martes, 2 de febrero de 2016

Mínimo Sueño Brillante (Beethoven)


La vida se compone de luces y sombras. No hay rosas sin espinas. Una de cal, una de arena, etcétera, etcétera.
¿Quién no se ha consolado alguna vez con estos axiomas?
¡Para qué entrar en detalles! Aunque sobran las tragedias, la solidaridad y la resiliencia no se rinden. El alma resucita y tiende las manos para dar todo lo bueno que descubre en su propio dolor.
Y entonces florece la sonrisa.
Pequeñas luces y sombras nos marcan la vida cotidiana. Algunos viven tan intensamente el contraste, que su energía trasciende tiempos y espacios, y hace la historia del mundo. 

Sinfonía de la vida 

Esta noche Ludwig sueña una gran tormenta en la pradera;  en medio del estruendo, desde la ventana,  él ve a un jilguero; el pájaro  salta para esquivar el granizo que lo azota; pero  picotea y se  va tragando las piedras heladas. A cada uno de estos ‘bocados’ sigue una escala de trinos, cada vez más fuerte y compleja;  de pronto, el chico  reconoce la melodía de su rondó y aparece en el lugar del jilguero; también se traga las piedras y canta a viva voz. La tormenta  está amainando: sus ecos salen ahora de la garganta del niño- pájaro. Él se escucha fascinado; ora niño, ora trueno, ora orquesta.
Es medianoche y una sombra interfiere en el resplandor de la chimenea, en el cuarto del niño dormido.¡Arriba, arriba! ¡Es importante que te escuchen, holgazán! — gritó el padre. Y arreció con los sacudones para despabilar a la criatura.
Abajo, en la salita, la madre servía unas copas a los dos visitantes; eran gente rica y poderosa;  su marido los había arrastrado a su casa desde el Casino; había apostado a favor del talento de su hijo.
—¡Qué amabilidad la vuestra, señores, al interesaros por el pequeño! ¡Quiera Dios que no esté demasiado dormido y os honre con sus melodías! ¡Su música es un don luminoso del Señor!
Estaba abriendo el piano, cuando Ludwig  y su padre bajaron por la escalera. El chiquito, despeinado y  encogido, en bata y zapatillas; Johann, el padre, tambaleante por la ansiedad y por el alcohol.    
—Es maravilloso cómo  improvisa al piano;  su técnica los dejará pasmados — afirmó casi gritando—.  ¡Y sólo tiene cinco años! Ya lo escucharán ustedes.  ¡Esto se logra con disciplina, señores, con disciplina!
Los caballeros sonrieron y menearon las cabezas, acariciando la del niño; él hizo la reverencia que correspondía y fue al piano.
Silencio… Las manitas en alto… Y, de pronto, desde el Re Mayor, un alegre rondó se desplegó cantando por la sala, iluminando la escena; su vuelo vibrante y seguro no duró ni quince minutos; pero recorrió un universo de emociones y momentos llenos de vida; y se replegó, exhausto, en los dos acordes finales.
Estallaron los aplausos; los visitantes, de pie, abrazaron emocionados al pequeño, mientras la madre le tendía los brazos, llorando de orgullo y tristeza.
—No bosteces, muchacho— lo increpó Johann.  Y se dirigió otra vez a las visitas: —¡¡Así es, es señores, disciplina, disciplina!!  ¿Oiréis otra composición? ¿Algo en violín o clarinete? ¡Ludwig, tráelos!
—¡Oh, no, caballero. Es hora de que vosotros y el niño descanséis. Tened por seguro que actuará en la Corte  en la próxima quincena; y que ya no nos debéis ni una moneda.  Buenas noches.
A la mañana siguiente, la calesa está esperando. Ludwig lleva su maleta.  Su piano  , y los otros instrumentos que domina.lo esperarán en la casa. ¡Hay tantos, y tan  espléndidos en la Corte!
     Adiós, hijo queridosaluda la mamá; y lo besa otra vez.— Recuerda tu sueño: no odies nada de lo que te da la vida; tampoco te lo guardes: de todo lo que te pase, Dios amasará tu  hermosa música— Y le entrega una bolsita de panecillos fragantes.
     Suelta ya al chico, Magdalena. No lo detengas más—gruñe fastidiado, mientras lo tironea. —Y tú, a trabajar para que te proteja el duque y seas importante. Obedece, obedece, obedece. Y no me olvides: que si yo te hubiera dejado andar por las calles, pateando botellas con los otros chicos, no serías el Beethoven  que asombrará al mundo… Ja, ja, ja…Y que nos dará de comer.
El pequeño jilguero sube a la calesa. Los señores de la otra noche lo escoltan, y  se sirven de los panecillos
 ¡Si supieran que el pequeño rondó volará hasta hoy por el mundo! ¡Que nada enjaulará su talento! ¡Que crecerá en sonatas y sinfonías hechas de su soledad, de sus dolores y de sus demonios más intensos!
2-  —Escuchadme, Beethoven— dice muy seriamente el Príncipe Elector; —El Director se queja de vuestra obstinación; lleváis ya diez años entre nosotros y seguís insistiendo en desobedecerle, discutirle, introducir variaciones,
—¿No os gusta mi música, señor? ¿No me pedís a diario que haga música para vuestra familia? Entonces, ¿por qué os preocupáis por este hombre presuntuoso?
—No seáis insolente, Ludwig. Os he dado muchas pruebas de afecto y reconocimiento. Pero es menester que seais humilde, aunque sea por respeto a nuestra dignidad. Y para conservar vuestro empleo; vuestros padres han muerto y no hay quien  vele por vos.
—Perdonad, alteza; vuestra dignidad viene de los hombres; mi talento viene de Dios; no soy vuestro siervo; soy un testimonio del amor que Dios os tiene. Yo soy un hombre libre e inteligente y sé cuál es mi valor. No me faltará quien ame mi música y me sostenga.
La cara del Príncipe enrojece; refleja su lucha entre la ira y la admiración por la audacia del jovencito. De pronto, sonríe; retuerce sus bigotazos canosos y le dice: 
—No sé por qué; pero algo me indica que sois capaz de volar solo, entre los grandes. Os propongo dejar la orquesta de mi palacio, e ir a  Viena, a la corte del Archiduque; él está interesado en ser vuestro Mecenas;  podréis componer con buenos maestros, y  frecuentaréis gente que apoyará vuestra obra. ¿Estáis de acuerdo?
—Sí, señor;  os lo agradezco;  sé que entendéis mis ansias de crecer y de ser reconocido. Partiré en cuanto me deis aviso.

Pasan más de veinte años. La vida sigue: melodías y golpes; aplausos y miseria; amores y desilusiones; muchedumbres y soledad.
Es un día de primavera. Hoy, Ludwig pasea por el parque. Va cantando a voz en cuello su placer por la naturaleza y su dignidad de artista;  por debajo de su sombrero aparece una  trompetilla:
.«Y bien, Dios; me estoy quedando sordo. Sordo y cada vez más solo. Pero no me estás faltando: la música resuena en mi cabeza y en mi corazón; puedo vivir a mi gusto: nadie me apremia; puedo trabajar y gozar mi obra, sin que las rutinas sociales me envenenen».
Desmelenado, casi un mendigo, flotando en su nube de melodías, avanza entre los jardines. «Prefiero lo árboles a la gente»,  se dirá mañana, cuando transcriba “La Pastoral”.
—Miradlo; está loco; l—sentencian los transeúntes; pero lo saludan como a un caballero —¡Buenos días, Herr Beethoven! ¡Mis respetos, Herr Beethoven!
Suben y bajan los sombreros,  Esa  noche se arraciman a la puerta del teatro para escuchar y aplaudir su  música.

Algunas noches después, tiene una visita muy especial; tanto, que se ha comprado una nueva chaqueta y ordenado su melena. Pero está pensando si valió la pena; ni él ni Teresa tienen frío, y están muy despeinados: —¡Estoy tan agradecida por vuestro regalo, Ludwig! ¡Esta Bagatela es tan hermosa! —Teresa se abandona a su abrazo, dulce y coqueta.—  No importa que os hayáis confundido con el nombre: “Para Elisa”; cambio mi nombre con gusto, por ser dueña de una obra vuestra, que mil mujeres codiciarían.
Os amo, Teresa. Quiero vuestra piel y vuestra boca para el resto de mis días. Quiero vuestra alma para que sea mi mejor sinfonía. Pediré vuestra mano.
Oh, Ludwig. Vuestra  música sin par no disimula vuestros orígenes…ni vuestro terrible carácter — Teresa sacude sus rizos dorados, y restriega sus piernas regordetas en los almohadones del canapé—  Amémonos, pero no habléis de matrimonio; sabéis que estoy prometida. Sólo llenadme de música y besos  y seamos felices.
La lámpara de la mesa de noche se estrella contra el piso: “Oíd, estúpida, oíd mi música”grita furioso, y  Beethoven patalea rumbo al piano, pisoteando cristales; no los siente, aunque va descalzo.. “No valéis ni una corchea de esta sonata”. Y los acordes golpean y destrozan los vidrios de la ventana; y se revuelcan por el piso  junto con las partituras, mientras Teresa huye, despavorida, en medio de la noche.
No importa; Ludwig tiene a la música, su amada, su espejo interior.
Dos horas después, sigue improvisando, tarareando, rezongando  y anotando  su quincuagésima octava maravilla. Tiene todos los matices de su locura de amor  y desprecio.  Se llamará “Patética”. ¿O quizás “Appasionatta”?
Desahogada  la ira, despierta ahora un preludio soñoliento y tenso, insidioso y suspenso que crece y devela las sombras; es como la luna llena por encima de los pinos. Y Beethoven abre la ventana para que   Teresa suspire  por él, en su “Claro de Luna”. Ya pasó todo; la desilusión se hizo ritmo y poesía

« Esta es mi vida, mi síntesis, mi Novena Sinfonía» se dice Beethoven, mientras su batuta salta, impetuosa, de uno a otro ángulo de la orquesta.
—¡Presto, presto! ¡Fortíssimo! ¡Violento, señores músicos!— dicen sus manos y su cabeza. «¡Padre, aquí apareces ; tan rígido conmigo y tan tolerante con tus debilidades… ¿Qué buscabas, en realidad? ¿Me amabas, de alguna manera? »
—Adagio. Tensión, señores músicos. Expresivo.  Ligado. « Como mis dudas, mis miedos, mis esperas. Como me acercaba a vosotros, y no terminaba de encontraros»
—Soltad un poco el “sfforzato”, ahora. «Viene mi madre: viene su compañía siempre tensa, pero luminosa»
—“Allegro”, señores músicos. “Crescendo”. Asomando el tema central. “Crescendo”.  Otra vez “diminuendo”, “diminuendo”;  aquietándose…  y cayendo en tenso “pianíssimo”. «Aquí escuchas, madre, mis pobres momentos despreocupados y felices; mis enojos descontrolados y mis desengaños; mis triunfos amargos y  mis soledades. Luz y sombra; sinfonía de mi vida».
—Atentos, cuerdas y coro; es el Final. «Así fui subiendo hacia ti, Alegría de la Vida. Te fui descubriendo en mis dolores;  no odié; fui libre y  transformé  cada momento en una pincelada de Música»
La orquesta y el Coro van copiando, trepidantes, gloriosas, las escalas que señala la batuta; las súbitas cataratas de luz y sonido con las que Beethoven dibuja el rumbo hacia la cima divina de la vida: el encuentro de hermanos diversos que se aceptan y se abrazan.
”Presto”, “Prestíssimo”, “Forte”, “Fortíssimo”. El volumen de la sinfonía es demasiado intenso, tan extraño como Ludwig en la coqueta sociedad de su tiempo.. 
¡Acordes finales! ¡Vibrantes! ¡Largos!... Final  «La batuta reposa, como el pequeño jilguero de la infancia».
 El  primer violín de la orquesta hace girar a Ludwig Van Beethoven hacia el público. Él está sordo; no escucha los aplausos delirantes; ha compuesto y dirigido de memoria toda la obra, oyéndola en su interior.
 La  gente se abraza, agita pañuelos, aplaude sigue coreando ,de pie,los versos de la Oda a la Alegría .  Beethoven los piensa y los reza, agradecido, pero aún henchido de orgullo: «Oh, Señor; he aquí mi música, la que todos admiran y aplauden aunque me desprecien»
Una  y otra vez sacude su augusta melena en parsimonioso saludo.
Muy pronto buscará la alegría “más allá de las estrellas”; ¿presentirá la trascendencia de su sinfonía de vida y  luz? ; ¿quién no  ha cantado alguna vez su mensaje feliz? : “Si es que no encuentras la alegría en esta tierra, búscala, hermano, más allá de las estrellas. Ven, canta, sueña cantando, vive soñando el nuevo sol”.
La música del mínimo sueño brillante ha vencido a sus sombras; se ha escapado de su alma y ha despertado nuestra sonrisa.

martes, 22 de diciembre de 2015

DE AMOR Y PERDÓN

Afuera la noche está helada y las ramas resecas y retorcidas blanquean bajo la nieve y la luna.
Una silueta imprecisa avanza entre volando y patinando hacia la casona.
La he preparado para recibirlo. Algunas nimiedades: polvo en los rincones, vidrios salpicados... No hará falta encender el hogar ni las luces; el corazón es más fuerte. En realidad, no se necesita más que este polvoriento salón para el encuentro.
Mientras atisbo su llegada, pienso en la breve felicidad que albergó nuestra casa.
Cuando percibo que el fantasma de afuera ha traspasado las paredes, cuando me llegan sus primeros ayes y el aire me aletea en la cara, levanto la cruz que tengo entre las manos y grito:—Dios te ha perdonado. Yo te perdono. Descansa en paz.
Afuera, unas campanadas lejanas. Adentro, un gemido; y dos aves inesperadas que atraviesan la ventana y vuelan entre sorprendidas y felices.
Y yo yazgo en el suelo de ladrillos, con la cruz clavada en mi pecho.
El mismo corazón que él había ido destrozado poco a poco, durante años lo ha redimido y liberado.

viernes, 18 de diciembre de 2015

Los cuentos crecen

Los cuentos crecen

Todo había ido bien hasta aquel día, doscientos años atrás, cuando el Espejo Que No Sabía Mentir cambió el conjuro y sacudió para siempre a los pequeños oyentes de cuentos de abuelas:
“Espejo de cristal y luz de estrellas, ¿quién en el mundo es la mujer más bella?”
“¡Oh, reina, que sin duda la más hermosa eras, ahora Blancanieves mil veces te supera!”
***
Esta tarde el sol pugnaba por invadir el castillo. Las ventanas eran pequeños ojales en el ropaje de piedra, pero un rayo más audaz que los otros logró filtrarse al interior del cuarto y se reflejó en un espejo manchado por la humedad y el paso del tiempo; entonces la magia centenaria empezó a desperezarse, a sacudir el polvo, a restaurar los muebles carcomidos, a iluminar el cortinaje de terciopelo. Una mariposa multicolor que acompañaba al sol, aprovechó para desaparecer entre los pliegues.
También Su Majestad brotó del suelo; levitaba graznando, ajena al paso del tiempo y a su condena cotidiana.
El saloncito que revivía era el tocador de la Reina Vanidosa y Cruel, la que siempre corroboraba su belleza con las lisonjas de su espejo.
—¿Quién más bella que yo? Ya no está Blancanieves.
“Espejo de cristal y luz de estrellas, ¿quién en el mundo es la mujer más bella?” recitó ansiosa.
Era la señal; cuando el espejo respondiera, en los cinco minutos siguientes, el corazoncito volvería a sangrar para que ella merendara su juventud eterna.
—Anda, viejo insoportable —le graznó al espejo—, termina el conjuro, que se va el tiempo.
—¿Y dónde está, Blancanieves, después de todo? —reflexionó el espejo, como si no la hubiera oído—. No es fácil seguir el rastro a esta locuela. ¿Supiste algo de ella después de que se fugara con esa panda de enanos a la casita del, uuhmmm, booosque?.
Una nube de furia roja envolvió la enhiesta figura de la Reina; así, vestida de negro, con las manos engarfiadas y agresivas, era un cuervo espantoso y temible. El tintineo de su corona, que rebotaba por el suelo, se mezcló con los hipos risueños del espejo.
—Cálmate, Majestad. Yo sé tus secretos; sé todo sobre el corazoncito que guardas celosamente; pero me ahoga la risa cuando digo “Bosque” y se te cae la corona. ¡Ja, ja, ja!
—¡Impertinente! —graznó la Soberana— ¡Te haré cortar…! ¡Bah. Ni siquiera tienes una cabeza! ¡Responde al conjuro: “Espejo de cristal y luz de estrellas, ¿quién en el mundo es la mujer más bella?” Vamos, dí lo que falta.
—¿Yooo? Reina, Reinita; ya pasas de los doscientos; eres todo lo bella que te permiten tu conciencia… y tus cremas.
—¡Ordinario! —gritó la Reina.
Su voz tensa y exasperada combinaba con las manos sarmentosas que sostenían al espejo, listas para hacerlo añicos contra el suelo.
—¡Ja, ja, ja! —rió el espejo con su carcajada chirriante de vidrio rayado. —Yo también paso de los doscientos, y vaya a saber cuántos. No es para tanto. Olvida lo de la conciencia; fue una broma…
—¡No me provoques la bilis! ¡Responde como debes!
Desde la cortina, un aleteo cortó por un instante el rayo de sol y avisó que se terminaba el tiempo.
—“Eres hermosa, oh Reina Soberana”—carraspeó el espejo—; “nada ensombrece la luz de tu mirada.”
—¿Dijiste “cof- cof” en medio del conjuro?
—No, fue una flema inoportuna, Reinita. Disculpa. A los viejos se nos escapa. Enseguida estarás renovada y bella como siempre.
La Reina suspiró y lo dejó sobre la consola del tocador en medio de un millón de cremas exóticas; con vuelo agitado abrió un pequeño cofre de oro; allí, el corazoncito del lechón sangraba otra vez, gracias al conjuro trucado.
Doscientos años habían pasado desde que el Hada Madrina le enseñó al espejo la fórmula nueva: “Sólo tose en medio del verso; así funcionará, para que Blancanieves pueda vivir feliz, para siempre”.
«¡Oh, la pócima de las maravillas! ¡Cómo huele, por Dios! Como su podrido corazón… Como mi propio corazón que se volvió mentiroso por su culpa».
¿Sufría? ¡Bah! Casi al instante se desternillaba de risa.
«Ya pasó. ¿Por qué ocultarlo? Ahora soy un duende tramposo; un cínico inteligente y divertido».
La reina se apretó la nariz, cerró los ojos y bebió haciendo arcadas. No advirtió que se deshacía otra vez, negra y fantasmal, en la ruina del castillo.
Desde los pliegues del cortinaje, la mariposa brillante regresaba al bosque:
—Hasta mañana, Hada Madrina,—saludó el espejo, que también se diluía perezosamente—. Cariños a Blancanieves.

domingo, 29 de noviembre de 2015

El Lápiz Mágico y La Vida




Versión ampliada de “El lápiz mágico” (En Literautas, nov. 2015)

    I-  Algunos de los mejores momentos de mi vida transcurrieron en los Campamentos de Jóvenes Cristianos, en Los Gigantes, (Sierras de Córdoba). Comenzaban los años 60. Durante diez días se alzaban las carpas para el grupo de cincuenta  chicos y chicas; disfrutábamos de una sana amistad y vivíamos en un sereno y organizado régimen scout.  Ya era un milagro un campamento mixto, con un cura que no usaba sotana, nadaba entre todos nosotros,  y nos hablaba de un Dios que nos quería libres y responsables.  Reflexiones, fogones, caminatas y escaladas, tardes de río… y “la espera del sol”.

jueves, 26 de noviembre de 2015

El lápiz mágico Para Literautas, Noviembre 2015


El Lápiz Mágico
    I-  Algunos de los mejores momentos de mi vida transcurrieron en los Campamentos de Jóvenes Cristianos, en Los Gigantes, (Sierras de Córdoba). Comenzaban los años 60. Durante diez días se alzaban las carpas para el grupo de sesenta  chicos y chicas; disfrutábamos de una sana amistad y

domingo, 27 de septiembre de 2015

Demonios, rutinas y cafecito




 Pereza, Hastío, Desilusión y Malhumor, me despertaron. Mis demonios suelen aparecer varias veces al año, en especial en invierno: la panorámica de mi jornada no podía ser más propicia para ellos. El clima no se cuidaba de ser simpático: frio, viento, llovizna... El entorno social pintaba pesado. Investigué a conciencia mi cuerpo en busca de todos los males posibles para no salir de la cama; pero “un dedo artrósico y unos mocos alérgicos no te absuelven” apuntó Rutina, un hada vieja que heredé de mi mamá.
« ¿Y un vacío interior? ¡Si no les haces falta, no aparece nadie! Están bien contentos y no tienen ganas de jugar a la familia Ingalls» me cuchichearon Malhumor y Hastío.
Le tironeé las colchas a Rutina, que rezongaba algo sobre “sentido del deber”, y me propuse seguir dándole fuelle a la “depre”.
Siempre listos, mis Demonios prepararon un show de otras historias mal superadas, nefastas, en donde los malentendidos devenían en ingratitudes y rencores; muy a conciencia me servían cucharadas amargas y ardientes de sus menjunjes ponzoñosos.
Y entonces lo sentí. Posiblemente, Angelito de la Guarda había logrado sentarse sobre mi vejiga. Había que ir al baño, sí señor.
No hay crisis que justifique mojar la cama cuando uno tiene todo para ser feliz me susurró en medio del “plin, plin”.
Cumplido el trámite, me sentí algo más animada. Rutina me puso delante del espejo; abrí la canilla para lavarme la cara;  pero a media tarea, otra  vez, los Demonios me llenaron de cicuta: arrugas, gesto duro, nariz colorada, pelo seco y enredado, dientes postizos. Malhumor me tapaba las cremas y cepillos con los que podría equilibrar algo de la carga. Todo estaba al alcance de la mano, pero no lo veía…
  Todo para ser feliz, aunque no quieras intervino Hastío. Y yo empecé a chancletear otra vez hacia  el dormitorio.
Supongo que fue Angelito el que tiró el peine al suelo, a la salida del baño… Y Rutina me empujó hacia adelante para levantarlo; empecé a peinarme, como despertando.
¡Loca! ¡Volvé a la cama! gritó Pereza Hace un frío de perros.
Pretexto me llenó la cara de polvo y empecé a estornudar; otra vez en la cama, mi nariz era un grifo mal cerrado. Busqué las Carilinas que siempre aparecían obedientes, debajo de la almohada; ahora, no; ¿tal vez Angelito? ¿tal vez Rutina?...
¡Pero, caramba! ¿No se puede dormir tranquila? ¿Por qué no me dejan en paz? ¿Dónde metí las Carilinas?
Tenía tantas ganas de limpiarme la nariz que los Demonios se replegaron unos pasos: ya no les estaba prestando atención. Las Carilinas debían estar sobre la mesita de luz; pero Angelito me las debió de esconder debajo de mi cuaderno de notas, que había quedado abierto en mis últimas líneas de ayer: “una perfumada tacita de café”…
Angelito me cosquilleaba ideas, pero Rutina me empujó para que me hiciera un café… Sentada, a medio peinar, sonreí disfrutando mi pocillo; en el tímido rayo de sol de invierno que entraba por la ventana vi diluirse a mis demonios hasta la próxima “depre”.

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lunes, 21 de septiembre de 2015

Un pequeño sueño brillante (b)




Soñé con estrellas. Bellísimos globos de luz giraban alrededor de mi casa, y entretejían una danza de milenios, para asomarse de a dos o tres, por mi ventana, entre los brazos de un árbol oscuro y viejo, o los negros jirones del vacío.

Alguna vez me hablaron de la “música de los astros”, del perfecto equilibrio que  sostiene a las estrellas mientras bailan, pausadas y encendidas; también leí un precioso poema que describe ese latir incesante sobre la muda oscuridad del cielo: “la distancia es silencio y la visión es sonido”…

Y todo estaba en mi sueño, para que yo lo gozara absorta y en pacífico suspenso.

Viví un pequeño sueño brillante, de paz y luz; nada pugnaba por destacarse; todo fluía y refulgía en concierto armonioso;  y mi alma cantaba, en lo profundo, las cadencias de mi propia historia en el seno de mi madre: las voces de mi propio misterio recién descubierto.

Sentí que me levantaba para bailar, tomado de las manos con el infinito; para girar en mi propia  órbita; y supe que me elevaba en el espacio, desde mi esencia inocente,hacia Lo Sublime, …

La Danza de los Astros- Alfonso Cortés.

La Danza de los Astros

La sombra azul y vasta es un perpetuo vuelo

que estremece el inmóvil movimiento del cielo;

la distancia es silencio, la visión es sonido;

el alma se nos vuelve como un místico oído

en que tienen las formas propia sonoridad:

luz antigua en sollozos estremece el Abismo,

y el Silencio Nocturno se levanta en sí mismo.

Los violines del éter pulsan su claridad.

Poema metafísico de Alfonso Cortés, nicaragüense, (9 de diciembre de 1893 - 3 de febrero de 1969). Desde 1927,se manifiesta su esquizofrenia violenta, que  llevó a los suyos a mantenerlo encadenado, muchos años; pero durante este tiempo, hasta su muerte, escribió poemas que le valieron importantes premios y menciones.

martes, 8 de septiembre de 2015

Mínimo sueño brillante



El semáforo en rojo la obligó a detenerse frente a la joyería. Mientras esperaba el verde, la Yeni echó una ojeada rápida a la vidriera. Y entonces…se olvidó del semáforo. La  gente ya cruzaba la calle, pero ella se acercó fascinada por el anillito; irradiaba luces desde su pequeño estuche de terciopelo; los reflejos verdes, rojos, dorados y blancos, se dispersaban en abanico desde un centro de flores mínimas. Para la Yeni, esa joyita minúscula eclipsaba todo el infinito despligue de collares, aros y pulseras.

viernes, 4 de septiembre de 2015

Don Quijote.

Hoy recibí  un excelente  envío "Don Quijote a trote PPS" ¡Qué pena que te lo "enchufen" en el secundario sin cuentagotas! Así "picoteado" e ilustrado es como impacta y mueve a pensar, aunque mantenga el lenguaje y estilo. El Quijote es como una Biblia; a ella la han traducido y adaptado (Vulgata. Latinoamericana), y hay que leer y masticar pedacitos; igual que todo texto sagrado de cualquier origen. 
Lo importante es ponerlo en el propio corazón, en lo cotidiano.

jueves, 3 de septiembre de 2015

miércoles, 26 de agosto de 2015

Viajando en el Tren de las Nubes



Escrito en 2014.
Durante las últimas vacaciones de invierno, tuve ocasión de viajar en el Tren de las Nubes.

Tortuga

tortuga


Un cuento de tortugas
Una  isla como cualquier otra: sol, mar, arena, palmeras; sombrillas, reposeras,  tragos con sombrillita… Esta también.  Salvo porque tiene una tortuguera dentro de un gran círculo de rocas; allí se aparean y anidan miles de tortugas hasta que llega el momento de volver al mar. Es raro lo que me pasa con estos bichos: algo como “amor-odio”, diría un psicólogo; me fascinan y repelen casi a un tiempo.
Hoy estaba sola en la playa; me puse a tomar sol, cerca de la tortuguera, sentada en la arena, los pies en el agua; nadie requería mi presencia, como de costumbre. La gente no busca a los pensadores sensibles e inteligentes. ¿Y para qué desperdiciar talento donde no se lo valora?  Mis padres dicen que así voy mal, que no se puede vivir sin amigos, que parece que tengo caparazón.  Por lo tanto me han mandado, sin más vueltas, al “viaje de los 15”.
Seguramente los chicos andarán en alegre montón, ridículos, a las carcajadas y empujones; yo, soy yo, y no me van esas cosas. No los busco, ni los necesito.
«¿Sola?» dije . He aquí que Martín se me sienta al lado. Casi un nadie con su flacura quinceañera, un sombrerito blanco y enormes anteojos de sol.
—Hola.
—..aa— dije, porque no me sentí inspirada para contestarle  “hol”.
—¿Viniste a ver las tortugas, de nuevo?
—…mmm
    ¡Jua! ¡A qué va a ser, si no! Soy pavo cuando quiero charlar. ¿Te gustan? 
    No sé — contesto un poco menos irritada.  Son raras…
    A mí me interesan mucho. Son muy especiales. ¿Las oís?. Ya están “emparejadas”
 Las  tortugas se apareaban entre suspiros “trompetosos”. Cada una con su cada uno, supongo. (A lo mejor también se levantaron los tabúes en el mundo de las tortugas… Je, je…)
Entonces la vimos; era grandota, boba y oscura.  Casi se arrastraba en el paso a paso.  Marchaba como un pesado tractor hacia la colonia de tortugas donde ella había llegado tarde, y sola; para mí, su llegada era un suceso intrascendente e ineficaz porque todos debían estar emparejados, ya; le había costado montones, pero no le iba a servir de nada.
No sé porqué se me ocurrió alzarla; entonces noté que tenía un caparazón muy especial, veteado de rojo;  y que miraba como a lo lejos, o muy adentro, tal vez.  A mi lado, Martín disfrutaba señalándome algo sobre “la especie”, “los caparazones veteados”… Y yo lo escuchaba, como si estuviera más cómoda, menos enojada.
¡Tonta!—dije ¿Para qué los buscás? ¿Acaso se molestaron en esperarte?
Los busco porque estoy viva; y quiero vivir con ellos.
Aunque la tortuga no parecía muy comunicativa, yo la escuché. (O a lo mejor era un loro en una palmera).  No: era Martín. No había dicho “los busco”, “estoy”, “quiero”; sino “busca”, “está”, “quiere”; pero igual, el comentario hizo “clic” en mi propio caparazón.
En algún momento la pusimos otra vez en el suelo; y la rara, boba, siguió a paso fijrme, se hundió en el montón y se perdió detrás de las piedras.
«¿Habrá un roto para un descosido, como dice mi abuela?»
Y entonces… ¡Milagro!… Contra todo pronóstico, nuestra tortuga boba, oscura y veteada de rojo ha encontrado compañía. ¿Cómo sé que es ella en el montón que la envuelve? ¡Qué sé yo! No la veo, ni la distingo, pero hay una certeza dentro de mí; absolutamente seguro: es ella.
—Ja, ja.  Seguro que ya no está sola.  ¿Por qué no?— Parece que Martín me oye pensar— Nos vemos en el comedor, che. —Y se va corriendo.
Como en el tango, “se me pianta un lagrimón”; mi coraza se ha rajado y gotea. Estoy llorando y deseando ser menos especial. Corriendo, entre lágrimas, con el corazón que se me va soltando, voy en busca del contingente (¿o de Martín?), porque yo también estoy viva y quiero vivir.