domingo, 6 de noviembre de 2022

ORANDO

 ORANDO (Prosa)

“Dios te ama, Dios te cuida. Dios te prueba… Pero todo pasa y queda el Amor.
“Dios te prueba”… (¿o te entrena?)... para la maratón de la injusticia… para la insolencia del egoísmo…
“Rece, hija, rece”.
Ojalá volvieran esos días en que bendecíamos la mesa y nos daban la bendición junto con las buenas noches.
.Entonces podían pasar mil pandemias, mil traiciones, y no había “depres” que resistieran un rosario de quince misterios, abrigaditos al lado de la estufa. ¿Depres? Tragedias de esclavitudes y holocaustos. Pestes. Guerras.

¿En qué momento percibimos que ”eso” no servía para nada? ¿En qué momento renegamos de esa fe que sostenía los esfuerzos en los peores momentos?

Si yo sostuviera con Fe el Rosario que usaban mis padres…que ataba sus manos cada noche antes de acostarnos, y que duerme en un cajón de mi ropero… Si me mordiera esta lengua interior, tan erudita y escéptica… Si me acordara de las letanías… de la mística atmósfera del Sagrario… ¿Me sentiría más protegida y segura? ¿Me dormiría tranquila sin temer por mis hijos y mis nietos? ¿Me sentiría más flexible entre tantas vivencias extrañas y violentas; más humilde en el respeto de tantas maneras de “elegir vivir”?
No sé el camino de vuelta. Yo soy mi templo
¡Oh, Dios… No importa qué sos. No estés lejos. Dale luz a mis angustias. Soplá sobre mis anhelos ahogados en el miedo. Amé

PIROTECNIA

PIROTECNIA (Verso)
Pirotecnia feliz del Año Nuevo…
«¡Feliz y fértil dos mil veinte!...»
Un sordo bombardeo de petardos
estalla en medio de la noche ardiente.
Y se deshace en luces bailarinas
en un despliegue insólito
de giros y de vuelos.
Aquí abajo, el mundo se suspende
embobado en la magia de la fiesta.
Apoteosis.
La noche es una sola carcajada
pletórica de triunfos y de sueños.
«¡Este mundo es nuestro!
¡Merecidas y bellas cataratas
de luces bailarinas, en el cielo
para premiar tanto talento!
¡A nuestros pies, praderas, selvas, mares!
¡Nuestros!…
¡¡Cuánto más ganaremos!!
No hay pestes, ni pobrezas, y si quedan
es por pura ignorancia,
por pereza»
***
Al salir a la calle, al otro día,
encontré en la vereda
unos cartuchos negros, requemados.
¿Ominosa advertencia?
No siempre lo que brilla es poderoso.

¡¡¡En la vida hay sorpresas!!!. 

Bien Cuidada


Al anochecer terminó el concierto en los balcones.
¡Y adentro!
Recalienta una sopa. Mira una película ambientada en los años 30. Ley Seca. Maffias, tiros, miedos. «La cuarentena me ha cambiado los gustos, “de prepo”.
Medianoche de invierno. Hay calefacción, pero crece el silencio frío, en el piso 14.
No es hora para que una anciana rumbee a la cocina; ya debiera estar en su cama. Van chancleteando sus botitas de paño; un acolchado viejo la abriga hasta la cintura; hacia abajo, un jogging gris, devenido en pijama. De pasada se mira al espejo del pasillo. «Ja. No me falta más que el sombrerito para ser la loca de los años treinta. Debo ser un prototipo de la crisis 2020. ¡Una bruja flaca, solita, en un mundo en crisis!»
Abre de un tirón la puerta del armario y elige una entre las cinco botellas de licores que le han regalado sus hijos y nietos. Visitas apuradas, para mantener el aislamiento; «hay que cuidar a los ancianos, son los de más riesgo.»
Empina la botellita de anís; un trago largo, largo… una tosecita… ¿de ahogo feliz? «Jajaja. Así me cuido. Así protejo mis neuronas. Si me mata algo va a ser el encierro».
Ella tararea y hay un meneo anquilosado debajo de su pijama. Piensa en sus amigas, protegidas, que también cantan y bailan y se añoran desde la jaula del ZOOM.
Y que cada día revuelven augurios de ventura y veneno, en los calderos del “wasap.”
Apaga la tele. Se recuesta en el almohadón del sofá.
Se adormece… Asoma el enojo, jadeante, oprimido. Tanto dolor, tanto miedo, tanto derrumbe. «Cuando esto pase… Cuando nos abracemos otra vez… Cuando la gente pueda trabajar sin miedo, y con dignidad»
Un lagrimón que estaba agazapado en su garganta, se escapa sin pedir permiso, y se vuelve catarata sollozante.
Intenta un Padre Nuestro por los médicos, los enfermos, los muertos… «Como nosotros perdonamos…»
Pero no puede perdonar . ¿La traición a la Vida? ¿La venganza de la Vida? «Ahhh; se me derrumba el mundo; pero me quedo en casa».

Desde la desesperanza


Muchas veces, en especial en estos tiempos, me quedo en pie, mirando al cielo, a la espera del ansiado maná que imagino tan delicioso y saludable. Pido por él, sin palabras.

Nada existe, fuera de los límites de su música ignota.

Y me siento demasiado pequeña, apabullada por esa presencia imponente, silenciosa y ajena.Es cierto que me envuelve una paz inalterable … pero agobiante. Su peso intangible me hunde lentamente en mi propio desierto.

Soy una partícula más, prisionera de una órbita, y no puedo permitirme ni un suspiro ni una lágrima; mucho menos un grito, que desequilibrará el prodigio.

¿Qué prodigio? ¿El paso inalterable de las horas? ¿Las sempiternas notas de una melodía inerte?

Tierra abajo, inanimada, me deslizo hacia mi corazón cansado; una vertiente obstruida por el desencanto. Me recuesto. Me abandono a la pequeña ternura de algún recuerdo feliz..

Y entonces encuentro el huerto de las manzanas prohibidas; la magia de desobedecer, de saltar al abismo y de erguirse otra vez. Por encima del caos, el encanto de seguir viva en otra realidad;. con otro corazón, con otro cerebro; con miedos nuevos y con goces nuevos; con caminos nuevos. Pisotear fetiches inservibles. Suspirar, sollozar, sonreir.

Voy renaciendo al gozo de volver a estar de pie, mirando al cielo, masticando el maná de la esperanza y los anhelos. En el fondo de mi noche, entre los astros eternos, parpadea un lucero nuevo


miércoles, 28 de septiembre de 2022

LA CARA DE UNA MUJER ES SU OBRA DE FICCIÓN

 


 Ludovica  ha concertado, el miércoles, una cita a ciegas, para el viernes.

Desde esa tarde, en la soledad del coqueto departamento, ha estado muchas horas frente al espejo. Suplanta las viejas pócimas de su abuela con los brillantes colores de las recetas de belleza de YouTube   Así ha domado sus arrugas y verrugas.  Se ha probado vestidos, maquillajes… y discursos, y actitudes…

 «Cómo pareceré más simpática…». «Cómo pareceré más segura… »…  «Parecería demasiado ansiosa… o demasiado tonta…»

Son muchas sus experiencias de fracasos estrepitosos; quiere saborear un triunfo, por una vez…

Lucha y y lucha; prueba  y prueba. A veces cree que ha logrado mantener a raya a su diablito pesimista. Pero no se siente segura... Es que no sabe que conseguir ser natural es la más difícil de las poses.

Este espacio, tan sobrio y esquemático, no es el suyo.  Estos recursos sofisticados la perturban,

¡Si hubiera alguna señal que justificara sus esfuerzos ! … 

Ya es viernes…. Viernes 13…

Desde la ventana, Ludovica contempla el desolado panorama de la calle vacía y oscura. Entre las ramas de los pinos, silba un viento helado. Una noche ideal para los temidos maleficios.

«La señal…Mejor afuera que adentro» piensa. «¡Qué estoy haciendo aquí, encerrada  y pintarrajeada!»

Como quien apaga la luz antes de salir, ella recita un conjuro y rompe el espejo.

Entre las esquirlas se retuercen las pestañas postizas, la peluca brillante  y los restos de maquillaje.

Se toca la cara y se reconcilia con sus arrugas y verrugas .

Y se lanza veloz en su moto-escoba. Va a cobrarse, en el pub, su esperada  victoria..

****

 

“Sé, tú mismo. Los demás puestos están ocupados” dijo Oscar Wilde.

 ,Y también, ”Conseguir ser natural, es la más difícil de las poses” y “La cara de una mujer es su obra de ficción”.

“Mejor afuera que adentro”, dice la deliciosa Fiona, mientras eructa sin complejos.

 Ludovica da forma a este axioma liberador, que nos ha costado muchísimo despenalizar en nuestra cultura.  “Sé tú mismo” … 

 

jueves, 18 de agosto de 2022

LOS RASTROS OCULTOS DE LAS MIGAS

 

LOS RASTROS OCULTOS DE LAS MIGAS

Marta es mayor que Laurita. Pero, ¿Quién no jugaría con esta nena tan inteligente y cariñosa? lY Laurita la quiere tanto como a sus muñecas.

Ahí están, en sus reposeras, aprovechando el solcito de otoño. Laurita canta algo de un gato; lo aprendió en el jardín.

Miran la calle…saludan con las manos a los que pasan….

Detrás de la reja, cerrada, como siempre, se han abierto unas rosas hermosísimas.

-Esta tarde viene mi abuelita- dice Marta-. Voy a corta unas rosas para regalarle. Dame unas tijeras.

-¡No! Mi mamá no quiere que toquemos su costurero, ni los cubiertos.

Marta gira la cabeza hacia la verja. Canturrea ensimismada.

-No te enojés. ¿En serio que vos también tenés una abuelita? ¿Es “viejiiiiita”?

  -La, la la…  oscura…oscura…  una nube…

-¡No! ¡En serio!¡No cantés! ¿Dónde está?

-Visitando a unos amigos que no la dejan volver…

-La quieren mucho…

-Se escapó en el colectivo y viene esta tarde…

-¡Qué lindo, Marta! Juguemos que hacíamos torta para convidarle.

-Mmmm

-Dale, ayudame. O me la como yo solita…

Y amasa, arma el molde, prende el horno…

Y Martita sigue cantando bajito…bajito. Y bailando en la reposera con un galán invisible

-Es de chocolate, ¿viste? Bien negrita… Tomá…

-Rica, rica, mmmmm… Cham cham…Mmmm

-Pero… Abuela Marta… ¡No se come! ¡Es de barro! ¡AY! ¡Se cayó!... ¡Luisa! ¡Luisa!

La cuidadora viene corriendo. Trae la silla de ruedas de Marta. Cuando la incorpora, 

 la mujer se tambalea y la mira como si estuviera lejos…

Luisa la sienta, y empuja hacia el living.  Laurita le sacude el batón y las pantuflas. 

Las migas de la torta van dejando un rastro oscuro en el piso.

-Lavate las manos, Laurita… ¡Qué ocurrencia, jugar con barro! ¡Hay que cuidarla!

Laurita dice que sí, con la cabeza, y acaricia el pelo blanco de su abuela.

Y entonces, Marta solloza:

- ¡Mala…Mala…! ¿Para qué la llamaste? Ahora no hay torta para mi abuelita…

-

 

 

 

jueves, 19 de mayo de 2022

EL EGOÍSMO Y EL DOLOR EXISTEN


Este cuento surgió de un juego que propuso Alicia Díaz Olmos, la profe del Taller de Escritura:  sacar papelitos de dos bolsas de nailon; una con  sustantivos, y otra con verbos,, para formar un título, Gracias a  ella y a la buena onda de mis compañeras.

Quedé en deuda con el grupo, ya que cuando  presenté el cuento les leí una versión incompleta.

Lo publico por esta vía, porque admiro la profesionalidad y el cariño con que Olga Medrano y Teresita Zaragoza  coordinan este Podcast con hielo y letras.   Mil gracias., dio un po

Mis papelitos decían; EGOÍSMO, DOLOR, EXISTIR.  

Y se va el cuento:

El egoísmo y el dolor existen

Aquellos niños jugaban en la calle  poceada y polvorienta. Tendrían unos diez años. La pelota

hecha con trapos y medias viejas bailaba entre sus pies, en medio de la baraúnda del partido.

La calle estaba cortada por un alto cerco de espinas y una reja. Parece que la gente tiende a congregarse  y encerrarse, en estos tiempos.  Afuera, latía la villa.

Uno de los pocos taxis que entraban por ahí,  frenó muy cerca de los chicos. La pasajera era una señora bastante mayor.

 Los pibes siguieron en la suya. ¡Se venía el gol!

El conductor los bocineó frenético.

—¡Mocosos de mierda!- les gritó

El tiro salió desviado y dio en el vidrio del auto.

Nada grave...Una pelota de trapo...

Pero el taxista la recogió, furioso, y la tiró por encima de la cerca. Del otro lado llegaron los ladridos de los perros y su disputa por la pelota.

¡Qué dolorosa la sorpresa de los chicos! ¡Cuánta impotencia ante ese alambrado traicionero!

El conductor  subió al coche y retrocedió hacia la avenida.

En la esquina, la pasajera  sacudió la cabeza.

—Frená- le ordenó- y bajá conmigo.

—¿Qué pasa, mamá?

—Vos te equivocaste de camino. No estabas donde debías estar.

—Estoy usando el taxi para  llevarte de paseo.  No me voy a parar porque estos negritos estén en el medio de la calle… ¡Encima me ensucian el coche!

—¡Cuánto me duele ese egoísmo de viejo amargado! ¿Nunca jugaste en la calle, vos? ¿Nunca molestaste a los vecinos?

El hombre resopló:

—Yo iba a jugar al Centro Vecinal.

—Que sosteníamos entre todos,  para cuidar a los chicos… 

—¡Vamos, vieja!

—Hay algo que se llama gratitud… Algo hermoso que pelea con el egoísmo para que la realidad no duela tanto.

El taxista bufó otra vez.

—Basta. Ahí  hay una juguetería. Andá y comprales una pelota.

—Mamá!. ¡Estás loca!

—El auto es mío. Un fútbol costará menos que el vidrio que no se rompió. Y mucho menos que una patota resentida.

El hombre agachó la cabeza, se mordió el labio.

-Ay, vieja! ¡Sos tan buena y tan  jodida!...  Esperá. Corro el auto un poquito más lejos y compro la bendita  pelota. 

Y le dio un beso.

Ella le secó la lagrimita que se le escapaba.

 

OTROS RECUERDOS DE MI INFANCIA

Escribí esta Memoria como una tarea sugerida en el taller de Francés. 

Por este motivo, acompaño la traducción al idioma de mi abuelo Emilio Pihen, .Le agradezco el papá que tuve; le agradezco su loca historia y su don musical, Le sigo debiendo algunas palabras y anécdotas.

Mi familia estaba muy comprometida con la Iglesia Católica. Yo iba al Colegio de las Esclavas desde el Jardín de Infantes; ellas le daban mucha importancia a la Misa, al Rosario y a las fiestas religiosas en general.

Las Hermanas nos hacían "Madrinas" de un "africanito". El precio era el valor de un "chatre", una golosina que se vendía en el recreo. Se retiraba uno solo y se pagaban dos. Se llenaba una tarjetita llena de angelitos rubios y gordos, que mostraban, en un recuadro florido, el precio del madrinazgo.  En ese tiempo, las miserias de la posguerra y la labor de los misioneros en Äfrica eran nuestras fuentes de agradecimiento a Dios. .¡Estábamos tan lejos de todo eso!

Todos rezábamos el Rosario por la Paz del Mundo y los niños de África.

Yo recuerdo especialmente el Mes de  María, una de las primeras celebraciones para preparar la Navidad.  Se  extendía entre el 8 de noviembre y el 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada Concepción. Ese día se celebraban las Primeras Comuniones.

Eran meses de plena primavera. En ese lapso, íbamos todas las tardes a la iglesia a llevar flores para la Virgen y rezar el Rosario. 

Nos acompañaban nuestras familias, pero  los niños éramos los protagonistas centrales.

Entrábamos en fila por el centro del templo, vestidos de fiesta y con grandes ramos de flores en las manos. Cantábamos una canción muy antigua que todos sabían, hasta  nuestras bisabuelas.

«Venid y vamos todos, con flores a porfía; con flores a María,  que madre nuestra es.

De nuevo aquí nos tienes, purísima doncella, más que la luna, bella, postrados a tus pies»

La iglesia lucía muy iluminada, Cantábamos muy, muy fuerte, alegres y emocionados.

Las flores preferidas eran las azucenas, pero en mi casa solo había calas. Yo envidiaba a los chicos que llevaban azucenas; no me gustaban las calas; ni siquiera hoy me gustan.

Una vez (creo que una sola vez) le robé una azucena  a una pequeñita distraída. Pero la monja me pilló y me hizo devolverla. Y le avisó a mi mamá...

 ¡Qué vergüenza!

Desde entonces, mi mamá me recordó que me confesara por envidiosa;  por no estar contenta con lo que Dios me daba.

No recuerdo qué me dijo el capellán, pero yo sola me impuse una penitencia: no robar dulce de leche por una semana, y un Ave María por mis dos ahijaditos desconocidos y hambrientos.




Un souvenir de mon enfance

Je me souviens particulièrement du Mois de Marie, l'une des premières célébrations pour préparer Noël. C'était au milieu du printemps. Il se déroule du 8 novembre au 8 décembre, fête de l'Immaculée Conception. Ce jour-là, les premières communions ont été célébrées.

Pendant ce temps, nous allions à l'église tous les après-midi pour apporter des fleurs à la Sainte Vierge et prier le Sancte Rosaire. Nos familles nous accompagnaient, mais les enfants étaient les protagonistes centraux.

Nous traversions le centre du temple, habillés comme pour une fête et avec de gros bouquets de fleurs à la main. Nous chantions une très vieille chanson que tout le monde connaissait, même nos arrière-grands-mères.

« Venez et nous irons tous, avec beaucoup de fleurs ; avec des fleurs à Marie, qui est notre mère.

Ici encore, vous nous avez. Tu es la jeune femme la plus pure, plus que la lune, belle, prosternée à tes pieds »

L'église étais très lumineuse; nous chantions heureux et excités .très, très fort,.

Mes fleurs préférées étaient les lys (on dit azucena), mais chez moi,  il n'y avait que des lys d’eau (qu’ón dit calas)”..

Je enviait les enfants  qui portaient des lis. Je detestais les ”callas” ; même, aujourd'hui je ne les aime pas.

Une fois (je pense qu'une seule fois) je volais un lys à une fille distraite. Mais la religieuse m'a attrapé et m'a fait rendre. Quelle honte!

Depuis lors, ma mère m'a rappelé d'aller me confesser parce que j'étais envieuse, parce que je n'étais pas contente de ce que Dieu m'avait donné.

Nous priions tous le Rosaire pour la paix dans le monde et les enfants d'Afrique.

A cette époque, les misères d'après-guerre et l'œuvre missionnaire en Afrique étaient nos sources de gratitude envers Dieu... Nous étions si loin de tout ! ...

viernes, 25 de marzo de 2022

MEMORIAS DE LAS CASTAS AMERICANAS


Tenía siete años cuando fui con mis padres a Buenos Aires en el tren que venía del norte, desde La Quiaca. Para ir a la capital había que viajar doce horas, con buena suerte.

El guarda nos acompañó a un coqueto camarote, pulcro y perfumado, revisó los boletos y se fue; creo que nos dormimos enseguida.

En algún momento desperté con muchas ganas de hacer pis. Me confié de mi experiencia viajera y encontré pronto un baño, aunque estaba cerrado con llave.

Bastante apurada, avancé bamboleante en la penumbra hasta una puerta. Detrás, otra realidad: el olor penetrante a comida vieja, vino y orines me golpeó la nariz y el estómago; resaltaban los bultos de gente dormida en el suelo, envuelta en ponchos coloridos y con los sombreros puestos; en medio de las personas había un desparramo de canastos, ollas y… hasta algunas ‘pelelas’.

Un muchacho se sentó en su ‘cama’ y me miró sorprendido; me sonrió, pero yo le tuve miedo: era ‘un pobre’; y los pobres eran todos malos, borrachos y ladrones… Yo estaba paralizada de horror y vergüenza: me estaba orinando. Empecé a gritar: “mamá, papá…”

Apareció el guarda muy eficiente; me tomó la mano de inmediato y me llevó con mis padres, que ni siquiera habían notado mi ausencia: otra vez el bienestar, los mimos. Yo no olía a rosas, para espanto de mi mamá; pero lo solucionamos enseguida; en el camarote había un bañito ‘paquete’ y en mi maleta, ropa suficiente para abrir una tienda.

Cuando fuimos a desayunar al comedor, pregunté por los pasajeros ‘pobres’.

—Son “collas”— dijo papá.— ¡Pobre gente! Casi cuarenta horas de viaje, sin plata y con los baños cerrados. No saben usarlos y los ensucian y atascan.

—¿Vos sabés que hace mucho eran príncipes en las montañas?— preguntó mamá, como de pasada.

—¿Y por qué van así a Buenos Aires con todas sus cosas y sus hijos? ¿Para qué?

—Para ver si consiguen trabajar. Pobres— volvió a decir— ¡qué destino!

Las masitas del desayuno se me volvieron amargas… Me quedé cautiva de este mundo extraño al que acababa de asomarme. 

jueves, 17 de marzo de 2022

MIGRACIONES


Por haber, solamente hay un océano

y un chucrún de tragedias.

El único equipaje es la impotencia

que trata de ahogar cualquier Chinchín

de esperanza y de renacimiento.

La patera encalló sobre la playa,

Chucrún, grajea un ancla inexistente...

¡En el fondo del mar se asientan tantas penas! 

Ojalá haya un Chinchín: La vida sigue, 

y puja por ganarle a la violencia.

Y en baúles secretos, incorpóreos

germinan los recuerdos, las costumbres,

las canciones de cuna y oraciones

por si hay un Dios que es justo y providente...


 

miércoles, 16 de febrero de 2022

LA LUNA Y SU POLISÓN DE NARDOS*


El niño sale de la carpa y se sienta en el suelo , junto a la fragua.  Es un niño de grandes ojos oscuros y  bonitos rulos negros. Lleva un bollo de pan en la mano derecha;  con la izquierda rasca la cabeza del perro más tonto del mundo: el suyo, el más amado.

La luna los mira, fría, lejana, redonda, plateada…  

 La madre y otras mujeres,  están revolviendo en las ollas, mil veces,  para que se despeguen las sobras con las que van a cenar. Y cantan coplas y se ríen; o se riñen por tonteras;  y otra vez vuelven a reírse.

 El niño mira y mira a la luna… Tal vez  sus senos blancos le recuerdan su destete postergado.  Tal vez, su polisón de nardos, se parece a la mantita de su cuna, y por eso se mece entre los rayos, y se adormila.  La luna es una mamá serena y luminosa.

El niño y el perro  miran a la luna… La están mirando… mirando… Después entran a la casa, medio dormidos, y se duermen del todo.

De pronto resuenan  los cascos en la noche metálica; los hombres vuelven al campamento y las mujeres preparan los cazos. Y una zumaya chillona las obliga a persignarse entre carcajadas.

Mientras tanto,  la luna juega a la carretilla con las mareas, y revuelve almanaques.

Mil veces sale la luna… otras veces, no… ¿Se le habrá perdido el polisón? ¿Se lo habrán robado los gitanos para hacer abalorios? ¿O se lo han cambiado por uno de luto y de espinas?

  Ahora,  el niño ya no la ve. Se ha ido detrás de un rayo que le ha señalado el pecho y le ha robado el corazoncito. El pequeñito quedó cerca de la fragua. El hombre que fue niño yace entre los olivos, pálido como la luna. O se vuelve negra sombra,  cuando la luna no está.

La madre  y el perro,  y los gitanos, y la zumaya, han dejado la tribu y duermen bajo los troncos grises.

 Y cada 18 de agosto, despiertan, miran a la luna llena y le aúllan la injusta ausencia.

Después vuelven a dormirse  junto al  pequeño Federico  soñador.

* A partir de “Romance de la luna, luna”, de Federico García Lorca.

 

 

 

 

martes, 1 de febrero de 2022

ESMERALDA



Cinco años atrás,  llegué a la casona rural. Vine  al tranco lento de la mula de un vecino, sin ningún apuro por asentarme donde la vida me llevaba casi a rastras. En la hacienda, necesitaban una sirvienta; eso, o ir a los surcos a trabajar de sol a sol, y vivir amontonada en el rancho hasta que me acollarara con algún peón.

Yo tenía catorce años, y era bastante alta y fuerte, para mi edad.

Al día siguiente, conocí al patrón cuando entré a limpiar los vidrios de su salita; era un hombre cuarentón, corpulento,
parecido a cualquier otro de la zona; pero su vestimenta, su perfume, su presencia erguida y segura ponían en claro que él era el amo.

—Permiso, patrón.

—¿Vos sos Esmeralda?

—Sí, patrón.

Me clavó los ojos achinados:

—No sos nada fea, vos. Buenas formas. 

Me callé, le di la espalda y empecé a trabajar con la limpieza.

De pronto, sentí que se acercaba. Y por encima del hombro me mostró su mano enjoyada.

— ¿Conocés las esmeraldas? —susurró— Mirá qué lindo anillo. ¿Sabés que la esmeralda vale más que los diamantes que lleva alrededor?  Te lo podría regalar si te portás bien...

—No, patrón. Yo trabajo. Sólo quiero mi sueldo.

Ya estaba avisada, porque era "cosa sabida". Yo, Esmeralda, igual que el anillo, era una de sus cosas.

Respiraba agitado, sobre mi cuello. Sus manos bajaron despacito desde mis hombros; una, por el  escote; la otra,  bajo mi falda. Hurgó, manoseó, desnudó.  

Sollocé, me retorcí, pateé sus tobillos, tironeé su pelo por sobre mi cabeza. Pero tenía…¿miedo de escaparme, de gritar?, ¿curiosidad ansiosa?

Tampoco me asusté demasiado; había visto muchas veces en el rancho, o en los campos, lo que me estaba pasando; lo dejé hacer como si él fuera el doctor que me revisaba;  algo que dolía un poco, sangraba otro poco, pero que era necesario para seguir en la casa.

Como debía ser, lo arañé, le escupí a los pies, alcé el balde y los trapos y salí; él se quedó riendo por lo bajo, tirado en el sofá.

— Nada mal para una virgencita... Una joya para pulir...Andá, Esmeralda, andá nomás. Vos sabés lo que te conviene. 

Salí corriendo, agitada. La cocinera me consoló con su filosofía servil: "Nos pasó a todas, con el padre y con él. Por lo menos este es estéril. Si no te golpea... ". 

En realidad, más allá del sobresalto, me había gustado ese dominio de fuerza bruta que marcaba sin mimos, mi género y mi clase social. Me gustaba que olía bien... Y... el anillo.

La rutina de la casa continuó; la sirvienta, limpiando la casa o lavando la ropa; el patrón, atendiendo la hacienda. .

El tiempo siguió su marcha. A veces con frecuencia, a veces esporádicamente, me llamaba a la salita. Sí o sí, mencionaba lo de la joya. Y siempre me hacía saber que yo era la sirvienta y le pertenecía, aunque volviera a escupirlo, arañarlo o tirarle del pelo: ese era mi rol; siempre muda, pero cada vez más dispuesta a "cumplir" para llegar a mu objetivo.

Nunca supe que eso fuera lujuria y ambición; me gustaba sentirlo en mi cuerpo, y saber que estaba más cerca de la esmeralda prometida, si me portaba bien. Nunca le tuve miedo, ni le fallé.

 Pero sí, le falló el corazón.

Una mañana, cuando le llevé el desayuno, lo vi desplomarse lívido y jadeante en el sofá. Y no titubeé ni un segundo: alcé un almohadón y se lo apreté bien fuerte sobre la cara, un largo rato, hasta que supe que estaba muerto.

Le miré la mano. ¡No tenía puesto el anillo!

Me quedé fría; sentía oleadas de miedo y desencanto.

Empecé a acomodar el almohadón en su sitio; a sacudir la alfombra, las cortinas, los bolsillos...

 «Ahí está, en la silla; agarralo que es tuyo».

—¡Virgen Santa! ¡San Roque!¡Un fantasma!

«¡Qué tantos santos! Es tuyo…Sin rencores. Nadie se muere el día antes».

Me persigné. Levanté el anillo y lo escondí en el escote. Derechita, alcé la bandeja, la dejé en la cocina y me fui al patio.  Espanté la culpa que me ronroneaba en la oreja  y cacé una escoba.

A mediodía empezaron los gritos, las carreras. Llegó el médico.

—Un síncope; se lo había advertido; aquí está el certificado.

Ahí estuve sirviendo café en el velorio.

Cuando volvieron del cementerio, le dije al administrador que me iba, que tenía mucha desgana, que me pagara los días que me faltaba cobrar.

Un puñadito de billetes, un recibo, y adiós. Sobraban chicas en el campo.

Riendo, el fantasma me azuzó: "¡Corré, pequeña asesina!" 

Pero yo no corrí; me lancé al camino, serena, lenta. 

Estaba en paz con él y conmigo. La esmeralda bailaba en mi bolsillo.

viernes, 21 de enero de 2022

DE CHANCHOS Y PAJARITOS

 José Saramago escribió un cuento que se llama "Desquite"; el mismo, integra una antología:"Casi un objeto". Un cuento crudo que enraiza en la dependencia voraz sobre los más débiles. "Desquite" me inspiró este relato-que presento para FanFiction. Lo he centrado  en niños desorientados entre las revelaciones sexuales y sus mundos inocentes.

  Despreocupados nueve años... Juan estaba aburrido. y jugueteaba  con  su "pajarito". Era su juguete privado, que  se erguía como un resorte imprevisible y lo catapultaba lejos de su vida solitaria, como si fuera una semilla voladora, un "panadero"..

Justo apareció el abuelo, cuchillo en mano.  Lo miró con severidad y picardía: “Ojo, m’hijito… Si te lo andás tocando, te lo corto a vos también”.  Y se reía a carcajadas con los otros peones"conchabados" para el capado de los cerdos.

“¿A mí también? ¿Como a los chanchitos? …"

Antes de que sonara el chillido angustioso del animal, el chico escapó .hacia el río. Con las manos protegía a su "pajarito".

Se detuvo jadeante en la orilla. Tendido en el barro como un cerdito feliz,  recuperó el aliento, y se dejó envolver por el silencio y por su propia presencia casi desnuda.  Sus preocupaciones volaron como los guacamayos.

La siesta ardía sobre el río oscuro y burbujeante, cuando vio que pasaba una canoa.

Intuyó a la chica que se asomaba desde la espesura todos los días, con un pájaro azul en el hombro, .

Se lanzó al agua y la alcanzó.

 Los remos se mecían en un palmoteo mágico, mientras el río se los llevaba lejos… lejos del  chiquero… y del miedo a los chanchos.

 —¡Chancho inmundo!—repicaban  muertos de risa, los remos fugitivos.



Dos personajes de “Desquite”, de José Saramago


El cucú de la rana

Tal como un pájaro azul, tan original y libre,

solté mi mente al espacio y me descubrí a mí misma.

Desnuda como nací,  liberada de prejuicios,

me lancé ardiente a la vida  y me refresqué en su río.

Pero la rana chismosa, se asomó tras los visillos

de las algas y del limo.


Tomó  la voz de los sabios y cuchicheó:

“¡¡Qué vergüenza!

¡Eso no es de señoritas!…

!No vayas a ser mal vista!

No sea que alguno piense

que eres fácil y ligera,

que tientes a los varones

y que arruines tu destino!”

Esa es la rana mirona,  espiándome la vida,

cosechando mil rumores y robándome la dicha.

¡Pobre loca, solitaria, que se ocupa del vecino,

que solo sabe del barro, del hedor y de la asfixia!

 

El pájaro azul

Me imagino a los padres del Pájaro Azul, animándolo a volar; a derrochar tantos cuidados, tanta tibieza, en la empresa de llenarse de luz y de vientos para hablarnos de esperanza y de ilusiones. Sin palabras; puro vuelo, puro canto… A despertarnos el anhelo de los “más allá”

 

 

 

 

DE CERDOS Y PAJARITOS

 

Inocente, despreocupado y libre de escrúpulos, el Juancito  había desayunado y ahora estaba sentado en el umbral de la cocina. Hacía una semana que estaba de vacaciones y se aburría.  De a ratos la Paula, su mama,  le hablaba, como a la fuerza: “Barré algo”. ”Ayudále al abuelo con los pollos”… Nada más.

Siempre la vida chata y rutinaria;  la chacra, el corral, el gallinero… Un galpón grandote para comer y dormir en el suelo; y el pozo y los churquis, para el baño.

Seguía  con la mirada a las moscas, le ladraba al perro, estiraba una pierna. se rascaba la cabeza…  y jugueteaba  con  su pajarito.  Era su juguete privado, que  se erguía como un resorte imprevisible y lo catapultaba lejos de su vida solitaria, como si fuera una semilla voladora, un panadero.. No había demasiada etiqueta. Había visto, varias veces, los pájaros  del abuelo o del peón,  que se aliviaban entre los churquis.

  Justo apareció el abuelo, cuchillo en mano;  lo miró con severidad y picardía: “Ojo, m’hijito… Si te lo andás tocando, te lo corto a vos también”.  Y se reía a carcajadas con el peón, el Evaristo y los otros peones de conchabo para el capado de los cerdos.

“¿A mí también? ¿Como a los chanchitos?” …

El abuelo con la cuchilla… los peones…  el cerdito chillando desesperado, cabeza abajo. Y los dos floripones sobre el pasto… ¡Tantas veces había visto la escena!

Pero esa mañana, a los primeros chillidos, se escapó de la casa.  Corría y tropezaba. Mientras se iban apagando los guarridos del animal, crecía su propio miedo.

Llevaba las manos crispadas sobre su pene, que apenas se insinuaba en la entrepierna del pantalón.    Aquella parte de sí, inestable y  misteriosa, que lo identificaba como “varoncito”, no se debía tocar ¡Y podía ser lastimada, destruida!

Se detuvo jadeante a la orilla del río,  sin miedo a los caimanes ni a las víboras; tendido en el barro como un chanchito feliz,  recuperó el aliento, y se dejó envolver,  sin preocupaciones, por el silencio, por su propia presencia casi desnuda,  por el bullir de su ignorada hombría.

Bastante después lo  sobresaltó un ruido hecho como de gritos ahogados  y suspiros, que  agitaba la espesura.. . ¿ Monos?… ¿Jaguares?… Se acercó sigiloso… Espió entre la hojarasca. Eran la Paula y el Evaristo.  Estuvo a punto de llamarlos,  pero se pasmó cuando vio que estaban desnudos, tirados en el suelo, como anudados….  Los pechos enormes de su mama, se balanaceaban  como campanas y el Evaristo la apretaba contra la panza, donde había algo como… ¿un palo? …muy grueso, amoratado… que empujó entre las piernas abiertas de la mujer.  Estuvieron un rato, sacudiéndose, jadeando.  El Evaristo cayó como cansado y la Paula, inerte,  esperó a que se levantara

Cuando se separaron, el palo era otra vez un“pajarito” grandote y desinflado. Y su mama tenía el pelo revuelto y la cara triste, de todos los días. Cada cual se puso  su ropa y se fue.

  Ohh. Igual que los chanchos: machos y  hembras…   .El Juancito volvió pensativo a la orilla…¿Habría intuído parte del misterio de su “pajarito”. ¿Y de la soledad de su mama?

La siesta ardía sobre el río oscuro y burbujeante, cuando vio que pasaba una canoa.

En la espesura, una chica, tal vez la Paula,   había imaginado grullas y tortugas siesteando al sol, brillando en el barro… Se tentó de no cuidarse; de lanzar sus miedos al agua, con el fardo liviano de su ropa. Se imaginó a sí misma, en una canoa, tendida al sol, también desnuda, acariciándose. Los remos se mecían en un palmoteo mágico, mientras el río se la llevaba lejos… lejos del  chiquero… y del miedo a los chanchos.

 —¡Chancho inmundo!—repicaban  muertos de risa, los remos fugitivos.

De reojo vio al muchacho, que la saludaba, tan niño todavía,  y lo subió a su canoa para hablarle y acariciarlo. Y los dos viajaron  hacia el atardecer.

 

 

 

 

 

 

 

 De cerdos y pajaritos

Inocente, despreocupado y libre de escrúpulos, el Juancito  había desayunado y ahora estaba sentado en el umbral de la cocina. Hacía una semana que estaba de vacaciones y se aburría.  De a ratos la Paula, su mama,  le hablaba, como a la fuerza: “Barré algo”. ”Ayudále al abuelo con los pollos”… Nada más.

Siempre la vida chata y rutinaria;  la chacra, el corral, el gallinero… Un galpón grandote para comer y dormir en el suelo; y el pozo y los churquis, para el baño.

Seguía  con la mirada a las moscas, le ladraba al perro, estiraba una pierna. se rascaba la cabeza…  y jugueteaba  con  su pajarito.  Era su juguete privado, que  se erguía como un resorte imprevisible y lo catapultaba lejos de su vida solitaria, como si fuera una semilla voladora, un panadero.. No había demasiada etiqueta. Había visto, varias veces, los pájaros  del abuelo o del peón,  que se aliviaban entre los churquis.

  Justo apareció el abuelo, cuchillo en mano;  lo miró con severidad y picardía: “Ojo, m’hijito… Si te lo andás tocando, te lo corto a vos también”.  Y se reía a carcajadas con el peón, el Evaristo y los otros peones de conchabo para el capado de los cerdos.

“¿A mí también? ¿Como a los chanchitos?” …

El abuelo con la cuchilla… los peones…  el cerdito chillando desesperado, cabeza abajo. Y los dos floripones sobre el pasto… ¡Tantas veces había visto la escena!

Pero esa mañana, a los primeros chillidos, se escapó de la casa.  Corría y tropezaba. Mientras se iban apagando los guarridos del animal, crecía su propio miedo.

Llevaba las manos crispadas sobre su pene, que apenas se insinuaba en la entrepierna del pantalón.    Aquella parte de sí, inestable y  misteriosa, que lo identificaba como “varoncito”, no se debía tocar ¡Y podía ser lastimada, destruida!

Se detuvo jadeante a la orilla del río,  sin miedo a los caimanes ni a las víboras; tendido en el barro como un chanchito feliz,  recuperó el aliento, y se dejó envolver,  sin preocupaciones, por el silencio, por su propia presencia casi desnuda,  por el bullir de su ignorada hombría.

Bastante después lo  sobresaltó un ruido hecho como de gritos ahogados  y suspiros, que  agitaba la espesura.. . ¿ Monos?… ¿Jaguares?… Se acercó sigiloso… Espió entre la hojarasca. Eran la Paula y el Evaristo.  Estuvo a punto de llamarlos,  pero se pasmó cuando vio que estaban desnudos, tirados en el suelo, como anudados….  Los pechos enormes de su mama, se balanaceaban  como campanas y el Evaristo la apretaba contra la panza, donde había algo como… ¿un palo? …muy grueso, amoratado… que empujó entre las piernas abiertas de la mujer.  Estuvieron un rato, sacudiéndose, jadeando.  El Evaristo cayó como cansado y la Paula, inerte,  esperó a que se levantara

Cuando se separaron, el palo era otra vez un“pajarito” grandote y desinflado. Y su mama tenía el pelo revuelto y la cara triste, de todos los días. Cada cual se puso  su ropa y se fue.

  Ohh. Igual que los chanchos: machos y  hembras…   .El Juancito volvió pensativo a la orilla…¿Habría intuído parte del misterio de su “pajarito”. ¿Y de la soledad de su mama?

La siesta ardía sobre el río oscuro y burbujeante, cuando vio que pasaba una canoa.

En la espesura, una chica, tal vez la Paula,   había imaginado grullas y tortugas siesteando al sol, brillando en el barro… Se tentó de no cuidarse; de lanzar sus miedos al agua, con el fardo liviano de su ropa. Se imaginó a sí misma, en una canoa, tendida al sol, también desnuda, acariciándose. Los remos se mecían en un palmoteo mágico, mientras el río se la llevaba lejos… lejos del  chiquero… y del miedo a los chanchos.

 —¡Chancho inmundo!—repicaban  muertos de risa, los remos fugitivos.

De reojo vio al muchacho, que la saludaba, tan niño todavía,  y lo subió a su canoa para hablarle y acariciarlo. Y los dos viajaron  hacia el atardecer.

 

 

 

 

 

 

 

 De cerdos y pajaritos

Inocente, despreocupado y libre de escrúpulos, el Juancito  había desayunado y ahora estaba sentado en el umbral de la cocina. Hacía una semana que estaba de vacaciones y se aburría.  De a ratos la Paula, su mama,  le hablaba, como a la fuerza: “Barré algo”. ”Ayudále al abuelo con los pollos”… Nada más.

Siempre la vida chata y rutinaria;  la chacra, el corral, el gallinero… Un galpón grandote para comer y dormir en el suelo; y el pozo y los churquis, para el baño.

Seguía  con la mirada a las moscas, le ladraba al perro, estiraba una pierna. se rascaba la cabeza…  y jugueteaba  con  su pajarito.  Era su juguete privado, que  se erguía como un resorte imprevisible y lo catapultaba lejos de su vida solitaria, como si fuera una semilla voladora, un panadero.. No había demasiada etiqueta. Había visto, varias veces, los pájaros  del abuelo o del peón,  que se aliviaban entre los churquis.

  Justo apareció el abuelo, cuchillo en mano;  lo miró con severidad y picardía: “Ojo, m’hijito… Si te lo andás tocando, te lo corto a vos también”.  Y se reía a carcajadas con el peón, el Evaristo y los otros peones de conchabo para el capado de los cerdos.

“¿A mí también? ¿Como a los chanchitos?” …

El abuelo con la cuchilla… los peones…  el cerdito chillando desesperado, cabeza abajo. Y los dos floripones sobre el pasto… ¡Tantas veces había visto la escena!

Pero esa mañana, a los primeros chillidos, se escapó de la casa.  Corría y tropezaba. Mientras se iban apagando los guarridos del animal, crecía su propio miedo.

Llevaba las manos crispadas sobre su pene, que apenas se insinuaba en la entrepierna del pantalón.    Aquella parte de sí, inestable y  misteriosa, que lo identificaba como “varoncito”, no se debía tocar ¡Y podía ser lastimada, destruida!

Se detuvo jadeante a la orilla del río,  sin miedo a los caimanes ni a las víboras; tendido en el barro como un chanchito feliz,  recuperó el aliento, y se dejó envolver,  sin preocupaciones, por el silencio, por su propia presencia casi desnuda,  por el bullir de su ignorada hombría.

Bastante después lo  sobresaltó un ruido hecho como de gritos ahogados  y suspiros, que  agitaba la espesura.. . ¿ Monos?… ¿Jaguares?… Se acercó sigiloso… Espió entre la hojarasca. Eran la Paula y el Evaristo.  Estuvo a punto de llamarlos,  pero se pasmó cuando vio que estaban desnudos, tirados en el suelo, como anudados….  Los pechos enormes de su mama, se balanaceaban  como campanas y el Evaristo la apretaba contra la panza, donde había algo como… ¿un palo? …muy grueso, amoratado… que empujó entre las piernas abiertas de la mujer.  Estuvieron un rato, sacudiéndose, jadeando.  El Evaristo cayó como cansado y la Paula, inerte,  esperó a que se levantara

Cuando se separaron, el palo era otra vez un“pajarito” grandote y desinflado. Y su mama tenía el pelo revuelto y la cara triste, de todos los días. Cada cual se puso  su ropa y se fue.

  Ohh. Igual que los chanchos: machos y  hembras…   .El Juancito volvió pensativo a la orilla…¿Habría intuído parte del misterio de su “pajarito”. ¿Y de la soledad de su mama?

La siesta ardía sobre el río oscuro y burbujeante, cuando vio que pasaba una canoa.

En la espesura, una chica, tal vez la Paula,   había imaginado grullas y tortugas siesteando al sol, brillando en el barro… Se tentó de no cuidarse; de lanzar sus miedos al agua, con el fardo liviano de su ropa. Se imaginó a sí misma, en una canoa, tendida al sol, también desnuda, acariciándose. Los remos se mecían en un palmoteo mágico, mientras el río se la llevaba lejos… lejos del  chiquero… y del miedo a los chanchos.

 —¡Chancho inmundo!—repicaban  muertos de risa, los remos fugitivos.

De reojo vio al muchacho, que la saludaba, tan niño todavía,  y lo subió a su canoa para hablarle y acariciarlo. Y los dos viajaron  hacia el atardecer.

 

 

 

 

 

 

 

 De cerdos y pajaritos

Inocente, despreocupado y libre de escrúpulos, el Juancito  había desayunado y ahora estaba sentado en el umbral de la cocina. Hacía una semana que estaba de vacaciones y se aburría.  De a ratos la Paula, su mama,  le hablaba, como a la fuerza: “Barré algo”. ”Ayudále al abuelo con los pollos”… Nada más.

Siempre la vida chata y rutinaria;  la chacra, el corral, el gallinero… Un galpón grandote para comer y dormir en el suelo; y el pozo y los churquis, para el baño.

Seguía  con la mirada a las moscas, le ladraba al perro, estiraba una pierna. se rascaba la cabeza…  y jugueteaba  con  su pajarito.  Era su juguete privado, que  se erguía como un resorte imprevisible y lo catapultaba lejos de su vida solitaria, como si fuera una semilla voladora, un panadero.. No había demasiada etiqueta. Había visto, varias veces, los pájaros  del abuelo o del peón,  que se aliviaban entre los churquis.

  Justo apareció el abuelo, cuchillo en mano;  lo miró con severidad y picardía: “Ojo, m’hijito… Si te lo andás tocando, te lo corto a vos también”.  Y se reía a carcajadas con el peón, el Evaristo y los otros peones de conchabo para el capado de los cerdos.

“¿A mí también? ¿Como a los chanchitos?” …

El abuelo con la cuchilla… los peones…  el cerdito chillando desesperado, cabeza abajo. Y los dos floripones sobre el pasto… ¡Tantas veces había visto la escena!

Pero esa mañana, a los primeros chillidos, se escapó de la casa.  Corría y tropezaba. Mientras se iban apagando los guarridos del animal, crecía su propio miedo.

Llevaba las manos crispadas sobre su pene, que apenas se insinuaba en la entrepierna del pantalón.    Aquella parte de sí, inestable y  misteriosa, que lo identificaba como “varoncito”, no se debía tocar ¡Y podía ser lastimada, destruida!

Se detuvo jadeante a la orilla del río,  sin miedo a los caimanes ni a las víboras; tendido en el barro como un chanchito feliz,  recuperó el aliento, y se dejó envolver,  sin preocupaciones, por el silencio, por su propia presencia casi desnuda,  por el bullir de su ignorada hombría.

Bastante después lo  sobresaltó un ruido hecho como de gritos ahogados  y suspiros, que  agitaba la espesura.. . ¿ Monos?… ¿Jaguares?… Se acercó sigiloso… Espió entre la hojarasca. Eran la Paula y el Evaristo.  Estuvo a punto de llamarlos,  pero se pasmó cuando vio que estaban desnudos, tirados en el suelo, como anudados….  Los pechos enormes de su mama, se balanaceaban  como campanas y el Evaristo la apretaba contra la panza, donde había algo como… ¿un palo? …muy grueso, amoratado… que empujó entre las piernas abiertas de la mujer.  Estuvieron un rato, sacudiéndose, jadeando.  El Evaristo cayó como cansado y la Paula, inerte,  esperó a que se levantara

Cuando se separaron, el palo era otra vez un“pajarito” grandote y desinflado. Y su mama tenía el pelo revuelto y la cara triste, de todos los días. Cada cual se puso  su ropa y se fue.

  Ohh. Igual que los chanchos: machos y  hembras…   .El Juancito volvió pensativo a la orilla…¿Habría intuído parte del misterio de su “pajarito”. ¿Y de la soledad de su mama?

La siesta ardía sobre el río oscuro y burbujeante, cuando vio que pasaba una canoa.

En la espesura, una chica, tal vez la Paula,   había imaginado grullas y tortugas siesteando al sol, brillando en el barro… Se tentó de no cuidarse; de lanzar sus miedos al agua, con el fardo liviano de su ropa. Se imaginó a sí misma, en una canoa, tendida al sol, también desnuda, acariciándose. Los remos se mecían en un palmoteo mágico, mientras el río se la llevaba lejos… lejos del  chiquero… y del miedo a los chanchos.

 —¡Chancho inmundo!—repicaban  muertos de risa, los remos fugitivos.

De reojo vio al muchacho, que la saludaba, tan niño todavía,  y lo subió a su canoa para hablarle y acariciarlo. Y los dos viajaron  hacia el atardecer.

 

 

 

 

 

 

 

 De cerdos y pajaritos

Inocente, despreocupado y libre de escrúpulos, el Juancito  había desayunado y ahora estaba sentado en el umbral de la cocina. Hacía una semana que estaba de vacaciones y se aburría.  De a ratos la Paula, su mama,  le hablaba, como a la fuerza: “Barré algo”. ”Ayudále al abuelo con los pollos”… Nada más.

Siempre la vida chata y rutinaria;  la chacra, el corral, el gallinero… Un galpón grandote para comer y dormir en el suelo; y el pozo y los churquis, para el baño.

Seguía  con la mirada a las moscas, le ladraba al perro, estiraba una pierna. se rascaba la cabeza…  y jugueteaba  con  su pajarito.  Era su juguete privado, que  se erguía como un resorte imprevisible y lo catapultaba lejos de su vida solitaria, como si fuera una semilla voladora, un panadero.. No había demasiada etiqueta. Había visto, varias veces, los pájaros  del abuelo o del peón,  que se aliviaban entre los churquis.

  Justo apareció el abuelo, cuchillo en mano;  lo miró con severidad y picardía: “Ojo, m’hijito… Si te lo andás tocando, te lo corto a vos también”.  Y se reía a carcajadas con el peón, el Evaristo y los otros peones de conchabo para el capado de los cerdos.

“¿A mí también? ¿Como a los chanchitos?” …

El abuelo con la cuchilla… los peones…  el cerdito chillando desesperado, cabeza abajo. Y los dos floripones sobre el pasto… ¡Tantas veces había visto la escena!

Pero esa mañana, a los primeros chillidos, se escapó de la casa.  Corría y tropezaba. Mientras se iban apagando los guarridos del animal, crecía su propio miedo.

Llevaba las manos crispadas sobre su pene, que apenas se insinuaba en la entrepierna del pantalón.    Aquella parte de sí, inestable y  misteriosa, que lo identificaba como “varoncito”, no se debía tocar ¡Y podía ser lastimada, destruida!

Se detuvo jadeante a la orilla del río,  sin miedo a los caimanes ni a las víboras; tendido en el barro como un chanchito feliz,  recuperó el aliento, y se dejó envolver,  sin preocupaciones, por el silencio, por su propia presencia casi desnuda,  por el bullir de su ignorada hombría.

Bastante después lo  sobresaltó un ruido hecho como de gritos ahogados  y suspiros, que  agitaba la espesura.. . ¿ Monos?… ¿Jaguares?… Se acercó sigiloso… Espió entre la hojarasca. Eran la Paula y el Evaristo.  Estuvo a punto de llamarlos,  pero se pasmó cuando vio que estaban desnudos, tirados en el suelo, como anudados….  Los pechos enormes de su mama, se balanaceaban  como campanas y el Evaristo la apretaba contra la panza, donde había algo como… ¿un palo? …muy grueso, amoratado… que empujó entre las piernas abiertas de la mujer.  Estuvieron un rato, sacudiéndose, jadeando.  El Evaristo cayó como cansado y la Paula, inerte,  esperó a que se levantara

Cuando se separaron, el palo era otra vez un“pajarito” grandote y desinflado. Y su mama tenía el pelo revuelto y la cara triste, de todos los días. Cada cual se puso  su ropa y se fue.

  Ohh. Igual que los chanchos: machos y  hembras…   .El Juancito volvió pensativo a la orilla…¿Habría intuído parte del misterio de su “pajarito”. ¿Y de la soledad de su mama?

La siesta ardía sobre el río oscuro y burbujeante, cuando vio que pasaba una canoa.

En la espesura, una chica, tal vez la Paula,   había imaginado grullas y tortugas siesteando al sol, brillando en el barro… Se tentó de no cuidarse; de lanzar sus miedos al agua, con el fardo liviano de su ropa. Se imaginó a sí misma, en una canoa, tendida al sol, también desnuda, acariciándose. Los remos se mecían en un palmoteo mágico, mientras el río se la llevaba lejos… lejos del  chiquero… y del miedo a los chanchos.

 —¡Chancho inmundo!—repicaban  muertos de risa, los remos fugitivos.

De reojo vio al muchacho, que la saludaba, tan niño todavía,  y lo subió a su canoa para hablarle y acariciarlo. Y los dos viajaron  hacia el atardecer.

 

 

 

 

 

 

 

 

lunes, 17 de enero de 2022

CUENTO DE OTOÑO EN DICIEMBRE

 

Un dia demasiado fresco, insólito en nuestros diciembres. Llueve que llueve, y se caen las hojas del verano que están marrones después de la sequía de noviembre.
—Tiempo loco—rezonga la abuela— Parece otoño. Parece lo peor de otoño…
Le duelen los huesos, con la humedad y el frío; y especialmente las manos y las rodillas. Pero está empecinada en amasar el Pan Dulce para Las Fiestas… lo que significa estar parada muchas horas, y esforzar dedos y muñecas agarrotados.
—Bueno, mamá—le dice mi madre—. Te ayudamos. No hagás tantos panes. Vos prepará un poco de levadura y nosotras terminamos la tanda con pancitos individuales, como souvenir. Después se compran los que se necesiten para la mesa.
Yo miro a mi abuela, que se hunde entre almohadones, con su cuerpo tan deformado como el tronco de algunos árboles de la vereda. Y sus ojos nostalgiosos se ven como chispitas cobrizas veladas de tristeza.
«Siempre otoño…Soledad y recuerdos Impotencia. Atisbando en el alma la vereda infinita, en una siesta lluviosa».
—No llorés—le digo; y la abrazo.