—Linda casa—comentó la vendedora de
pasteles.
—Linda—contestó su compañero.
—Merecida la tiene, Don Mariano, por
honesto y leal.
—Así le han pagado los de la Junta.
Lo han nombrado embajador en Inglaterra.
—Se sacaron los estorbos ‘del medio’.
A éste, por ‘jetón’ se lo han dado a los gringos; a Belgrano, como es más
quedadito lo han hecho milico a la juerza; que se lo coman los mosquitos en el
Paraná.
—Y a ‘ujtede do´ no les van a
alcanzar las patas cuando les echen mano los ‘cogotudos’, por lenguas largas—gritó
la Candela que volvía del matadero con el canasto a la cabeza.
Mientras se perdían calle abajo, llegaban
desde el patio de la casa las risas de Marianito y la niñera, y los ladridos
del Gauchito. Bajo una llovizna leve, un aroma de madreselvas y jazmines
anunciaba la plenitud de la primavera en Buenos Aires.
Por un momento, María Guadalupe
Cuenca sonrió a la escena; canturreaba
unos versos que se le habían ocurrido unos meses antes, para la segunda carta a
Mariano:
Amado
Moreno mío/ dueño de mi corazón
de mis suspiros de niña/de mi vida y de mi amor.
Ahora
que te han llevado/no me puedo consolar.
Mi pena
se me hace canto/pero vos no me escuchás.
¡Es
tanto mi sufrimiento/por tu ausencia y el temor!…
¿Y si en
el mar te me pierdes, y yo me pierdo sin vos?
Volvió frente al secreter para
meditar y seguir repasando y escribiendo sus memorias. Así había escrito a poco
de llegar a Buenos Aires, en 1805.«Vida sencilla y digna, la de los
Moreno. Desde los catorce años, cuando nos casamos, la vida con Mariano es una
loca aventura de cimas y abismos; gracias a la Virgen no nos falta el amor.
«Ya han habilitado a Mariano para que
ejerza la profesión. Tenemos nuestra casa.»
«Marianito ya tiene ocho meses; es
nuestro premio cotidiano»,
Y al año siguiente: «¡Calificaciones
brillantes!¡Cuánta clientela!
A veces no veo a Mariano; a veces no
puedo entender sus problemas políticos.
Añoro las veladas plácidas de
Chuquisaca, y a mi buena mamá que Dios guarde en Paz.»
Pero después del glorioso 25 de mayo
de 1810, Mariano, había ido cayendo en desgracia. «Tristes Navidades marcadas
por los rencores y la incomprensión. Mariano ha renunciado a la Junta».
Ahora vuelve a tomar la pluma: «Mariano va rumbo a
Inglaterra. Aquí estoy con mi hijito, amenazada de pobreza y empapada de
soledad y angustia. Ya van cuatro meses sin noticias.»
« Mi pena se me hace canto, pero vos
no me escuchás. »
Desde el pasillo la alertó el
chancleteo de la Simona.
—Amita. Esto han ‘dejao’ en la cancel.
María Guadalupe, sentada frente al
secreter, dejó la pluma en el tintero, escondió el pañuelito en una de las
mangas del vestido y se volvió hacia la esclava.
La negra, expectante le alargó un
paquete mediano y se quedó a su lado. Había confianza de años; sabía que podía
compartir su curiosidad y la emoción del ama.
.«Pobre, mi niña. Otra vez llorando» pensó mientras la joven
señora desataba el paquete misterioso. «Demasiado envoltorio para ser buen
augurio»
Guadalupe rasgó el último papel, levantó
la tapa de la caja y se derrumbó sobre la alfombra con un grito ahogado en
sollozos.
—Ay, Dios mío; Mariano…
—¡Amita! ¡Mi reina! «Le hubiera valido más
quedarse de monja en Chuquisaca»
Junto al ama se habían desparramado
como mariposas negras un abanico, unos guantes y un velo de viuda; y un paquete
con las últimas cuatro cartas que le envió al barco; todas estaban cerradas. Y
nada más…Nadie le explicó que él yacía
en el fondo del mar, envenenado y envuelto en una bandera inglesa.
Mientras la abanicaba y le ponía un
almohadón debajo de la cabeza, Simona invocaba a la Virgen por el descanso
eterno para su enérgico y justiciero amo; y al ancestral Olorún, le pedía una pedrea
de desventuras para Saavedra y sus secuaces.
En el patio había arreciado la
lluvia. Silencio. Al pequeño Marianito le había llegado la hora de crecer, de
repente, a los seis años
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