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Blog para recopilar y compartir mis escritos, fragmentos de lecturas que me han impactado y algunas informaciones útiles para escritores
lunes, 14 de marzo de 2016
miércoles, 9 de marzo de 2016
Los Hijos del Sol
Los Hijos del Sol
Versión libre de una historia de la conquista del Perú.I- La vanguardia de los evadidos trepaba por el sendero montañoso. Era una noche oscurísima, nublada, propicia para la fuga, pero también para despeñarse y morir empalado en cualquier aguja de piedra. Morir empalado era un final posible en aquellos años de 1500; cualquier supuesto traidor podía ser empalado sin lástima, si traicionaba a “la Corona”. Y todos los que integraban la caravana eran “traidores”, ya que huían del Rey y de sus capitanes, llevándose los tesoros más codiciados por estos, y más amados por aquellos. Atrás quedaba otro traidor: Atahualpa yacía estrangulado sobre la montaña de oro y plata con la que pretendió comprar su libertad.
Cada guerrero cargaba sobre la espalda un cesto pesadísimo lleno de joyas increíbles. Y también cargaba, desafiando al viento, su historia milenaria, sus jerarquías, su sistema social. Todo lo que se debía preservar de la peste blanca que había traído la viruela y pisoteado sus creencias.
Sola, en su cesto, iba la Huasca. Era una inmensa cadena trenzada en oro, el símbolo de la pureza de la sangre real; mucho antes de las guerras y de las muertes, Huayna Cápac, el padre, había celebrado con ella a Huáscar, su hijo legítimo. Atahualpa la había usurpado junto con el trono y la vida de su hermano.
Fruto de una cultura de siglos, los portadores se sentían elegidos para sostener el Imperio; su convicción vencía a la fatiga; seguía la marcha fiel y estoica del Tahuantinsuyo. A la cabeza, iba enhiesta la Coya.
II- Cuxirimay Ocllo; la bella esposa y hermana de Atahualpa, tenía catorce años; era dos veces viuda: antes de ser ajusticiado, Atahualpa había muerto para ella y sus fieles. La fuga la encontró vestida de negro, porque ya estaba llena de dolor, y ese dolor la protegía entre las rocas, más que su ropaje oscuro.
«Tú mismo marcaste tu senda de muerte en mi alma; creí que eras Inti entre nosotros, nuestro Sol; y viví gozosa, prisionera de tu luz, como otra Mama Quilla de plata; pero caíste, ambicioso asesino, antes del ocaso». El cielo, golpeado por la furia y el desencanto, ignoró el llanto seco de la Ñusta; no le mostró ni siquiera sus lágrimas, desde las nubes oscuras; ella era su Luna, su Princesa; pero el Sol estaba muerto, muertos su cuerpo y su honra; y la Luna, por lo tanto, condenada a ser sólo piedra.
III- La columna y la noche habían avanzado hasta una cima; desde allí, ladera abajo, llegarían al Santuario. Debajo de las nubes, Mama Quilla debía de estar en el cenit. De pronto, Cuxirimay se detuvo, levantó sus brazos y empezó a cantar un fúnebre lamento. No articulaba palabras: sólo sollozos modulados. Y su cuerpo se mecía en el ritmo de la angustia impredecible. «Mama Quilla, madre luna, soy tu hija y estoy sola. Como tú, soy la hermana y la esposa y todo lo mío es reflejo suyo. Mama Quilla, hermana de Inti, esposa del Sol, llámalo para que nos consuele. Mama Quilla, míralo, acarícialo, despiértalo; que perdone la traición y me quite este mal que no merezco». La fila de los portadores, roca entre las rocas, emanaba tristeza; ni un susurro, ni un gesto; pero sus rezos mudos coreaban los de la Ñusta: «Lo que tú quieras, Inti, para nuestro pueblo; lo que tú quieras, nuestro bien; porque no somos traidores»
IV- De pronto, amainó el viento frío y una calma misteriosa envolvió a la columna. La Princesa y su corte, de pie, parecían hechizados. Dos pequeñas líneas de luz plateada se abrieron paso entre las nubes. Dos brazos de Luna Madre acariciaron a la Princesa extática. Después recorrieron la columna, como bendiciéndola. El tiempo manaba veloz en el silencio; estaba aclarando debajo de las nubes; los perfiles negros de las rocas verdeaban tímidos. ¿Hubo un trueno lejano? ¿Venía la lluvia? ¿Era la voz de Inti que despertaba ante los ruegos de Mama Quilla y de Cuxirimay? La joven cayó de rodillas, llorando los pedazos rotos de su corazón. « Quita tu dolor, y vístete de coraje; vuelve a Cuzco; la Huasca será invisible y quedará soldada a tu cuerpo y a tu raza; yo te iré mostrando tu nuevo destino» La Luna se iba apagando. Acurrucada en sus dos pálidos brazos, llegó la cadena al cuello de Cuxirimay, y asomó el primer rayo de sol.
En un instante de misterio sagrado, ella percibió a sus hijos, sentados sobre los cestos, piedras dormidas para siempre, contra la montaña. Y oyó, muy cerca, el galope de los caballos de Francisco Pizarro.
martes, 2 de febrero de 2016
Mínimo Sueño Brillante (Beethoven)
La vida se compone de luces y sombras. No hay rosas sin
espinas. Una de cal, una de arena, etcétera, etcétera.
¿Quién no se ha consolado alguna vez con estos axiomas?
¡Para qué entrar en detalles! Aunque sobran las tragedias, la solidaridad y la resiliencia no se rinden. El alma resucita y tiende las manos para dar todo lo bueno que descubre en su propio dolor.
Y entonces florece la sonrisa.
¿Quién no se ha consolado alguna vez con estos axiomas?
¡Para qué entrar en detalles! Aunque sobran las tragedias, la solidaridad y la resiliencia no se rinden. El alma resucita y tiende las manos para dar todo lo bueno que descubre en su propio dolor.
Y entonces florece la sonrisa.
Pequeñas luces y
sombras nos marcan la vida cotidiana. Algunos viven tan intensamente el
contraste, que su energía trasciende tiempos y espacios, y hace la historia del
mundo.
Esta noche Ludwig sueña una gran tormenta en la
pradera; en medio del estruendo, desde
la ventana, él ve a un jilguero; el
pájaro salta para esquivar el granizo
que lo azota; pero picotea y se va tragando las piedras heladas. A cada uno
de estos ‘bocados’ sigue una escala de trinos, cada vez más fuerte y
compleja; de pronto, el chico reconoce la melodía de su rondó y aparece en
el lugar del jilguero; también se traga las piedras y canta a viva voz. La
tormenta está amainando: sus ecos salen
ahora de la garganta del niño- pájaro. Él se escucha fascinado; ora niño, ora
trueno, ora orquesta.
Es medianoche y una sombra interfiere en el resplandor de la
chimenea, en el cuarto del niño dormido.—¡Arriba, arriba! ¡Es importante que te
escuchen, holgazán! — gritó el padre. Y
arreció con los sacudones para despabilar a la criatura.
Abajo, en la salita, la madre servía unas
copas a los dos visitantes; eran gente rica y poderosa; su marido los había arrastrado a su casa
desde el Casino; había apostado a favor del talento de su hijo.
—¡Qué amabilidad la vuestra, señores, al
interesaros por el pequeño! ¡Quiera Dios que no esté demasiado dormido y os
honre con sus melodías! ¡Su música es un don luminoso del Señor!
Estaba abriendo el piano, cuando
Ludwig y su padre bajaron por la
escalera. El chiquito, despeinado y
encogido, en bata y zapatillas; Johann, el padre, tambaleante por la
ansiedad y por el alcohol.
—Es maravilloso cómo improvisa al piano; su técnica los dejará pasmados — afirmó casi
gritando—. ¡Y sólo tiene cinco años! Ya
lo escucharán ustedes. ¡Esto se logra
con disciplina, señores, con disciplina!
Los caballeros sonrieron y menearon las
cabezas, acariciando la del niño; él hizo la reverencia que correspondía y fue
al piano.
Silencio… Las manitas en alto… Y, de
pronto, desde el Re Mayor, un alegre rondó se desplegó cantando por la sala,
iluminando la escena; su vuelo vibrante y seguro no duró ni quince minutos;
pero recorrió un universo de emociones y momentos llenos de vida; y se replegó,
exhausto, en los dos acordes finales.
Estallaron los aplausos; los visitantes, de
pie, abrazaron emocionados al pequeño, mientras la madre le tendía los brazos,
llorando de orgullo y tristeza.
—No bosteces, muchacho— lo increpó
Johann. Y se dirigió otra vez a las
visitas: —¡¡Así es, es señores, disciplina, disciplina!! ¿Oiréis otra composición? ¿Algo en violín o
clarinete? ¡Ludwig, tráelos!
—¡Oh, no, caballero. Es hora de que
vosotros y el niño descanséis. Tened por seguro que actuará en la Corte en la próxima quincena; y que ya no nos
debéis ni una moneda. Buenas noches.
A la mañana siguiente, la calesa
está esperando. Ludwig lleva su maleta.
Su piano , y los otros
instrumentos que domina.lo esperarán en la casa. ¡Hay tantos, y tan espléndidos en la Corte!
—
Adiós, hijo querido—saluda la mamá; y lo besa otra
vez.—
Recuerda tu sueño: no odies nada de lo que te da la vida; tampoco te lo
guardes: de todo lo que te pase, Dios amasará tu hermosa música— Y le entrega una bolsita de
panecillos fragantes.
—
Suelta ya al chico, Magdalena. No lo detengas
más—gruñe fastidiado, mientras lo tironea. —Y tú, a trabajar para que te
proteja el duque y seas importante. Obedece, obedece, obedece. Y no me olvides:
que si yo te hubiera dejado andar por las calles, pateando botellas con los
otros chicos, no serías el Beethoven que
asombrará al mundo… Ja, ja, ja…Y que nos dará de comer.
El pequeño jilguero sube a la calesa. Los señores de la otra
noche lo escoltan, y se sirven de los
panecillos
¡Si supieran que el
pequeño rondó volará hasta hoy por el mundo! ¡Que nada enjaulará su talento!
¡Que crecerá en sonatas y sinfonías hechas de su soledad, de sus dolores y de
sus demonios más intensos!
2- —Escuchadme,
Beethoven— dice muy seriamente el Príncipe Elector; —El Director se queja de
vuestra obstinación; lleváis ya diez años entre nosotros y seguís insistiendo
en desobedecerle, discutirle, introducir variaciones,
—¿No os gusta mi música, señor? ¿No me
pedís a diario que haga música para vuestra familia? Entonces, ¿por qué os
preocupáis por este hombre presuntuoso?
—No seáis insolente, Ludwig. Os he dado
muchas pruebas de afecto y reconocimiento. Pero es menester que seais humilde,
aunque sea por respeto a nuestra dignidad. Y para conservar vuestro empleo;
vuestros padres han muerto y no hay quien vele por vos.
—Perdonad, alteza; vuestra dignidad viene
de los hombres; mi talento viene de Dios; no soy vuestro siervo; soy un
testimonio del amor que Dios os tiene. Yo soy un hombre libre e inteligente y
sé cuál es mi valor. No me faltará quien ame mi música y me sostenga.
La cara del Príncipe enrojece; refleja su
lucha entre la ira y la admiración por la audacia del jovencito. De pronto,
sonríe; retuerce sus bigotazos canosos y le dice:
—No sé por qué; pero algo me indica que
sois capaz de volar solo, entre los grandes. Os propongo dejar la orquesta de
mi palacio, e ir a Viena, a la corte del
Archiduque; él está interesado en ser vuestro Mecenas; podréis componer con buenos maestros, y frecuentaréis gente que apoyará vuestra obra.
¿Estáis de acuerdo?
—Sí, señor;
os lo agradezco; sé que entendéis
mis ansias de crecer y de ser reconocido. Partiré en cuanto me deis aviso.
Pasan más de veinte años. La vida sigue:
melodías y golpes; aplausos y miseria; amores y desilusiones; muchedumbres y
soledad.
Es un día de primavera. Hoy, Ludwig pasea
por el parque. Va cantando a voz en cuello su placer por la naturaleza y su
dignidad de artista; por debajo de su
sombrero aparece una trompetilla:
.«Y bien, Dios; me estoy quedando sordo. Sordo
y cada vez más solo. Pero no me estás faltando: la música resuena en mi cabeza
y en mi corazón; puedo vivir a mi gusto: nadie me apremia; puedo trabajar y
gozar mi obra, sin que las rutinas sociales me envenenen».
Desmelenado, casi un mendigo, flotando en
su nube de melodías, avanza entre los jardines. «Prefiero lo árboles a la gente», se dirá mañana, cuando transcriba “La
Pastoral”.
—Miradlo; está loco; l—sentencian los
transeúntes; pero lo saludan como a un caballero —¡Buenos días, Herr Beethoven!
¡Mis respetos, Herr Beethoven!
Suben y bajan los sombreros, Esa
noche se arraciman a la puerta del teatro para escuchar y aplaudir
su música.
Algunas noches después, tiene una visita muy especial; tanto, que se ha comprado una nueva chaqueta y ordenado su melena. Pero está pensando si valió la pena; ni él ni Teresa tienen frío, y están muy despeinados: —¡Estoy tan agradecida por vuestro regalo, Ludwig! ¡Esta Bagatela es tan hermosa! —Teresa se abandona a su abrazo, dulce y coqueta.— No importa que os hayáis confundido con el nombre: “Para Elisa”; cambio mi nombre con gusto, por ser dueña de una obra vuestra, que mil mujeres codiciarían.
—Os amo, Teresa. Quiero vuestra piel y vuestra boca para el
resto de mis días. Quiero vuestra alma para que sea mi mejor sinfonía. Pediré
vuestra mano.
—Oh, Ludwig. Vuestra
música sin par no disimula vuestros orígenes…ni vuestro terrible carácter
—
Teresa sacude sus rizos dorados, y restriega sus piernas regordetas en los
almohadones del canapé— Amémonos,
pero no habléis de matrimonio; sabéis que estoy prometida. Sólo llenadme de
música y besos y seamos felices.
La lámpara de la mesa de noche se estrella contra el piso:
“Oíd, estúpida, oíd mi música”—grita furioso, y Beethoven patalea rumbo al piano, pisoteando
cristales; no los siente, aunque va descalzo.. “No valéis ni una corchea de
esta sonata”. Y los acordes golpean y destrozan los vidrios de la ventana; y se
revuelcan por el piso junto con las
partituras, mientras Teresa huye, despavorida, en medio de la noche.
No importa; Ludwig tiene a la música, su amada, su espejo
interior.
Dos horas después, sigue improvisando, tarareando,
rezongando y anotando su quincuagésima octava maravilla. Tiene
todos los matices de su locura de amor y
desprecio. Se llamará “Patética”. ¿O
quizás “Appasionatta”?
Desahogada la ira,
despierta ahora un preludio soñoliento y tenso, insidioso y suspenso que crece
y devela las sombras; es como la luna llena por encima de los pinos. Y
Beethoven abre la ventana para que
Teresa suspire por él, en su
“Claro de Luna”. Ya pasó todo; la desilusión se hizo ritmo y
poesía
« Esta es mi vida, mi síntesis, mi
Novena Sinfonía» se dice Beethoven, mientras su batuta
salta, impetuosa, de uno a otro ángulo de la orquesta.
—¡Presto, presto! ¡Fortíssimo! ¡Violento,
señores músicos!— dicen sus manos y su cabeza. «¡Padre, aquí apareces ; tan
rígido conmigo y tan tolerante con tus debilidades… ¿Qué buscabas, en realidad?
¿Me amabas, de alguna manera? »
—Adagio. Tensión, señores músicos.
Expresivo. Ligado. « Como mis dudas, mis
miedos, mis esperas. Como me acercaba a vosotros, y no terminaba de encontraros»
—Soltad un poco el “sfforzato”, ahora. «Viene
mi madre: viene su compañía siempre tensa, pero luminosa»
—“Allegro”, señores músicos. “Crescendo”.
Asomando el tema central. “Crescendo”.
Otra vez “diminuendo”, “diminuendo”;
aquietándose… y cayendo en tenso
“pianíssimo”. «Aquí escuchas, madre, mis pobres momentos despreocupados y
felices; mis enojos descontrolados y mis desengaños; mis triunfos amargos
y mis soledades. Luz y sombra; sinfonía
de mi vida».
—Atentos, cuerdas y coro; es el Final. «Así
fui subiendo hacia ti, Alegría de la Vida. Te fui descubriendo en mis
dolores; no odié; fui libre y transformé
cada momento en una pincelada de Música»
La orquesta y el Coro van copiando, trepidantes, gloriosas,
las escalas que señala la batuta; las súbitas cataratas de luz y sonido con las
que Beethoven dibuja el rumbo hacia la cima divina de la vida: el encuentro de
hermanos diversos que se aceptan y se abrazan.
—”Presto”, “Prestíssimo”, “Forte”, “Fortíssimo”. El volumen de
la sinfonía es demasiado intenso, tan extraño como Ludwig en la coqueta
sociedad de su tiempo..
— ¡Acordes finales! ¡Vibrantes! ¡Largos!... Final «La batuta reposa, como el pequeño
jilguero de la infancia».
El primer violín de la orquesta hace girar a
Ludwig Van Beethoven hacia el público. Él está sordo; no escucha los aplausos
delirantes; ha compuesto y dirigido de memoria toda la obra, oyéndola en su
interior.
La gente se abraza, agita pañuelos, aplaude
sigue coreando ,de pie,los versos de la Oda a la Alegría . Beethoven los piensa
y los reza, agradecido, pero aún henchido de orgullo: «Oh, Señor; he aquí mi
música, la que todos admiran y aplauden aunque me desprecien»
Una
y otra vez sacude su augusta melena en parsimonioso saludo.
Muy pronto buscará la alegría “más allá de
las estrellas”; ¿presentirá la trascendencia de su sinfonía de vida y luz? ; ¿quién no ha cantado alguna vez su mensaje feliz? : “Si
es que no encuentras la alegría en esta tierra, búscala, hermano, más allá de
las estrellas. Ven, canta, sueña cantando, vive soñando el nuevo sol”.
La música del mínimo sueño brillante ha
vencido a sus sombras; se ha escapado de su alma y ha despertado nuestra
sonrisa.
martes, 22 de diciembre de 2015
DE AMOR Y PERDÓN
Afuera la noche está helada y las ramas resecas y retorcidas blanquean bajo la nieve y la luna.
Una silueta imprecisa avanza entre volando y patinando hacia la casona.
La he preparado para recibirlo. Algunas nimiedades: polvo en los rincones, vidrios salpicados... No hará falta encender el hogar ni las luces; el corazón es más fuerte. En realidad, no se necesita más que este polvoriento salón para el encuentro.
Mientras atisbo su llegada, pienso en la breve felicidad que albergó nuestra casa.
Cuando percibo que el fantasma de afuera ha traspasado las paredes, cuando me llegan sus primeros ayes y el aire me aletea en la cara, levanto la cruz que tengo entre las manos y grito:—Dios te ha perdonado. Yo te perdono. Descansa en paz.
Afuera, unas campanadas lejanas. Adentro, un gemido; y dos aves inesperadas que atraviesan la ventana y vuelan entre sorprendidas y felices.
Y yo yazgo en el suelo de ladrillos, con la cruz clavada en mi pecho.
El mismo corazón que él había ido destrozado poco a poco, durante años lo ha redimido y liberado.
Una silueta imprecisa avanza entre volando y patinando hacia la casona.
La he preparado para recibirlo. Algunas nimiedades: polvo en los rincones, vidrios salpicados... No hará falta encender el hogar ni las luces; el corazón es más fuerte. En realidad, no se necesita más que este polvoriento salón para el encuentro.
Mientras atisbo su llegada, pienso en la breve felicidad que albergó nuestra casa.
Cuando percibo que el fantasma de afuera ha traspasado las paredes, cuando me llegan sus primeros ayes y el aire me aletea en la cara, levanto la cruz que tengo entre las manos y grito:—Dios te ha perdonado. Yo te perdono. Descansa en paz.
Afuera, unas campanadas lejanas. Adentro, un gemido; y dos aves inesperadas que atraviesan la ventana y vuelan entre sorprendidas y felices.
Y yo yazgo en el suelo de ladrillos, con la cruz clavada en mi pecho.
El mismo corazón que él había ido destrozado poco a poco, durante años lo ha redimido y liberado.
viernes, 18 de diciembre de 2015
Los cuentos crecen
Los cuentos crecen
Todo había ido bien hasta aquel día, doscientos años atrás, cuando el Espejo Que No Sabía Mentir cambió el conjuro y sacudió para siempre a los pequeños oyentes de cuentos de abuelas:“Espejo de cristal y luz de estrellas, ¿quién en el mundo es la mujer más bella?”
“¡Oh, reina, que sin duda la más hermosa eras, ahora Blancanieves mil veces te supera!”
***
Esta tarde el sol pugnaba por invadir el castillo. Las ventanas eran pequeños ojales en el ropaje de piedra, pero un rayo más audaz que los otros logró filtrarse al interior del cuarto y se reflejó en un espejo manchado por la humedad y el paso del tiempo; entonces la magia centenaria empezó a desperezarse, a sacudir el polvo, a restaurar los muebles carcomidos, a iluminar el cortinaje de terciopelo. Una mariposa multicolor que acompañaba al sol, aprovechó para desaparecer entre los pliegues.
También Su Majestad brotó del suelo; levitaba graznando, ajena al paso del tiempo y a su condena cotidiana.
El saloncito que revivía era el tocador de la Reina Vanidosa y Cruel, la que siempre corroboraba su belleza con las lisonjas de su espejo.
—¿Quién más bella que yo? Ya no está Blancanieves.
“Espejo de cristal y luz de estrellas, ¿quién en el mundo es la mujer más bella?” recitó ansiosa.
Era la señal; cuando el espejo respondiera, en los cinco minutos siguientes, el corazoncito volvería a sangrar para que ella merendara su juventud eterna.
—Anda, viejo insoportable —le graznó al espejo—, termina el conjuro, que se va el tiempo.
—¿Y dónde está, Blancanieves, después de todo? —reflexionó el espejo, como si no la hubiera oído—. No es fácil seguir el rastro a esta locuela. ¿Supiste algo de ella después de que se fugara con esa panda de enanos a la casita del, uuhmmm, booosque?.
Una nube de furia roja envolvió la enhiesta figura de la Reina; así, vestida de negro, con las manos engarfiadas y agresivas, era un cuervo espantoso y temible. El tintineo de su corona, que rebotaba por el suelo, se mezcló con los hipos risueños del espejo.
—Cálmate, Majestad. Yo sé tus secretos; sé todo sobre el corazoncito que guardas celosamente; pero me ahoga la risa cuando digo “Bosque” y se te cae la corona. ¡Ja, ja, ja!
—¡Impertinente! —graznó la Soberana— ¡Te haré cortar…! ¡Bah. Ni siquiera tienes una cabeza! ¡Responde al conjuro: “Espejo de cristal y luz de estrellas, ¿quién en el mundo es la mujer más bella?” Vamos, dí lo que falta.
—¿Yooo? Reina, Reinita; ya pasas de los doscientos; eres todo lo bella que te permiten tu conciencia… y tus cremas.
—¡Ordinario! —gritó la Reina.
Su voz tensa y exasperada combinaba con las manos sarmentosas que sostenían al espejo, listas para hacerlo añicos contra el suelo.
—¡Ja, ja, ja! —rió el espejo con su carcajada chirriante de vidrio rayado. —Yo también paso de los doscientos, y vaya a saber cuántos. No es para tanto. Olvida lo de la conciencia; fue una broma…
—¡No me provoques la bilis! ¡Responde como debes!
Desde la cortina, un aleteo cortó por un instante el rayo de sol y avisó que se terminaba el tiempo.
—“Eres hermosa, oh Reina Soberana”—carraspeó el espejo—; “nada ensombrece la luz de tu mirada.”
—¿Dijiste “cof- cof” en medio del conjuro?
—No, fue una flema inoportuna, Reinita. Disculpa. A los viejos se nos escapa. Enseguida estarás renovada y bella como siempre.
La Reina suspiró y lo dejó sobre la consola del tocador en medio de un millón de cremas exóticas; con vuelo agitado abrió un pequeño cofre de oro; allí, el corazoncito del lechón sangraba otra vez, gracias al conjuro trucado.
Doscientos años habían pasado desde que el Hada Madrina le enseñó al espejo la fórmula nueva: “Sólo tose en medio del verso; así funcionará, para que Blancanieves pueda vivir feliz, para siempre”.
«¡Oh, la pócima de las maravillas! ¡Cómo huele, por Dios! Como su podrido corazón… Como mi propio corazón que se volvió mentiroso por su culpa».
¿Sufría? ¡Bah! Casi al instante se desternillaba de risa.
«Ya pasó. ¿Por qué ocultarlo? Ahora soy un duende tramposo; un cínico inteligente y divertido».
La reina se apretó la nariz, cerró los ojos y bebió haciendo arcadas. No advirtió que se deshacía otra vez, negra y fantasmal, en la ruina del castillo.
Desde los pliegues del cortinaje, la mariposa brillante regresaba al bosque:
—Hasta mañana, Hada Madrina,—saludó el espejo, que también se diluía perezosamente—. Cariños a Blancanieves.
domingo, 29 de noviembre de 2015
El Lápiz Mágico y La Vida
Versión
ampliada de “El lápiz mágico” (En Literautas, nov. 2015)
I-
Algunos de los mejores momentos de mi vida transcurrieron en los
Campamentos de Jóvenes Cristianos, en Los Gigantes, (Sierras de Córdoba).
Comenzaban los años 60. Durante diez días se alzaban las carpas para el grupo
de cincuenta chicos y chicas;
disfrutábamos de una sana amistad y vivíamos en un sereno y organizado régimen
scout. Ya era un milagro un campamento
mixto, con un cura que no usaba sotana, nadaba entre todos nosotros, y nos hablaba de un Dios que nos quería
libres y responsables. Reflexiones,
fogones, caminatas y escaladas, tardes de río… y “la espera del sol”.
jueves, 26 de noviembre de 2015
El lápiz mágico Para Literautas, Noviembre 2015
El Lápiz Mágico
I- Algunos de los mejores momentos de mi vida
transcurrieron en los Campamentos de Jóvenes Cristianos, en Los Gigantes,
(Sierras de Córdoba). Comenzaban los años 60. Durante diez días se alzaban las
carpas para el grupo de sesenta chicos y
chicas; disfrutábamos de una sana amistad y
martes, 13 de octubre de 2015
lunes, 28 de septiembre de 2015
Excelente blog de reglas de escritura
Excelente blog de reglas de escritura http://reglas-escritura.blogspot.com.ar
domingo, 27 de septiembre de 2015
Demonios, rutinas y cafecito
Pereza, Hastío, Desilusión
y Malhumor, me despertaron. Mis demonios suelen aparecer varias veces al año,
en especial en invierno: la panorámica de mi jornada no podía ser más propicia
para ellos. El clima no se cuidaba de ser simpático: frio, viento, llovizna...
El entorno social pintaba pesado. Investigué a conciencia mi cuerpo en busca de
todos los males posibles para no salir de la cama; pero “un dedo artrósico y
unos mocos alérgicos no te absuelven”– apuntó Rutina, un hada vieja que heredé
de mi mamá.
« ¿Y un vacío interior? ¡Si no les haces falta, no aparece
nadie! Están bien contentos y no tienen ganas de jugar a la familia Ingalls» me
cuchichearon Malhumor y Hastío.
Le tironeé las colchas a Rutina, que rezongaba algo sobre
“sentido del deber”, y me propuse seguir dándole fuelle a la “depre”.
Siempre listos, mis Demonios prepararon un show de otras historias
mal superadas, nefastas, en donde los malentendidos devenían en ingratitudes y
rencores; muy a conciencia me servían cucharadas amargas y ardientes de sus
menjunjes ponzoñosos.
Y entonces lo sentí. Posiblemente, Angelito de la Guarda
había logrado sentarse sobre mi vejiga. Había que ir al baño, sí señor.
–No hay crisis que justifique mojar la cama cuando uno tiene
todo para ser feliz– me susurró en medio del “plin, plin”.
Cumplido el trámite, me sentí algo más animada. Rutina me puso
delante del espejo; abrí la canilla para lavarme la cara; pero a media tarea, otra vez, los Demonios me llenaron de cicuta: arrugas,
gesto duro, nariz colorada, pelo seco y enredado, dientes postizos. Malhumor me
tapaba las cremas y cepillos con los que podría equilibrar algo de la carga. Todo
estaba al alcance de la mano, pero no lo veía…
– Todo
para ser feliz, aunque no quieras– intervino Hastío. Y yo empecé a
chancletear otra vez hacia el dormitorio.
Supongo que fue Angelito el que tiró el peine al suelo, a la
salida del baño… Y Rutina me empujó hacia adelante para levantarlo; empecé a
peinarme, como despertando.
–¡Loca! ¡Volvé a la cama! – gritó Pereza–
Hace un frío de perros.
Pretexto me llenó la cara de polvo y empecé a estornudar; otra
vez en la cama, mi nariz era un grifo mal cerrado. Busqué las Carilinas que
siempre aparecían obedientes, debajo de la almohada; ahora, no; ¿tal vez
Angelito? ¿tal vez Rutina?...
– ¡Pero, caramba! ¿No se puede dormir tranquila? ¿Por qué no
me dejan en paz? ¿Dónde metí las Carilinas?
Tenía tantas ganas de limpiarme la nariz que los Demonios se
replegaron unos pasos: ya no les estaba prestando atención. Las Carilinas debían
estar sobre la mesita de luz; pero Angelito me las debió de esconder debajo de
mi cuaderno de notas, que había quedado abierto en mis últimas líneas de ayer: “una
perfumada tacita de café”…
Angelito me cosquilleaba ideas, pero Rutina me empujó para que me hiciera
un café… Sentada, a medio peinar, sonreí disfrutando mi pocillo; en el tímido
rayo de sol de invierno que entraba por la ventana vi diluirse a mis demonios
hasta la próxima “depre”.
.
lunes, 21 de septiembre de 2015
Un pequeño sueño brillante (b)
Soñé con estrellas. Bellísimos globos de luz giraban
alrededor de mi casa, y entretejían una danza de milenios, para asomarse de a
dos o tres, por mi ventana, entre los brazos de un árbol oscuro y viejo, o los
negros jirones del vacío.
Alguna vez me hablaron de la “música de los astros”, del
perfecto equilibrio que sostiene a las estrellas mientras bailan, pausadas y encendidas;
también leí un precioso poema que describe ese latir incesante sobre la muda
oscuridad del cielo: “la distancia es silencio y la visión es sonido”…
Y todo estaba en mi sueño, para que yo lo gozara absorta y
en pacífico suspenso.
Viví un pequeño sueño brillante, de paz y luz; nada pugnaba
por destacarse; todo fluía y refulgía en concierto armonioso; y mi alma cantaba, en lo profundo, las
cadencias de mi propia historia en el seno de mi madre: las voces de mi propio
misterio recién descubierto.
Sentí que me levantaba para bailar, tomado de las manos con
el infinito; para girar en mi propia
órbita; y supe que me elevaba en el espacio, desde mi
esencia inocente,hacia Lo Sublime, …
La Danza de los Astros- Alfonso Cortés.
La Danza de los Astros
La sombra azul y vasta es un perpetuo vuelo
que estremece el inmóvil movimiento del cielo;
la distancia es silencio, la visión es sonido;
el alma se nos vuelve como un místico oído
en que tienen las formas propia sonoridad:
luz antigua en sollozos estremece el Abismo,
y el Silencio Nocturno se levanta en sí mismo.
Los violines del éter pulsan su claridad.
Poema metafísico de Alfonso Cortés, nicaragüense, (9 de diciembre de 1893 - 3 de febrero de 1969). Desde 1927,se manifiesta su esquizofrenia violenta, que llevó a los suyos a mantenerlo encadenado, muchos años; pero durante este tiempo, hasta su muerte, escribió poemas que le valieron importantes premios y menciones.
La sombra azul y vasta es un perpetuo vuelo
que estremece el inmóvil movimiento del cielo;
la distancia es silencio, la visión es sonido;
el alma se nos vuelve como un místico oído
en que tienen las formas propia sonoridad:
luz antigua en sollozos estremece el Abismo,
y el Silencio Nocturno se levanta en sí mismo.
Los violines del éter pulsan su claridad.
Poema metafísico de Alfonso Cortés, nicaragüense, (9 de diciembre de 1893 - 3 de febrero de 1969). Desde 1927,se manifiesta su esquizofrenia violenta, que llevó a los suyos a mantenerlo encadenado, muchos años; pero durante este tiempo, hasta su muerte, escribió poemas que le valieron importantes premios y menciones.
martes, 8 de septiembre de 2015
Mínimo sueño brillante
El semáforo en rojo la obligó a detenerse frente a la
joyería. Mientras esperaba el verde, la Yeni echó una ojeada rápida a la vidriera.
Y entonces…se olvidó del semáforo. La gente ya cruzaba la calle, pero ella se acercó
fascinada por el anillito; irradiaba luces desde su pequeño estuche de
terciopelo; los reflejos verdes, rojos, dorados y blancos, se dispersaban en
abanico desde un centro de flores mínimas. Para la Yeni, esa joyita minúscula
eclipsaba todo el infinito despligue de collares, aros y pulseras.
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