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jueves, 7 de junio de 2018
viernes, 1 de junio de 2018
SÓCRATES
El padre lo bautizó Sócrates, porque el chico era rápido
para entender y explicar cosas; una rústica familia de labriegos analfabetos,
los Sosa. Él no fue brillante en la escuela, pero siempre se lucía como
zapateador y caballero colonial en las fiestas patrias
Cuando se quedó solo, aunque no era demasiado leído ni
avispado, fue sacando adelante su campito: una hectárea de pastos y
frutales, bien trabajada y
rendidora; algunas cabras y un par de
caballos; un buen partido.
También se amañó para farrear y enamorar “chinitas”, y
escabullirse de las madres; con los padres no había problema: eran
desconocidos, o compinches de cualquier otro masculino cercano.
Las “chinitas” lo perseguían. Y él se dejaba querer, sin más
compromiso que acompañarlas como bailarín en las fiestas de la escuela, algún
beso robado, o un piropo al paso. Sacaba cuentas de tiempo libre, gustos y
gastos; se daba los primeros, y evitaba los segundos. Nada de regalos caros por más que fuera el
cumpleaños, o la Fiesta Patronal. Ya se sabe, las mujeres abundan y los hombres
escasean, como en todas partes. ¡Para qué encadenarse si tenía buena estampa y
estaba siempre listo y satisfecho!
A la Etelvina le tenía ganas;
le gustaba vestirse lindo y andar perfumada para las fiestas. Como había
heredado animales y casa y se manejaba sola con el campito, no le andaba
rogando La Etelvina era vivísima y
sabía esperar: algún día…Pero, mientras tanto, le aceptaba bailes y mimos.
Así es que Sócrates Sosa se estaba haciendo viejo y seguía
solito y sin apuro.
Bastante cuarentón, se volvía cada día “más o más”; dependía
de lo sobrio que estuviera: más atrevido y piropeador, si “no”; o más huraño y negativo, si “sí”.
Una siesta de otoño, en uno de los días “sí”, estaba sentado tomando unos mates Y entró a pensar
en su vida; y sintió cosquillas en
la cabeza y en la barriga. ¡Ave María Purísima! ¡Estaba deseando y pesando a la
vez! ¡La cabeza y el corazón trabajaban juntos!
Se le prendió la lamparita de los sueños: Una noche de invierno,
bien abrazadito a “la Etelvina”; una tarde de otoño, un paseo a caballo con la
china abrazada a la cintura, sintiendo las pataditas del chico por nacer. Le
latió el corazón y se le pintó una sonrisa.
«¡Pucha! Me gustaría tener una mujer linda, para mí solo, y un hijo, o
dos».
¿Será que era su día de suerte?
Como si la hubiera conjurado, vio a la Etelvina que venía pastoreando unas
cabras.
Linda, linda, no era; por algo estaba sola a los “treintaytantos”.
Pero sí, coquetona y decidida. Zonza, tampoco; el campito de Sócrates era
rendidor, y el rancho, grande y limpio.
—Buenas, Etelvina. ¡Cómo está la primavera, que hasta las flores
andan!
—¡Qué primavera, si es junio! ¡Ya está por caer la helada!
—¿Vos decís? ¿No tendrás frío a la noche, tan solita?
—¡Tan preguntón! ¡ Cosa mía, supongo! ¡Vos también sos solo!
Pestañeó. Se arregló la trenza
— Es tarde...Me voy.
Ayudame a guardar las cabras, si querés.
—Y me quedo con vos, ¿ah? Nos cuidemos juntos. — Y tentó un avance a
la blusa colorada y al poncho bordado de flores.
— ¿Quién te ha dado confianza para que me andés tanteando? Quedate
solo, no más. Ya te veo las intenciones. Mirá que yo soy cristiana y no me
“acollaro”; “casorio”, o nada. — Y empezó a irse seguida de las cabras.
¡Se iba!... El corazón de Sócrates le hizo saltar las barricadas, alcanzar el último cabrito y arrastrar las alpargatas a su ritmo. Casi oía tintinear sus principios: libertad y bienestar. ¿O le tintineaban las monedas que tendría que gastar a partir del “Sí” de la Etelvina?
domingo, 27 de mayo de 2018
EN LA QUINTA ESQUINA
“La Quinta Esquina”, se llamaba la zona de
calles en diagonal; y también el bodegón. Todas las noches los tahúres se
sentaban alrededor de una mesa pentagonal; los lugares estaban numerados, del uno al
cinco El dueño, el anotador se ubicaba
siempre en la quinta esquina, cerca de
la barra, para atender al mismo tiempo algún pedido de refuerzo. El tintineo de
los dados jugaba sobre el humo con la música del gramófono. En el número uno, Julieta, la preciosa
bailarina treintañera, brillante de lentejuelas, acompañaba la ronda, sentada
sobre las rodillas del tonto de turno, para que se desconcentrara y pudieran
“pelarlo”.
Esta vez, el tipo estaba de suerte; ganaba puntualmente. Y Julieta parecía extrañamente modosa;
disfrutaba, coqueteaba, pero no le
arruinaba los juegos. Entonces, Pablo Flores dejó la mesa y se fue a dar una vuelta.
Cerca de la medianoche, las
luces amarillentas del bodegón
pintaban el tronco de un paraíso
y la primera hilera de baldosas de la vereda; más allá todo estaba en
tinieblas. Pero la música estridente
alcanzaba a los vecinos que trataban de dormir.
Pablo volvió a entrar y se sumergió en el bullicio de “La
Quinta Esquina”. Quedó extático; no había nadie en el salón.
Nadie vivo, digamos. En el
piso, estaba Julieta… Degollada.
Sobre la mesa pentagonal, en
un charco de bebidas, flotaba un
revoltijo de dados y ceniceros llenos. La bailarina yacía retorcida y ensangrentada
sobre una alfombra de vasos y botellas en añicos. Las manos rígidas hablaban del espanto; la derecha, empinada sobre la
muñeca, como frenándolo; la izquierda, crispada sobre un bollo negro; de la
mugre del suelo, sin duda.
No se espantó por los ojos
desorbitados y la boca abierta en el grito final; ya estaba curtido en estas
lides. No se detuvo a verificar si realmente estaba muerta; su ojo profesional
de policía inteligente lo había detectado al instante; también sabía que la
escena del crimen no se toca en ausencia del cuerpo judicial; y además, su
tremenda barriga no le permitía acuclillarse.
«Habría que llamar a la comisaría»
pensó. Pero estaba muy cansado y no tenía apuro; se sentó y se puso a mirar el
cadáver de la chica.
Varias veces habían estado
juntos, por las tardes, en cualquier albergue
próximo. Lástima que su figura descuidada y decadente y su bolsillo raquítico
de jubilado, no colmaban las expectativas de Julieta; no es fácil conseguir
clientes para un barcito, en un barrio apartado. Ahora que tenía algunas nuevas ofertas favorables, Pablo
había venido a buscarla; pero ya era
tarde.
«Triste» pensó. Y se rascó
la calva. Aunque el bolsillo estuviera
más próspero, él no rejuvenecería; su cabello no iba a crecer ni bajaría de peso.
« Después de todo»
caviló «ella
volvería a irse».
No entendía el por qué de
esa incomodidad creciente….en el pie… en la cabeza…Con esfuerzo levantó un vaso
roto que le estaba punzando bajo la
zapatilla. Algo le molestaba también en la calva, o debajo de ella, o a causa
de la calva, y no podía entenderlo… Parecía como una luz creciente que afloraba en su cabeza agotada. Apoyó el codo en la quinta esquina de la mesa.
Alguna vez había estado… cuando se fue…
¿anotando?… ¿unas horas antes? …¿un rato antes?
Volvió a mirar el cadáver y a tocarse la cabeza: la mano de Julieta se crispaba, en realidad, sobre su ausente peluquín.
Volvió a mirar el cadáver y a tocarse la cabeza: la mano de Julieta se crispaba, en realidad, sobre su ausente peluquín.
En ese instante
se le encendió una ola inmensa de
recuerdos; se había ido, borracho y
furioso porque el de la primera esquina toqueteaba demasiado a Julieta, y seguía
ganando. Furioso porque ella lo
disfrutaba sin cuidar del negocio. Cada vez más furioso, hasta que rompió el
vaso en que estaba bebiendo. Tan rabioso, que no escuchó los gritos y las
carreras de los que escapaban llevándose la mesa por delante cuando él se paró
y la tironeó hacia el vaso que acababa
de trizar y con el que le rebanó su precioso y despavorido cuello.
Una sirena aullante acompañó la frenada
del auto policial.
Antes de que lo alcanzaran, Pablo hundió violentamente el trozo de vidrio
en su propio cuello.
sábado, 26 de mayo de 2018
El Choque
Cada año, el Día de Reyes, la
procesión del Candombe salía a las calles del Buenos Aires virreinal.
Varias crónicas recogen la copla dominante:
“ Celebran el seis de enero/ el día
de San Balthazar/,
el Santo más candombero/que se
pueda imaginar”.
Aunque se alertaba desde los
púlpitos sobre el origen pagano del festejo, los blancos asistían al
espectáculo desde veredas y balcones. No
faltaban los frailes que dirigían el Rosario y las beatas que pasaban el
cepillo de la limosna.
Desde el cielo gris, la tormenta
urgía a la concurrencia. Pero el Poderoso Olorún sujetaba las nubes amenazantes; así complacía el ruego ancestral.
Cientos de africanos y criollos, puros o mulatos, viboreaban al son de panderetas, collares de vainas secas, o cualquier trasto resonante; y entre las coplas en castellano, se filtraban las plegarias bantú, las preces de hechizos y bendiciones y los requiebros sensuales y obscenos. Los tambores guiaban a cada Cofradía. Con estandartes rústicos y colorinches se identificaban las distintas barriadas y sus santos cristianos protectores. Dioses amasijados en el sincretismo que aseguraba la supervivencia…
Cientos de africanos y criollos, puros o mulatos, viboreaban al son de panderetas, collares de vainas secas, o cualquier trasto resonante; y entre las coplas en castellano, se filtraban las plegarias bantú, las preces de hechizos y bendiciones y los requiebros sensuales y obscenos. Los tambores guiaban a cada Cofradía. Con estandartes rústicos y colorinches se identificaban las distintas barriadas y sus santos cristianos protectores. Dioses amasijados en el sincretismo que aseguraba la supervivencia…
El negro Balthazar inauguraba el desfile. Lucía
joven, vibrante y fuerte con su ropa de esclavo: camisa y pantalón blanco, pies
descalzos.
Los suyos lo habían reconocido
como el elegido de Olorún por su maestría innata con el tambor y su don de
gentes. Y por algo como un halo invisible: aquella chispa ladina y
fosforescente en sus ojos negrísimos.
Desde sus brazos, el instrumento traducía las voces del espíritu: ora, un lánguido rumor adormilado y sensual, de fatalismo; ora un estrepitoso despertar de orgullo; y siempre, como un entramado poderoso, el redoble, el corazón de los dioses. Emanaba una sabiduría superior, que rebajaba la soberbia de los amos.
Desde sus brazos, el instrumento traducía las voces del espíritu: ora, un lánguido rumor adormilado y sensual, de fatalismo; ora un estrepitoso despertar de orgullo; y siempre, como un entramado poderoso, el redoble, el corazón de los dioses. Emanaba una sabiduría superior, que rebajaba la soberbia de los amos.
Aquellos ojos especiales permanecían fijos en el horizonte del puerto; tal vez en la evocación de su tierra y de su viaje
de esclavo.
De pronto, giraron apenas hacia
la izquierda.
De una de las iglesias salió una
procesión: un acólito con incensario y otro con un Crucifijo de largo pie, precedían a cuatro sacerdotes viejísimos;
ellos sostenían sobre los hombros temblorosos un altar portátil de la Dolorosa,
con sus manitas orantes y su corazón ensangrentado. Detrás de los ancianos, un
grupo de niños vestidos de angelitos cantaba “Perdón, Señor”, “Líbranos del Maligno”.
El redoble magistral del tambor
cambió a un ostinato bronco, amenazante; se alteró la marcha de la serpiente multicolor;
el paso vibrante se volvió aleteo sigiloso.
Entonces, Balthazar sacudió las
baquetas en el aire. Silencio tembloroso. Hubo un estallido atronador, y el rayo estrepitoso se desprendió del cielo
amenazante. En medio de alaridos de
terror la gente se arrodillaba y se
persignaba. Los chiquillos y los
viejitos corrieron espantados al templo, y la buena María alcanzó a ser
atrapada entre el aire y los adoquines por dos creyentes próximos: uno blanco y
uno negro.
Y la tormenta siguió extática sobre la muchedumbre. Ni una sola gota. Ni un relámpago más. Ni un leve brisa.
Y la tormenta siguió extática sobre la muchedumbre. Ni una sola gota. Ni un relámpago más. Ni un leve brisa.
El candombe reinició la marcha. Balthazar brillaba impasible, majestuoso y eficiente.
Detrás, las carcajadas desvergonzadas sacudían el cielo expectante.
Detrás, las carcajadas desvergonzadas sacudían el cielo expectante.
domingo, 22 de abril de 2018
ATORMENTADA
Se alzan las murallas de la injusticia, del rencor y del
recelo y nos cortan el paso hacia el
azul que ni siquiera podemos adivinar. Amontonan pesadas cataratas, diluvios de
venganzas. Hijas de las mismas olas
sobre las que se yerguen. Hijas del
egoísmo y de los miedos. ¡Tanto llanto
latente y silenciado! ¡Tanta furia amordazada! Hace mucho que taparon el sol; alrededor y por encima de ellas, todo es lóbrego.
Pero desde abajo, desde lo íntimo, desde la cueva en la que
se refugia el alma, un reflejo pálido habla de… ¿rebeldía y esperanza? Y va trepando por la ladera, sueño asustado,
pero valiente.
¿Cuánto falta para que pueda liberarse? ¿Cuánto para que
arraigue en cicatrices sanas? ¿Cuánto para que llueva, dulcemente sobre los
sueños rotos y caigan derruidas las murallas? Entonces se abrirá un horizonte azul
y renovado; y alzará su vuelo, asida a un barrilete.
Enlace: ATORMENTADA
miércoles, 18 de abril de 2018
DESAFÍO
"Un adolescente es una caja de sorpresas; tres primos adolescentes, son un cartucho de dinamita listo para estallar."
Glosario:
*Guaguas: bebés; niños pequeños.
*Churquis: vegetación rústica del monte serrano (garabatos, mistoles, piquillín, muña-muña,etc)
*Salamanca: cueva mítica donde Zupay (el Demonio) hace orgías con sus adeptos.
*Huayra: Viento.
* Pampero: Viento muy frío, de la zona central de Argentina.
Así piensan nuestros padres; por eso nos mandan al campo, a la estancia, para que detonemos al aire libre sin que nadie perezca en el evento.
Pero no hay garantías.
Pero no hay garantías.
¡A quién se
le ocurre, más que a los abuelos, traernos de vacaciones a Santiago del Estero y hacernos dormir la
siesta! Por suerte, los dos roncan a mil decibeles y hemos podido salir
sigilosos hasta la tranquera.
Anoche,
después del Rosario con la abuela, hubo cuentos de fogón, con los peones
más viejos…
«Pa’ que se asusten las guaguas*» comentaron los mayores, con risitas
socarronas y desafiantes.
- Guaguas… Je… ¡Somos “La banda de la
efe” (Felipe, Federico y Fernando… y feronomas) y esta será la hazaña gloriosa
de las vacaciones!
Después, se viene el rígido molde del Colegio
San Miguel, al que estamos destinados por la orgullosa tradición familiar.
Desde el
fondo de nuestra masculinidad arrancan blasfemias, chistes sucios, canciones
prohibidas. Todo a los gritos, para que repique lejos. Para que nos oiga el
diablo, y sepa que venimos a conocerlo, sin miedo a nada.
Arden las
piedras y los churquis* reverberan; y también nuestras cabezas; fugados por el
monte, lanzados a la búsqueda de la Salamanca y el Zupay*, no vamos a andar
pensando en sombrero y cantimplora.
Un silencio
poblado de siseos nos va envolviendo desde las sombras rústicas de los
mistoles. Desde el oeste asoman unos nubarrones premonitorios. A cada paso, se
nos apagan los gritos y los saltos y las carcajadas.
Somos un
trío silencioso y fatigado el que se encuentra, de pronto, ante la boca de la
cueva.
—
Debe
de ser esta; asomáte, Fede, a ver si ves algo.
—
¿Yo solo? ¿por
qué? Vos y el Fer, son machos como yo,
creo.
Precavido, Fernando está juntando piedras… por las dudas. Y hurga
el fondo del bolsillo. No; no trajo el rosario.
—Lo llamemos— propone Felipe—. Los tres juntos. Vamos… ¡Zupay!
¡Zupay!
Y, créase o no, desde adentro de la cueva empieza a salir una
polvareda sonora de farra y bailanta. Los árboles zarandean sus
ramas espinosas y crujientes. Zupay, una
silueta negra y retorcida, un garabato
más en el paisaje, baila entre fogonazos de tormenta. Le zapatea una chacarera a una mujer desnuda y
desmelenada.
Gritamos y aplaudimos
desaforados; y, como nunca y nunca jamás, desplegamos un abanico de puteadas
inimaginables.
Zupay y la mujer sacuden sus melenas. Ahora estamos bailando,
con las piernas enredadas en los pelos largos y grasientos; “patiatados”, nos van arrastrando hasta la
cueva: la Salamanca. Somos tres muñecos rígidos, fascinados por la
magia.
En el repique de mil guitarras ocultas, late el convite diabólico: “Basta ya de misas
y de caridades; fuera los prohibidos y las confesiones; nada de pesares, nada
de llorar; vivamos la vida, que no hay otra más”. En un ritmo frenético, la
danza se trepa sobre los semitonos más agudos. Ahogados de adrenalina, vivimos un terrible
tironeo entre el miedo y el coraje. Zupay se aproxima. ¡Ahí está: la cara
espantosa, los ojos ardientes, los dientes afilados, el aliento sulfuroso!
—¡Ay, Diosito! ¡Pésame, Dios mío!— balbucea Felipe. —¡San Miguel Arcángel, ruega
por nosotros!
Y
el Fer y yo, también; ¡porque estamos pecando!, ¡por Dios!, ¡somos unos Judas! …
Y
Dios nos perdona. Nos envuelve piadoso, en un remolino fresco del huayra*; nos libera, inánimes, sobre las piedras. Rugiendo, Zupay se encoje; la mujer se diluye. A lo lejos, en la niebla del desmayo, suenan
tambores…
—Mocosos
de mierda; se han “insolao” los muy pavotes—
grita el abuelo mientras se apea
de la mula. — Si no fuera por el pampero*, los encontramos secos.
Vino con los peones; nos dan sorbitos de agua y nos mojan la cabeza; y mientras nos montan atravesados, comentan bien convencidos: «¡Castigo’e Tata Dios! ¡No se juega con los espíritus!»
Vino con los peones; nos dan sorbitos de agua y nos mojan la cabeza; y mientras nos montan atravesados, comentan bien convencidos: «¡Castigo’e Tata Dios! ¡No se juega con los espíritus!»
Glosario:
*Guaguas: bebés; niños pequeños.
*Churquis: vegetación rústica del monte serrano (garabatos, mistoles, piquillín, muña-muña,etc)
*Salamanca: cueva mítica donde Zupay (el Demonio) hace orgías con sus adeptos.
*Huayra: Viento.
* Pampero: Viento muy frío, de la zona central de Argentina.
miércoles, 4 de abril de 2018
Filosofía de hormiga
Soy hormiga, tenaz y solamente hormiga…
Obrera soy, soy parte de un producto;
Apenas una tuerca
De la máquina productora de comida.
Recorro tus senderos florecidos.
Para ti, son belleza
Para mí, son caminos
De rutina y fatiga.
Enfilada en la senda
Yo no veo colores ni texturas;
El mandato ancestral sólo recae
Sobre el verde nutriente de tus plantas,
O sobre los sangrantes restos de algún pájaro
Vencido en el camino.
Si por casualidad me detuviera
Estaría perdida;
Solitaria y hambrienta ,
Me pisará el tacón de algún zapato
O me secará el sol del mediodía.
A lo mejor, durante mi agonía
Podría percibir un
aire de camelias
O el suave pétalo, caído como yo,
Y como yo, muriendo.
lunes, 2 de abril de 2018
ARIADNA
Despierto del dolor y
el abandono
en la arena mecida
por las olas
del mar, y me decido:
No esperaré a Teseos
ambiciosos
que, por matar al
monstruo, me destruyan
y me entreguen, sufriente, abandonada,
al eterno capricho de la muerte;
a estos dioses
arcaicos que se visten
de mágica y divina
providencia
para saciar pasiones y soberbia.
Armada de un ovillo
de intuiciones,
de ensueños, de
saberes que percibo ciertos,
ato el hilo a las piedras de la vida
y me lanzo hasta el fondo de mi cueva:
oscuro laberinto de temores,
prejuicios…
y de ensueños.
Me dejo ir entre los
vericuetos
decidida a adueñarme
de mis miedos.
A veces, suavemente, se desliza el hilo;
otras, se anuda en cicatrices de experiencias muertas.
Si hace falta, lo corto con cuidado, lo anudo nuevamente…
Y sin moverme de la playa ardiente.
Firme, con el ovillo entre las manos,
ilumino mi propio
Minotauro,
mi hermano, al fin y al cabo.
Voy a hacerme su amiga, a alimentarlo
de sueños nuevos, de mis fuerzas nuevas,
de mis recién nacidas libertades…
Ya nunca más del sacrificio cruento
de mi vida cautiva y pisoteada.
lunes, 19 de marzo de 2018
Crecer
De pie, mirando al cielo se sintió demasiado pequeño,
apabullado por esa presencia silenciosa y ajena.
Era cierto que de ella fluía una paz inalterable, infinita…
pero agobiante; nada existía, fuera de los límites de la música ignota. Él era
una partícula más, prisionero de una órbita, y no podía permitirse ni un
suspiro ni una lágrima; mucho menos un grito, que desequilibrara el prodigio.
¿Qué prodigio? ¿El paso inalterable de las horas? ¿Las
sempiternas gotas de una vida inerte?
Entonces recordó el huerto de las manzanas prohibidas; la magia de desobedecer, de saltar al abismo;
de erguirse por encima del caos en otra realidad y seguir vivo; vivir con otro corazón, con
otro cerebro; con miedos nuevos y con
goces nuevos; con caminos nuevos. Y lloró y gritó mientras destrozaba fetiches inservibles.
En el fondo de su noche, entre los astros eternos,
parpadeaba un lucero nuevo; sintió el gozo de volver a estar de pie, mirando al
cielo.
sábado, 17 de marzo de 2018
SUPERARSE
Hierve la calle al mediodía.
Corriendo sin pensar en su rodilla
Que lanza artrósicos siseos
Avanza hacia el taller en que suscribe.
¿Taller de qué? ¿Qué día es hoy? ¿Danzas latinas?
¿O será, por ventura, PNL,
Para avivar sus dotes perceptivas
Y llenarse de amigas, (o de amigos)?
¡Cómo ha logrado superarse, Amalia,
De tejer escarpines para un nieto
O contarle recuerdos, en las tardes
Tan solas y aburridas del domingo!
Agitando su bolso de cuadernos
Anda esquivando motos, colectivos…
No importa, ella es feliz; es una superada
Recluta de la vida renacida;
A la tercera edad, rengueando y acezando,
Sigue ahuyentando los fantasmas tristes…
La triste soledad y el polvo silencioso
Que han quedado
de los años felices.
CRISIS
Cierto día, Penélope entró en
crisis: Ulises no volvería jamás.
¿Qué estaba haciendo ella? No era
tan necia como para no intuir a Calipso y la nueva familia. ¿Por qué cuidaba
tanto el fuego del hogar, y dejaba que su propia hoguera se llenara de cenizas?
¿Y esto de tejer de día y destejer de noche una mortaja para su suegro?
Desde la sala llegaba el bullicio
obsceno de sus pretendientes. ¡Pretendientes de las comilonas que estaban
fundiendo su patrimonio! ¿Quién pagaba por todo esto?
Aquella tarde se presentó en la
sala del banquete y brindó:
—¡A vuestra salud! Necesito descansar,
amigos. Os ruego que volváis mañana y tendréis una hermosa sorpresa.
Al otro día, los moscardones encontraron
las puertas cerradas y un gran cartel
lascivo y burbujeante: “Túnicas… y algo más…”. Intrigados, se prestaron al juego y esperaron en los
jardines; imagino que ellos pasaron el
día en su pórtico, ansiosos de estrenar una nueva túnica. Sin duda sería más
divertido que pasear en pos de Platón, por los jardines. Dos inmensos mastines
custodiaban la verja.
A media mañana aparecieron dos hermosas
esclavas que guardaron a los animales y comenzaron a tomar las medidas de los
clientes: el mejor dotado entró al palacio, para que la tejedora verificara y valorara sus dimensiones. Los demás debían sacar turno
al día siguiente.
Satisfecha, Penélope tejió telas,
chismes y leyendas, mientras que sus esclavas mantuvieron latente el interés,
para asegurar el resultado.
Al caer el sol, Penélope
entregó la túnica al favorecido del día, con una bella sonrisa. Él le dio un
espléndido bolsillo de monedas y se insinuó con el acostumbrado despliegue
masculino, en busca de “algo más”. Pero ella susurró: “No, Anacleto (u Orión, o
Teófilo)¡¡¡ Estoy tan cansada!!!” En realidad, él también estaba extenuado con
el ajetreo de las ayudantes medidoras; por cierto, no reconocería jamás en
público que seguía sin conocer la cama de Penélope.
Así, ella asoció a sus esclavas, creó
una empresa sustentable, superó su frustrante condición de princesa abandonada.
Y, además, pasó como mujer virtuosa y fiel al Panteón de la Historia Universal.
domingo, 11 de marzo de 2018
MARIPOSA
La primavera ha hecho de mi jardín inhóspito
una fragante coctelera de flores coloridas.
En la vibrante conmoción de trinos, en el compañerismo del perfume,
has venido al banquete, bailarina,
Embriágate, bonita mariposa Invítame a soñar con días de cordura
mientras sigues tu régimen de rosas y jazmines.
Llena de calma este vacío oscuro, de amor y de confianza; y borra lo obsoleto de mi rencor antiguo. Es mágico.
En la línea sinuosa de tu vuelo la amarga ingratitud se desdibuja,
el odio se diluye.
Territorio- 2016
una fragante coctelera de flores coloridas.
En la vibrante conmoción de trinos, en el compañerismo del perfume,
has venido al banquete, bailarina,
Embriágate, bonita mariposa Invítame a soñar con días de cordura
mientras sigues tu régimen de rosas y jazmines.
Llena de calma este vacío oscuro, de amor y de confianza; y borra lo obsoleto de mi rencor antiguo. Es mágico.
En la línea sinuosa de tu vuelo la amarga ingratitud se desdibuja,
el odio se diluye.
Territorio- 2016
El perdón
Juana y Blanca murieron el mismo día, a la misma hora: un Viernes Santo a las tres de la tarde.
Esto determinó que la separación que se habían impuesto cinco años atrás terminara, de golpe, a la Puerta del Paraíso.
Una historia de amor frustrado, engaño, envidia y muerte había separado a las hermanas. En el medio estaba el fantasma de Ismael. Blanca lo amaba y Juana se lo había quitado con un embarazo fingido. Blanca se confió a una bruja, y el bebedizo que ella le dio para recobrarlo resultó mortal para Ismael.
Junto a la puerta, Juana y Blanca se agitaban enfrentadas en anhelos de sangre; pero no había uñas, ni manos, ni carótidas: sólo el odio, mal sepultado bajo una montaña de buenas obras con las que buscaron, inútilmente, sanar en vida su ira y remordimiento,
La Puerta del Paraíso estaba cerrada con un grueso candado de nubes indestructibles: pero el frenesí de los sentimientos de las mujeres sacudió la Puerta; Jesús y el bueno de San Pedro alcanzaron a oírlo.
—Maestro— rezongó el viejo portero—Son las que mataron a Ismael. Otro par de almas indignas, que pretenden la bienaventuranza. Justamente en este día…
Jesús hizo un gesto de infinita paciencia: «Pedro… no te olvides del gallo…! Avísale a Ismael y a los querubines»
Como en el “Hágase” del Paraíso, Ismael apareció en medio de las hermanas y las abrazó en silencio. Los angelitos rompieron a cantar: «Perdón, perdón. Mi alma tienes sed de Ti», Y ellas lo coreaban bañadas de lágrimas y de luz. «Perdón, hermana,» sollozó Blanca». «Perdón, hermana,» suspiró Juana.
Ahora la puerta estaba abierta. Las manos de Jesús, claveteadas y resucitadas desde la eternidad, dibujaban sobre sus cabezas las buenas obras que habían realizado.
«Yo soy el Perdón», sintieron más que oyeron.
Y se encontraron en el Cielo.
Territorio de Escritores - 2016
El perdón
Aquí y ahora (2016)
(Para Territorio de Escritores- 2016)
Cuando leí “Autorretrato”, corrí a esconderme detrás de mi
armario de paradojas: timidez y audacia; humildad y soberbia…
Finalmente, después de alinear mis chakras, decidí sumarme al reto.
Me autoanalizo mientras busco mis anteojos. En la maceta de
clavelinas, no. En el piano, no. ¿En la heladera? ¡Sííí!… ¡Y también el mate!
Por suerte lo encontré antes de prepararme a cebar.
Bueno. Es normal, a mis agostos, tener la memoria errática;
y este es un rasgo notable de mi retrato.
Aquí va otro: Salgo a la calle con la misma ropa que usé
para arreglar el jardín: bermudas, musculosa y ojotas; y con el mismo
despeinado que maduró en ese proceso; total, voy hasta el almacén de la esquina…
Después, seguramente, omitiré maquillaje
y peluquería antes de ir a una reunión
social.
Me presento: Soy maestra y artista. A lo largo del camino aprendí a leer, a
cantar, a tocar el piano y la guitarra, a escribir literatura. Fui maestra
desde los dieciséis años; me jubilé hace veinticinco; y sigo dando clases en
Centros de Jubilados.
Soy única, como cualquier otro mortal, pero me encanta la complementariedad,
que se va haciendo a fuerza de arriesgarse a “meter la pata” y sacarla sin
salpicarse; en los “gracias” y los
“perdona” que van pasando por la vida.
Ella me ha ido dando mil oportunidades de ser buena persona.
La más importante, mi familia de origen, numerosa, luchadora y disciplinada. La
otra, paradójicamente, el desastre argentino del “Proceso”, que me puso de cara
ante la responsabilidad política y las decisiones personales maduras. Y,
finalmente, mi queridísimo marido, tan diferente y tan indispensable. Hace
cuarenta y dos años formamos nuestra nueva familia. Tenemos tres hijos y dos
nietitos. Realmente, nos amamos.
Creo que soy, ante todo, honesta; le hago mucho caso a mi
conciencia; es lo que me quedó de la estricta religiosidad de mis padres.
Mi aprendizaje y mi enseñanza más valiosos: observar y
esperar mi turno para hablar y enseñar.
Algo lindo y frecuente es este whatsapp: “Abu, cantanos un cuentito
tuyo”.
Mirándome
(Texto redactado en 2016, para Territorio de escritores)
Soy una viejita distraída y bastante sorda que pierde los anteojos y los encuentra en la heladera; que se enreda con el teclado del celular, y no tiene problemas para ir vestida como quiere y despeinada a donde se le antoja.
Y que no sabe de un gozo más grande que este frecuente whatsapp: “Abu, hacenos un cuento para cantar, que vamos esta tarde a tu casa.”
Bien; por lo menos soy realista.
Al objetivo, entonces: autorretrato
Soy una linda planta que ha crecido a fuerza de “adelantes”, “permisos”, “disculpas” y “muchas gracias”.
Lo mismo que cualquiera, soy única, mortal y perfectible. Mi sueño de inmortalidad está en los frutos del árbol de mi vida; y no hay árbol si no hay fecundación, contacto; si hay demasiadas piedras de caprichos, y demasiados yuyos de pereza.
Creo que lo mejor de mí, es la voz de mi conciencia; ella regula mis impulsos y me da energía para seguir creciendo.
Me defino maestra y artista; tal vez las dos palabras suenen a soberbia, pero son verdades. He sido y soy docente de por vida; pero fui modelando los ímpetus de rehacer el mundo a mi manera; a veces no fue fácil, pero aprendí a escuchar, a observar, a esperar los tiempos y las ilusiones de los otros; a rechazar la violencia y a aceptar que existe lo imposible..
Y soy artista, porque soy creativa: pongo mi voz en la música, en las letras, en el jardín, en la cocina… y en el amor a mi familia: mi marido, mis hijos y mis nietos.
Así voy abriendo desagües en mis propias macetas, para que no se ahoguen mis raíces,Mirándome
Soy una viejita distraída y bastante sorda que pierde los anteojos y los encuentra en la heladera; que se enreda con el teclado del celular, y no tiene problemas para ir vestida como quiere y despeinada a donde se le antoja.
Y que no sabe de un gozo más grande que este frecuente whatsapp: “Abu, hacenos un cuento para cantar, que vamos esta tarde a tu casa.”
Bien; por lo menos soy realista.
Al objetivo, entonces: autorretrato
Soy una linda planta que ha crecido a fuerza de “adelantes”, “permisos”, “disculpas” y “muchas gracias”.
Lo mismo que cualquiera, soy única, mortal y perfectible. Mi sueño de inmortalidad está en los frutos del árbol de mi vida; y no hay árbol si no hay fecundación, contacto; si hay demasiadas piedras de caprichos, y demasiados yuyos de pereza.
Creo que lo mejor de mí, es la voz de mi conciencia; ella regula mis impulsos y me da energía para seguir creciendo.
Me defino maestra y artista; tal vez las dos palabras suenen a soberbia, pero son verdades. He sido y soy docente de por vida; pero fui modelando los ímpetus de rehacer el mundo a mi manera; a veces no fue fácil, pero aprendí a escuchar, a observar, a esperar los tiempos y las ilusiones de los otros; a rechazar la violencia y a aceptar que existe lo imposible..
Y soy artista, porque soy creativa: pongo mi voz en la música, en las letras, en el jardín, en la cocina… y en el amor a mi familia: mi marido, mis hijos y mis nietos.
Así voy abriendo desagües en mis propias macetas, para que no se ahoguen mis raíces,Mirándome
jueves, 22 de febrero de 2018
Poema para una imagen
- I) Bate el mar en la costa su llamado,
- su incesante caricia milenaria;
- y la tierra, eterna adolescente
- inflamada de soles, se alboroza,
- y se hace madre de árboles,
- de los mismos que albergan nuestra historia.
- II) Baten mis manos el parche
- de mi tambor de madera.
- Baten tus pies, en la danza,
- tu cadera adolescente.
Palmera entre las palmeras
respondes a mi llamado
como la costa al océano.
Y muy cerca, a la sombra del castaño,
espera mi cabaña de madera.
Allí somos los dos, de mar y tierra;
vida bullente, savia de los hijos,
savia de árboles nuevos.
III- Y ahora vamos llorando, en la barcaza,
fugitivos del mar y la violencia.
Arrancados de cuajo, somos árboles
portadores de historias y de sueños,
¿Habrá otra tierra para que podamos
arraigarnos en paz, vivir sin miedos?
¿Habrá para nosotros un regreso
aunque la madre esté tan lejos, tan ajena?
jueves, 8 de febrero de 2018
Gabriela
Desde niña disfruté los poemas
de Gabriela Mistral; finalizando el secundario supe de su notable carrera como
pedagoga y de su añoranza de la maternidad que le negó la vida. Me permito,
entonces, jugar un poco con su biografía: inventar episodios, re interpretar lo
que puedo saber de ella en la Red, y recrear una Gabriela que quiebra mi voz
cuando les canto a mis nietos: “Es verdad, no es un cuento/ hay un Ángel
Guardián/ que te toma y te lleva como el
viento/ y con los niños va por donde van”.
Toda la tarde, Lucila había jugado a la ronda con sus vecinas: “Aserrín aserrán/
piden queso, piden pan”. Las hojas del otoño modulaban en medio del ritmo infantil.
Pero ya era hora de entrar a casa; pronto haría frío. Anochecía y empezaban a titilar las
estrellas. El canto infinito de las olas
llegaba mortecino desde la playa cercana. A través del vidrio cerrado, ella
miraba el cielo bordado de luces e improvisaba canturreando:
“Los astros son rondas de niños/jugando la tierra a
espiar...
Los trigos son talles de niñas /jugando a ondular..., a
ondular...
Los ríos son rondas de niños/ jugando a encontrarse en el
mar...
Las olas son rondas de niñas /jugando la Tierra a
abrazar...”
Mamá escuchaba desde la cocina:
—¿Quién
canta? —preguntó.
—¿Lucila
o Gabriela?.
Era el juego de todas las noches; Lucila inventaba poemas y
canciones y mamá los escribía en un cuaderno precioso, lleno de flores y
haditas. En cuanto Lucila aprendiera a escribir, lo haría sola.
¿Y por qué Gabriela?
Lucila había elegido su pseudónimo: Gabriela, la mensajera; y la mamá había sugerido Mistral, para el
apellido. “Mensajera del viento”, explicaba Lucila a su familia; “el Mistral es
un viento molesto y frío, pero suena bonito”.
Lucila vivía una infancia feliz; no la envanecía su talento;
jugaba, trepaba, corría; se sabía amada y mimada por la vida.
Pasaron los años. Empezó a publicar y el mundo aplaudió su
poesía clara, elegante y alegre. Y jerarquizó su pseudónimo: “Es Gabriela, por el
italiano Gabriel D’Annunzio, y Mistral,
por Fréderic Mistral, poeta occitano”. ¡No importa! Su voz siguió corriendo
como el viento, llena de mensajes claros y emotivos.
Un día llegó el amor;
después, la esperanza frustrada de un
hijo; y el desencanto y el suicidio del amado.
Desesperada, Lucila estaba sepultando a Gabriela… Lucila se resistía al paisaje sereno de sus
versos.
Pero todo tiene su tiempo para madurar; un día, el dolor
floreció en poemas.
Y entre lágrimas, algunas rabiosas, otras nostálgicas,
muchas esperanzadas, le escribió a la muerte, al vacío (“El viento hace a mi
casa su ronda de sollozos/ y de alarido, y quiebra,/como un cristal, mi grito”)
; a los niños de pies descalzos (“Piececitos de niño, /azulosos de frío, /¡cómo
os ven y no os cubren, /Dios mío!”); al hijito
que se acurrucaba en sus recuerdos y al que sentía latir en cada niño (“¡Un
hijo, un hijo, un hijo! /Yo quise un hijo tuyo y mío/, allá en los días del
éxtasis ardiente, /en los que hasta mis huesos temblaron de tu arrullo /y un
ancho resplandor creció sobre mi frente”)…
Gabriela Mistral vivió intensa y serenamente su solitario
periplo: audaz pedagoga autodidacta,
embajadora, literata; primer Premio Nobel de Literatura para una mujer
latinoamericana.
Cuando repaso su historia o me estremezco con su luminoso
sentir, digo con Bécquer: “Poesía eres
tú”.
lunes, 29 de enero de 2018
LA ODISEA DEL JUBILADO
—¿Disfrutando?— me preguntó el marinero .—¿Quiere ver las sirenas?
Era un tipo extraño para los estándares de la tripulación del yate. Había algo frágil y danzarín en su marcha y una cierta chispa de picardía en su mirada. Y esa conducta despreocupada, irreverente hacia el pasajero…
No lo recordaba, pero tampoco me preocupé demasiado; si bien el barco era pequeño y la tripulación escasa, no era probable que uno conociera a todos los marineros.
Me guiño un ojo y siguió su camino, mientras yo me repantigaba en la hamaca para llenarme de silencio e inmensidad.
Estaba anocheciendo. Pronto servirían la cena. Mis compañeros de viaje empezaban a dejar la cubierta para cambiar las mallas y bermudas por trajes formales.
Este viaje era mi sueño de oficinista viudo y jubilado; mi duelo había terminado al salir del cementerio; ya fuera reposando y disfrutando paisajes o corriendo aventuras, había que seguir viviendo; mejor si había sirenas.
Desde el mar subían aromas limpios y sonidos adormecedores; todo mi cuerpo se abandonaba al antiguo encanto de la cuna.
Sopló un viento suave; el canto del agua se hizo más intenso y posesivo.
Curiosamente, volvieron a chistar las zapatillas del marinero; esta vez se dirigía al área de los botes; otro saludo fugaz, otro guiño, y un consejo: “Escúchelas bien. Noche sin luna. Noche de sirenas…”.
«Sirenas, sirenas…» cavilé somnoliento. «Ya sé que las sirenas son mentirosas y embaucadoras; también sé que no existen»…
De pronto, el canto se trocó en lamento. Sobresaltado, dejé la hamaca y me asomé por la borda. Algunas sombras sugerían riscos en la playa cercana. Ahora los sollozos alternaban con trinos y risas.
Nadie más parecía conmovido por el misterio. Tal vez no llegaban las voces a los camarotes donde se duchaban y perfumaban los huéspedes.
Era extraño; me inclinaba fascinado, como si me abriera a las leyendas. La música ganaba en cálidos vibratos, sin aumentar su intensidad. Pura adrenalina demandante, asfixiante. ¿Acaso las sirenas estarían sentadas esperando navegantes incautos o pasajeros adormilados?
De la nada, apareció el marinero en medio del océano. Piloteaba un salvavidas fluorescente y me llamaba con gestos excitados.
Mi propia alma me catapultó al mar y animó mis brazadas hacia el bote cada vez más alejado de mí, cada vez más cercano a la costa. Me pareció que iba al garete.
«Pero yo lo vi. ¿El marinero no subió al barco, entonces? ¿Qué habrá sido de él?»
Una bruma dorada envolvió el bote vacío. Seguí mirando, absorto, cada vez más relajado, casi un tronco flotante. Y fui testigo de la metamorfosis: una sirena dorada emergió de la bruma; sobre sus sinuosos cabellos chispeaba el casquete del marinero, a guisa de corona. De pie en el barquito, me llamó con movimientos envolventes, señalando hacia sí misma y hacia el fondo del océano.
Me invadió una pereza fría y voluptuosa, y sentí que me hundía para siempre.
jueves, 14 de diciembre de 2017
Viva la música
Faltaba un año para la Ordenación, cuando Ricardo pidió una
dispensa y volvió a su pueblo: su madre y sus dos tías eran viejecitas, estaban solas... Había que practicar las Obras de Misericordia.
Buen pianista, tenor aceptable,
el devoto novicio era un joven muy atractivo; sobre todo, con
sotana.
El Párroco, un viejo bonachón, le encomendó la dirección del Coro.
—Disfuta de la gente y de la música. ¡Ah! Podés andar sin
sotana, amigo.
Todos felices: las viejitas perduraban con su niño en casa; Ricardo y el cura con la música; y las alborotadas chicas del pueblo que se
desvivían por robarse al elegido…
En especial Carmela, la profesora de piano; era una peticita
coqueta y eficiente; no era muy “beata”, pero se le había despertado de pronto una fuerte vocación de servicio, y
se unió al grupo.
El Coro era promisorio en alegría cristiana. El problema era
dirigirlo y bregar con el armonio destartalado… Y con Carmela.
—Es difícil mantener la vocación fuera
del convento— se confesó Ricardo una tarde.
—La vocación de servir a Dios no se pierde por las chicas. El
Matrimonio también es un servicio divino— sonrió el párroco. —Mientras
seas sincero…
Para la Semana Santa,
el “Stabat Mater” estaba tan verde como los ojos del “padrecito”; y la
pícara Carmela no prestaba atención:
—Señorita Carmela; más marcado el pianísimo…
—Sí, sí… Es que este teclado es tan viejo…
—Pruebe articulando así los dedos y la muñeca.
Y tomaba los finos dedos y la muñeca grácil, entre los
suyos torpes de tímida osadía.
Los ojazos marrones de Carmela chispeaban de risa; los de las
otras chicas, de envidia.
—¡Ay! Cierto que era Si bemol… Tal vez si lo ensayamos en el
piano de casa… Ricardo…—sugirió una tarde, pestañeando.—Mamá estará encantada de recibirlo.
Doña Maripepa sirvió el té con masitas y los dejó ensayando; una y otra tarde…
Las vueltas de la vida: Después
de Pascua, el Prior recibió la renuncia de Ricardo; cerca de la siguiente
Navidad, la invitación para venir a
casarlos. Doy fe de que nací diez meses
más tarde.
domingo, 3 de diciembre de 2017
GRACIAS A LA VIDA
No fue una epifanía: me la veía venir. Tanto joder y joder,
acabaron por enamorarse. Yo esperé, pese a todas las evidencias; me comporté
como un esposo fiel y un amigo leal; alguna vez crucé una sonrisa con la vecina
de los shorts sintéticos, pero nunca olvidé mis juramentos. Esa sonrisa me
bastaba para mantener en calma al hatajo de las pasiones humanas, que en estos
casos tiende a desmadrarse: ira, gula, soberbia... Un buen día plantearon la trama; no se
necesitó demasiada elocuencia para confirmar
mis sospechas. Con mi bonhomía esencial, despedí a mi mujer y al sinvergüenza
de mi amigo; los acompañé un tiempo con mis recuerdos, y volví a la vida, arrastrando los pies.
De pie frente al espejo de mi alma vi al manso cornudo; me sentí un estropajo, retorcido por mi propia
paciencia, basureado sin piedad. El malestar
del engaño reventó como un divieso de
pasión. El hatajo que venía arreando desde hacía meses, saltó
desde las sombras.
Entonces me volví desmesurado, violento: destruí a patadas
el escenario de la traición, estallé copas contra el piso, incendié sábanas,
degollé fotografías... Más relajado, después de un whisky, me juré vivir en
casta y divertida soledad; no comprometerme por bonhomía o nostalgia.
Imprudente y crédulo,
me fui a buscar fortuna por los senderos de la vida. No llegué muy lejos: encontré a mi vecina, mi
fiel admiradora; intentaba con poca maña
cambiar la rueda del coche. Su sonrisa tímida y su atrevido shortcito
despertaron mi bonhomía. Me ensucié las rodillas y las manos en la tarea, y me
premié con su ingenua presencia. A la sombra de los fresnos de su vereda me
sentí renacer en una epifanía mientras ella
me prestaba (¿coincidencia?) un estropajo para limpiarme las manos, y me
invitaba a una inocente limonada.
Para "El Reto de las Palabras"- Terr de Escritores Dic 2017
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