTRA



Soy  Aldonza, labradora curtida en los sembrados; sucia de harina y barro;  tengo varios dientes de menos y muchos kilos de más; cumpliré los cuarenta en esta primavera. Soy molinera y porqueriza,  y cocino las coles y el ajo que cultivo. Arrastro carretillas y ayudo a las marranas en los partos.
Huelo igual que cualquier otro, hombre o mujer, de los que damos de comer a los señores.  Y maldigo a cualquiera que moleste, desde el diablo a los santos si se descuidan en protegernos. 
A la noche, si hay vino y buen humor, soy la primera en la danza; y en la cama, cuando el hombre no tiene sueño y alborota.
Esta mañana apareció el que le dicen Don Quijote con el gordo del burro. Íbamos a la aldea con la Pepa y el Perico cuando escuchamos el repique de latón, y el paso de su rucio;  alzamos unas boñigas para tirarles.
Y entonces… Se apeó, tembleque y corcovado, y le ordenó al amigo que también hiciera lo mismo. Clavó su adarga en el barro y se postró ante mí entre los crujidos de sus huesos y los de la armadura.
«Soberana y alta señora» le escuché decir. «Dulcísima Dulcinea del Toboso »
¿Quién será la Dulcinea? grité entre carcajadas.
El Perico lanzó entre carcajadas la última boñiga, y acertó en la cara del loco.
«¡Oh bella ingrata, amada enemiga mía, de sin par y sin igual belleza».
El Gordo del burro tironeaba de él y clamaba: “Atienda, mi señor; su merced está haciendo el ridículo;  esta es la Aldonza, la hija de Lorenzo”.
Madredijo la Pepa. ¡A ti te habla!
Y entonces puse atención: «Si tu fermosura me desprecia»«Esta cuita es muy fuerte y duradera» «Si gustares de socorrerme, tuyo soy».
Le di un sopapo al Perico, y sacudí a la Pepa, que estaba tan pasmada como yo, y me alejé pensativa...
«Dulcinea, virtuosa emperatriz»… «tu fermosura»… No supe que ese reflejo extraño en mi alma  era el anhelo de ser hermosa y amada; de que se hiciera verdad.



viernes, 1 de junio de 2018

SÓCRATES

 

El padre lo bautizó Sócrates, porque el chico era rápido para entender y explicar cosas; una rústica familia de labriegos analfabetos, los Sosa. Él no fue brillante en la escuela, pero siempre se lucía como zapateador y caballero colonial en las fiestas patrias

Cuando se quedó solo, aunque no era demasiado leído ni avispado, fue sacando adelante su campito: una hectárea de pastos y frutales,  bien trabajada y rendidora;  algunas cabras y un par de caballos; un buen partido.

También se amañó para farrear y enamorar “chinitas”, y escabullirse de las madres; con los padres no había problema: eran desconocidos, o compinches de cualquier otro masculino cercano.

Las “chinitas” lo perseguían. Y él se dejaba querer, sin más compromiso que acompañarlas como bailarín en las fiestas de la escuela, algún beso robado, o un piropo al paso. Sacaba cuentas de tiempo libre, gustos y gastos; se daba los primeros, y evitaba los segundos.  Nada de regalos caros por más que fuera el cumpleaños, o la Fiesta Patronal. Ya se sabe, las mujeres abundan y los hombres escasean, como en todas partes. ¡Para qué encadenarse si tenía buena estampa y estaba siempre listo y satisfecho! 

A la Etelvina le tenía ganas; le gustaba vestirse lindo y andar perfumada para las fiestas. Como había heredado animales y casa y se manejaba sola con el campito, no le andaba rogando  La Etelvina era vivísima y sabía esperar: algún día…Pero, mientras tanto,  le aceptaba bailes y mimos.

Así es que Sócrates Sosa se estaba haciendo viejo y seguía solito y sin apuro.

Bastante cuarentón, se volvía cada día “más o más”; dependía de lo sobrio que estuviera: más atrevido y piropeador, si “no”;  o más huraño y negativo, si “sí”.

Una siesta de otoño, en uno de los días “sí”,  estaba sentado tomando unos mates Y entró a pensar en su vida; y sintió cosquillas en la cabeza y en la barriga. ¡Ave María Purísima! ¡Estaba deseando y pesando a la vez! ¡La cabeza y el corazón trabajaban juntos!

Se le prendió la lamparita de los sueños: Una noche de invierno, bien abrazadito a “la Etelvina”; una tarde de otoño, un paseo a caballo con la china abrazada a la cintura, sintiendo las pataditas del chico por nacer. Le latió el corazón y se le pintó una sonrisa.

«¡Pucha! Me gustaría tener una mujer linda, para mí solo, y un hijo, o dos».

 ¿Será que era su día de suerte? Como si la hubiera conjurado, vio a la Etelvina que venía pastoreando unas cabras.

Linda, linda, no era; por algo estaba sola a los “treintaytantos”. Pero sí, coquetona y decidida. Zonza, tampoco; el campito de Sócrates era rendidor, y el rancho, grande y limpio.

—Buenas, Etelvina. ¡Cómo está la primavera, que hasta las flores andan!

—¡Qué primavera, si es junio! ¡Ya está por caer la helada!

—¿Vos decís? ¿No tendrás frío a la noche, tan solita?

—¡Tan preguntón! ¡ Cosa mía, supongo! ¡Vos también sos solo!
Pestañeó. Se arregló la trenza 
Es tarde...Me voy. Ayudame a guardar las cabras, si querés.

—Y me quedo con vos, ¿ah? Nos cuidemos juntos. — Y tentó un avance a la blusa colorada y al poncho bordado de flores.

— ¿Quién te ha dado confianza para que me andés tanteando? Quedate solo, no más. Ya te veo las intenciones. Mirá que yo soy cristiana y no me “acollaro”; “casorio”, o nada. — Y empezó a irse seguida de las cabras.
¡Se iba!... El corazón de Sócrates le hizo saltar las barricadas, alcanzar el último cabrito y arrastrar las alpargatas a su ritmo. Casi oía tintinear sus principios: libertad y bienestar. ¿O le tintineaban las monedas que tendría que gastar a partir del “Sí” de la Etelvina?
Sócrates, el griego, dijo: «Cásate: tu mujer te hará feliz, o te hará filósofo».  Como Sócrates Sosa ya lo era, optó por la felicidad, según parece… No sé si no cambió el vino por la cicuta…
 
 

domingo, 27 de mayo de 2018

EN LA QUINTA ESQUINA

Uno más de tantos encuentros vacíos, rutinarios, en el hotelucho de siempre. Se estaba haciendo de noche. Julieta se acomodó la melena rubia, se maquilló con esmero y se enfundó  en uno de sus soleros negros bordados con mostacillas. Pablo se puso pantalón y camisa limpios; luchó con los botones y el cinto para lucir más esbelto, y disimuló su calvicie con un peluquín. Ella taconeó sobre sus agujas hacia la puerta; él la siguió, cabizbajo, decepcionado,  sin una sonrisa ni un beso. Había que ir a abrir "La Quinta..."  Pronto llegarían los clientes. 
 “La Quinta Esquina”, se llamaba la zona de calles en diagonal; y también el bodegón. Todas las noches los tahúres se sentaban alrededor de una mesa pentagonal;  los lugares estaban numerados, del uno al cinco El dueño, el anotador  se ubicaba siempre en la  quinta esquina, cerca de la barra, para atender al mismo tiempo algún pedido de refuerzo. El tintineo de los dados jugaba sobre el humo con la música del gramófono.  En el número uno, Julieta, la preciosa bailarina treintañera, brillante de lentejuelas, acompañaba la ronda, sentada sobre las rodillas del tonto de turno, para que se desconcentrara y pudieran “pelarlo”.
Esta vez, el  tipo estaba de suerte; ganaba puntualmente.  Y Julieta parecía extrañamente modosa; disfrutaba, coqueteaba,  pero no le arruinaba los juegos. Entonces, Pablo Flores dejó la mesa y se fue  a dar una vuelta.
Cerca de la medianoche, las luces amarillentas del bodegón  pintaban  el tronco de un paraíso y la primera hilera de baldosas de la vereda; más allá todo estaba en tinieblas.  Pero la música estridente alcanzaba a los vecinos que trataban de dormir.
Pablo  volvió a entrar y se sumergió en el bullicio de “La Quinta Esquina”. Quedó extático; no había nadie en el salón.
Nadie vivo, digamos. En el piso, estaba Julieta… Degollada.
Sobre la mesa pentagonal, en un charco de bebidas,  flotaba un revoltijo de dados y ceniceros llenos. La bailarina yacía retorcida y ensangrentada sobre una alfombra de vasos y botellas en añicos. Las manos  rígidas hablaban del  espanto; la derecha, empinada sobre la muñeca, como frenándolo; la izquierda, crispada sobre un bollo negro; de la mugre del suelo, sin duda.
No se espantó por los ojos desorbitados y la boca abierta en el grito final; ya estaba curtido en estas lides. No se detuvo a verificar si realmente estaba muerta; su ojo profesional de policía inteligente lo había detectado al instante; también sabía que la escena del crimen no se toca en ausencia del cuerpo judicial; y además, su tremenda barriga  no  le permitía acuclillarse.
«Habría que llamar a la comisaría» pensó. Pero estaba muy cansado y no tenía apuro; se sentó y se puso a mirar el cadáver de la chica.
Varias veces habían estado juntos,  por las tardes, en cualquier albergue próximo. Lástima que su figura descuidada y decadente y su bolsillo raquítico de jubilado, no colmaban las expectativas de Julieta; no es fácil conseguir clientes  para un barcito, en  un barrio apartado.  Ahora que  tenía algunas nuevas ofertas favorables, Pablo había venido  a buscarla; pero ya era tarde.
«Triste» pensó. Y se rascó la calva. Aunque  el bolsillo estuviera más próspero, él no rejuvenecería; su cabello no iba a crecer ni bajaría de peso.
« Después de todo» caviló «ella volvería a irse».
No entendía el por qué de esa incomodidad creciente….en el pie… en la cabeza…Con esfuerzo levantó un vaso roto que le estaba punzando bajo  la zapatilla. Algo le molestaba también en la calva, o debajo de ella, o a causa de la calva, y no podía entenderlo… Parecía como una luz creciente que  afloraba en su cabeza agotada.  Apoyó el codo en la quinta esquina de la mesa.  Alguna vez había estado… cuando se fue… ¿anotando?… ¿unas horas antes? …¿un rato antes?  

Volvió a mirar el cadáver y a tocarse la cabeza: la mano  de Julieta se crispaba, en realidad,  sobre su ausente peluquín.
En ese  instante  se  le encendió una ola inmensa de recuerdos; se había  ido, borracho y furioso porque  el de la primera esquina  toqueteaba demasiado a Julieta, y seguía ganando. Furioso porque ella  lo disfrutaba sin cuidar del negocio. Cada vez más furioso, hasta que rompió el vaso en que estaba bebiendo. Tan rabioso, que no escuchó los gritos y las carreras de los que escapaban llevándose la mesa por delante cuando él se paró y la tironeó  hacia el vaso que acababa de trizar y con el que le rebanó su precioso y despavorido cuello.
 Una sirena aullante acompañó la frenada del  auto policial. 
Antes de que lo alcanzaran,  Pablo hundió violentamente el trozo de vidrio en su propio cuello.