PARTICIPA DEL CONCURSO DE RELATOS, XXVI EDICIÓN: LA MALDICIÓN DE HILL HOUSE de SHIRLEY JACKSON
En aquel entonces yo le tenía miedo al tren fantasma. Cumplí los doce sin haber subido nunca; ni siquiera insinué que quisiera hacerlo. Por supuesto, todos me instaban a divertirme en el tren con mi hermana. La Eliana parecía disfrutarlo; ya tenía quince. Pero cuando bajaba, se reía raro, como si la obligaran a estar contenta con algo y no pudiera con el miedo.
El tío Manuel, el calesitero, me hizo entrar una vez, para ver el tren desde la cabina de control, mientras no estaba funcionando. Me pareció oscuro y hediondo. Por todas partes colgaban trastos de papel maché: enormes arañas peludas y barrigonas; payasos satánicos, con una sandía pintada bajo la nariz; espadachines anónimos; sobretodos negros y sombreros brujiles esperando los cuerpos de sus dueños.
Manuel accionó la máquina; estalló el audio traqueteante y estrepitoso; temblaron las luces amarillas y polvorientas; los figurones se inflaron y sacudieron entre carcajadas horripilantes. Y yo me abracé despavorido a las piernas de mi tío y me juré que no subiría jamás a un tren, de ninguna clase.
Han pasado los años. La Eliana se vino a vivir a Buenos Aires. Y
aquí estoy, yendo a su casa en un tren, con ella y con el tío Manuel. « Ah,
machito… ¿Viste que ibas a subir, Lucas? ¡Y a dos trenes en un día! Ya vamos
llegando a Once y estás vivo…»
Yo estoy muy cansado; no pude dormir en el viaje desde Córdoba, aunque el
vagón era confortable. Sabe Dios por qué, me acordaba de
la cara de la Eliana cuando bajaba del tren fantasma; venía de hacerse la
heroica, la superada; pero el miedo convive con nosotros. ¿Miedo a los
fantasmas, a los imprevistos irresponsables, a las viejas historias ajenas? ¿Premoniciones? ¿Al destino final que nos unifica y del que no
queremos hablar?
Me adormezco, como tantos otros que madrugaron para ir al trabajo, o al médico… La luz del coche baila en el traqueteo. La acompañan mis amodorradas ideas y ensueños. Un tipo con sobretodo negro está parado a mi lado. Rarísimo: estamos en pleno verano…
«como los fantasmas del tren …».
Sacudón. Estruendo…
¿Quién accionó los mecanismos? ¿Eliana grita y se le rompe
la cara como una sandía? ¿Una de las piernas protectoras de Manuel patalea suelta,
desde abajo del asiento aplastado? ¿Es un caño del pasillo, o una espada, lo que
va a traspasarme? ¿El tipo de negro me asfixia cuando se desnuca sobre mí?
Un tic tac desbocado marca las sensaciones del horror.
Un aullido
inmenso de metales y vidrios rotos y vidas destrozadas.
Y yo soy, desde entonces, uno de los fantasmas de Once, el muerto n°
51.
*La tragedia de Once: Buenos
Aires, el 22 de febrero de 2012, a las 08:33 a.m, el tren que se encontraba llegando a la estación
terminal de Once no detuvo su marcha y colisionó con los paragolpes de
contención.
Cada uno de los primeros tres coches se fue aplastando hasta seis metros dentro de los siguientes.
Hubo 51 muertos (uno de ellos encontrado tres días después) y 702 heridos.
Muchos de los sobrevivientes informaron haber oído el aplastamiento a modo de una
gran explosión que ocasionó la rotura de todos los vidrios.
El incidente desnudó vergonzosas e intensas tramas de corrupción e irresponsabilidad.