Es un día
precioso, soleado; por la ventana de la coqueta salita se ven las primeras
rosas entre las hojas tiernas de la nueva primavera. La salita es una jaula
deliciosa y protectora. Y es como un teléfono descompuesto, que no deja oir
nada de lo que pasa afuera, salvo lo que uno desea oir
. O como un precioso
sombrerito lleno de cintas y flores de tul, bajo el cual duermen algunas ideas
geniales, que a veces se vuelven pesadas o molestas. Cole Porter suena suave e
intenso: Let’s Do It . “Vamos a hacerlo, vamos a enamorarnos”.
Rosita se
sienta en un sillón mullido, junto a una de las muchas mesitas llenas de
delicados bibelots. Viste a la última moda Dior: falda arriba de las rodillas,
talle larguísimo, larguísimo collar… Trae un libro en la mano: “Estos placeres”
de Colette.
- ¡Qué
loca, esta mujer! ¡Qué decidida! Lee bisbiseando y piensa por un momento:
“Vindicar los derechos de la carne sobre el espíritu y los de la mujer sobre el
hombre”. ¡Es sublime! ¡Hacerse dueña de la propia vida! ¡Ser parlamentaria,
como Nancy Astor! ... Bueno… Debe costar lo suyo llegar tan arriba. ¿No es muy
fuerte? Y no debe quedar mucho tiempo para cuidarse y estar bien… ¿Piquitos? Se
levanta. Abre la jaula del canario, y lo besa, mientras se mece al ritmo del
fox-trot.. Suspira, toma el teléfono blanco y dorado y disca, lánguida.
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-Hola, Federico. -.............................................................................................................................
- Estuve leyendo a Colette, hasta recién.
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-Y, esto es lo que más me llegó: “Hay menos maneras de hacer el amor de lo que
se dice, pero más de lo que se cree.”
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-Claro que me atrevería a probarlo, con un compañero divertido.
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-No digo que no, querido; aunque lo conozco a usted tan poco…
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-Es cierto… Un poco de lectura inteligente, y mucha, mucha diversión. ¡Es
maravilloso disfrutar tan a pleno! A veces pienso si no somos demasiado
imprudentes probando de todo. Hay que madurar…
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-Oh, sí; ahora que ya pasó esa guerra espantosa, y toda esa horrible pobreza…
Aunque por ahí veo cada vez más gente pobre en la calle. ¡Qué desagradable!
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-Ya fuimos al cine esta semana, y al hipódromo. Voto por el club social.
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-Le espero, querido amigo. Hasta luego.
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Como repasando, hojea de nuevo el libro mientras murmura: - Podría ser, con
Federico… Mmmm. No sé dónde lo leí: “Me gusta un hombre fuerte, rico y
estúpido”. Ja, ja, ja, ja. Rosita busca entre sus discos de pasta. ¡Listo! ¡A
la victrola! Estalla un charleston: “¡Ay, mamá; qué te pasa con papá!”… Rosita
salta del sofá y baila. De a ratos taconea; de a ratos patalea y bracea
libremente, mientras sacude al ritmo su melena “à la garçon”. Suena un
llamador. Una mucama joven y bonita, con cofia y delantal negros bordeados de
puntillas blancas, acompaña al elegante y atildado Federico. Taconeando,
silbando y braceando, él se acerca a Rosita. No hay tiempo para la etiqueta. La
vida pasa tan rápido… –Bonjour. ¡Qué “charme”ma cherie! Mientras baila arroja
su panamá a un perchero, junto al sombrerito de tul y plumas, de Rosita. Y
junto a la jaula dorada del canario. Con un trino de cristal, Piquitos corea el
charleston. Ellos giran a los saltos por la salita, silbando al compás y riendo
a carcajadas… - Oh; usted está elegantísimo… (Y buen mozo, y riquísimo-
piensa).
La criada
deja en una de las mesitas una bandeja con masas y bebidas; pestañea promesas a
Federico que le guiña un ojo al pasar; Rosita sólo sabe del charlestón que baila
y del cigarrillo que Federico coloca en su boquilla. - Y riquísimo, además -
agrega ufano. Es que las dos palabras más importantes para mí son “cheque
adjunto”; por eso la suerte me sonríe; será que soy digno, ja, ja, ja, ja. Se
sirven de la bandeja. Él se apoya sobre sus hombros; ella cierra sus ojos
bordeados de negro y recuesta, mimosa, la cabecita hueca. - ¡Listos para ir al
club! ¡Mi Ford nos aguarda! -Bombones, flores, champán, champán, y mucho
charlestón. ¡Oh, qué linda es la vida! ¡Fuera ideas negras! - Somos jóvenes, y
estamos vivos y triunfantes. Es obligatorio ser felices. ¡Viva! Toman sus
sombreros y corren, anhelantes hacia el auto.
Más allá,
la historia separa el glamour de los Años Locos, de la agazapada y amenazante
Depresión.
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