sábado, 10 de diciembre de 2016

Gitanos


Todos los veranos llegaban los carromatos; los gitanos armaban su campamento a la salida del pueblo, cerca del arroyo. Dos grandes carpas desteñidas.
 Estaba prohibido acercarse; un muro de prejuicios cortaba el paso: «Brujos» «Ladrones» «Mentirosos y sucios» «Cuchilleros». 
      Desde la calle se veía un montón de chicos medio desnudos que acarreaban baldes de agua;  madres, con pañuelo a la cabeza, barre que te barre; se oía la charla llena de gritos; viejas medio tullidas, llenas de recuerdos y siempre mandonas; ruidos de hierros y martillos; olor a traspiración y fritangas de pescado…
A la tarde, caía el muro: envueltas en una nube de agua de colonia, las más bellas jovencitas que se pudiera soñar iban desde el campamento a la plaza, acompañadas de algunas matronas jóvenes, a ofrecer “la buenaventura”, coplas de algún poeta paisano y algunas danzas.  La magia de los presagios y conjuros, y los escotes descarados de las blusas,  derribaban las trabas sociales, y la clientela bullía.
Allí, Pedro conoció a Antonia; lo fascinó con sus remolinos;  se le quedó prendida en los ojos. Desde los tacones nacía el vaivén que subía hacia las caderas y los pechos quinceañeros, y acariciaba sus pollerones coloridos. La acompañaba una gitanita flaca y desaliñada, ideal para resaltar el brillo de la princesa.      
Escuchó los «¡Ole, por la Antonia!...»  Y por ahí: « Antonia, ¿cuándo es el viaje?» «Mañana, después de la fiesta».
Así supo el nombre, y también que no había mucho tiempo… ¿para qué?...
  De regreso, cuando acababan de pasar por su vereda, escuchó las carcajadas de dos muchachotes:
     Eh, gitanas!  Dígannos la buenaventura.
     ¡Vamos, lindas! ¿Quieren vernos las manos?
     ¿Seguro que las manos, nada más?
Avanzaban; Antonia se detuvo; la chiquita salió corriendo hacia el campamento.  La joven  irguió la cabeza,  y  de repente comenzó un siseante canturreo: “Permita Dios…” mientras iba girando y crecía su voz; “que Jesucristo te mande una sarna perruna por mucho tiempo”; los enfrentó, con sus larguísimas uñas y con un grito aullante: “que los diablos te lleven en cuerpo y alma al infierno”… Y finalmente, escupió terribles carcajadas sobre los muchachos, congelados de espanto…
     ¡Antonia, ya vamos!

Corriendo en medio de la calle, la gitanita volvía con un gitano flaco, vestido de mameluco, sudoroso y engrasado. Los bocones se replegaron como inocentes conejos; un gitano enojado es demasiado temible.
La tomó de la mano y Antonia se fue.  Y Pedro  la sintió ahora, prendida en el alma. «¡Valiente!¡Poderosa!¡Hermosa!»
Esa noche lo mantuvo despierto el jaleo del campamento.  Canciones, aplausos, gritos; llamadas a los niños, voces de castañuelas y guitarras; fuerte olor a comidas guisadas, a condimentos extraños. Todo entraba por su ventana, todo era fiesta.
Imaginaba a Antonia en la rueda; bailaría al son de las coplas, envuelta en el serpenteo de sus brazos llenos de pulseras; y su enagua bordeada de puntillas estaría llamando al compañero, por debajo de la falda voladora ¿verde?... ¿roja?...
Y en vez de maldiciones se estarían musitando hechizos de amor: “Una rosa y un clavel, tan diferentes, somos los dos… Dame tu corazón, quema mi alma, quema mi cuerpo.. Dame  tus pensamientos bajo la luna brillante y el sol ardiente…”; él la escuchaba en su alma… ¿o el gitano?... ¿Se llamaría Pedro, el gitano?...
“Ese” Pedro, ahora vestido de chupín negro y chaleco bordó, con el jopo engominado, avanzaba taconeando y palmoteando hacia su princesa. Pedro podía adivinarlo  en su propio cuerpo tenso y bullente; ansioso de la cintura y del corpiño dorado de Antonia; de la boca risueña y de sus ojos pícaros e insinuantes. Sentía arder sus propios ojos, por el brillo de los del otro; sentía como suyo el aliento de su boca húmeda…
Desde las sillas, los viejos animaban el encuentro con palmadas, y frases descaradas y sensuales.
Y él veía y oía y sentía todo desde muy cerca, cada vez más cerca,  como si no estuviera en su cama; como si no tuviera once años;  como si se hubiera animado a pasar el cerco, y hubiera conquistado a Antonia antes de que se fuera en los carromatos, al día siguiente.



miércoles, 7 de diciembre de 2016

CUERDA FLOJA 
Todo el mundo es un cielo
pintarrajeado en nubes de tormenta;
ni pájaros, ni plantas,
sólo cielo...
Cielo y vos, loco lindo,
poeta soñador,
con tu sombrero inútil
bajo un cielo sin sol...
y con tu libro.
¿Qué buscas en las nubes que no miras?
¿Te dictan el secreto de las letras?
¿O las letras mantienen tu equilibrio
mientras te impregnas de aires de llovizna?
Mañana, cuando escribas ese libro
con el que vas soñando,
tus versos olerán a cielo,
a brisas que despeinan
las copas de los sauces que no viste
porque estabas tan alto y tan liviano
caminando tu sueño peregrino.
Y sonará feliz tu carcajada
porque sabes
lo que es ser hoja, o pájaro,
volando por los cables

con el alma en un libro.

sábado, 19 de noviembre de 2016

Blueberry Notes: Personajes malvados, ¿cómo se construyen?

Blueberry Notes: Personajes malvados, ¿cómo se construyen?:
¡¡Hola a tod@s!! Hoy vamos a hablar de un ingrediente imprescindible en un buen relato, novela o cuento. Un malo.

Pero no un malo malísimo, en contraposición  a un bueno buenísimo. Ambos personajes, como en la vida real, deben tener múltiples dimensiones.
Una persona malvada que hace algo malo tiene que tener una razón para hacerlo. Esa razón no puede ser simplemente su maldad. 


Es posible que nuestro malo sepa que eso que está haciendo está mal, pero tenga un motivo para ello. 
El motivo puede no ser objetivo, puede que sólo tenga sentido para él, pero aún así sigue siendo una justificación para sus acciones reprobables. Para ello debemos dar a nuestro malo una historia, una trayectoria vital y unas experiencias que revelen esa justificación, esos motivos.
Además, para ilustrar a un malo multidimensional, podemos darle un aspecto positivo, algo que despierte en el lector un sentimiento de empatía, que no simpatía. Algo que, aunque no nos guste, aunque sea moralmente cuestionable, nos haga pensar en él como en una persona. Por ejemplo, Hannibal Lekter el caníbal, es un hombre inteligente y cultivado, muy educado. Su historia nos explica los motivos de sus acciones.
Del mismo modo, podemos dar al malo un exterior acorde con su personalidad. Pongamos como ejemplo al Joker de Batman, cuyo aspecto nos revela lo caótico de su personalidad. 
El caso es que tanto su historia, como su aspecto físico nos genera empatía, cierta comprensión.
Tengamos en cuenta que, como todo en la vida, no hay personas con personalidades polarizadas, no todo es blanco o negro, hay una amplia gama de grises.

Por otra parte, a veces un malo tiene seguidores. A los seguidores también debemos darles una razón para seguir al malo. Podría ser por miedo, por ideales que comparten, por admiración… podrían compartir sus metas y, aunque no les gusten sus métodos, los seguirían para obtener sus propósitos.

La motivación de los personajes, en definitiva, es algo imprescindible para dotarlos de veracidad y credibilidad. Las motivaciones de alguien están ligadas a su personalidad y es interesante documentarse al respecto, incluso pidiendo consejo a profesionales. De hecho, como dato diré que desde 2008, el Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid, ayuda a la elaboración de guiones y a los actores en la preparación de personajes a través de un grupo de trabajo.

En conclusión, los malos son personas y deben construirse como tal, con luces y sombras. 
  • Sus acciones no deben ser “porque sí” igual que nuestras acciones en la vida real. 
  • Su objetivo no debe ser el mal por el mal, sino por algo importante para ellos que tenga sentido 
  • Por eso es importante que tengan una historia propia y, además, 
  • debemos darles un rasgo positivo que les proporcione esa profundidad, algo que les haga reales.
Cuidad a vuestros personajes, son lo más importante de una historia.

Espero que os ayuden estos consejos y, por supuesto, estaré encantada de ayudar con cualquier duda o petición que tengáis al respecto.

¡¡Nos leemos!!..

lunes, 14 de noviembre de 2016

Hora final



Para Cadena Ser, Primera semana de noviembre 2016
Sigo observando mi trocito de cielo. ¡Se me han muerto tantas ilusiones! ¡Se me ha gastado tanta ternura y aliento! Pero nunca se ha borrado mi trozo de cielo. Ya estoy llegando a destino y lo descubro como siempre: es la mano amiga que me conduce en las vueltas de la vida.  Yo percibo que no está hecho de vacío, sino de personas y de momentos; así  como mi cielo, se ven azules loa cerros lejanos; parecen vacíos ; pero  ya cerca, se descubre la vida en sus laderas. Me queda poco, pero lo he vivido intensamente.

miércoles, 9 de noviembre de 2016

LA QUINTA ESQUINA


Así se llamaba la zona de calles en diagonal; y así se llamaba el bodegón. Todas las noches los tahúres se sentaban alrededor de una mesa pentagonal; los lugares estaban numerados, del uno al cinco El anotador  se sentaba siempre en la  quinta esquina, cerca de la barra, para atender al mismo tiempo algún pedido de refuerzo. El tintineo de los dados jugaba sobre el humo con la música del gramófono.  En el número uno, Julieta, la preciosa bailarina treintañera, acompañaba la ronda, sentada sobre las rodillas del tonto de turno, para que se desconcentrara y pudieran “pelarlo”.
La noche del crimen,  las luces amarillentas del bodegón  pintaban  el tronco de un paraíso y la primera hilera de baldosas de la vereda; más allá todo estaba en tinieblas.  Pero la música estridente alcanzaba a los vecinos que trataban de dormir.
Pablo Flores  se sumergió en el bullicio incongruente de “La Quinta Esquina”. ¿Por qué incongruente? Porque no había nadie en el salón.
Nadie vivo, digamos. En el piso, estaba Julieta… Degollada.
Sobre la mesa pentagonal, en un charco de bebidas,  flotaba un revoltijo de dados y ceniceros llenos. Los vasos y botellas en añicos eran la alfombra de la bailarina.
No se espantó por los ojos desorbitados y la boca abierta en el grito final; ya estaba curtido en estas lides. No se detuvo a verificar si realmente estaba muerta; su ojo profesional de policía inteligente lo había detectado al instante; también sabía que la escena del crimen no se toca en ausencia del cuerpo judicial; y además, su tremenda barriga  no  le permitía acuclillarse.
«Habría que llamar a la policía» pensó. Pero estaba muy cansado y no tenía apuro: se sentó y se puso a mirar el cadáver de la chica. Varias veces habían estado juntos,  por las tardes, en cualquier hotelucho próximo. Lástima que su figura descuidada y decadente y su bolsillo raquítico de jubilado, no colmaron las expectativas de Julieta; no es fácil conseguir clientes  para un bar en una ciudad pequeña. Ahora que  tenía algunas nuevas ofertas favorables, Pablo había venido  a buscarla; pero ya era tarde.
«Triste» pensó. Y se rascó la calva.
 Pero, después de todo- pensó- si el bolsillo tampoco alcanzaba, ella volvería a irse, porque él no rejuvenecería; su cabello no iba a crecer ni bajaría de peso.
Algo le molestaba en la calva, o a causa de la calva, y no podía entenderlo… Parecía como una luz creciente que  afloraba en su cabeza agotada.  Apoyó el codo en la quinta esquina, en donde había estado anotando… ¿unas horas antes? …¿un rato antes?
Florecían los recuerdos: se había  ido, borracho y furioso porque  el de la primera esquina  toqueteaba demasiado a Julieta, y seguía ganando. Furioso porque ella  lo disfrutaba sin cuidar del negocio. Cada vez más furioso, hasta que rompió el vaso en que estaba bebiendo. Tan rabioso, que no escuchó los gritos y las carreras de los que escapaban llevándose la mesa por delante cuando él se paró y la tironeó  hacia el vaso que acababa de trizar y con el que le rebanó su precioso y despavorido cuello.  
Volvió a mirar el cadáver y a tocarse la cabeza: la mano  de Julieta se crispaba sobre  su ausente peluquín.

Una sirena aullante acompañó la frenada del  auto policial. Los jugadores que habían huído entraron gritando, junto a dos agentes. Entonces, Pablo hundió violentamente   un trozo de vidrio en su propio cuello. 

EL ECLIPSE (A partir del cuento homónimo de Antonio Monterroso)


Este cuerpo mutilado a merced de los carroñeros, es mi cuerpo; pero mi corazón que todavía gotea sangre está en su templo, en manos del Rey y de sus sacerdotes..
“Bartolomé, es llegada tu hora.”
No  hace ni una hora que la selva cerró su cerco asfixiante y me entregó a los mayas.
                Te invoqué, Dios mío, con la ciencia que me hiciste conocer; pero el Demonio les dictó a estos ignorantes, los profundos secretos de los cielos, y tu proyecto de luces  y sombras a través de los siglos.
                ¡Ah, Dios mío! Yo sé que ahora viene mi gloria, que es la tuya. Sin duda, mi corazón irradiará tu luz sobre estas gentes, y un fuego purificador aniquilarà al Demonio.
                Aquí, Señor, se cierra el ciclo de tu mandato; mi rey, Carlos V sabrá que no he defraudado su confianza. ¡Gloria! ¡Hossana! ¡Arrodillaos, infieles1
                Pero, ¿qué es esto?.Mi corazón lleno de escupitajos va rebotando entre los pies del pueblo y cae en un profundo pozo plagado de bestias rabiosas.

                Dios Mío… Confié en que compartiría tu Pasión y tu Resurrección. ¿Por qué me estás abandonando? ¿Por qué me eclipsas?

EL ECLIPSE (A partir del cuento homónimo de Antonio Monterroso)


Este cuerpo mutilado a merced de los carroñeros, es mi cuerpo; pero mi corazón que todavía gotea sangre está en su templo, en manos del Rey y de sus sacerdotes..
“Bartolomé, es llegada tu hora.”
No  hace ni una hora que la selva cerró su cerco asfixiante y me entregó a los mayas.
                Te invoqué, Dios mío, con la ciencia que me hiciste conocer; pero el Demonio les dictó a estos ignorantes, los profundos secretos de los cielos, y tu proyecto de luces  y sombras a través de los siglos.
                ¡Ah, Dios mío! Yo sé que ahora viene mi gloria, que es la tuya. Sin duda, mi corazón irradiará tu luz sobre estas gentes, y un fuego purificador aniquilarà al Demonio.
                Aquí, Señor, se cierra el ciclo de tu mandato; mi rey, Carlos V sabrá que no he defraudado su confianza. ¡Gloria! ¡Hossana! ¡Arrodillaos, infieles1
                Pero, ¿qué es esto?.Mi corazón lleno de escupitajos va rebotando entre los pies del pueblo y cae en un profundo pozo plagado de bestias rabiosas.

                Dios Mío… Confié en que compartiría tu Pasión y tu Resurrección. ¿Por qué me estás abandonando? ¿Por qué me eclipsas?

El perdón

El Perdón
Juana y Blanca murieron el mismo día, a la misma hora: un Viernes Santo a las tres de la tarde.
Esto determinó que la separación que se habían impuesto cinco años atrás terminara, de golpe, a la Puerta del Paraíso.
Una historia de amor frustrado, engaño, envidia y muerte había separado a las hermanas. En el medio estaba el fantasma de Ismael.  Blanca lo amaba y Juana se lo había quitado con un embarazo fingido. Blanca se confió a una bruja,  y el bebedizo que ella le dio para recobrarlo resultó mortal para Ismael.
Junto a la puerta, Juana y Blanca se agitaban enfrentadas en anhelos de sangre; pero no había uñas, ni manos, ni carótidas: sólo el odio, mal sepultado bajo una montaña de buenas obras con las que buscaron, inútilmente,  sanar en vida su ira y remordimiento,
 La Puerta del Paraíso estaba cerrada con un grueso candado de nubes indestructibles: pero el frenesí de los sentimientos de las mujeres sacudió la Puerta; Jesús y el bueno de San Pedro alcanzaron a oírlo.
—Maestro— rezongó el viejo portero—Son las que mataron a Ismael. Otro par de almas indignas, que pretenden la bienaventuranza. Justamente en este día…
Jesús hizo un gesto de infinita paciencia: «Pedro… no te olvides del gallo…! Avísale a Ismael y a los querubines»
Como en el “Hágase” del Paraíso, Ismael apareció en medio de las hermanas y las abrazó en silencio.  Los angelitos rompieron a cantar: «Perdón, perdón. Mi alma tienes sed de Ti», Y ellas lo coreaban bañadas de lágrimas y de luz. «Perdón, hermana,» sollozó Blanca». «Perdón, hermana,» suspiró Juana.
Ahora la puerta estaba abierta. Las manos de Jesús, claveteadas y resucitadas desde la eternidad, dibujaban sobre sus cabezas las buenas obras que habían realizado.
 «Yo soy el Perdón», sintieron más que oyeron.
Y se encontraron en el Cielo.




lunes, 31 de octubre de 2016

MIEDO


Anochecía y en la calle  se iban encendiendo algunos faroles.  La tormenta agazapada en el horizonte, henchida de malos presagios, se puso en marcha desde los cerros cercanos y avanzó derramando tinieblas. De pronto, se cortó la luz en todo el pueblo y estalló el rayo.
Cerró ansioso los postigos; atenazado de miedo, recordó la inundación del mes anterior; el brutal remolino negro y helado que se había llevado tantas casas, fotos, perros, plantas… Tantas vidas que seguían latiendo y reconstruyéndose;  y tantas otras que no volvieron a respirar, como la de su esposa.
Entonces escuchó otra vez los cascos que retumbaban en el  pavimento y el grito débil de la mujer.  Y al instante, el alarido y el relincho desesperados  y el chapoteo jadeante contra la correntada.  
Y otra vez el miedo se le hizo terror, parálisis. Pero su cabeza y su corazón latían descontrolados. Abrir la puerta para brindar socorro era adelantar la entrada del agua en su casa. Quedarse, sin más, era morir a su condición humana, a su impulso de ayudar, de salvar, de salvarla… ¿A quién? ¿Dónde estarían ya la mujer y el caballo? «¡Quédate!»« ¡Tranca todo!»«¡Abre!» «¡Se estarán ahogando!»
Ya no los oía cuando cayó de rodillas, entre estertores angustiosos,  con las manos en la garganta y el pecho. El agua borboteaba por debajo de su puerta; goteaba el techo en medio de las tinieblas. Sintió que su mujer lo llevaba de la mano hacia una esquina lóbrega donde yacía junto al caballo; ya no tenía miedo; él también se había ido.


viernes, 30 de septiembre de 2016

El otro yo

Este cuento desarrolla una posible segunda historia a partir de "Hernán", de Abelardo Castillo (argentino- 1935). Contiene, asimismo, un poema de Alfonsina Storni: "La caricia perdida"

Quiero contarlo ahora, para no olvidarlo.  Para mantener el equilibrio sin invadir el espacio ajeno.
Cuando la señorita Eugenia entró por primera vez al aula, el otro Hernán me dictó la pregunta: «¿Por qué sigue siendo señorita?»
«Sos un degenerado, Hernán», me llegó el cuchicheo entre risas ahogadas.
Yo no era un ídolo indiscutible;  no había vivido ninguna de esas emociones rebeldes que se comparten con los amigos y cuyo mayor encanto es el secreto. Las risas alentaron al Hernancito malo que no puede volar por ahí dando disgustos a sus padres, y que de un codazo le cerró la boca al Hernancito modelo: «Vos sabés que no alcanza con ser abanderado y poeta y tener buena memoria; ellos, los otros, son  los dueños de las decisiones a la hora de hacer una fiesta, de invitar  o de presentarte  a una hermana, a una amiga. A los dieciocho, alguna vez se puede ser cretino: se puede pisar la patineta y echarse calle abajo en busca de aplausos. Allá vamos: cartitas, recitados, miradas». Y nos lanzamos, ella y yo, en nuestras patinetas transgresoras.
Pero esa tarde, cuando bailé con ella y la invité a pasear al astillero, me dolía el estómago; sentía que estaba descarrilando, y que nos estrellaríamos contra aquel barco viejo.
La Señorita Ingenua, perdón, Eugenia, también lo había advertido. El pimpollo de pasión que empezaba a enraizar en su alma llena de poemas ajenos se estaba malogrando bajo una llovizna de miedo y de realidades. «Será mi primera vez. No juegues conmigo, por favor. No destruyas mi sueño de amor» solloza su corazoncito palpitante.
Pasé mi brazo sobre sus hombros; recostó la cabeza…
Entonces… Se miraron, tensos.
«Es tu oportunidad de ser uno más, no un bicho raro»«No. Es tu oportunidad de encontrarte y de quererte»
—Vamos; usted sabe que esto no puede ser cierto, y que es un juego de chicos tontos. No sé qué estuve pensando. (El angelito bueno aletea).
Con las mejillas rojas, y el pecho agitado despierta Eugenia, avergonzada, espantada de sí misma. «Idiota», le dicen sus propios ojos llorosos. Respira hondo:
No, realmente; no puede ser… Ya ves cuántas tonteras puede hacer un adulto, Hernán, cuando no es dueño de sí mismo; fue una chiquilinada de los dos.
— No llore, Eugenia. Perdóneme. Volvamos. Nadie sabrá nada de esto. «¿Nadie? ¿Cómo quedás con los muchachos? Vamos, decile algo»
Y entonces se aliaron; como tantas veces  me pasó en la vida, Hernancito, el poeta, buen alumno y su mellizo el atorrante: “—Yo soy un enamorado de las letras y de su sencillez— le dije —; por favor, no quiero olvidarme de este día de aprendizaje: déjeme algo suyo, de la poesía que la inunda”.
Y ella también integró sus dos mitades. “Tonta. Me imagino la apuesta. Hasta aquí llega mi ingenuidad.” Con manos temblorosas, sin dudar, llevó sus manos al cuello y se quitó la bolsita de laurel: “¡Tomá, chamuyero! Mañana nos veremos en el aula. Sos tan niño… Chau. Me vuelvo en el ómnibus”.
A la mañana siguiente, la bolsita de alcanfor (o laurel, no está muy claro) colgaba del marco del pizarrón, como una palomita perdida.
La señorita Eugenia entró al aula, clavó la mirada entre espantada y dolorosa en el pizarrón y en mí. Luego respiró profundamente, muy hondo, y ordenó: «Lectura silenciosa “La caricia perdida”, de Alfonsina Storni;  página catorce de la Antología».  Mientras la buscábamos,  tomó la tiza, descolgó la bolsita  y la echó al basurero.

La Caricia Perdida-  Alfonsina Storni
Se me va de los dedos la caricia sin causa,
Se me va de los dedos... En el viento, al pasar.
La caricia que vaga sin destino ni objeto,
La caricia perdida, ¿quién la recogerá?
Pude amar esta noche con piedad infinita,
Pude amar al primero que acertara a llegar. 
Nadie llega. Están solos los floridos senderos. 
La caricia perdida, rodará... rodará...
Si en los ojos te besan esta noche, viajero,
Si estremece las ramas un dulce suspirar,
Si te oprime los dedos una mano pequeña
Que te toma y te deja, que te logra y se va.

Si no ves esa mano, ni la boca que besa,
Si es el aire quien teje la ilusión de besar,
Oh, viajero, que tienes como el cielo los ojos,
En el viento fundida ¿me reconocerás?

Micros de "Portal del escritor"

·        La aventura de Escribir: Portal del Escritor" es una página en Facebook, coordinada por Diana Morales. Dos veces por semana propone títulos para microrrelatos o poemas.  Estos son  los que yo he escrito, y me gustan mucho. Y por ahí también guardo textos de mis compañeros.

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                        *.(Alicia Jiménez)Arrancaré las ramas con las que me sometiste, y brotaré creciendo, alimentando mis raíces con los restos de tu cuerpo. 
Empezaré de nuevo... Sin tu aliento en mi costado, sin la sensación de miedo, sin la ingenuidad perdida, y tan fría como el hielo.
Empezaré de nuevo... Te pudrirás lentamente, yo volaré con el viento olvidándome del monstruo y comenzando mi cuento. 

Empezaré de nuevo...
Empezaré de nuevo. Ya desactivé el predictivo. Ahora sí: TE AMO (y no TARADO).
·         *Cuando oyera tu llamado ¿qué es lo que TIRARÍA? ¿Esos DÍAS y NOCHES en los que viajamos la vida soñando que nos amábamos? ¿Estos DÍAS y NOCHES de dolor y ausencia?
·       *  Abrió emocionado aquella puerta; las tapas del libro prohibido le cedieron el paso al mundo de los adultos.
·         *Destiny I: Destiny aparecía por todos los rincones imaginables. Aquella chica fue mi amiga invisible en la infancia; la que me susurraba los operativos más insólitos para que me consagrara como el más malo y rebelde a los ojos de la autoridad,  y como el jefe indiscutido y temido entre mis compañeros; pero también era Destiny  la que se reía de mí cuando la mala fama me cerraba puertas; la que me volvía la espalda y me dejaba envuelto en sus carcajadas y en una nube de ira y decepción.
Fue creciendo conmigo, mostrándome nuevas  oportunidades de opciones según mi edad y mi lugar social. «Dale. Vos sos así», apuntaba Destiny, mientras yo me entregaba al desorden y la violencia; mientras me quedaba más solo en mi soberbia.
Uno de los peores días de mi vida le hice mucho daño a quien confiaba en mí;  su llanto herido y desilusionado lavó el hechizo; sus sollozos me impidieron oir los cuchicheos de Destiny. «¿Por qué, si vos querías hacerlo de otro modo?¿Por qué si eras feliz y me hacías feliz?»
Entonces descubrí que Destiny era una de esas gemelas malogradas y enquistadas en el hermano,  en mi alma; y que estaba muerta; y que yo era mi Destino, el único capaz de elegir para ser realmente humano. Cuando sequé las lágrimas que había causado y puse mi mano en otra mano, acepté que era  uno como todos, al mismo tiempo necesario y necesitado.

·         *Destiny  II—Sí, Destiny; ese es mi nombre.
La chica tendría dieciocho años; una chica común, con algún gramito de más en la cintura y unos cuantos detalles descuidados en su sencilla elegancia pueblerina.
—Destiny. Destinada. ¿Ya sabes a qué?—  El anciano le sonrió entre sus largas barbas blancas, y le tomó la mano derecha.
Bajo la carpa polvorienta de la feria el hombre y la chica se miraban como fascinados.
—Supongo que a la felicidad. Espero que usted me ayude a descubrirlo, señor.
—Creo que ya lo descubriste; hasta aquí, tu mirada está llena de confianza, mientras te chispea de curiosidad e interés. Tu destino es hacer tu felicidad con frutos de paz.
—¿Llegaré a la felicidad, entonces?— murmuró la chica.
—No lo sé, aunque creo que sí. Cuando sea la hora te darás cuenta de que has llegado porque todos los que has amado te están mostrando cómo lucen tus frutos.

*    Recuerdo aquel primer beso de cualquier película romántica hasta los años cincuenta. Tanto podía ser una de cowboys como una comedia cotidiana de entonces: la chica de enfrente, el compañerito de la secundaria, aventureros en la selva o amor de verano en la playa. Todo era mesurado y tan dulce como un flan de dulce de leche. Y el primer beso era secreto: el oportuno sombrero de uno de los dos servía de telón para ocultarlo; y el The End, en letras góticas doradas, se desplegaba en primer plano entre los acordes triunfantes de la música de fondo. El cine no hacía escuela; cada quien aprendía cuando se lo pedía la vida.

*   La nieve arreciaba sobre Praga. "Estoy perdido" se dijo el detective. "Moriré congelado si no llego pronto al hotel". Su celular vibró en el bolsillo. Con una extraña vocecita de niño sabihondo el GPS empezó a dictarle el camino.

*    Sin “a”: Ese día podré decir que te conozco. Yo sé que escondes mil secretos; percibo tu submundo de titubeos, errores y desilusiones, y tus confusos proyectos. Descúbreme este sitio misterioso que te oprime; y entonces podré decir que te siento muy próximo y que podremos discurrir juntos construyendo futuros.
·         *.Se apagaron las luces; todo estaba perdido. Su PC se quedó oscura, resignada y fatalista. No había guardado los cambios y su inspirado poema se disolvió en la nada. ¿Y este es el triunfo de la tecnología?
·       *  Los  equipajes cayeron al río, desde el ómnibus siniestrado.  Allá fueron todos mis escritos. Dulcemente, él trató de consolarme.  Esa tarde entró en mi vida.
·        * Laura despierta durante esa madrugada de verano. Tendida en su cama se siente lúcida, pero ajena a su entorno y a su propio cuerpo. Una extrema lasitud le impide reaccionar ante los rayos azules que la envuelven y la izan hasta su ventana abierta, en el sexto piso del edificio céntrico.  En medio de un silencio insólito, sin frenadas ni bocinas, flota hacia el vehículo espacial que la absorbe. Dentro, todo es anónimo, frío y brillante. No sabe por qué  comprende  que esta es la avanzada  de una invasión interplanetaria. Pero no tiene miedo ni curiosidad. ¿Cuál es su destino? Sinceramente no la preocupa en absoluto. No imagina cuánto ha cambiado ya su existencia.
·         . *Todo saldría bien si esa noche llovía                                                                                                                                                  Ella recordaba un poema: "Amo las noches de lluvia... Son de una intimidad intensa y dulce,,," Sería la noche del reencuentro, del abrazo postergado... Él también ansiaba que lloviera esa noche; el avión debería suspender el vuelo, y él tendría una excusa perfecta para no volver a casa y pasarla bien sin el anillo de bodas.

·       *  Un Beso: Monika Fikimiki Un beso rápido, silencioso, cálido... Sus ojos, llenos de ternura y devoción, hicieron que me temblara la mano, tocándola. Luego se fue corriendo detrás de aquel coche, ladrando, queriendo ahuyentarlo y escuché su lamento junto al frenazo. Luego silencio, solo ese silencio doloroso. Lo que me quedó de ella fue un beso.

·         *Un beso... ¿Qué significa un beso de la misma boca llena de mentiras? Nada los une ya. Ni siquiera un beso.

  • .Culpa

              Culpa…
              Nadie quiere tenerla pero es nuestra;
                 porque nos da pavor equivocarnos
                  y desatar tormentas…

Un hilo en la locura


La flaca rubiecita sacudía su melena al ritmo de su silbido romántico: "La barca".
La otra flaca, la morocha, leía en voz alta un párrafo de su futura novela:
—"La barca", se llama: "Dicen que la distancia es el olvido..."
Cerca de la pelirroja y la morocha, mujeres de mediana edad, se balanceaba una señora totalmente calva, esta sí muy vieja; danzaba como enamorada; canturreaba la melodía del silbido con las palabras que lograba retener, de la futura novela
—Distancia, cautivo, amor, playa, naufrague...
—"¡No! No llores más; nos queda poco tiempo"— leyó la morocha— "tristemente, tiernamente, como se va el amor…"
De inmediato, la rubiecita silbó su propia versión de “En nuestra despedida”, de Salgán y Silva; la señora muy mayor amagó unos pasos de tango y también cambió su emisora: “hablarte, sueños, esperanzas …”
La celadora se detuvo y sonrió desde la entrada de la salita monacal y penumbrosa; junto a la ventana enrejada que mostraba un jardín vulgar, las tres mujeres, en camisón y zapatillas, estaban absortas en sus burbujas; no se conocían; tal vez no se percibían; pero un hilo impalpable, un hilo de arte, de sentimientos, las unía en la soledad del manicomio. 
Ya se publicó la 4° recopilación de Móntame Una Escena, del Taller de Literautas. Participa mi cuento, "El Lápiz Mágico". Contiene 329 páginas que recogen los trabajos mensuales de los participantes en el ciclo 2015- 2016;  se puede bajar desde la web de Literautas (http://www.literautas.com/es/taller/libro-taller-montame-una-escena-recopilacion) o comprarlo en papel; el producto se destinará a la ONG  Educación sin Fronteras; lamentablemente los argentinos no podremos acceder a esta última opción por cuestiones cambiarias.

miércoles, 17 de agosto de 2016

Una creación colectiva, "TIEMPO Y CADENAS"



                                                      

   
Esta obra se publicó en julio de este año. Se trata de una colección de quince relatos que enlazan con el tema del tiempo y los lazos con que nos va marcado. El proyecto nace en el ámbito de Literautas; los autores se proponen sumar los logros que apoyó la citada plataforma y proyectarlos en esta obra de mayor exigencia.
Hablando del tiempo, leemos en el Prólogo de Tiempo y Cadenas: “En el intento de explicar lo inconcebible, de capturar momentos etéreos con manos fugaces, es donde la escritura alcanza su función más loable: la de burlar al tirano, preservando la realidad para nosotros, lectores.
El escritor se remanga y zambulle en las aguas al rescate de historias que, de otro modo, se perderían en la eternidad.”
Lo más notable, es la calidad de la escritura, la construcción prolija y elegante. A ello se suma la variedad de las situaciones que nos muestran al tiempo actuando en la vida de la gente: la reencarnación, la venganza, las luchas por el poder, la hipocresía social, la discriminación sexual, la opresión de la mujer, los  secretos y los mandatos familiares el paso del tiempo en el relato fantástico y la leyenda. Y cada uno de los cuentos luce un estilo personal que nos conmueve, lleva a la reflexión y entretiene.
“Amor sin tiempo”, “El trato”, “El crisol de las almas rotas”, “El legado del mar”, “Desde la frontera”, “Encadenado al tiempo”, “Eslabones del pasado”, “La casa de las águilas”, “La dignidad de una reina”, “La leyenda de la Dama de la noche”, “La mujer del judío”, “La reina con el corazón helado”, “Nieve y dunas”, “Semillas de trébol” y “Una cuestión de tiempo”, son los títulos de estas historias.
Mis sinceras y cariñosas felicitaciones a mis compañeros de Literautas: R. P. García, L.M. Mateo, Manoli VF,  Isolina Rodrigo Rodrigo, Verónica Murillo, K. Marce, Coral Keelan, Beatriz Barquero, Isabel R. V, y Ryan Infield Ralkins   porque han sumado a su buen oficio literario una actitud generosa:  Los beneficios obtenidos con la venta de la obra se destinaron íntegramente a la Fundación Educando a un Salvadoreño (FESA), la cual provee becas de estudio y promueve el deporte entre los jóvenes de El Salvador en zonas de riesgo social y de exclusión.
Contacto: : mipalabraenturetina@gmail.com.

martes, 16 de agosto de 2016

http://mundoconsciente.es/kintsugi-el-arte-de-hacer-bello-y-fuerte-lo-fragil/
Cuando los japoneses reparan objetos rotos, enaltecen la zona dañada rellenando las grietas con oro. Creen que cuando algo ha sufrido un daño y tiene una historia, se vuelve más hermoso.
El arte tradicional japonés de la reparación de la cerámica rota con un adhesivo fuerte, rociado, luego, con polvo de oro, se llama Kintsugi. El resultado es que la cerámica no sólo queda reparada sino que es aún más fuerte que la original. En lugar de tratar de ocultar los defectos y grietas, estos se acentúan y celebran, ya que ahora se han convertido en la parte más fuerte de la pieza. El kintsugi añade un nuevo nivel de complejidad estética a las piezas reparadas y hace que antiguas vasijas pegadas sean aún más valoradas que las que nunca se han roto. Kintsukuroi es el término japonés que designa al arte de reparar con laca de oro o plata, entendiendo que el objeto es más bello por haber estado roto. En lugar de considerarse que se pierde el valor, al reparar la cerámica se crea una sensación de una nueva vitalidad. Dicho de otra forma, el tazón se vuelve más bello después de haber sido roto y reparado. La prueba de la fragilidad de estos objetos y de su capacidad de recuperarse son lo que los hace bellos.
Llevemos esta imagen al terreno de lo humano, al mundo del contacto con los seres que amamos y que, a veces, lastimamos o nos lastiman. ¡Qué importante resulta el enmendar! Qué importante entender que los vínculos lastimados y el corazón maltrecho, pueden repararse con los hilos dorados del amor, y volverse más fuertes.

lunes, 15 de agosto de 2016

Mi familia, el Jueves Santo de 1948

                                          Premiado en Concurso "Raíces de Nuestra Córdoba- Caja de Jubilaciones de la Pcia.(Espacio Illia) - Julio de 2016         

1-  En 1948 yo estaba en segundo grado, y era el único hijo y el único nieto, en mi familia; se imaginarán lo mimoso que era; pero a la hora de cumplir deberes no había excepciones: la escuela, la iglesia, la higiene, el respeto y los permisos no se negociaban.
Mi tía Dolores y la abuela Martirio vestían con ropa sencilla y pulcra, pero casi no usaban cosméticos ni peinados raros. El abuelo anunciaba a gritos su carácter de gallego aldeano y labriego.  Llegados de España, se asentaron  en San Vicente, un barrio de quintas y granjas; cuando avanzó la urbanización, hacia 1925, desaparecieron muchos de estos espacios;  pero ellos siguieron ahí, vendiendo los productos de la casa en un galponcito contiguo a su sencilla vivienda. Mi papá fue al colegio salesiano San Antonio; la tía Dolores, al Santa Margarita; ambos eran colegios privados, sin demasiadas pretensiones  económicas, pero bastante exigentes en las prácticas religiosas.
Mi mamá y mi tía Beatriz usaban siempre “trajecitos sastre”, tacones y sombrerito, iban a la peluquería a “hacerse peinar” y se pintaban. Las dos se habían recibido de maestras en el Carbó, sabían tocar el piano y escribían poemas.  Vivían en el Centro, e iban a Misa a la Catedral. Se reunían con amigos de “la Escuela” los domingos a la tarde; iban al cine; a “La Oriental”, a tomar té con masas; a “El Plata”, a bailar y tomar un refresco.
¿Cómo fue que Felipe, mi papá, se casó con “esta pituca de Martita”? Porque tanto fastidió con el estudio que el abuelo accedió a que fuera abogado, ya que era muy, muy inteligente; mi papá se fue alejando despacito de las costumbres y las ideas de su casa; conoció gente liberal, se aficionó al teatro, al cine y a las muestras de pintura; pero como no avanzaba demasiado en la Universidad, mi abuelo le cortó los víveres: a trabajar; entró al ferrocarril con el apoyo de sus antiguos compañeros de facultad, y prosperó.  Entonces se puso de novio y se casó. Así llegué al mundo, en 1940, y produje, con mi seductora presencia, la unión familiar de esta gente tan buena y tan diferente.
II-  Y ahora vuelvo a este especial Jueves Santo lleno de sol. La chacrita de la abuela Martirio irradiaba vida; mientras yo disfrutaba los primeros minutos de pereza la escuchaba diciendo “pipipipipipí” y sacudiendo la canasta del maíz para los pollos. El coro de píos y cloqueos  y el ladrido del Sultán, un perro bravo, atado a la higuera, me llegaba a la cama; y también el aroma del desayuno, que debía de estar preparando la tía Dolores.
Iba llegando el final del ensueño;  minutos más tarde, la abuela me despertó canturreando y palmeando una copla antigua, seguramente gallega:
“Levántate pecador /no duermas tan descansado/no venga la muerte y te halle/ sin haberte confesado”. Iba abriendo las ventanas de par en par, cosa de que la muerte se alejara de un ambiente tan saludable; pero no se quedó tranquila:
Hala, hala dijo mientras me sacudía La noche es para dormir y el día para ganarse el cielo. ¡Arriba!
Y no dejó de revolver cobijas y acomodar zapatos hasta que me vio de pie, rumbo al baño.
Para mi abuela, controlar  la práctica cotidiana de nuestras virtudes,  era una misión sagrada e irrenunciable; especialmente, la lucha contra la pereza y la indiferencia religiosa.
Volví al dormitorio. Mi abuela se había ido de ahí para que yo, un varoncito ya crecido (ocho años), pudiera vestirme  en privado como debía ser.
—Vamos—gritó desde el pasillo— ¿Por qué tanta demora? Demasiadas atenciones para estos cuerpos de pecado.
—¡Mamá, por favor; es una criatura!— clamó la Tía Dolores, la hermana de mi papá.
Cuando esperaba la perorata sobre lo mal que nos educaban nuestros padres y familiares, se abrió la puerta de calle: el abuelo y mi papá volvían de mi casa, junto con la otra tía, Beatriz, la hermana de mi mamá.
¡Papá! ¡Tía Beatriz!— Corrí a abrazarlos, sobre todo a la tía, que me comió a besos; papá era siempre sobrio en el saludo; los tres lucían correctísimos: la tía, preciosa como siempre;  papá y el abuelo con su traje gris y su corbata azul oscuro. Pero el abuelo no perdía su aire rústico, tal vez porque se había puesto una boina de pana y sus zapatos  se notaban viejos y ajados.
¡Ya nació! ¡Ya nació! ¡Una nena! ¡Todo bien!— coreaban a dúo, mientras abrazaban a la abuela y a la otra tía.— ¡Un parto rápido y feliz!
—¿Un qué?—pregunté yo.
Dos “chist” enérgicos de las tías, callaron las efusiones.
—Tenés una hermanita— dijo mi papá; parecía contento; pero no me dio un abrazo, por supuesto: esas son cosas de mujeres; al varón, nada de ñoñeces.
—¿Qué dijeron?— volví a preguntar.
—Eso, eso; que la cigüeña le dejó la niña a tu madre en el patio; y que estaba feliz— se embarullaron  las tías.
—Yo escuché “parto”— insistí, sin éxito.
—Tontas— rezongó por lo bajo mi abuela—.  Que nació tu hermanita, nada más;  y me dio un besote, baila que baila conmigo, mientras el abuelo batía palmas y sacudía la cabeza.
¡Pucha! Recién ahora caigo en la cuenta; los abuelos no pensaban como los padres y los tíos. ¿Será porque los viejos estaban acostumbrados a trabajar codo a codo con la madre y hermanas? ¿A verlas parir en casa igual que veían parir a los animales?  Toda una fabulería para escondernos lo más natural del mundo.

—A desayunar— avisó la tía Dolores. Y nos sentamos alrededor de una mesa fuerte y relavada; el desayuno era abundante pero sencillo, y casi toda la comida era casera: pan, dulce de naranjas; la leche, recién ordeñada y traída de los campos cercanos: veinte cuadras, a lo sumo.
—¿Cómo se llamará? le dijo la abuela a papá .Piensa que ha nacido en Semana Santa: Pascuala, Cruz, o Martirio, como yo.
Las tías se taparon las bocas con las servilletas: papá lanzó una carcajada, pero la cortó por la mitad, ante la fuerte mirada de su madre.
     No lo sabemos, todavía, viejita.  Lo normal es que lleve el nombre de la mamá, ¿no?
La abuela bajó la cabeza y rezongó: “No se respeta nada, hoy en día”. Pero se le pasó pronto. El abuelo había desaparecido; pero volvió a desayunar con su mameluco y alpargatas, listo para la chacra.
—Bueno—determinó la abuela—, basta de estar de ociosos;  chicas, hay mucho que hacer; a la tarde hay que ir a conocer a la nena y a hacer la visita a las siete iglesias.
     «Uuuh», recordé mientras levantaba las tazas y las llevaba a la pileta. «¡Semana Santa!¡No hay clase hasta el lunes!».
—Siete iglesias, nada menos— rezongó por lo bajo mi papá.  —Mi viejita; la charlan estos curas. Vengase conmigo y el Pedrito a conocer a la nena. Así Beatriz y Dolores charlan a gusto.
—Aay—suspiró tía Beatriz— no traje ropa de entrecasa, Dolores; no voy a poder ayudar mucho. Creo que me vuelvo para acompañar a Marta y a la nena. ¿Vamos con papá, Pedrito? ¡Hasta luego!— Besó a Dolores, pero mi abuela le esquivó el beso.
—A la tarde voy a conocer a tu hermanita y te llevo a las Iglesias;  estate listo—ordenó la abuela.
 Y me tentó con una promesa: flan con dulce de leche.
III-  Así es que a las 18 horas entré a la Catedral, de la mano de la abuela, y con la escolta de las tías. Papá y el abuelo se quedaron con mamá.
Mamá me llevaba los domingos, aunque en el Santo Tomás nos daban la Catequesis y la Misa. De entrada me sentí transportado al cielo en una nube de incienso y música de órgano.  Hice la genuflexión a las apuradas; la abuela me frenó el avance y me ordenó saludar bien al Señor y usar agua bendita.
Todo sucedía en la parte delantera del templo, en el altar precioso, lleno de brillos y santos. Como siempre, el Cura se daba vuelta, de vez en cuando; las fórmulas en latín me eran tan familiares como las criollas; el año próximo iba a hacer la Primera Comunión y sería monaguillo.
Cuando escuchamos “Ite Missa Est”, salimos volando, porque pronto sería de noche y las Iglesias debían de ser siete, para honrar a la Eucaristía; las tías se habían hecho humo con algunos jóvenes de la Acción Católica; «cada cual honra al Señor como se lo dicta el Espíritu, pienso hoy».
Nosotros hicimos las “Visitas”: siete Padrenuestros, Avemarías y Glorias, y siete “Adorado y Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar”, en la Compañía, San Francisco, Santa Teresa… y cuando salimos corriendo hacia Santa Domingo, dije:
—Me hago pis, abuela; y tengo hambre. Vamos  a una confitería.
—No hay ninguna abierta, hoy. ¡Bueno estaría! ¡Un Jueves Santo!
—Pero yo no doy más— insisití, con las piernas cruzadas.
—Aguántate, que eres hombre; más sufrió Nuestro Señor por nosotros.
—Quiero ir al baño, por favor; no aguanto más. Mirá, hago ahí en ese arbolito de la vereda y vamos; aguanto el hambre.
  Mi abuela miró para todos lados y con mucha vergüenza me dio la espalda: casi un hombre,  orinando en público el Jueves Santo, era una horrible afrenta para aceptarla sin más.
  Apenas había terminado mi cometido cuando la abuela se prendió a mi brazo:
— ¡Ay, Dios mío! ¡Un perro negro! ¡Puede ser una señal del enojo del Señor!
—No es negro, abuela; es gris, como el de Don Bosco; era un ángel que lo acompañaba a llevar la Comunión,  me contó mi papá que le dijeron los salesianos.
Un poco más serena iba a reiniciar la marcha hacia la Calle Ancha, cuando tropezó con una baldosa rota y se cayó en la vereda oscura. Entre sus ayes y mis gritos parecíamos anticipar el Viernes Santo. Le sangraba la rodilla y pedía perdón por no cumplir con la celebración.
Pasaba bastante gente, con lo del Jueves Santo y Las Visitas. Pronto tuvimos ayuda para la abuela;  un dominico  angelical en su hábito blanco, la ayudó a subir al coche de otro feligrés: “Una persona de bien, señora; vaya usted en paz. Dios conoce su corazón”.
       En cinco minutos estábamos en casa. Papá la llevó a la suya. Me quedé sin flan, pero no me importó demasiado.
Cuando arrancó el auto, me acurruqué junto a mamá y a mi preciosa hermanita; menos mal que mamá la esperaba en el patio, si no, a saber qué golpazo le habría dado la cigüeña desde el aire. Y menos mal que le pusieron María Marta.