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martes, 2 de febrero de 2016

Mínimo Sueño Brillante (Beethoven)


La vida se compone de luces y sombras. No hay rosas sin espinas. Una de cal, una de arena, etcétera, etcétera.
¿Quién no se ha consolado alguna vez con estos axiomas?
¡Para qué entrar en detalles! Aunque sobran las tragedias, la solidaridad y la resiliencia no se rinden. El alma resucita y tiende las manos para dar todo lo bueno que descubre en su propio dolor.
Y entonces florece la sonrisa.
Pequeñas luces y sombras nos marcan la vida cotidiana. Algunos viven tan intensamente el contraste, que su energía trasciende tiempos y espacios, y hace la historia del mundo. 

Sinfonía de la vida 

Esta noche Ludwig sueña una gran tormenta en la pradera;  en medio del estruendo, desde la ventana,  él ve a un jilguero; el pájaro  salta para esquivar el granizo que lo azota; pero  picotea y se  va tragando las piedras heladas. A cada uno de estos ‘bocados’ sigue una escala de trinos, cada vez más fuerte y compleja;  de pronto, el chico  reconoce la melodía de su rondó y aparece en el lugar del jilguero; también se traga las piedras y canta a viva voz. La tormenta  está amainando: sus ecos salen ahora de la garganta del niño- pájaro. Él se escucha fascinado; ora niño, ora trueno, ora orquesta.
Es medianoche y una sombra interfiere en el resplandor de la chimenea, en el cuarto del niño dormido.¡Arriba, arriba! ¡Es importante que te escuchen, holgazán! — gritó el padre. Y arreció con los sacudones para despabilar a la criatura.
Abajo, en la salita, la madre servía unas copas a los dos visitantes; eran gente rica y poderosa;  su marido los había arrastrado a su casa desde el Casino; había apostado a favor del talento de su hijo.
—¡Qué amabilidad la vuestra, señores, al interesaros por el pequeño! ¡Quiera Dios que no esté demasiado dormido y os honre con sus melodías! ¡Su música es un don luminoso del Señor!
Estaba abriendo el piano, cuando Ludwig  y su padre bajaron por la escalera. El chiquito, despeinado y  encogido, en bata y zapatillas; Johann, el padre, tambaleante por la ansiedad y por el alcohol.    
—Es maravilloso cómo  improvisa al piano;  su técnica los dejará pasmados — afirmó casi gritando—.  ¡Y sólo tiene cinco años! Ya lo escucharán ustedes.  ¡Esto se logra con disciplina, señores, con disciplina!
Los caballeros sonrieron y menearon las cabezas, acariciando la del niño; él hizo la reverencia que correspondía y fue al piano.
Silencio… Las manitas en alto… Y, de pronto, desde el Re Mayor, un alegre rondó se desplegó cantando por la sala, iluminando la escena; su vuelo vibrante y seguro no duró ni quince minutos; pero recorrió un universo de emociones y momentos llenos de vida; y se replegó, exhausto, en los dos acordes finales.
Estallaron los aplausos; los visitantes, de pie, abrazaron emocionados al pequeño, mientras la madre le tendía los brazos, llorando de orgullo y tristeza.
—No bosteces, muchacho— lo increpó Johann.  Y se dirigió otra vez a las visitas: —¡¡Así es, es señores, disciplina, disciplina!!  ¿Oiréis otra composición? ¿Algo en violín o clarinete? ¡Ludwig, tráelos!
—¡Oh, no, caballero. Es hora de que vosotros y el niño descanséis. Tened por seguro que actuará en la Corte  en la próxima quincena; y que ya no nos debéis ni una moneda.  Buenas noches.
A la mañana siguiente, la calesa está esperando. Ludwig lleva su maleta.  Su piano  , y los otros instrumentos que domina.lo esperarán en la casa. ¡Hay tantos, y tan  espléndidos en la Corte!
     Adiós, hijo queridosaluda la mamá; y lo besa otra vez.— Recuerda tu sueño: no odies nada de lo que te da la vida; tampoco te lo guardes: de todo lo que te pase, Dios amasará tu  hermosa música— Y le entrega una bolsita de panecillos fragantes.
     Suelta ya al chico, Magdalena. No lo detengas más—gruñe fastidiado, mientras lo tironea. —Y tú, a trabajar para que te proteja el duque y seas importante. Obedece, obedece, obedece. Y no me olvides: que si yo te hubiera dejado andar por las calles, pateando botellas con los otros chicos, no serías el Beethoven  que asombrará al mundo… Ja, ja, ja…Y que nos dará de comer.
El pequeño jilguero sube a la calesa. Los señores de la otra noche lo escoltan, y  se sirven de los panecillos
 ¡Si supieran que el pequeño rondó volará hasta hoy por el mundo! ¡Que nada enjaulará su talento! ¡Que crecerá en sonatas y sinfonías hechas de su soledad, de sus dolores y de sus demonios más intensos!
2-  —Escuchadme, Beethoven— dice muy seriamente el Príncipe Elector; —El Director se queja de vuestra obstinación; lleváis ya diez años entre nosotros y seguís insistiendo en desobedecerle, discutirle, introducir variaciones,
—¿No os gusta mi música, señor? ¿No me pedís a diario que haga música para vuestra familia? Entonces, ¿por qué os preocupáis por este hombre presuntuoso?
—No seáis insolente, Ludwig. Os he dado muchas pruebas de afecto y reconocimiento. Pero es menester que seais humilde, aunque sea por respeto a nuestra dignidad. Y para conservar vuestro empleo; vuestros padres han muerto y no hay quien  vele por vos.
—Perdonad, alteza; vuestra dignidad viene de los hombres; mi talento viene de Dios; no soy vuestro siervo; soy un testimonio del amor que Dios os tiene. Yo soy un hombre libre e inteligente y sé cuál es mi valor. No me faltará quien ame mi música y me sostenga.
La cara del Príncipe enrojece; refleja su lucha entre la ira y la admiración por la audacia del jovencito. De pronto, sonríe; retuerce sus bigotazos canosos y le dice: 
—No sé por qué; pero algo me indica que sois capaz de volar solo, entre los grandes. Os propongo dejar la orquesta de mi palacio, e ir a  Viena, a la corte del Archiduque; él está interesado en ser vuestro Mecenas;  podréis componer con buenos maestros, y  frecuentaréis gente que apoyará vuestra obra. ¿Estáis de acuerdo?
—Sí, señor;  os lo agradezco;  sé que entendéis mis ansias de crecer y de ser reconocido. Partiré en cuanto me deis aviso.

Pasan más de veinte años. La vida sigue: melodías y golpes; aplausos y miseria; amores y desilusiones; muchedumbres y soledad.
Es un día de primavera. Hoy, Ludwig pasea por el parque. Va cantando a voz en cuello su placer por la naturaleza y su dignidad de artista;  por debajo de su sombrero aparece una  trompetilla:
.«Y bien, Dios; me estoy quedando sordo. Sordo y cada vez más solo. Pero no me estás faltando: la música resuena en mi cabeza y en mi corazón; puedo vivir a mi gusto: nadie me apremia; puedo trabajar y gozar mi obra, sin que las rutinas sociales me envenenen».
Desmelenado, casi un mendigo, flotando en su nube de melodías, avanza entre los jardines. «Prefiero lo árboles a la gente»,  se dirá mañana, cuando transcriba “La Pastoral”.
—Miradlo; está loco; l—sentencian los transeúntes; pero lo saludan como a un caballero —¡Buenos días, Herr Beethoven! ¡Mis respetos, Herr Beethoven!
Suben y bajan los sombreros,  Esa  noche se arraciman a la puerta del teatro para escuchar y aplaudir su  música.

Algunas noches después, tiene una visita muy especial; tanto, que se ha comprado una nueva chaqueta y ordenado su melena. Pero está pensando si valió la pena; ni él ni Teresa tienen frío, y están muy despeinados: —¡Estoy tan agradecida por vuestro regalo, Ludwig! ¡Esta Bagatela es tan hermosa! —Teresa se abandona a su abrazo, dulce y coqueta.—  No importa que os hayáis confundido con el nombre: “Para Elisa”; cambio mi nombre con gusto, por ser dueña de una obra vuestra, que mil mujeres codiciarían.
Os amo, Teresa. Quiero vuestra piel y vuestra boca para el resto de mis días. Quiero vuestra alma para que sea mi mejor sinfonía. Pediré vuestra mano.
Oh, Ludwig. Vuestra  música sin par no disimula vuestros orígenes…ni vuestro terrible carácter — Teresa sacude sus rizos dorados, y restriega sus piernas regordetas en los almohadones del canapé—  Amémonos, pero no habléis de matrimonio; sabéis que estoy prometida. Sólo llenadme de música y besos  y seamos felices.
La lámpara de la mesa de noche se estrella contra el piso: “Oíd, estúpida, oíd mi música”grita furioso, y  Beethoven patalea rumbo al piano, pisoteando cristales; no los siente, aunque va descalzo.. “No valéis ni una corchea de esta sonata”. Y los acordes golpean y destrozan los vidrios de la ventana; y se revuelcan por el piso  junto con las partituras, mientras Teresa huye, despavorida, en medio de la noche.
No importa; Ludwig tiene a la música, su amada, su espejo interior.
Dos horas después, sigue improvisando, tarareando, rezongando  y anotando  su quincuagésima octava maravilla. Tiene todos los matices de su locura de amor  y desprecio.  Se llamará “Patética”. ¿O quizás “Appasionatta”?
Desahogada  la ira, despierta ahora un preludio soñoliento y tenso, insidioso y suspenso que crece y devela las sombras; es como la luna llena por encima de los pinos. Y Beethoven abre la ventana para que   Teresa suspire  por él, en su “Claro de Luna”. Ya pasó todo; la desilusión se hizo ritmo y poesía

« Esta es mi vida, mi síntesis, mi Novena Sinfonía» se dice Beethoven, mientras su batuta salta, impetuosa, de uno a otro ángulo de la orquesta.
—¡Presto, presto! ¡Fortíssimo! ¡Violento, señores músicos!— dicen sus manos y su cabeza. «¡Padre, aquí apareces ; tan rígido conmigo y tan tolerante con tus debilidades… ¿Qué buscabas, en realidad? ¿Me amabas, de alguna manera? »
—Adagio. Tensión, señores músicos. Expresivo.  Ligado. « Como mis dudas, mis miedos, mis esperas. Como me acercaba a vosotros, y no terminaba de encontraros»
—Soltad un poco el “sfforzato”, ahora. «Viene mi madre: viene su compañía siempre tensa, pero luminosa»
—“Allegro”, señores músicos. “Crescendo”. Asomando el tema central. “Crescendo”.  Otra vez “diminuendo”, “diminuendo”;  aquietándose…  y cayendo en tenso “pianíssimo”. «Aquí escuchas, madre, mis pobres momentos despreocupados y felices; mis enojos descontrolados y mis desengaños; mis triunfos amargos y  mis soledades. Luz y sombra; sinfonía de mi vida».
—Atentos, cuerdas y coro; es el Final. «Así fui subiendo hacia ti, Alegría de la Vida. Te fui descubriendo en mis dolores;  no odié; fui libre y  transformé  cada momento en una pincelada de Música»
La orquesta y el Coro van copiando, trepidantes, gloriosas, las escalas que señala la batuta; las súbitas cataratas de luz y sonido con las que Beethoven dibuja el rumbo hacia la cima divina de la vida: el encuentro de hermanos diversos que se aceptan y se abrazan.
”Presto”, “Prestíssimo”, “Forte”, “Fortíssimo”. El volumen de la sinfonía es demasiado intenso, tan extraño como Ludwig en la coqueta sociedad de su tiempo.. 
¡Acordes finales! ¡Vibrantes! ¡Largos!... Final  «La batuta reposa, como el pequeño jilguero de la infancia».
 El  primer violín de la orquesta hace girar a Ludwig Van Beethoven hacia el público. Él está sordo; no escucha los aplausos delirantes; ha compuesto y dirigido de memoria toda la obra, oyéndola en su interior.
 La  gente se abraza, agita pañuelos, aplaude sigue coreando ,de pie,los versos de la Oda a la Alegría .  Beethoven los piensa y los reza, agradecido, pero aún henchido de orgullo: «Oh, Señor; he aquí mi música, la que todos admiran y aplauden aunque me desprecien»
Una  y otra vez sacude su augusta melena en parsimonioso saludo.
Muy pronto buscará la alegría “más allá de las estrellas”; ¿presentirá la trascendencia de su sinfonía de vida y  luz? ; ¿quién no  ha cantado alguna vez su mensaje feliz? : “Si es que no encuentras la alegría en esta tierra, búscala, hermano, más allá de las estrellas. Ven, canta, sueña cantando, vive soñando el nuevo sol”.
La música del mínimo sueño brillante ha vencido a sus sombras; se ha escapado de su alma y ha despertado nuestra sonrisa.

domingo, 29 de noviembre de 2015

El Lápiz Mágico y La Vida




Versión ampliada de “El lápiz mágico” (En Literautas, nov. 2015)

    I-  Algunos de los mejores momentos de mi vida transcurrieron en los Campamentos de Jóvenes Cristianos, en Los Gigantes, (Sierras de Córdoba). Comenzaban los años 60. Durante diez días se alzaban las carpas para el grupo de cincuenta  chicos y chicas; disfrutábamos de una sana amistad y vivíamos en un sereno y organizado régimen scout.  Ya era un milagro un campamento mixto, con un cura que no usaba sotana, nadaba entre todos nosotros,  y nos hablaba de un Dios que nos quería libres y responsables.  Reflexiones, fogones, caminatas y escaladas, tardes de río… y “la espera del sol”.

martes, 8 de septiembre de 2015

Mínimo sueño brillante



El semáforo en rojo la obligó a detenerse frente a la joyería. Mientras esperaba el verde, la Yeni echó una ojeada rápida a la vidriera. Y entonces…se olvidó del semáforo. La  gente ya cruzaba la calle, pero ella se acercó fascinada por el anillito; irradiaba luces desde su pequeño estuche de terciopelo; los reflejos verdes, rojos, dorados y blancos, se dispersaban en abanico desde un centro de flores mínimas. Para la Yeni, esa joyita minúscula eclipsaba todo el infinito despligue de collares, aros y pulseras.

martes, 25 de agosto de 2015

El amor es un regalo maravilloso

El amor es un regalo maravilloso


Cada atardecer, la historia vuelve a repetirse. Entramos a la capilla iluminada por el sol del ocaso y, de rodillas, tendemos los brazos al altar. Los dos pequeños vitrales, a izquierda y derecha, tamizan los colores sobre los bancos polvorientos y las vigas del techo; por unos minutos, les encienden chispitas.  No huele a cirios ni a incienso; huele un poco a murciélago y a encierro húmedo; y otro poco, a selva. Tampoco suena el armonio centenario; pero repican los trinos de los pájaros que se llaman al nido; ya viene la noche. María nos presta al Niño, Magdalena lo sienta en su falda de seda y yo lo dejo jugar con los amuletos y el rosario que llevo al cuello.  Y nos recostamos, felices, al pie del altar.

Entonces me envuelve una nube de recuerdos; los  días de infancia en un paraíso verde y marrón, donde Tupá y sus amigos nos mimaban desde los rayos de sol y las aguas del río; no nos pedían más que un pececito que volvíamos al agua, o una fruta que no cortábamos y dejábamos en el árbol para su deleite, o el de los pájaros; y los días de la sumisión cuando los españoles y los portugueses –frailes y soldados- nos cambiaron los dioses y la vida:

Aprended a trabajar; la pereza es pecado.  Tejed ropa, porque es pecado andar desnudos. Separaos de las niñas porque eso despierta la lujuria, que es pecadosermoneaban los frailes.

No estábamos demasiado tristes entonces; aprendimos a vivir así, como Dios quería.

    Muy bien, Elías— asentía Fray Pérez mientras me escuchaba leer y cantar los salmos.

—Muy bien, Elías— decía el cacique, a quien llamaban corregidor, cuando yo le recitaba, en secreto, conjuros ancestrales para la salud y el bienestar del pueblo.

             Una mañana de verano el Capitán Centeno llegó a visitar a Fray Pérez e inspeccionar la Misión. Lo acompañaba Magdalena, su hija.                                                                                                          Magdalena  tenía, como yo, doce años;  y su encanto me alejó de las rutinas; fue para mí más fuerte que las burlas de mis amigos. Yo viví, entonces, la experiencia de sostener un racimo de magia entre las manos; de mirar el sol sin enceguecer. Dulce y rubia Magdalena que eludía al Capitán y a las dueñas, y a los frailes, y al cacique, para sentarse a mirarme pescar, o seguirme por los senderos en busca de frutas. Y que escuchaba mis canciones y reclamos de pájaros, maravillada, absorta.  Dulce y rubia Magdalena que me contaba sobre su vida, sus libros, su clavecín, y cantaba, para mí, romances de caballeros olvidadizos y dueñas llorosas.                         

 Y la historia se repetía todas las tardes, cuando volvíamos de nuestras andadas, felices con la mutua compañía:

     ¡Pues no, señorita! ¡Que ya Su Señoría se lo ha vedado! ¡Que usted es mujer de alcurnia, y él un indio! ¡Que no quiere Dios que hombre y mujer, aunque niños, anden ocultos y solos! ¡Que vaya a pedir perdón a la Virgen por sus desobediencias!

     No fuiste al taller con tu gente, Elías; y estuviste de zarandajas con la Señorita Centeno. ¡Vete a la capilla a pedir perdón por tu pereza y tu lujuria!                                  Y también: — ¡Ya sabes que no quiere Dios que hombre y mujer, aunque niños, anden vagabundos, ocultos y solos! Y no hagas que te dé una pena mayor.

Y yo la seguía hasta la capilla donde estaba la Madre de Dios. Y los dos  nos sentábamos a mirarla, y a mirarnos, sin saber muy bien qué era lujuria; pero dispuestos a estar juntos.

    —Mis pequeños, mis hijitos— decían los ojos de la Virgen. —No pierdan la alegría de quererse.  El Amor es un maravilloso regalo de Dios.

  ¿Soñábamos?...  Nos prestaba al Niño Jesús y lo sosteníamos entre Magdalena y yo, mientras María tocaba nuestras cabezas.

    Estábamos tan absortos en nuestro mundo de ilusiones y milagros que no advertimos que había llegado el día de la partida de los Centeno. Atardecía cuando Magdalena me lo contó en la capilla y lloramos juntos, abrazados por primera vez, descubriéndonos más allá de la seda y el rústico tipoy. No nos escuchábamos, entre sollozos y planes desquiciados; ni sentíamos el paso de  las horas y la llegada de la oscuridad.

     Yo iré por detrás de ustedes, nadando día y noche.

     ¡Es tan lejos, y está todo tan guardado!

       Tupá y la Virgen me sostendrán.

        —Te matarían. Los indios no se acercan a nuestras casas; no quiero irme.

        —Me subiré a un árbol y trinaré para que me oigas y te asomes y…

     El portazo nos dejó aterrados cuando  entraron Fray Pérez y el Capitán, con el Comendador. Venían envueltos en una atmósfera de imprecaciones y violencia. El capitán abofeteó a Magdalena y la sacó en volandas, desmayada, hacia su cabaña; el corregidor me golpeó sin piedad  delante de mi familia y me encerró en el calabozo; y Fray Pérez se quedó rezando por nosotros, casi sin advertir que la Virgen y el Niño  parecían descascararse y encogerse.

      «Pronto habrá que reparar la capilla; esta humedad…». Salió chancleteando hacia su celda y colgó el rosario en el cíngulo.

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     ¡Madre de Dios, se me muere la niña! ¡Piedad, Jesús!— sollozaba el Capitán en la capilla.

Era de madrugada y Magdalena, exangüe, deliraba sollozando mi nombre. Y yo oía su llamado.

     ¡Fray Pérez! ¡Elías está muerto! No creí haberlo golpeado tanto, pero ha muerto…

……………………………………………….

      Llovía a mares y nos estaban sepultando entre salmos, cirios y sollozos. Pero nosotros corríamos de la mano, a través de la selva; mientras tanto, se iba el día… los días… los años… los siglos…

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      Como todos los atardeceres, la Capilla renace de las ruinas; María, el Niño, los bancos, los vitrales, esperan que lleguemos en el canto del río, para dormirnos juntos hasta el alba.

……….

La Morocha

jueves, 9 de julio de 2015

El Alma del Clan (versión ampliada a 1000 palabras)

El alma del clan- Versión 1000 para Literautas

                      
I-                   Josiri- bure (valiente y libre, significa este nombre), de catorce  años, había corrido por la

domingo, 14 de junio de 2015

La Radio- Navidad


                                         Primera y última Navidad

 “La primera transmisión de radio se realizó en la Navidad de 1906. Un científico canadiense, Reginald Aubrey Fessenden, transmitió “O Holy Night” con acompañamiento de violines, y un fragmento bíblico. La transmisión se recibió en varios barcos que navegaban cerca”, leyó mi abuelo.

Jugando con la biblia: Micros del Paraíso

El primer beso
EL PRIMER BESO
La primavera palpitaba en el Paraíso: todo florecía y se multiplicaba.

martes, 2 de junio de 2015

cuentos con tambores

Versión reducida a 750 palabras, para Literautas- Móntame una escena n°26

EL ALMA DEL CLAN I
Corría por la sabana africana para cumplir la primera prueba de su rito iniciático. Tenía catorce años y se sentía capaz de soportar la fatiga. Sabía que era apto y fuerte. Y que  era el hijo del rey. 

domingo, 31 de mayo de 2015