sábado, 10 de abril de 2021

ONCE*

PARTICIPA DEL CONCURSO DE RELATOS, XXVI EDICIÓN: LA MALDICIÓN DE HILL HOUSE de SHIRLEY JACKSON



Vivíamos cerca del parque de diversiones. ¡Qué linda infancia! Olía a algodón de azúcar y sonaba a valsecitos criollos y a Gaby, Fofó y Miliki. No faltaba alguna mano generosa que nos llevaba a la calesita, a la vuelta al mundo, o solamente a pasear, si no había plata. 

En aquel entonces  yo le tenía miedo al tren fantasma. Cumplí los doce sin haber subido nunca; ni siquiera insinué que quisiera hacerlo.  Por supuesto, todos me instaban a  divertirme  en el tren con mi  hermana. La Eliana parecía disfrutarlo; ya tenía quince. Pero cuando bajaba, se reía raro, como si la obligaran a estar contenta con algo y no pudiera con el miedo.

El tío Manuel, el calesitero,  me hizo entrar una vez, para ver el tren desde la cabina de control, mientras no estaba funcionando. Me pareció  oscuro y hediondo.  Por todas partes colgaban trastos de papel maché: enormes arañas peludas y barrigonas; payasos satánicos, con una sandía pintada bajo la nariz; espadachines anónimos; sobretodos negros y sombreros brujiles  esperando los cuerpos de sus dueños.

Manuel accionó la máquina; estalló el audio traqueteante y estrepitoso; temblaron las luces amarillas y polvorientas;  los figurones se inflaron y sacudieron entre carcajadas horripilantes. Y yo me abracé despavorido a las piernas de mi tío y me juré que no subiría jamás a un tren, de ninguna clase.

Han  pasado los años.  La Eliana se vino a vivir a Buenos Aires. Y aquí estoy, yendo a su casa en un tren, con ella y con el tío Manuel. « Ah, machito… ¿Viste que ibas a subir, Lucas? ¡Y a dos trenes en un día! Ya vamos llegando a Once y estás vivo…»

Yo estoy muy cansado; no pude dormir en el viaje desde Córdoba, aunque el vagón era confortable.  Sabe Dios por qué, me acordaba de la cara de la Eliana cuando bajaba del tren fantasma; venía de hacerse la heroica, la superada; pero el miedo convive con nosotros. ¿Miedo a los fantasmas, a los imprevistos irresponsables, a las viejas historias ajenas? ¿Premoniciones? ¿Al destino final que nos unifica y del que no queremos hablar?

Me adormezco, como tantos otros que madrugaron para ir al trabajo, o al médico… La luz del coche baila en el traqueteo. La acompañan mis amodorradas ideas y ensueños. Un tipo con sobretodo negro está parado  a mi lado. Rarísimo: estamos en pleno verano…

 «como los fantasmas del tren …».  

Sacudón. Estruendo… 

¿Quién  accionó los mecanismos? ¿Eliana grita y se le rompe la cara como una sandía? ¿Una de las piernas protectoras de Manuel patalea suelta, desde abajo del asiento aplastado? ¿Es un caño del pasillo, o una espada, lo que va a traspasarme? ¿El tipo de negro me asfixia cuando se desnuca sobre mí?

Un tic tac desbocado marca las sensaciones del horror. 

Un aullido inmenso de metales y vidrios rotos y vidas destrozadas.

Y yo soy, desde entonces, uno de los fantasmas de Once, el muerto n° 51.

 

*La tragedia de Once:  Buenos Aires, el 22 de febrero de 2012, a las 08:33 a.m, el  tren que se encontraba llegando a la estación terminal de Once no detuvo su marcha y colisionó con los paragolpes de contención.​

Cada uno de los primeros tres coches se fue aplastando  hasta seis metros dentro de los siguientes. Hubo 51 muertos (uno de ellos encontrado tres días después) y 702 heridos.

Muchos de los sobrevivientes informaron haber oído el aplastamiento a modo de una gran explosión que ocasionó la rotura de todos los vidrios.

El incidente desnudó vergonzosas e intensas tramas de corrupción e irresponsabilidad.

martes, 23 de marzo de 2021

El Amor es más fuerte*

 


—Hoy me vino “la Colorada”. Me siguen faltando dientes y sobrando kilos; sigo cocinando coles y cuidando cerdos. Pero hace un mes que me ven distinta: silenciosa, cantarina, amable, limpia.
Aquella mañana iba a la aldea cuando escuché el repique de latón, y el paso del rucio: llegaba el que le dicen Don Quijote.
Él se apeó, tembleque y corcovado, y se postró ante mí. Y entre los crujidos de sus huesos y los de la armadura, escuché su voz, tan apasionada y firme como la de un joven trovador ardiente.
«Soberana y alta señora» «Dulcísima Princesa del Toboso» «¡Oh bella ingrata, amada enemiga mía, de sin par y sin igual belleza». «Si gustares de socorrerme, tuyo soy».
Como siempre, había alzado unas boñigas para tirarle. Pero hoy… Se me cayeron de las manos… Y la carcajada burlona, ronca y áspera, se me volvió sonrisa y jadeo. ¿Sería por “la colorada”?… Siempre me pone sentimental y floja.
Me acerqué. Tendia sus brazos; olía como un bebé sucio, necesitado de ternura y cuidados. Acaricié su cabeza.
Me quedé mirándolo, como si fuera un aparecido milagroso y bienhechor. Una dulzura exquisita bajaba por mi cuerpo; algo tan nuevo, como la ternura… tan insólito como jugar a ser princesa.. .Dejé que me penetrara su mirada… ¿De loco o de santo?
Después me alejé, pensativa. «Dulcinea, virtuosa emperatriz»… «tu fermosura»…
Esa mañana sentí mi alma trémula de placer; esa mañana me amé porque me sentí amada.

*Imagen de Internet


lunes, 22 de marzo de 2021

El Amor es más Fuerte

 
Microrrelato para El Tintero de Oro. “¿Y si nos hacemos una ucronía?”



El punto Jonbar de este micro, es el choque entre la realidad más pragmática y el idealismo más puro; el conflicto básico de la novela de Cervantes.

Frente al monólogo solitario de Don Quijote  nos convencemos de su derrota; de su locura de amor. Nunca será correspondido;  su amada no existe. 

La voz pragmática de Sancho retrata a una Aldonza ordinaria, sucia y fea. que se ríe groseramente del Caballero.

¿Y si Dulcinea  nos contara desde sus recuerdos los sucesos que la arrastraron a la fama en la literatura?

¿Cómo llegó a la memoria universal, a la zaga de aquel  loco?

Abrid vuestros oídos, amables lectores, y descubrid los misterios de un corazón de mujer.

***

El Amor es más Fuerte

Otra vez me vino “la Colorada”. Me siguen faltando dientes y sobrando kilos; sigo cocinando coles y cuidando cerdos. Pero hace un mes que me ven distinta: silenciosa, cantarina, amable, limpia. 

Aquella mañana iba a la aldea cuando escuché el repique de latón, y el paso del rucio: llegaba el que le dicen Don Quijote. 

Él se apeó, tembleque y corcovado, y se postró ante mí. Y entre los crujidos de sus huesos y los de la armadura, escuché su voz, tan apasionada y firme  como la de un joven trovador ardiente.

«Soberana y alta señora» «Dulcísima Princesa  del Toboso» «¡Oh bella ingrata, amada enemiga mía, de sin par y sin igual belleza». «Si gustares de socorrerme, tuyo soy».

Como siempre, había alzado  unas boñigas para tirarle. Pero hoy…  Se me cayeron de las manos… Y la carcajada burlona, ronca y áspera, se me volvió sonrisa y palpitaciones.  ¿Sería por “la colorada”?… Siempre me pone sentimental y floja.

Me quedé mirándolo, como si fuera un aparecido milagroso y bienhechor. Una dulzura exquisita bajaba por mi cuerpo; algo tan nuevo, como la ternura… tan insólito como jugar a ser princesa.. .Dejé que me penetrara su mirada… ¿De loco o de santo?

Me acerqué. Tendia sus brazos; olía como un bebé sucio necesitado de ternura y cuidados. Palmeé su cabeza

Después me alejé, pensativa. «Dulcinea, virtuosa emperatriz»… «tu fermosura»…

Esa mañana sentí mi alma trémula de placer; esa mañana me amé porque me sentí amada.


 


 

sábado, 6 de marzo de 2021

Máscaras


Ya he cumplido mi Cuaresma:

Vía Crucis doloroso

y solitario.

Y te descubro en mi cama,

duende de otros carnavales,

revueltos en serpentinas

meneos y risotadas.

Ahora que estás tan cerca,

al alcance de la mano,

quiero tomarme revancha

de ese amor que se ha perdido

enredado en tu comparsa.

Despertarte muy de noche,

cerca de la madrugada,

para desenmascararte.

Para verte feo y fofo, triste y solo,

blandengue por todas partes;

y reirme a carcajadas

sin que se salten las lágrimas.

¿Llantos? Es que tengo puesta

una máscara en el alma:

porque lo poco que puedes

es mío,

y aún me hace falta.

Microrrelatos del Taller La Bisagra- 2019

Con parónimos

1- Noche mágica

Un chistido burlón, ¿una lechuza? remeda mi suspiro. No importa. ¡Basta de disecar fantasmas; de remendar el alma!

Mi azar no teme a los perjuicios; ya no hay miedos… Sin hesitar, mi corazón latiente, se desgrana en la espera del

prodigio. Me excita este misterio que aletea como polvo de estrellas. Una ilusión latente, que busca ser florida

primavera en el encuentro…

Me desvelo. Siento que puedo develar el crucigrama de tus pasos y los míos, y estoy segura de que estamos cerca. ¡Y

aquí está la prueba flagrante: tu perfume de azahares limoneros!… Cientos de huellas fragantes e inasibles me cercan

en la espera inasequible. Limosnera sedienta, desecada de sueños, expiran mis prejuicios entre tus manos sabias; y

espiras sueños nuevos en mi boca ardiente.

2- Casi bíblico

El sexto día, el Eterno los creó; después echó al cesto sus infinitos proyectos; cambiaría la configuración según fueran

decidiendo Sin duda, los yerros serían constantes, pero estaban diseñados para convertirse en firmes escalones de

hierro.

Esa misma mañana, Adán y Eva devanaron el ovillo de los instantes tonteando con los conejos y las margaritas. Jamás

se devanaron los sesos para entender el sexo a la sombra de los manzanos. ¿Hubo una serpiente? ¿O se rebelaron,

ingenuos, cuando se les reveló el gozo de rebelarse?


II: A partir de títulos de obras literarias

Péndulo contra pozo

El péndulo marcha firme, como un soldadito, en la caja de caoba del reloj. Con cada rebanada de los segundos que

remarca, yo voy armando sándwiches de vida, en la bandeja del tiempo, Es una paradoja; aferrada al vaivén de las

rutinas cotidianas, de los deberes que ya son amores, se ventilan mis horizontes; voy venciendo al imán del desencanto,

pozo lúgubre que asfixiaría mi destino de luz; sin soltarme, me hamaco y vuelo hacia mis sueños.

Yo duermo hasta mañana; el péndulo impasible desfila por encima de cumbres o de abismos.

Desde “El pozo y el péndulo” (Poe)

Estoy en paz

Se atrevió a burlar a la muerte, pero ella no lo abandonó en un plácido bienestar; lo rondó en

angustias y dolores terribles hasta que purgara la culpa que creía haber esquivado.

Durante ese tiempo de agonía, recorrió el tronco rugoso de su vida con los dedos rígidos de su

harapienta memoria . A cada momento tropezaba con alguna cicatriz que recordaba sus opciones.

Muchas se anudaron en la desilusión; le arrancaron un suspiro nostálgico y alguna lágrima. La

mayoría había renacido en ramas fuertes que buscaban cielo y luz; y él estaba latiendo en cada una,

agradecido y seguro.

—No maté a un niño— se dijo.— Lo podé una y otra vez, para que pudiera crecer.

Un golpeteo vacilante marcaba pasos ya conocidos. No tuvo que abrir la puerta; la sombra se dibujó

junto a la cama.

Le sonrió al viejo del bastón.

—¿No traés el revólver?

—No. No vengo a asustarte. Vengo a hacer justicia. Llego para todos.

—Cuando quieras—dijo—. Estoy en paz.


A partir de “El episodio del enemigo”- J.L. Borges

lunes, 22 de febrero de 2021

MANDATOS DIVINOS*


Se la llevaron vestida de blanco, “almidonada y compuesta”, como dijo Guillén. En vez del erguido moño blanco, llevaba una azucena, ceñida a la cabeza con una cinta de raso. Se llamaba Aurorita.

 Domingo de Primeras Comuniones. Había varias carrozas, carretones, caballos enjaezados.  Los salmos escapaban hacia el atrio, en las volutas de incienso  teñidas del rosa y el dorado de las lámparas. 

Los niños,  vestidos de blanco, “almidonados, compuestos”, se alineaban para entrar a la iglesia. Y allí estaba la niña negra; saludable y feliz.  Madre Graciela, una monja cincuentona y huesuda, mantenía el orden,  con una mirada severa y ardiente.

Repicaron  las campanas. Madre Graciela guió a los niños, y saludó, como al pasar, a unos viejos limosneros,  al tiempo que apoyaba su mano en el hombro de Aurorita.  Cuando volvió a mirarlos, todos los otros chicos seguían caminando hacia la entrada.

 Las familias se pusieron de pie.  La piadosa fila ingresó al templo y ocupó sus escaños con las manos juntas. «¡Oh, Santo Altar, por Ángeles guardado».

 Un cura muy anciano  y unos monaguillos impúberes, salieron de la sacristía; iba a empezar la Misa.

. De pronto,  la ceremonia del templo  se turbó con gritos desesperados y una carrera ansiosa:

     ¡Aurorita, Aurorita! —clamó una señora con trazas de abuela.—¡No ha entrado con los otros niños! ¡Yo se la entregué a la Madre Graciela! ¡Madre, Madre! ¡No está la Madre, ni la niña tampoco!

Hubo un revuelo de curiosidad y miedo. «Anoche empezó el Carnaval. Ya estamos en Cuaresma». «El diablo».  «Las ceremonias en el bosque»  Con mucho recato, para no alterar el clima místico, los vecinos preguntaban, abrazaban, consolaban.

El sacerdote  continuaba imperturbable  los Ritos Iniciales de la Eucaristía. «Amados hermanos: Pidamos perdón por nuestros pecados». «Glorifiquemos al Señor».  «Tuyo es el Reino». Nada parecía más importante que la Celebración; nada podía interferir en Sus Misterios.

Alguien habría  acompañado  a la desesperada mujer hasta la oficina del alguacil. La calma de las plegarias y la emoción familiar envolvían a los fieles.

Afuera, los dos viejos, hombre y mujer,   pasaron de largo por detrás de la iglesia.

Llevaban de la mano a una niña negra, toda vestida de blanco. También eran negros, pobres negros zaparrastrosos, tan viejos que tenían el pelo blanco;  desdentados, retorcidos. Y sus manos hablaban de algodonales bajo el sol ardiente, mientras seguían  su carrera entre trompicones y jadeos  hacia el bosque.

Se escuchaban los tambores.

—Ah, Yemayá—musitaban—. Aquí estamos. No nos sueltes.

Ahora, la niña negra, vestida de blanco, parecía adormilarse, e iba perdiendo el ritmo que le marcaban.

El viejo la alzó en brazos; la mujer sostuvo su cabecita rizada.

En  la linde del bosque, esperaba un hombre. Era  cincuentón y huesudo como la Madre Graciela. Tan severa y apasionada su actitud, como la de ella.

—Orishá—murmuraron los ancianos.

Coronado de plumas, él impuso las manos a los dos viejos:

—Mis devotos fieles: Yemanyá  está contenta;  les devolverá la salud y los colmará de bienes.

—Ashé, ashé— musitaron entre reverencias .

Orishá examinó  a la niña dormida. Desde el cáliz de la azucena en su tocado,  reverberaba un halo: era La Elegida.  Solemne, la llevó en brazos, hacia el ara de troncos, seguido de los ancianos. Una rueda silenciosa de yorubas con sus tambores mudos se inclinaba a su paso.

  Los dos mensajeros la desnudaron; ella la sostuvo en brazos y él colocó sus galas sobre el altar.  El sacerdote  las roció con un líquido ambarino y perfumado  y les prendió fuego.  

Y mientras el ajuar cristiano ardía y se consumía, recibió a Aurorita y le insufló nueva vida, soplando y besando todo su cuerpo.

Después  la vistió  con nuevos hábitos: una pequeña túnica blanca y una tiara de flores amarillas como soles.  Alzó a la niña, por sobre su cabeza, y la presentó a la asamblea. La chiquilla estaba despierta, y cantaba eufórica

—He aquí a nuestra Orishá.  Yemandá la rescató, por nuestra fe, la  fe de sus hijos. La trajo con las manos fieles de sus pobres negros.  Su nuevo nombre es Janaína.  ¡Ella es nuestra; somos su familia!

Despertaron los tambores y se desató la danza frenética.  Los dioses sembraban alegría y vida.

En ese momento,  en el templo, el sacerdote levantaba la Hostia Consagrada, por encima de las cabezas reverentes de los fieles.  «Señor mío y Dios mío»

La brisa mezcló la aclamación con el ostinato de los tambores y los Ashé.

*Publicada en Relatos Compulsivos. Feb. 2021. Consignas: Se la llevaron vestida de blanco... Tres personajes por lo menos. Una flor.

domingo, 7 de febrero de 2021

Radioteatro Noctámbulo: PARA VISONES SANITOS

 ¡Oh, la radio! ¡Durante cuántos años vivimos sin televisión! ¡Y qué bien nos acompañaban los radioteatros! Los parlamentos sobreactuados, las voces engoladas, los fondos musicales, los inefables presentadores... Y como siempre, la publicidad sacando tajada de todas esas experiencias de vida.

Para participar en la XXV edición de El Tintero de Oro, hoy va este paso de... ¿comedia?, que muestra los sinsabores del hastío y la desilusión.


Presentador:
 Buenas  noches, querida audiencia de Radio Popular.  “Chau, Chau”,  el mejor mata polillas, presenta... ¡¡¡El Radioteatro Noctámbulo!!!

Nos asomamos, como vecinos curiosos, al dormitorio de Anacleto y Antonia. Él, peladito y panzón; ella, robusta y teñida de rojo; cincuentones, pero vitales.

Hummm.  No pinta muy bien...La misma atmósfera tensa, polvorienta y mal iluminada, del último episodio

Ya hace tres semanas que estamos expectantes  por el desenlace de esta crucial noche de amor. ¿Por qué es tan difícil todo?  ¿Marcará este capítulo el final del conflicto entre Anacleto y Antonia?

 (Ajetreo entre las sábanas; esforzados ayes y suspiros; crujidos de madera. Fondo musical: “Vereda tropical”pésima grabación.)
Anacleto: ¿Te gusta, mi reinita? ¿Ves cómo funciona cuando nos tenemos paciencia?
Antonia: ¡Basta, basta! ¡A qué viene este circo !

Presentador: Anacleto se sienta en la cama revuelta y agacha la cabeza .  (Golpes en los muebles.Pataleos. Toses. Suspiros.)  Antonia salta de la cama y trajina a tirones, en el placar que huele a “Chau-Chau” Se mira al espejo, rajado en una esquina y bastante sucio.

Antonia: ¡Miren a la gran actriz, señoras y señores...!¡Podría estar en la cama con Alain Delon! 
Anacleto:  Vamos...Seamos realistas,. Alain Delon tiene más años que vos y yo juntos. Y solamente le silbó a tu grupo de extras cuando filmabas "A Pleno Sol".
Antonia: ¡A ver si tenés el decoro de aceptar que tenía mucha más clase y dinero que vos! Si es que una es sentimental y se pega a tu fama de científico inteligente....
Anacleto:  (Habla riendo, inseguro) Ya, ya, mi reinita. Teneme paciencia.  Es que estoy cansado. ¿No ves lo que he trabajado para conseguirte el visón?
(Rumor de bolsas de nilón. Golpes sobre el piso. ¿Florero? ¿Portaretratos?)
Antonia: ¡Visón! ¡Ni lo digas! ¡Un par de cartas marcadas y me vienes con un cuero apolillado, lleno de manchas; sabe Dios a qué otro sinvergüenza se lo ganaste!
Anacleto: (Con ira contenida y paciencia forzada) No  soy jugador; a veces juego para espantar el estrés profesional. Trabajé en el experimento; pero no es fácil mutar oveja en visón; además  se me volcó un poco de cerveza.  
Antonia: Más o menos una botella completa, ¿no? ¿Y qué tanto experimento y cerveza en vez de estar buscando un trabajo? ¡Trabajo! ¡Tú y tu maldito laboratorio!
(Gran Tensión.. Fondo musical: " El vuelo del Moscardón" )
Presentador: Anacleto se pone las chinelas  y se acerca decidido, sacando pecho.
Anacleto:  Pero, ¿qué hacés con ese bolso? ¿A dónde te creés que vas a las tres de la mañana?
Antonia: (Entre dientes) A tomar aire y buscarme  un hombre de veras; no un ratón de sótano.
Anacleto: ¡ Soy un hombre positivo! ¡Trato de buscar soluciones geniales!...  Siempre  estoy para cuidar de vos, para protegerte… Estamos probando este nuevo experimento... Nuestro amor no puede morir. ¡No! ¡Vos no te vas!
Antonia:  (Burlona y firme) ¿Ah, no?  ¡No te pido permiso! ¡Y no te me arrimés! ¡Si me tocás otra vez, grito!
(Taconeo de Antonia. Portazo) 
Anacleto:  (Solloza) ¡Antonia, mi reinita! ¡Cruel! ¡Perdida!
(Taconeo en la interminable escalera; gritos de Antonia. Rechinan los postigos. Fondo musical: "La Strada"). 
Presentador Los vecinos espían. Oh... Todos saben lo que ha pasado. ¡Qué difícil es mantener el amor!
Antonia:  (Gritos y carcajadas)        ¡Fracasó el experimento, papi! ¡Todo un circo de piruetas de Kama Sutra! ¡Tres semanas,  y no  has podido ni siquiera hacerme suspirar; qué digo: no has podido nada de nada! ¡Hasta nunca!  
Presentador: No hay mal que dure cien años, amigos oyentes. Tal vez la fuga de Antonia genere un nuevo experimento para revivir este amor mustio. ¡Hasta la semana que viene! 
Y recuerden: ¡Matapolillas Chau-Chau,  para visones sanitos! (Fondo musical: "La gallina Turuleca")¡Ooohhh! ¿Qué pasa? ¡Ay, caramba! 
Anacleto: (Canta) ¡Déjala a la pobrecita, déjala a la  muy loquita! (Discado de teléfono) ¡ Listo... Al fin solo!¿Te vienes o voy yo?. 


lunes, 25 de enero de 2021

Abisal


No sé si fui ciego de nacimiento.  Me abandonaron de pequeño  a la entrada del monasterio; (alguna de aquellas historias de hambre… o de deshonor…)

Me llamo Jorge.

Fui  como el cachorrito de los monjes: siempre los seguía,   y aprendía de mi tacto y mi memoria más de lo que me decían.  Vivía como ellos, de la oración y el trabajo. Cantaba a coro, rezaba a coro, jugaba cuando se debía jugar, callaba cuando se debía callar.

Como los peces abisales, flotaba en una penumbra de ruidos y de murmullos distorsionados. Me nutría en soledad, de las presas que atraían las bacterias luminosas: las voces pastorales.  Crecí en aquella luz equívoca,  blindado en una coraza  de ideas fantasmagóricas y acérrimas. Era una rutina serena y provechosa, que no admitía disonancia.

Cuando comencé a percibirla, a sentir cómo se enrarecía la serenidad y crujía la estructura, me supe el elegido para asegurar el equilibrio. Y a pesar de mis ojos blancos e insensibles  los  fui catalogando.

  Pronto  descubrieron  que vivía en paralelo a la comunidad, en una oscuridad insondable. Nunca me juzgaron.  ¡Cosas del Señor!  ¡Todos somos sus hijos!

Me asignaron la responsabilidad de la biblioteca.  Había memorizado su disposición y era capaz de recitar y reconocer los textos  que manipulaba.

La biblioteca era el seno de los más lúcidos enemigos de este mundo- limbo: los ambiciosos, los soberbios, los mentirosos.

Todos saben cómo terminaron. Un tal Umberto Eco  se los ha contado.

lunes, 18 de enero de 2021

ABISAL


 No sé si fui ciego de nacimiento.  Me abandonaron de pequeño  a la entrada del  monasterio.

Fui  el cachorrito de los monjes: siempre los seguía, y aprendía de mi tacto y mi memoria más de lo que me decían.  Vivía como ellos, de la oración y el trabajo. Cantaba a coro, rezaba a coro; callaba, escuchaba y memorizaba.

Tal vez por por algún rencor innato, no pude  entender aquello de la alegría, el fruto de ese estilo de vida. Cosas del Señor!  ¡Todos somos sus hijos!

Como los peces abisales, yo flotaba en una penumbra  de murmullos distorsionados, sin espacios para la estridencia o los sentimientos. Me nutría en soledad, de las presas que atraían las bacterias luminosas: las voces pastorales firmes y austeras.  Crecí en aquella luz equívoca,  blindado en una coraza  de ideas fantasmagóricas y acérrimas. Era una rutina serena y provechosa que no admitía disonancia.

Me asignaron la responsabilidad de la biblioteca.  Había memorizado su disposición y era capaz de recitar y reconocer los textos  que manipulaba. Sabía del secreto tesoro: aquel libro pecaminoso que alejaba de la paz de Dios.

Cuando comencé a percibir los egoísmos, a sentir cómo se enrarecía la serenidad y crujía la estructura, supe que Satanás alentaba desde aquellos viciosos, mentirosos, soberbios que querían sacarlo a la luz . Yo era  el elegido para asegurar el equilibrio.

Y a pesar de mis ojos blancos e insensibles los fui exterminando.

 Todos saben cómo lo hice. Un tal Umberto Eco se los ha contado

jueves, 14 de enero de 2021

De dónde soy

DE DÓNDE VENGO

Ella, pianista coqueta,

primorosa y divertida,

conquistaba corazones en montón.

Él, buen mozo, un poco flaco,

 inseguro, timidón.

Se vino del Seminario, armó el Coro de la Iglesia,

y con ella se quedó.

(Suena ambiguo; pero es cierto: la amaba de corazón;

pero le robaba el alma

ser evangelizador).

Vengo de música y rezos, de un enorme familión;

crecimos en una casa llena de chicos y sol,

llena de pianos y gritos, entre mates y deberes ,

desyuyando con ‘Principios’, frustraciones y dolor.

¿Qué fue lo que los unió? ¿La música y la pobreza?

¿Los diez hijos que nacieron?

Sin duda lo quiso Dios. 

sábado, 9 de enero de 2021

DÍA DE LA MÚSICA



Justo hoy, Día de la Música,

has venido a visitarme.

Armoniosa y prolijita,

aprovechando algún trino, entraste por la ventana;

y te sentaste en mis manos.

Y tu recuerdo fue magia

sobre el teclado.

Tan nuestra como vos misma

era tu música, mami:

“airenuestro cotidiano”.

Y vos, eras panadera de talentos musicales;

la profe de todo el pueblo,

repartida en cuatro pianos,

entre veinte alumnos diarios…

Vos piloteabas bemoles

y corcheas a raudales.

Gracias a vos, esos Genios,

desde Beyer a Beethoven

no murieron nuevamente…

esta vez, asesinados.

¿Te acordás que, mientras tanto,

vigilabas la comida, los deberes de la escuela,

el lavado y el planchado?

¿Qué tejías escarpines para el hermanito “en viaje”?

¿Y que con la aguja libre señalabas partituras

o posiciones correctas para tocar bien el piano?

Gracias, mami, en este día,

por tu vida y por tu música

que me has sembrado en los dedos

y en el alma. 

domingo, 20 de diciembre de 2020

PEREGRINO DEL SOL

 Peregrino del sol, he despertado

En mil mañanas de dorado estío

y enderecé mi vuelo entre las hierbas

a beber agua fresca en el rocío.

Escarbé entre la tierra generosa

Buscando insectos y semillas; vida

bullente bajo el sol, para mis hijos

para el vuelo y el canto cristalino.

 

Yo sólo sé de luces y de trinos;

De la sombra no sé, porque me ampara

La bendita tibieza de mi nido.

Allí me duermo y espero el nuevo día.

 

Puede  ser que el tal día me depare

una pedrada artera, o hambre o frío.

Sentiré que  mis alas no obedecen,

quedará mi garganta enmudecida.

 

Ha llegado la muerte, y sin temerle

seré  polvo en el aire silencioso;

me doraré en el aire o iré al suelo

a enriquecer la tierra,  para nuevas vidas;

para otros muchos vuelos peregrinos.

.

 

 

LA VIDA RÍE, DUELE, PASA


I- Nada era más bonito,

más sublime,

que ver amanecer en Los Gigantes.

Nada tan cálido, tan nuestro,

como hacer un fogón y trasnocharnos

guitarreando y buscando los perfiles

de la utopía;

o robarse algún beso, y prometerse

ingenuas fantasías.

 

II- Nada hizo tanto ruido y dolió tanto

como aquella caída en el espanto,

en las guitarras rotas y las voces muertas

y los fogones fríos,

y los besos perdidos.

 

III-  No pudimos volver, por muchos años;

algunos, nunca más...

La tormenta pasó, pues todo pasa.

La vida sigue, ya no somos  niños.

Con inconsciente fuerza, Los Gigantes

se elevan impasibles hacia el cielo, todavía.

FANTÁSTICOS BAÚLES

 

FANTÁSTICOS BAÚLES

Baúles y canastos… Ropa,

útiles de trabajo,  documentos.

Los jóvenes  bajaban de los barcos,

atentos a los niños y a los fardos,

cimientos de esperanzas nuevas.

¿Quién tenía valijas, atachés, u ordenadores?

¿Cómo guardar tantísimas historias,

tanta memoria?

¿Cómo guardar consejos y reproches

de los viejos llorosos

que decían adiós en las aldeas?

La vida, los recuerdos, las costumbres,

las canciones de cuna y oraciones

viajaron en secretos,

fantásticos baúles incorpóreos.

Y enraizaron en tierra americana,

en las voces de abuelos labradores,

narradores de dichos  y misterios,

cantadores de coplas…

furibundos,  si el cielo no mostraba

sus luces más propicias;

rezadores, por si acaso era cierto

que hay un Dios providente,

que hace salir el sol y es para todos.

Incorpóreos y sólidos baúles,

que se abren en caricias

en nuestros corazones.




miércoles, 9 de diciembre de 2020

SOLANGE Y EL BOBO

SOLANGE Y EL BOBO

La tarde luminosa se encendía en losj jardines. Alba escudriñó las ventanas cerradas al sol de la siesta y los macizos de flores del parque de la casa;  hora propicia para distenderse en la playa y dar algunos pasos para sentirse madura y serena.

 Desde la cima del promontorio, contempló la caleta. Respiró a pleno el aire cálido, y empezó a bajar. A la distancia, vislumbró sobre la playa áspera,  al bobo, el hombrecito viejo y desharrapado  que juntaba caracolas; casi una sombra, su covacha y su estampa ruin,  contrastaban con el agua irisada de luz.

En la plenitud de aquella tarde, la joven se fue desnudando y desdibujando sobre la arena; una brisa apacible la acariciaba lenta y persistente, y la mecía sobre la marea.

Como siempre,  lenta y precisa, Solange emergió  de su ser y de todo el paisaje. Alba reconocía las manos, y sabía sus trayectos y caprichos. Desde el rumor del mar,  la inundaba de suspiros y le dictaba consignas inesperadas que la  guiaban hacia los recovecos profundos de su cuerpo,  hacia los secretos latidos, los súbitos jadeos, las inesperadas mieles  que rebasaban  sus fuentes… Un sendero hacia la eclosión maravillosa de Solange: su risa, su canto, su danza…

El hombrecito se había erguido,  y notó su presencia:

«Volvió del mar, mucho más hermosa;  como una sirena»

Fascinado,  dejó las caracolas; la miraba acariciarse y bailar como un torbellino de luz.

 «Una sirena. Yo sé que hay sirenas»

Se iban adormeciendo los brillos del agua. Plenamente cansada, Alba se desperezó  sobre la arena, bajo el sol. Solange  susurraba adormilada.

El bobo se acercó expectante.  Con  expresión maravillada le clavó los ojos bovinos  y le tendió la mano derecha, en  actitud de obsequiar: traía un puñado de conchillas. La izquierda aleteaba temblorosa, ansiosa, hacia ese cuerpo vibrante que ahora lucía encogido  de miedo  y de desprecio, mal envuelto en su ropa y en sus propios brazos.

—Hola. Vos tenés pies… ¿No sos una sirena? ¿Querés un regalo?

Tartamudeaba indeciso y ansioso.  

Alba  reaccionó  y lo increpó, furiosa.

—¡Me asustaste, mirón estúpido! ¡Andate o te denuncio! ¡Vas preso!

El hombrecito acercó la mano  a la cabellera cobriza y reluciente.

—Yo… No hice nada… Yo no digo nada… Sólo quería reg…

Entonces, Solange saltó burlona  desde su caparazón secreta.  

—¡Infeliz! ¡Mirá! ¡Mirá por única vez!

Desplegó los brazos, se deshizo otra vez de la ropa,  lo apartó violentamente  y giró, y giró...Reía a carcajadas y amagaba con acercarse al cuerpo del hombrecito. Y entre risas y gritos, seguía amenazándolo.

—Nunca más. ¿Me oiste? ¡Nunca más!

Y él corría hacia su covacha,  arrastrando sus ojotas, sin dejar de volver la cabeza.

Cada tarde, Alba-Solange repetía su número solitario, mientras él la miraba desde lejos, guardando distancia y conchillas entre la arena.

Ella no sabía que el bobo modelaba  monigotes de sirenas  y les enredaba caracolas en la cabellera.

viernes, 4 de diciembre de 2020

SIEMPRE HAY UN SOL



En el atolladero de la vida,

la honestidad batalla contra el miedo.

Hundirme cada noche sin estrellas,

y seguir tropezando, día a día

en cuanta piedra encuentro.

¿En dónde, la concordia y la sonrisa;

en dónde está el amor, que no respira?

           --------------------------

Se entreabre mi ventana humedecida

por el último llanto de la noche.

Relámpagos de angustia que se apagan:

 “¡Serenidad! Despierta, vive…”

se aleja la tormenta mortecina.

Y ya, pintiparada, late

la Emuná poderosa: “Cada día,

aunque no lo veamos,

sale el sol”; y un pellizco

de  gracia y esperanza

zangolotea al alma adormecida.

Está saliendo el sol… La magia resucita.

lunes, 23 de noviembre de 2020

Louis Armstrong y mi vecina

 1

     Ahí está el cadáver de su vecina, comisario—, dice el inspector López; y señala hacia la rendija en el piso del puente.

Otros dos policías se acercan con el  bote hacia el carrizal. El río, oscuro y espumoso,  se sacude contra las columnas y bate la bolsa macabra.

     Comisario—comenta—, ya la traen.

Nos acercamos a la orilla. Un par de periodistas y fotógrafos judiciales toman  la escena; solo ellos y nosotros. No hay  familiares ni amigos ni otros vecinos que se hayan percatado de la ausencia de la mujer en los últimos días; parece que soy el único; el que ha dado aviso a mi unidad policial.

Los rescatistas fondean el bote y lo amarran con una maroma. Levantan la carga inflada por el agua y la descomposición, y la dejan sobre la ribera pantanosa. El resto de la patrulla empieza a desempacar el envoltorio.

Voy mirando a medida que aparece el cuerpo. El cadáver hiede;  la semana ha sido muy calurosa.

Los ojos siguen desorbitados; la boca, abierta en el grito terrible. Su último amén.

     Estrangulada....

Y soy tan respetado que nadie me señala lo absurdo del comentario; no es un balazo o un degüello. Un cadáver hinchado, blanco y reblandecido no avisa que fue estrangulado.

2-

Durante el día, paso muchas horas mirando por la ventana; pero por la noche, llega lo mejor de mi jubilación: el jazz. Escuchar jazz, tocar la trompeta, improvisar como lo hicieron los pioneros de esta música tan creativa y sensual.

Es mi medalla al mérito, después de pasarme la vida desenmascarando coartadas frente a cadáveres destrozados.  

Cuando cae la noche, me saco los zapatos, me apoltrono en el sillón, con el whisky a mano y disfruto de la música y del mundo maravilloso de Louis Armstrong. Un par de horas, y me voy a dormir.

Y sueño con mi vecina. ¿Mi vecina?

Hace un mes que esta mujer se ha mudado a la otra casa del dúplex, contigua a la mía. Pasa todos los días por la vereda. Es una mujer cincuentona, pálida y seca; viste ropas de monja laica; camina a grandes trancos y mira siempre al frente. Una solterona resentida. No sé casi nada de ella. Ni siquiera el nombre…  Tampoco sé si habrá advertido alguna vez que las paredes de nuestras habitaciones colindan. Nunca se ha quejado de mis asiduas sesiones de jazz, ni de mi viejo gato que se salta las tapias. Tampoco de mis ronquidos, aunque me está costando dormir.

¡Cosas de vecindario!

Un par de veces estuve a punto de contarle que todas las noches la escucho rezar y cantar; que siento cómo aumenta el volumen de sus cultos,  hora tras hora, hasta llegar al aullido; y que, por razones ancestrales que nunca dilucidé, aborrezco los “spirituals” desafinados cuando estoy escuchando o haciendo jazz.  Pero no tuve ocasión de abordarla; ni siquiera contesta los buenos días básicos.

3-

Y esta noche de verano, húmeda y pegajosa, ella se cruza en el camino, entre la música y  yo. En lo profundo de la medianoche estoy soplando mi versión de “¡Qué mundo maravilloso!”; y la vecina está culminando sus devociones con gritos ululantes.

Mi frenesí musical va mutando a una rabia desenfrenada; hago todo lo posible por superar estos violentos impulsos; soplo con más energía,, pero siempre hay un par de decibelios agudísimos por encima de los de Armstrong. La frustración me ciega: estrello la trompeta contra la pared...  y de inmediato la recojo sollozando; y la beso, exasperado y arrepentido.

Louis Armstrong viene en mi ayuda. Una escala cromática trepa  desde mi boca a la chimenea lindera;  sostengo la melodía con un largo vibrato y después la diluyo en una cuerda aterciopelada y sensual. Desaparece, pero sigo guiándola desde mi patio, como en un ostinato de moscardón; la voy llevando por el pasillo de la casa, y la sitúo sobre su cuello; está tensado hacia atrás como esperándola.

De pronto, el aullido se corta, se oye el peso del cuerpo que cae.

Por encima de la tapia,  voy envolviendo mi sedal, para que duerma en el instrumento.

4-

López me despertó con un vaso de café. La comisaría estaba silenciosa y fresca. Parecía compungido por mantenerme esposado.

     Tómelo pronto; nos vamos al río— comenta como si le hablara a un tercero.—Hay que reconocer el cadáver.

     Ya lo hemos visto. Ya debe estar en la morgue.

Como si no me oyera,  López sigue con el procedimiento habitual de la investigación.

     Y entonces nos llamó, comisario… ¿Por qué?

     Porque, de repente, Armstrong fluyó nítido y hermoso por mi patio; ella había dejado de rezar.

     Entonces nos dijo que estaba estrangulada. ¿Podía verla? ¿Saltó la tapia, para cerciorarse?

     No. Podía sentir esa liberación, ese sosiego pleno.

     ¿Reconoce estos calcetines?

     ¡Por supuesto! ¡Todos mis calcetines son exclusivos y tienen trompetas bordadas! ¿Cómo los consiguió?

     Estaban junto a la tapia de la occisa. Hay huellas de pies con calcetines, en la habitación de la mujer.

     Mmmm...   Armstrong es muy respetuoso. No se hubiera puesto mis calcetines... ¿O tal vez sí? ¿O los habrá llevado el gato?

     ¡Bueno, ya basta! A mí me parece que usted la mató. ¡Saltó la tapia, la estranguló y la tiró al río! Insisto: me parece. Ya lo dirá el juez.

     No, López. Yo no la maté. Fue Louis Armstrong.

domingo, 22 de noviembre de 2020

II- Soy Ana

 


 II-

Aquí yazgo; la ducha está abierta; también la ventana.

A lo lejos, alguien… ¿silba?. Es Pedro; pero no sube las escaleras, ni silba, como creyó la escritora sabihonda. Las está bajando, y ruge furioso. Elsa va con él, con su brazo dorado y fino, apoyado en la baranda… El brazo fino y fuerte de Elsa, la campeona de tennis, hizo su trabajo; pero lo dejó a medias, cuando Pedro arrancó a gritar furioso y burlado. ¡Qué desilusión ese viaje de bodas que planeaban! ¡Como la mía cuando lo constaté!

Me voy sin que Pedro encuentre sus dólares. ¿Algún maleante subrepticio en el country?  ¿Alguna ONG que recibió mi depósito antes de que yo entrara en la ducha?

Y no habrá "caso". Estaba sola; me desmayé por el embarazo; un paro cardíaco...

Soy Ana y me estoy muriendo bajo la ducha,  mareada, asfixiada, enredada con la toalla a la cintura.

Final de mi extraña vida en el country... Bah: final de mi vida marcada por la pobreza, la ignorancia y los cuentos de hadas. De secretaria bonita a empleada de servicio (de todo servicio), de Pedro...  “Mi mujer”, dijo durante un tiempo;  madre soltera de un pequeñito que nadie buscó y nadie quiso conocer. Final de una vida sin sueños,  fría y vulnerada.


sábado, 18 de julio de 2020

Parecía que nadie descansaba en la dorada colmena del cerebro. Y aunque la reina madre, las reinas vírgenes y los zánganos estaban como aletargados en sus celdas, el frenesí de las obreras llenaba el espacio con un zumbido ensordecedor. Rutinarias, acarreaban toda clase de recuerdos e impresiones; así pergeñaban la nueva jornada. Las recolectoras apilaban imágenes positivas, perfumes de praderas floridas, murmullos de arroyos, y ráfagas propicias del aire del atardecer. Las nodrizas aleteaban para asegurar el confort de los recién nacidos. Las limpiadoras, espantaban los malos momentos, los ruidos estrepitosos y disonantes, los dolores y los miedos; y de paso a algunos zánganos viejos, demasiado pesados para emprender el legendario vuelo nupcial.De pronto, se opacó el traqueteo de las obreras; una imagen muy pesada se resistía a reacomodarse. Opresiva y agobiante, desquiciaba el prolijo zumbido de las abejas. Era como un puzzle con las piezas soldadas a presión: la vejez, un fracaso trágico, una esperanza muerta.
Mientras tanto, dos reinas soñaban.
  1. Una parpadeó en la penumbra y sacudió malhumorada, su letargo. Sus feromonas impregnaban las paredes brillantes de ceras y propóleos. La aturdió el roce de las patas peludas de los zánganos que buscaban salir de sus celdas, Pero sintió que ya se había acabado su tiempo de vuelo,
    En un aleteo mustio, casi reptante, abandonó la colmena y se hundió en la noche…
    Y La Reina del Pop despertó y se sentó en su cama.
En la habitación en penumbras, se apagaba una música lejana; olía a licores y tabaco; a desilusión, traición y soledad.
La llovizna que tintineaba en la ventana terminó de borrar los ecos de la colmena.
En medio de la noche dejó su cama y salió al balcón, arrastrando los pies descalzos.
Cuando amaneció, ella estaba sola, desnuda bajo la lluvia.