miércoles, 16 de febrero de 2022

LA LUNA Y SU POLISÓN DE NARDOS*


El niño sale de la carpa y se sienta en el suelo , junto a la fragua.  Es un niño de grandes ojos oscuros y  bonitos rulos negros. Lleva un bollo de pan en la mano derecha;  con la izquierda rasca la cabeza del perro más tonto del mundo: el suyo, el más amado.

La luna los mira, fría, lejana, redonda, plateada…  

 La madre y otras mujeres,  están revolviendo en las ollas, mil veces,  para que se despeguen las sobras con las que van a cenar. Y cantan coplas y se ríen; o se riñen por tonteras;  y otra vez vuelven a reírse.

 El niño mira y mira a la luna… Tal vez  sus senos blancos le recuerdan su destete postergado.  Tal vez, su polisón de nardos, se parece a la mantita de su cuna, y por eso se mece entre los rayos, y se adormila.  La luna es una mamá serena y luminosa.

El niño y el perro  miran a la luna… La están mirando… mirando… Después entran a la casa, medio dormidos, y se duermen del todo.

De pronto resuenan  los cascos en la noche metálica; los hombres vuelven al campamento y las mujeres preparan los cazos. Y una zumaya chillona las obliga a persignarse entre carcajadas.

Mientras tanto,  la luna juega a la carretilla con las mareas, y revuelve almanaques.

Mil veces sale la luna… otras veces, no… ¿Se le habrá perdido el polisón? ¿Se lo habrán robado los gitanos para hacer abalorios? ¿O se lo han cambiado por uno de luto y de espinas?

  Ahora,  el niño ya no la ve. Se ha ido detrás de un rayo que le ha señalado el pecho y le ha robado el corazoncito. El pequeñito quedó cerca de la fragua. El hombre que fue niño yace entre los olivos, pálido como la luna. O se vuelve negra sombra,  cuando la luna no está.

La madre  y el perro,  y los gitanos, y la zumaya, han dejado la tribu y duermen bajo los troncos grises.

 Y cada 18 de agosto, despiertan, miran a la luna llena y le aúllan la injusta ausencia.

Después vuelven a dormirse  junto al  pequeño Federico  soñador.

* A partir de “Romance de la luna, luna”, de Federico García Lorca.

 

 

 

 

martes, 1 de febrero de 2022

ESMERALDA



Cinco años atrás,  llegué a la casona rural. Vine  al tranco lento de la mula de un vecino, sin ningún apuro por asentarme donde la vida me llevaba casi a rastras. En la hacienda, necesitaban una sirvienta; eso, o ir a los surcos a trabajar de sol a sol, y vivir amontonada en el rancho hasta que me acollarara con algún peón.

Yo tenía catorce años, y era bastante alta y fuerte, para mi edad.

Al día siguiente, conocí al patrón cuando entré a limpiar los vidrios de su salita; era un hombre cuarentón, corpulento,
parecido a cualquier otro de la zona; pero su vestimenta, su perfume, su presencia erguida y segura ponían en claro que él era el amo.

—Permiso, patrón.

—¿Vos sos Esmeralda?

—Sí, patrón.

Me clavó los ojos achinados:

—No sos nada fea, vos. Buenas formas. 

Me callé, le di la espalda y empecé a trabajar con la limpieza.

De pronto, sentí que se acercaba. Y por encima del hombro me mostró su mano enjoyada.

— ¿Conocés las esmeraldas? —susurró— Mirá qué lindo anillo. ¿Sabés que la esmeralda vale más que los diamantes que lleva alrededor?  Te lo podría regalar si te portás bien...

—No, patrón. Yo trabajo. Sólo quiero mi sueldo.

Ya estaba avisada, porque era "cosa sabida". Yo, Esmeralda, igual que el anillo, era una de sus cosas.

Respiraba agitado, sobre mi cuello. Sus manos bajaron despacito desde mis hombros; una, por el  escote; la otra,  bajo mi falda. Hurgó, manoseó, desnudó.  

Sollocé, me retorcí, pateé sus tobillos, tironeé su pelo por sobre mi cabeza. Pero tenía…¿miedo de escaparme, de gritar?, ¿curiosidad ansiosa?

Tampoco me asusté demasiado; había visto muchas veces en el rancho, o en los campos, lo que me estaba pasando; lo dejé hacer como si él fuera el doctor que me revisaba;  algo que dolía un poco, sangraba otro poco, pero que era necesario para seguir en la casa.

Como debía ser, lo arañé, le escupí a los pies, alcé el balde y los trapos y salí; él se quedó riendo por lo bajo, tirado en el sofá.

— Nada mal para una virgencita... Una joya para pulir...Andá, Esmeralda, andá nomás. Vos sabés lo que te conviene. 

Salí corriendo, agitada. La cocinera me consoló con su filosofía servil: "Nos pasó a todas, con el padre y con él. Por lo menos este es estéril. Si no te golpea... ". 

En realidad, más allá del sobresalto, me había gustado ese dominio de fuerza bruta que marcaba sin mimos, mi género y mi clase social. Me gustaba que olía bien... Y... el anillo.

La rutina de la casa continuó; la sirvienta, limpiando la casa o lavando la ropa; el patrón, atendiendo la hacienda. .

El tiempo siguió su marcha. A veces con frecuencia, a veces esporádicamente, me llamaba a la salita. Sí o sí, mencionaba lo de la joya. Y siempre me hacía saber que yo era la sirvienta y le pertenecía, aunque volviera a escupirlo, arañarlo o tirarle del pelo: ese era mi rol; siempre muda, pero cada vez más dispuesta a "cumplir" para llegar a mu objetivo.

Nunca supe que eso fuera lujuria y ambición; me gustaba sentirlo en mi cuerpo, y saber que estaba más cerca de la esmeralda prometida, si me portaba bien. Nunca le tuve miedo, ni le fallé.

 Pero sí, le falló el corazón.

Una mañana, cuando le llevé el desayuno, lo vi desplomarse lívido y jadeante en el sofá. Y no titubeé ni un segundo: alcé un almohadón y se lo apreté bien fuerte sobre la cara, un largo rato, hasta que supe que estaba muerto.

Le miré la mano. ¡No tenía puesto el anillo!

Me quedé fría; sentía oleadas de miedo y desencanto.

Empecé a acomodar el almohadón en su sitio; a sacudir la alfombra, las cortinas, los bolsillos...

 «Ahí está, en la silla; agarralo que es tuyo».

—¡Virgen Santa! ¡San Roque!¡Un fantasma!

«¡Qué tantos santos! Es tuyo…Sin rencores. Nadie se muere el día antes».

Me persigné. Levanté el anillo y lo escondí en el escote. Derechita, alcé la bandeja, la dejé en la cocina y me fui al patio.  Espanté la culpa que me ronroneaba en la oreja  y cacé una escoba.

A mediodía empezaron los gritos, las carreras. Llegó el médico.

—Un síncope; se lo había advertido; aquí está el certificado.

Ahí estuve sirviendo café en el velorio.

Cuando volvieron del cementerio, le dije al administrador que me iba, que tenía mucha desgana, que me pagara los días que me faltaba cobrar.

Un puñadito de billetes, un recibo, y adiós. Sobraban chicas en el campo.

Riendo, el fantasma me azuzó: "¡Corré, pequeña asesina!" 

Pero yo no corrí; me lancé al camino, serena, lenta. 

Estaba en paz con él y conmigo. La esmeralda bailaba en mi bolsillo.

viernes, 21 de enero de 2022

DE CHANCHOS Y PAJARITOS

 José Saramago escribió un cuento que se llama "Desquite"; el mismo, integra una antología:"Casi un objeto". Un cuento crudo que enraiza en la dependencia voraz sobre los más débiles. "Desquite" me inspiró este relato-que presento para FanFiction. Lo he centrado  en niños desorientados entre las revelaciones sexuales y sus mundos inocentes.

  Despreocupados nueve años... Juan estaba aburrido. y jugueteaba  con  su "pajarito". Era su juguete privado, que  se erguía como un resorte imprevisible y lo catapultaba lejos de su vida solitaria, como si fuera una semilla voladora, un "panadero"..

Justo apareció el abuelo, cuchillo en mano.  Lo miró con severidad y picardía: “Ojo, m’hijito… Si te lo andás tocando, te lo corto a vos también”.  Y se reía a carcajadas con los otros peones"conchabados" para el capado de los cerdos.

“¿A mí también? ¿Como a los chanchitos? …"

Antes de que sonara el chillido angustioso del animal, el chico escapó .hacia el río. Con las manos protegía a su "pajarito".

Se detuvo jadeante en la orilla. Tendido en el barro como un cerdito feliz,  recuperó el aliento, y se dejó envolver por el silencio y por su propia presencia casi desnuda.  Sus preocupaciones volaron como los guacamayos.

La siesta ardía sobre el río oscuro y burbujeante, cuando vio que pasaba una canoa.

Intuyó a la chica que se asomaba desde la espesura todos los días, con un pájaro azul en el hombro, .

Se lanzó al agua y la alcanzó.

 Los remos se mecían en un palmoteo mágico, mientras el río se los llevaba lejos… lejos del  chiquero… y del miedo a los chanchos.

 —¡Chancho inmundo!—repicaban  muertos de risa, los remos fugitivos.



Dos personajes de “Desquite”, de José Saramago


El cucú de la rana

Tal como un pájaro azul, tan original y libre,

solté mi mente al espacio y me descubrí a mí misma.

Desnuda como nací,  liberada de prejuicios,

me lancé ardiente a la vida  y me refresqué en su río.

Pero la rana chismosa, se asomó tras los visillos

de las algas y del limo.


Tomó  la voz de los sabios y cuchicheó:

“¡¡Qué vergüenza!

¡Eso no es de señoritas!…

!No vayas a ser mal vista!

No sea que alguno piense

que eres fácil y ligera,

que tientes a los varones

y que arruines tu destino!”

Esa es la rana mirona,  espiándome la vida,

cosechando mil rumores y robándome la dicha.

¡Pobre loca, solitaria, que se ocupa del vecino,

que solo sabe del barro, del hedor y de la asfixia!

 

El pájaro azul

Me imagino a los padres del Pájaro Azul, animándolo a volar; a derrochar tantos cuidados, tanta tibieza, en la empresa de llenarse de luz y de vientos para hablarnos de esperanza y de ilusiones. Sin palabras; puro vuelo, puro canto… A despertarnos el anhelo de los “más allá”

 

 

 

 

DE CERDOS Y PAJARITOS

 

Inocente, despreocupado y libre de escrúpulos, el Juancito  había desayunado y ahora estaba sentado en el umbral de la cocina. Hacía una semana que estaba de vacaciones y se aburría.  De a ratos la Paula, su mama,  le hablaba, como a la fuerza: “Barré algo”. ”Ayudále al abuelo con los pollos”… Nada más.

Siempre la vida chata y rutinaria;  la chacra, el corral, el gallinero… Un galpón grandote para comer y dormir en el suelo; y el pozo y los churquis, para el baño.

Seguía  con la mirada a las moscas, le ladraba al perro, estiraba una pierna. se rascaba la cabeza…  y jugueteaba  con  su pajarito.  Era su juguete privado, que  se erguía como un resorte imprevisible y lo catapultaba lejos de su vida solitaria, como si fuera una semilla voladora, un panadero.. No había demasiada etiqueta. Había visto, varias veces, los pájaros  del abuelo o del peón,  que se aliviaban entre los churquis.

  Justo apareció el abuelo, cuchillo en mano;  lo miró con severidad y picardía: “Ojo, m’hijito… Si te lo andás tocando, te lo corto a vos también”.  Y se reía a carcajadas con el peón, el Evaristo y los otros peones de conchabo para el capado de los cerdos.

“¿A mí también? ¿Como a los chanchitos?” …

El abuelo con la cuchilla… los peones…  el cerdito chillando desesperado, cabeza abajo. Y los dos floripones sobre el pasto… ¡Tantas veces había visto la escena!

Pero esa mañana, a los primeros chillidos, se escapó de la casa.  Corría y tropezaba. Mientras se iban apagando los guarridos del animal, crecía su propio miedo.

Llevaba las manos crispadas sobre su pene, que apenas se insinuaba en la entrepierna del pantalón.    Aquella parte de sí, inestable y  misteriosa, que lo identificaba como “varoncito”, no se debía tocar ¡Y podía ser lastimada, destruida!

Se detuvo jadeante a la orilla del río,  sin miedo a los caimanes ni a las víboras; tendido en el barro como un chanchito feliz,  recuperó el aliento, y se dejó envolver,  sin preocupaciones, por el silencio, por su propia presencia casi desnuda,  por el bullir de su ignorada hombría.

Bastante después lo  sobresaltó un ruido hecho como de gritos ahogados  y suspiros, que  agitaba la espesura.. . ¿ Monos?… ¿Jaguares?… Se acercó sigiloso… Espió entre la hojarasca. Eran la Paula y el Evaristo.  Estuvo a punto de llamarlos,  pero se pasmó cuando vio que estaban desnudos, tirados en el suelo, como anudados….  Los pechos enormes de su mama, se balanaceaban  como campanas y el Evaristo la apretaba contra la panza, donde había algo como… ¿un palo? …muy grueso, amoratado… que empujó entre las piernas abiertas de la mujer.  Estuvieron un rato, sacudiéndose, jadeando.  El Evaristo cayó como cansado y la Paula, inerte,  esperó a que se levantara

Cuando se separaron, el palo era otra vez un“pajarito” grandote y desinflado. Y su mama tenía el pelo revuelto y la cara triste, de todos los días. Cada cual se puso  su ropa y se fue.

  Ohh. Igual que los chanchos: machos y  hembras…   .El Juancito volvió pensativo a la orilla…¿Habría intuído parte del misterio de su “pajarito”. ¿Y de la soledad de su mama?

La siesta ardía sobre el río oscuro y burbujeante, cuando vio que pasaba una canoa.

En la espesura, una chica, tal vez la Paula,   había imaginado grullas y tortugas siesteando al sol, brillando en el barro… Se tentó de no cuidarse; de lanzar sus miedos al agua, con el fardo liviano de su ropa. Se imaginó a sí misma, en una canoa, tendida al sol, también desnuda, acariciándose. Los remos se mecían en un palmoteo mágico, mientras el río se la llevaba lejos… lejos del  chiquero… y del miedo a los chanchos.

 —¡Chancho inmundo!—repicaban  muertos de risa, los remos fugitivos.

De reojo vio al muchacho, que la saludaba, tan niño todavía,  y lo subió a su canoa para hablarle y acariciarlo. Y los dos viajaron  hacia el atardecer.

 

 

 

 

 

 

 

 De cerdos y pajaritos

Inocente, despreocupado y libre de escrúpulos, el Juancito  había desayunado y ahora estaba sentado en el umbral de la cocina. Hacía una semana que estaba de vacaciones y se aburría.  De a ratos la Paula, su mama,  le hablaba, como a la fuerza: “Barré algo”. ”Ayudále al abuelo con los pollos”… Nada más.

Siempre la vida chata y rutinaria;  la chacra, el corral, el gallinero… Un galpón grandote para comer y dormir en el suelo; y el pozo y los churquis, para el baño.

Seguía  con la mirada a las moscas, le ladraba al perro, estiraba una pierna. se rascaba la cabeza…  y jugueteaba  con  su pajarito.  Era su juguete privado, que  se erguía como un resorte imprevisible y lo catapultaba lejos de su vida solitaria, como si fuera una semilla voladora, un panadero.. No había demasiada etiqueta. Había visto, varias veces, los pájaros  del abuelo o del peón,  que se aliviaban entre los churquis.

  Justo apareció el abuelo, cuchillo en mano;  lo miró con severidad y picardía: “Ojo, m’hijito… Si te lo andás tocando, te lo corto a vos también”.  Y se reía a carcajadas con el peón, el Evaristo y los otros peones de conchabo para el capado de los cerdos.

“¿A mí también? ¿Como a los chanchitos?” …

El abuelo con la cuchilla… los peones…  el cerdito chillando desesperado, cabeza abajo. Y los dos floripones sobre el pasto… ¡Tantas veces había visto la escena!

Pero esa mañana, a los primeros chillidos, se escapó de la casa.  Corría y tropezaba. Mientras se iban apagando los guarridos del animal, crecía su propio miedo.

Llevaba las manos crispadas sobre su pene, que apenas se insinuaba en la entrepierna del pantalón.    Aquella parte de sí, inestable y  misteriosa, que lo identificaba como “varoncito”, no se debía tocar ¡Y podía ser lastimada, destruida!

Se detuvo jadeante a la orilla del río,  sin miedo a los caimanes ni a las víboras; tendido en el barro como un chanchito feliz,  recuperó el aliento, y se dejó envolver,  sin preocupaciones, por el silencio, por su propia presencia casi desnuda,  por el bullir de su ignorada hombría.

Bastante después lo  sobresaltó un ruido hecho como de gritos ahogados  y suspiros, que  agitaba la espesura.. . ¿ Monos?… ¿Jaguares?… Se acercó sigiloso… Espió entre la hojarasca. Eran la Paula y el Evaristo.  Estuvo a punto de llamarlos,  pero se pasmó cuando vio que estaban desnudos, tirados en el suelo, como anudados….  Los pechos enormes de su mama, se balanaceaban  como campanas y el Evaristo la apretaba contra la panza, donde había algo como… ¿un palo? …muy grueso, amoratado… que empujó entre las piernas abiertas de la mujer.  Estuvieron un rato, sacudiéndose, jadeando.  El Evaristo cayó como cansado y la Paula, inerte,  esperó a que se levantara

Cuando se separaron, el palo era otra vez un“pajarito” grandote y desinflado. Y su mama tenía el pelo revuelto y la cara triste, de todos los días. Cada cual se puso  su ropa y se fue.

  Ohh. Igual que los chanchos: machos y  hembras…   .El Juancito volvió pensativo a la orilla…¿Habría intuído parte del misterio de su “pajarito”. ¿Y de la soledad de su mama?

La siesta ardía sobre el río oscuro y burbujeante, cuando vio que pasaba una canoa.

En la espesura, una chica, tal vez la Paula,   había imaginado grullas y tortugas siesteando al sol, brillando en el barro… Se tentó de no cuidarse; de lanzar sus miedos al agua, con el fardo liviano de su ropa. Se imaginó a sí misma, en una canoa, tendida al sol, también desnuda, acariciándose. Los remos se mecían en un palmoteo mágico, mientras el río se la llevaba lejos… lejos del  chiquero… y del miedo a los chanchos.

 —¡Chancho inmundo!—repicaban  muertos de risa, los remos fugitivos.

De reojo vio al muchacho, que la saludaba, tan niño todavía,  y lo subió a su canoa para hablarle y acariciarlo. Y los dos viajaron  hacia el atardecer.

 

 

 

 

 

 

 

 De cerdos y pajaritos

Inocente, despreocupado y libre de escrúpulos, el Juancito  había desayunado y ahora estaba sentado en el umbral de la cocina. Hacía una semana que estaba de vacaciones y se aburría.  De a ratos la Paula, su mama,  le hablaba, como a la fuerza: “Barré algo”. ”Ayudále al abuelo con los pollos”… Nada más.

Siempre la vida chata y rutinaria;  la chacra, el corral, el gallinero… Un galpón grandote para comer y dormir en el suelo; y el pozo y los churquis, para el baño.

Seguía  con la mirada a las moscas, le ladraba al perro, estiraba una pierna. se rascaba la cabeza…  y jugueteaba  con  su pajarito.  Era su juguete privado, que  se erguía como un resorte imprevisible y lo catapultaba lejos de su vida solitaria, como si fuera una semilla voladora, un panadero.. No había demasiada etiqueta. Había visto, varias veces, los pájaros  del abuelo o del peón,  que se aliviaban entre los churquis.

  Justo apareció el abuelo, cuchillo en mano;  lo miró con severidad y picardía: “Ojo, m’hijito… Si te lo andás tocando, te lo corto a vos también”.  Y se reía a carcajadas con el peón, el Evaristo y los otros peones de conchabo para el capado de los cerdos.

“¿A mí también? ¿Como a los chanchitos?” …

El abuelo con la cuchilla… los peones…  el cerdito chillando desesperado, cabeza abajo. Y los dos floripones sobre el pasto… ¡Tantas veces había visto la escena!

Pero esa mañana, a los primeros chillidos, se escapó de la casa.  Corría y tropezaba. Mientras se iban apagando los guarridos del animal, crecía su propio miedo.

Llevaba las manos crispadas sobre su pene, que apenas se insinuaba en la entrepierna del pantalón.    Aquella parte de sí, inestable y  misteriosa, que lo identificaba como “varoncito”, no se debía tocar ¡Y podía ser lastimada, destruida!

Se detuvo jadeante a la orilla del río,  sin miedo a los caimanes ni a las víboras; tendido en el barro como un chanchito feliz,  recuperó el aliento, y se dejó envolver,  sin preocupaciones, por el silencio, por su propia presencia casi desnuda,  por el bullir de su ignorada hombría.

Bastante después lo  sobresaltó un ruido hecho como de gritos ahogados  y suspiros, que  agitaba la espesura.. . ¿ Monos?… ¿Jaguares?… Se acercó sigiloso… Espió entre la hojarasca. Eran la Paula y el Evaristo.  Estuvo a punto de llamarlos,  pero se pasmó cuando vio que estaban desnudos, tirados en el suelo, como anudados….  Los pechos enormes de su mama, se balanaceaban  como campanas y el Evaristo la apretaba contra la panza, donde había algo como… ¿un palo? …muy grueso, amoratado… que empujó entre las piernas abiertas de la mujer.  Estuvieron un rato, sacudiéndose, jadeando.  El Evaristo cayó como cansado y la Paula, inerte,  esperó a que se levantara

Cuando se separaron, el palo era otra vez un“pajarito” grandote y desinflado. Y su mama tenía el pelo revuelto y la cara triste, de todos los días. Cada cual se puso  su ropa y se fue.

  Ohh. Igual que los chanchos: machos y  hembras…   .El Juancito volvió pensativo a la orilla…¿Habría intuído parte del misterio de su “pajarito”. ¿Y de la soledad de su mama?

La siesta ardía sobre el río oscuro y burbujeante, cuando vio que pasaba una canoa.

En la espesura, una chica, tal vez la Paula,   había imaginado grullas y tortugas siesteando al sol, brillando en el barro… Se tentó de no cuidarse; de lanzar sus miedos al agua, con el fardo liviano de su ropa. Se imaginó a sí misma, en una canoa, tendida al sol, también desnuda, acariciándose. Los remos se mecían en un palmoteo mágico, mientras el río se la llevaba lejos… lejos del  chiquero… y del miedo a los chanchos.

 —¡Chancho inmundo!—repicaban  muertos de risa, los remos fugitivos.

De reojo vio al muchacho, que la saludaba, tan niño todavía,  y lo subió a su canoa para hablarle y acariciarlo. Y los dos viajaron  hacia el atardecer.

 

 

 

 

 

 

 

 De cerdos y pajaritos

Inocente, despreocupado y libre de escrúpulos, el Juancito  había desayunado y ahora estaba sentado en el umbral de la cocina. Hacía una semana que estaba de vacaciones y se aburría.  De a ratos la Paula, su mama,  le hablaba, como a la fuerza: “Barré algo”. ”Ayudále al abuelo con los pollos”… Nada más.

Siempre la vida chata y rutinaria;  la chacra, el corral, el gallinero… Un galpón grandote para comer y dormir en el suelo; y el pozo y los churquis, para el baño.

Seguía  con la mirada a las moscas, le ladraba al perro, estiraba una pierna. se rascaba la cabeza…  y jugueteaba  con  su pajarito.  Era su juguete privado, que  se erguía como un resorte imprevisible y lo catapultaba lejos de su vida solitaria, como si fuera una semilla voladora, un panadero.. No había demasiada etiqueta. Había visto, varias veces, los pájaros  del abuelo o del peón,  que se aliviaban entre los churquis.

  Justo apareció el abuelo, cuchillo en mano;  lo miró con severidad y picardía: “Ojo, m’hijito… Si te lo andás tocando, te lo corto a vos también”.  Y se reía a carcajadas con el peón, el Evaristo y los otros peones de conchabo para el capado de los cerdos.

“¿A mí también? ¿Como a los chanchitos?” …

El abuelo con la cuchilla… los peones…  el cerdito chillando desesperado, cabeza abajo. Y los dos floripones sobre el pasto… ¡Tantas veces había visto la escena!

Pero esa mañana, a los primeros chillidos, se escapó de la casa.  Corría y tropezaba. Mientras se iban apagando los guarridos del animal, crecía su propio miedo.

Llevaba las manos crispadas sobre su pene, que apenas se insinuaba en la entrepierna del pantalón.    Aquella parte de sí, inestable y  misteriosa, que lo identificaba como “varoncito”, no se debía tocar ¡Y podía ser lastimada, destruida!

Se detuvo jadeante a la orilla del río,  sin miedo a los caimanes ni a las víboras; tendido en el barro como un chanchito feliz,  recuperó el aliento, y se dejó envolver,  sin preocupaciones, por el silencio, por su propia presencia casi desnuda,  por el bullir de su ignorada hombría.

Bastante después lo  sobresaltó un ruido hecho como de gritos ahogados  y suspiros, que  agitaba la espesura.. . ¿ Monos?… ¿Jaguares?… Se acercó sigiloso… Espió entre la hojarasca. Eran la Paula y el Evaristo.  Estuvo a punto de llamarlos,  pero se pasmó cuando vio que estaban desnudos, tirados en el suelo, como anudados….  Los pechos enormes de su mama, se balanaceaban  como campanas y el Evaristo la apretaba contra la panza, donde había algo como… ¿un palo? …muy grueso, amoratado… que empujó entre las piernas abiertas de la mujer.  Estuvieron un rato, sacudiéndose, jadeando.  El Evaristo cayó como cansado y la Paula, inerte,  esperó a que se levantara

Cuando se separaron, el palo era otra vez un“pajarito” grandote y desinflado. Y su mama tenía el pelo revuelto y la cara triste, de todos los días. Cada cual se puso  su ropa y se fue.

  Ohh. Igual que los chanchos: machos y  hembras…   .El Juancito volvió pensativo a la orilla…¿Habría intuído parte del misterio de su “pajarito”. ¿Y de la soledad de su mama?

La siesta ardía sobre el río oscuro y burbujeante, cuando vio que pasaba una canoa.

En la espesura, una chica, tal vez la Paula,   había imaginado grullas y tortugas siesteando al sol, brillando en el barro… Se tentó de no cuidarse; de lanzar sus miedos al agua, con el fardo liviano de su ropa. Se imaginó a sí misma, en una canoa, tendida al sol, también desnuda, acariciándose. Los remos se mecían en un palmoteo mágico, mientras el río se la llevaba lejos… lejos del  chiquero… y del miedo a los chanchos.

 —¡Chancho inmundo!—repicaban  muertos de risa, los remos fugitivos.

De reojo vio al muchacho, que la saludaba, tan niño todavía,  y lo subió a su canoa para hablarle y acariciarlo. Y los dos viajaron  hacia el atardecer.

 

 

 

 

 

 

 

 De cerdos y pajaritos

Inocente, despreocupado y libre de escrúpulos, el Juancito  había desayunado y ahora estaba sentado en el umbral de la cocina. Hacía una semana que estaba de vacaciones y se aburría.  De a ratos la Paula, su mama,  le hablaba, como a la fuerza: “Barré algo”. ”Ayudále al abuelo con los pollos”… Nada más.

Siempre la vida chata y rutinaria;  la chacra, el corral, el gallinero… Un galpón grandote para comer y dormir en el suelo; y el pozo y los churquis, para el baño.

Seguía  con la mirada a las moscas, le ladraba al perro, estiraba una pierna. se rascaba la cabeza…  y jugueteaba  con  su pajarito.  Era su juguete privado, que  se erguía como un resorte imprevisible y lo catapultaba lejos de su vida solitaria, como si fuera una semilla voladora, un panadero.. No había demasiada etiqueta. Había visto, varias veces, los pájaros  del abuelo o del peón,  que se aliviaban entre los churquis.

  Justo apareció el abuelo, cuchillo en mano;  lo miró con severidad y picardía: “Ojo, m’hijito… Si te lo andás tocando, te lo corto a vos también”.  Y se reía a carcajadas con el peón, el Evaristo y los otros peones de conchabo para el capado de los cerdos.

“¿A mí también? ¿Como a los chanchitos?” …

El abuelo con la cuchilla… los peones…  el cerdito chillando desesperado, cabeza abajo. Y los dos floripones sobre el pasto… ¡Tantas veces había visto la escena!

Pero esa mañana, a los primeros chillidos, se escapó de la casa.  Corría y tropezaba. Mientras se iban apagando los guarridos del animal, crecía su propio miedo.

Llevaba las manos crispadas sobre su pene, que apenas se insinuaba en la entrepierna del pantalón.    Aquella parte de sí, inestable y  misteriosa, que lo identificaba como “varoncito”, no se debía tocar ¡Y podía ser lastimada, destruida!

Se detuvo jadeante a la orilla del río,  sin miedo a los caimanes ni a las víboras; tendido en el barro como un chanchito feliz,  recuperó el aliento, y se dejó envolver,  sin preocupaciones, por el silencio, por su propia presencia casi desnuda,  por el bullir de su ignorada hombría.

Bastante después lo  sobresaltó un ruido hecho como de gritos ahogados  y suspiros, que  agitaba la espesura.. . ¿ Monos?… ¿Jaguares?… Se acercó sigiloso… Espió entre la hojarasca. Eran la Paula y el Evaristo.  Estuvo a punto de llamarlos,  pero se pasmó cuando vio que estaban desnudos, tirados en el suelo, como anudados….  Los pechos enormes de su mama, se balanaceaban  como campanas y el Evaristo la apretaba contra la panza, donde había algo como… ¿un palo? …muy grueso, amoratado… que empujó entre las piernas abiertas de la mujer.  Estuvieron un rato, sacudiéndose, jadeando.  El Evaristo cayó como cansado y la Paula, inerte,  esperó a que se levantara

Cuando se separaron, el palo era otra vez un“pajarito” grandote y desinflado. Y su mama tenía el pelo revuelto y la cara triste, de todos los días. Cada cual se puso  su ropa y se fue.

  Ohh. Igual que los chanchos: machos y  hembras…   .El Juancito volvió pensativo a la orilla…¿Habría intuído parte del misterio de su “pajarito”. ¿Y de la soledad de su mama?

La siesta ardía sobre el río oscuro y burbujeante, cuando vio que pasaba una canoa.

En la espesura, una chica, tal vez la Paula,   había imaginado grullas y tortugas siesteando al sol, brillando en el barro… Se tentó de no cuidarse; de lanzar sus miedos al agua, con el fardo liviano de su ropa. Se imaginó a sí misma, en una canoa, tendida al sol, también desnuda, acariciándose. Los remos se mecían en un palmoteo mágico, mientras el río se la llevaba lejos… lejos del  chiquero… y del miedo a los chanchos.

 —¡Chancho inmundo!—repicaban  muertos de risa, los remos fugitivos.

De reojo vio al muchacho, que la saludaba, tan niño todavía,  y lo subió a su canoa para hablarle y acariciarlo. Y los dos viajaron  hacia el atardecer.

 

 

 

 

 

 

 

 

lunes, 17 de enero de 2022

CUENTO DE OTOÑO EN DICIEMBRE

 

Un dia demasiado fresco, insólito en nuestros diciembres. Llueve que llueve, y se caen las hojas del verano que están marrones después de la sequía de noviembre.
—Tiempo loco—rezonga la abuela— Parece otoño. Parece lo peor de otoño…
Le duelen los huesos, con la humedad y el frío; y especialmente las manos y las rodillas. Pero está empecinada en amasar el Pan Dulce para Las Fiestas… lo que significa estar parada muchas horas, y esforzar dedos y muñecas agarrotados.
—Bueno, mamá—le dice mi madre—. Te ayudamos. No hagás tantos panes. Vos prepará un poco de levadura y nosotras terminamos la tanda con pancitos individuales, como souvenir. Después se compran los que se necesiten para la mesa.
Yo miro a mi abuela, que se hunde entre almohadones, con su cuerpo tan deformado como el tronco de algunos árboles de la vereda. Y sus ojos nostalgiosos se ven como chispitas cobrizas veladas de tristeza.
«Siempre otoño…Soledad y recuerdos Impotencia. Atisbando en el alma la vereda infinita, en una siesta lluviosa».
—No llorés—le digo; y la abrazo.


 

domingo, 12 de diciembre de 2021

¡¡TANTAS NAVIDADES!!

Un cuento poco ortodoxo: una ensalada de historias; un revoltijo de visiones . Y un aceite suavizante y unitivo: Un Eterno Niño Dios que siempre llama a la ternura, a la paz, aunque la ensalada tenga mucho vinagre.

1-

Hoy se recuerda una historia que ocurrió hace muchos años: 

"En Belén nació Jesús en un establo pobre y frío .

 José y María llegaron buscando un alojamiento. María estaba de parto, angustiada y dolorida.

Y por aquello del censo prepotente, no había albergue en el poblado..." 

Tienen miedo de los pobres, y de tantos peregrinos extranjeros.

 Aseguran sus moradas, sus bolsillos, su presente.

¡Qué bueno hallar un establo en una cueva cualquiera!

"¡Por fin ha nacido el Niño: los dos están muy cansados, pero sonríen y rezan!

Un coro de ángeles puros

canta desde las estrellas:

 “El Salvador ha nacido…

Paz a los hombres que creen”

"Y unos pastores muy pobres, sacudidos del milagro, le llevaron ovejitas… y así se entibió el Pesebre".

No entendían demasiado, aquello del Salvador. (A lo mejor el chiquito echaba a tanto romano altanero y pecador…)

Todo era puro sentir… Sentirse maravillados, capaces de dar amor.

 

2- Las familias del pueblo volvieron de la Misa de Nochebuena.

No había demasiada comida, de modo que la cena fue un plato de sopa caliente; el lujo, mantener encendidas más velas que de costumbre, durante unas horas; y el regalo, la alegría de estar juntos, en armonía, bendecidos; habían dejado su limosna en la Iglesia y conocían el destino de las monedas.

Afuera, entre los árboles se vio pasar a un hombre, tal vez otro aldeano, que se acercó sigiloso a una casucha sin luces.

El hombre en la sombra, era  Nicolás (Claus), el párroco, que se detuvo junto al ventanuco sin vidrios, silbó un villancico y dejó un paquete de provisiones y unas monedas de la colecta de la misa.

No más que una imposible caricia, porque el yacente, baldado y mudo,  estaría encerrado hasta la mañana; entonces volvería el chico, su nieto, que cuidaba los renos de un vecino; los lobos eran impredecibles en sus visitas.

Desde su pesebre dorado del altar, el Niño Jesús, sonrió una cascada de bendiciones para Claus y para  todos.

3- Pasaron los años.  El histriónico Santa Claus se preparaba para su viaje surrealista. “Operativo Navidad”… Se reía a carcajadas mientras lustraba la nariz de Rodolfo, el reno.

“Papá Noel va a operar el gran cambio en tu vida: ríe, come, festeja…”, leyó el jovencito que acababa de ser aplazado en su último examen; era el tercero; repetiría el curso; justo cuando sus padres se estaban divorciando; justo cuando su padre había perdido el trabajo; justo, cuando pasaba una manifestación de protesta … Tantas cosas injustas…

Demoró el paso hacia su casa… “Papá Noel… qué fácil arreglamos la vida con una campanita y un vaso de sidra”.

4-  Navidad, otra vez...Rodolfo, el de la nariz roja, luce más apolillado y rezongón que nunca. Sé que, otra vez,  esta será una Navidad diferente.

—  ¿Te llegaron cartitas, por lo menos? ¿Te mandaron la partida de juguetes modernos?

—   Y… no… La Coca está mandando menos remesas.  Ya me comentó hace varios días que no soy una buena publicidad para la Coca Light; y que los chicos no creen en mí.

     Sí… los chicos están “de vuelta” y los papás se ocupan de los regalos, hasta donde les da el bolsillo

— Debe ser la crisis.

—La crisis de valores, dirás. Ponen Papás Noeles desteñidos y amargados a las puertas de los centros comerciales; es más rentable que distribuir juguetes pasados de moda.

Y giró tembloroso pero enérgico. Él  tiene i-phone en los cuernos; se conecta y sabe de qué va el mundo.

Yo me senté a rumiar mi decepción. ¿Qué es el Espíritu de la Navidad? ¿De qué sirvieron tantos años de sabañones, reumas y catarros?

Entonces, hubo un vientecito entre los abetos y sonó la voz del Eterno.

—Vamos, Nicolás. Vos sos la magia, los sueños. Y los humanos necesitan soñar, volar entre las estrellas, sentir la alegría de estar juntos. Así se abre el camino a los afectos, a la buena voluntad, para el año que viene. Te dejo un regalito. Andá a hacer lo tuyo, y mi pequeñito de Belén hará lo demás.

Y hubo silencio y paz. Y, de pronto, campanas.

Los renos se han dormido. Los llamo. ¡Milagro de Navidad! ¡Les brillan los cuernos y las pieles!

Rodolfo avanza dando saltitos: «¡Dale, Santa! ¡Por suerte se nos pasó la gastritis!»

Y yo, a media crisis todavía, pienso y decido:

«Creo que este año me bajo en cualquier casa y exijo que me conviden sidra y pan dulce. 

¡Bah! No... Mejor nos colamos en algún pesebre, a la sombra del Arbolito; los renos platicarán con las ovejas y burros. Yo.le haré unos “jo, jo, jo” suavecitos a Jesús Niño; y me sentaré cerca del buey, para que todos estemos cómodos y felices. 

 

 

lunes, 18 de octubre de 2021

Manojos de margaritas

 

En aquellos días, me regalabas manojos de margaritas. La alegría de tenerte cerca, amor, exaltaba mi corazón.
Después vinieron el pavor, la desolación, la guerra. Y cada una de tus cartas arrancadas a la hecatombe, arrastradas hasta mis manos, era una resurrección de margaritas de esperanza.
Y un día terminó el horror. Unimos nuestras vidas y cada mañana fue, otra vez, una alegría simple, pura y dorada.
¿Por qué de pronto sentí que crujían esas paredes de confianza?
Intuí tus dudas, tus experiencias nuevas, calladas y ocultas.

Y otra vez fue la guerra. Mi corazón era un campo de batalla lleno de cicuta. Como no me quedaba claro a quién dispararle (a vos, que te volviste hosco y reticente; a esa imaginada desconocida que te estaba raptando; a mí que tambaleaba llena de angustia y confusión) las quemé en una fogata insólita de lágrimas.

Nunca supe quién se había cruzado en nuestras vidas, quien te desgarraba el alma con sus ojos y sus manos; quién tejía esa malla de culpas en tus miradas y en tus silencios. Yo la imaginé hermosa y sensual, pero no la busqué para implorarle.

En cambio cultivé para vos, las nuevas margaritas de comprensión y diálogo franco, de serenidad y ternura.

Y supe que estabas liberado, cuando vi en tus ojos la chispa de la confianza. Una luz dorada como el centro de una margarita. 

jueves, 14 de octubre de 2021

ALBORADA

 Reto de Territorio de Escritores

Tan platinada y fría

como una vieja meretriz sin limerencia,

la luna se ha arropado en  la penumbra,

cansada, adormilada, casi ciega.…

Con su escalpelo longitudinal, ya el sol revela

las siluetas  ocultas de los bosques,

desde  el Este pintado de magenta;

y  en la brillante honestidad de su rutina,

desde la eternidad profunda,

despierta  ruiseñores en la aurora ,

le regala aceitunas al olivo,

y una caricia tibia

a  los restos de mármol de un asiento.

Se ha sentado  un  pastor, con su rebaño;

me saluda y me brinda en la colodra

la tibia leche del reciente ordeñe;

cerca de él  van triscando  trece ovejas.

«¿Trece son, pastorcito? ¿No te aqueja

la triscaidecafobia de la gente?

«Trece son, sí señor,  no tengo miedo.

En verdad, lo que ha dicho no lo entiendo.

Soy rústico pastor; mi corazón está en sosiego.

Y agradezco al contar tantas ovejas

la generosidad de la naturaleza».

 

Sinfonía Pastoral


Primero es el silencio, y el telón cerrado. Después se va corriendo…despacito. Hay un rubor celeste, rosado, amarillento… una delgada línea blanca que se vuelve dorada.

Y hay un punto de sol, que va creciendo;  y mientras  se levanta,  rojo , majestuoso,  dibuja la alborada con su lápiz mágico. Despreocupado y feliz, chispea en las copas de los sauces.  Entonces, de uno en uno, pían despacito los jilgueros,  mientras el sol baila cuesta abajo por los troncos, hacia los pastos, el arroyo  y las cuevas; y cuesta arriba pinta el cielo de azul claro, y más y más intenso.  

Por ahí, ha balado un ternero,  y el agua balbucea entre las piedras.  Y suena el xilofón  de alguna iguana, corriendo entre los churquis.

Un tenue sostenuto del pícolo… un crescendo…  y de improviso, estalla la orquesta: coros de trinos, en las flautas…  mugidos y balidos largos, de saxos y de trompas … timbales, en la primera cabalgata de la manada y el ladrido de los perros.

  Un silbido bajito, de zamba o chacarera; el primer mate; una canción a media voz,  mientras el maíz cae en arpegios en el remolino de plumas y cacareo ;  el primer pastoreo del rebaño, suena como un tambor adormecido, acariciado por la baqueta.

Ya es pleno día.

Metal de una campana  sencilla y remota;  ostinato de un chico que juega a la pelota.

Y un piano, dulce, en la voz de un bebé que se despierta y llama. 

domingo, 10 de octubre de 2021

DIVAGACIONES SOBRE POLVO DE ESTRELLAS


"Estamos hechos de polvo de estrellas. Somos polvo de estrellas que piensa acerca de  las estrellas. Somos el medio para que el Cosmos se conozca a sí mismo.”

—¡Jua, jua, jua! ¡Jua, jua, jua!

Los dioses panzudos bailotean un hula-hula, a menudo que les llegan los ecos  de Carl Sagan mezclados con el humo de las guerras y los incendios, y el rugir de las eras que sepultan especies. Quietecito, calmo, el Dios del Amor, prepara velitas y ángeles de la guarda...  Y espera...

— ¡Son el medio para que el Cosmos se conozca a sí mismo!¡Jua, jua, jua! ¡Si no pueden conocerse ni  reconocerse!…

Y mientras estallan sus carcajadas, y se zangolotean con un cubilete en las manos, las estrellas se descascaran. En la lluvia de desechos viajamos nosotros, los astronautas.

—¡Ahí va otra flota ! ¡Bendiciones para ustedes! ¡Son nuestros hijos! ¡Son poderosos!

El Dios del Amor, sonríe y espera. Él agrega otro componente a los minerales del polvo cósmico; una caricia y una velita.

***

Fuimos  hechos en ”un polvo”…  Singular, único… Cuando otros dos astronautas mezclaron los ingredientes sin medirlos, ni calcular el resultado. Mientras,  los dioses tiraban sus dados y caía más polvo desde las estrellas. En nosotros se encendió la velita; la sonrisa primigenia: la Esperanza. 

Solamente, había que mantenerla prendida, 

Pero no sabíamos muy bien qué era. Y no la necesitábamos. 

Nosotros, los gigantes, los poetas del amor y de los sueños… Nosotros,  los genios que timoneamos el devenir  desde la ciencia… Nosotros, que decidimos, desde nuestra actitud, la vida en el mundo,  estábamos confundidos: no somos Lo Absoluto.

Convivimos con los otros astronautas; los que nos proveían y sostenían...

  No nos dimos cuenta de que el resto de la flota, palmeras, dinosaurios, flores, gatitos, piedras, peces, rocas, zanahorias… tampoco eran absolutos.  

***

Arden los campos y los bosques;  y sucumben  las ciudades.  El fuego, (o una pandemia, o la depresión, o… ) avanzan sobre nuestras creaciones, y nos tiran del podio.

Y en medio de las ruinas, buscamos  la respuesta en las estrellas…  desde las que siguen partiendo hacia la nuestra, millones de astronautas imprevisibles: justos y pecadores… ingenuos y atorrantes…marcianos o venusinos…mansos o agresivos...  nutritivos o venenosos, ¿Quién es más que quién? 

Los dioses siguen de juerga.

 En un rinconcito de nuestro corazón, lloramos desesperados, angustiados. El Dios de Amor, El Ingenuo, nos espera hasta que pasa el berrinche Después, ya con la cara lavada, nos prende, otra vez, la lamparita de la Esperanza.


 

.



 

 

sábado, 9 de octubre de 2021

SOMOS POLVO DE ESTRELLAS




Somos polvo de estrellas… Ya lo dijo Carl Sagan:

“El nitrógeno en nuestro ADN, el calcio en nuestros dientes y huesos,  el hierro en nuestra sangre, y el carbono en nuestras tartas de manzana, fueron hechos en  el interior de dos estrellas que chocaron…”

Somos polvo de estrellas... El sentido común, la personalidad, las vocaciones, se irán formado, supongo, en aleaciones azarozas de los elementos vitales. Astronautas que sueltan los dioses cuando sacuden sus dados; astronautas a la deriva... Y ellos apuestan por si seremos flores o dinosaurios, o humanos terrícolas o marcianos... O se van a dormir la mona,,,

 “Estamos hechos de polvo de estrellas. Somos polvo de estrellas que piensa acerca de  las estrellas. Somos el medio para que el Cosmos se conozca a sí mismo.”

Y finalmente aterrizamos en alguna instancia del Cosmos. Nosotros, los gigantes, los poetas del amor y de los sueños… Nosotros,  los genios que timoneamos el devenir  desde la ciencia… Nosotros, que decidimos desde nuestra actitud, sobre la vida en el mundo. Nosotros, convencidos del poder de nuestros lazos familiares con los dioses. creadores, ordenadores, depuradores. 

Pero nuestro testimonio es caótico.

Cada quien fue hecho en ”un polvo”…  Singular, único… Cuando otros dos astronautas mezclaron los ingredientes sin medirlos, ni calcular el resultado. Mientras  los dioses tiraban sus dados y caía más polvo desde las estrellas. Ellos se estremecian en carcajadas jugando a adivinar si seríamos margaritas, dinosaurios, piedras

Yo soy uno de tantos astronautas lanzados a la vida para ser un pretencioso testigo de Lo Absoluto.  Soy Polvo de Estrellas, pero no sé que significa Lo Absoluto, Ni siquiera me entusiasma sembrar una cebolla, cuando hay tantas y faltan tantas.

¡Polvo de estrellas! ¡Qué bonito suena! Es una campana impertérrita que garantiza nuestra supervivencia como humanos…Favoritos de los dioses…  

Arden los campos y los bosques;  y sucumben las ciudades. nos falta el agua y las abejas; nos sobran inventos,

 El fuego, (o una pandemia, o la guerra, o la depresión, o… ) avanzan sobre nuestras creaciones, y nos tiran del podio.

Y en medio de las ruinas, buscamos  la respuesta en las estrellas…  Allá los dioses siguen sus partidas compulsivas y franelean con las  estrellas ... Llueve el polvo y  siguen partiendo hacia  nuestra estrella , y desde esta,  millones de astronautas imprevisibles: justos y pecadores… ingenuos y atorrantes; gente, flores, gatos…¿Quién es más que quién? 

 

 

TOPOS EN LA BIBIBLIOTECA DE LOS SUEÑOS

 

 Una batahola estridente pulverizó  el silencio pulcro de la bibiblioteca del abuelo. Y su dueño sonrió benévolo bajo sus bigotazos. «¡Qué podía esperarse de estos chicos! »

A él también lo llamaban Topo. ¡Cuántas horas en esa biblioteca, develando los entresijos de la humanidad! ¡Y cuántas mañas secretas!  

Laura y El Topo invadieron el pasillo de la derecha. Sus patines trazaban surcos dolorosos en el parket.  Gritaban como energúmenos  en la cancha de fútbol.

¡No, no te me vas a escapar, chinita desgraciada!

—¿A que sí, pavote? ¡Topo chicato!¡Topo chicato! 

Y en su risa tintineaba la secreta sabiduría de la adolescencia.

Adolfito, El Topo, era bastante más lindo y astuto  que un topo convencional. Sujetó bien sus anteojazos,  giró sobre sus patines y encaró en diagonal, hacia la izquierda, entre los sillones de cuero, para cortarle camino.

Y alcanzó a su prima…

Mejor dicho, al borde de su melena teñida de fucsia.

La sostuvo, tironeando como si fuera una rienda y la apretó contra su cuerpo.

Y con el envión de los patines aterrizaron sobre una poltrona María Antonieta forrada en raso carmesí.

Los libros meditaban, apretaditos en sus filas estrictas:

«¡Lo que habría disfrutado aquella reina, en su momento! ¡La misma poltrona en la que el circunspecto abuelito leía sus sesudos tomos de filosofía!»

Desde la izquierda, revolotearon una risitas: «¡O se despachaba a gusto con alguna mucama!»

Y entretanto, la reina siglo XXI chillaba y se retorcía… y reía a carcajadas: “No, no, no. ¿Qué hacés? ¡No seás asqueroso!”

Él susurraba;  y revolvía adolescentes intimidades secretas.

Y los dos jadeaban en la pugna ancestral de la pareja humana. Y se relajaban, en la cómoda elegancia del mueble.

Rígidos y oscuros,  los libros  de la derecha manifestaron su indignación ante tamaña grosería. Chispeaban las letras doradas de sus lomos.

Pero los de la estantería izquierda, los de tapas de cartones brillantes y hojas ásperas… ¡Cómo se divertían, los muy pillos con este sainete inesperado!   

lunes, 27 de septiembre de 2021

La jaula de las locas

 The Birdcage (Una jaula de grillos en España, La jaula de los pájaros en Argentina y La jaula de las locas en el resto de Hispanoamérica) es una película estadounidense, estrenada el 8 de marzo de 1996 y dirigida por Mike Nichols con adaptación de Elaine May al guion original. Se trata de un remake de la película franco-italiana La cage aux folles de 1978, que a su vez, está basada en la obra teatral homónima.

LA JAULA DE LAS LOCAS

El reloj de la torre anunció la medianoche.  Las campanas sonaron opacas, tan asustadas como los pobladores que se encogían en sus dormitorios. Y renacían los miedos.

El silencio polvoriento se llenó, de pronto de carcajadas y gritos.

Ahí  adentro, las locas estarían recorriendo  todos los ambientes; se perseguirían para  empujarse en pasillos y escaleras.

 Sin duda, en el aire que olía a sulfuro y a rosas viejas, sus huesos marcarían el ritmo de centenarias gavotas y minuets.

Las locas… Era cierto, sin duda. Aquellas preciosas princesas ¿de Versalles, tal vez?, sacudían sus esqueletos y jugaban a la pelota con  sus cabecitas degolladas. Y sus túnicas impalpables se deshacían sobre los muebles carcomidos.

¿Pedían justicia? ¿Alardeaban de sus privilegios? ¿Se vengaban  con el terror que desataban desde los siglos?

De pronto, el reloj se reactivó y cantó las cuatro. Ya iba a amanecer.

Y las locas se disolvieron en las alfombras y en las cortinas, antes de que cantaran los pájaros.

UN pastorcito arreaba su majada, y se persignó frente al  viejo manicomio. El palacete se borroneaba bajo la pátina del tiempo y la desidia.

viernes, 20 de agosto de 2021

MEMORIAS


Noche de Pascua. La  aldea estaba de fiesta  “Resucitó”, era el mantra; por fin se podía cantar y bailar y comer lo que fuera. Y gozar de los cuerpos jóvenes curtidos en los campos. 

Los campos… Unos terrenos desparramados por donde lo habían ido disponiendo los ancestros. Los de él y los de ella… Las dotes de bodas concertadas y no siempre deseadas. 

Las tierras y los hijos eran el futuro estrecho y doloroso que mostraba la vida… “lo que Dios quiere”, …”ganarás tu pan…”; “parirás tus hijos...”.

Pero esta era una noche venturosa. Corría el vino y volaban las coplas, cada vez más audaces y ardientes; y  se relajaba la vigilancia de padres y vecinos. Con mayor o menor donaire, todos danzaban y empinaban las botas para que se borraran los presagios y resucitara la alegría; hasta el viejo cura zarandeaba una pandereta y saltaba en torno a algunas beatas audaces.

En algún momento,  en el frenesí de la fiesta, se escaparon Carmen y Lorenzo. Como lo habían hecho durante toda la Cuaresma, los muy villanos se arrumacaron  junto al río a la sombra de los mimbres. Los requiebros y suspiros, los siseos de la ropa. los jadeos, rompían el silencio de los pájaros dormidos.

Pero alguno debe de haberse despertado y les aleteó la alarma a los padres, al cura y a todos los viejos vecinos. Las amenas muñeiras se rompieron en gritos desaforados y carreras tambaleantes. 

¿Un descuido imperdonable en un par de viejos? La niña ya tenía veinte años; era bonita, pero  iba para solterona. Así y todo,  no serían sus padres quienes la dejaran a su aire con ese libertino de Lorenzo, un paria sin patrimonio; aunque trabajador, hay que decirlo.  

El vino y los años (y los amigos de los fugitivos), conspiraban a favor del amor, la única resurrección de los humanos. No llegaron a encontrarlos juntos.

Hubo un revoloteo de refajos y calzas. Y cada cual apareció en el camino, por distintos puntos, con aire inocente, pero igualmente agitados.

Carmen quedó recluida y sollozante en la casa paterna. Lorenzo fue puesto bajo la custodia del cura que lo tuvo plantando cebollas y papas en el huerto de la capilla. 

Y al otro mes… Hubo que casarlos…  Ý contactar con parientes que ya habían emigrado. Y subirlos como fuera, al primer barco. Un nuevo mantra regía la vida en aquel entonces: América.

Asi llegaron mis abuelos a mi país. Mi mamá ya venía con ellos.

MEMORIAS

Noche de Pascua. La  aldea estaba de fiesta  “Resucitó”, era el mantra; por fin se podía cantar y bailar y comer lo que fuera. Y gozar de los cuerpos jóvenes curtidos en los campos. 

Los campos… Unos terrenos desparramados por donde lo habían ido disponiendo los ancestros. Los de él y los de ella… Las dotes de bodas concertadas y no siempre deseadas. 

Las tierras y los hijos eran el futuro estrecho y doloroso que mostraba la vida… “lo que Dios quiere”, …”ganarás tu pan…”; “parirás tus hijos...”.

Pero esta era una noche venturosa. Corría el vino y volaban las coplas, cada vez más audaces y ardientes; y  se relajaba la vigilancia de padres y vecinos. Con mayor o menor donaire, todos danzaban y empinaban las botas para que se borraran los presagios y resucitara la alegría; hasta el viejo cura zarandeaba una pandereta y saltaba en torno a algunas beatas audaces.

En algún momento,  en el frenesí de la fiesta, se escaparon Carmen y Lorenzo. Como lo habían hecho durante toda la Cuaresma, los muy villanos se arrumacaron  junto al río a la sombra de los mimbres. Los requiebros y suspiros, los siseos de la ropa. los jadeos, rompían el silencio de los pájaros dormidos.

Pero alguno debe de haberse despertado y les aleteó la alarma a los padres, al cura y a todos los viejos vecinos. Las amenas muñeiras se rompieron en gritos desaforados y carreras tambaleantes. 

¿Un descuido imperdonable en un par de viejos? La niña ya tenía veinte años; era bonita, pero  iba para solterona. Así y todo,  no serían sus padres quienes la dejaran a su aire con ese libertino de Lorenzo, un paria sin patrimonio; aunque trabajador, hay que decirlo.  

El vino y los años (y los amigos de los fugitivos), conspiraban a favor del amor, la única resurrección de los humanos. No llegaron a encontrarlos juntos.

Hubo un revoloteo de refajos y calzas. Y cada cual apareció en el camino, por distintos puntos, con aire inocente, pero igualmente agitados.

Carmen quedó recluida y sollozante en la casa paterna. Lorenzo fue puesto bajo la custodia del cura que lo tuvo plantando cebollas y papas en el huerto de la capilla. 

Y al otro mes… Hubo que casarlos…  Ý contactar con parientes que ya habían emigrado. Y subirlos como fuera, al primer barco. Un nuevo mantra regía la vida en aquel entonces: América.

Asi llegaron mis abuelos a mi país. Mi mamá ya venía con ellos.


jueves, 19 de agosto de 2021

Madurando

Vos podés- me dije.Y me eché a la espalda
todos los proyectos.
Y pinté en mi cara la mejor sonrisa,
y activé mis pies cual si fueran pétalos
sueltos en la brisa.

Delante de mí, se abría la vida.
Me sobraba el tiempo, toda la energía.
Liviana mochila de espuma de sueños
sostuvo mi vuelo,
hasta que en la esquina…
encontré a  la gente.
La gente concreta,
la que también sale a volar quimeras;
la que necesita no sólo mi espacio, 
también mis oídos,  
mis manos, mi aliento.
O  queda , de pronto, desnuda de ideales,
y solo pretende
que la deje quieta, dormida, cansada,
justo en mi camino, tan dulce y liviano
que ya se ha deshecho.
Ya es hora
De echar  a la espalda las piedras más duras,
Las frutas amargas,
Para que cimenten
Este nuevo vuelo que emprendo en la vida,
Con otra mochila: la de la experiencia.
Prudente, serena, activa, paciente.
Tú puedes, me digo, y avanzo sonriendo.



miércoles, 11 de agosto de 2021

Guardar un secreto

Guardar un secreto

Nunca había tenido secretos dignos de guardar. Nada había sucedido, que cambiara demasiado mi vida de buena chica, responsable, cariñosa  y obediente.

Pero lo que vi esa noche por la ventana de mi pieza, fue muy especial. ¡Quién lo diría! ¡Jamás lo hubiera imaginado de esta gente tan cercana y honorable! ¿De modo que así era la cosa?

¿Y qué me importaba, después de todo?

Me dispuse a guardar el secreto.

Pero mi sonrisa burlona ante sus consejos patriarcales… la tensión soberbia de mi cuello y de mi espalda cuando me acariciaban… la mirada acusadora…  eran como un tañido amenazante  que viajara desde lo más profundo de mí misma hacia ese cariño de bijouterie barata que nos vendían.

No faltó quien lo notara.  Me pasó lo mismo que cuando hago una comida muy condimentada: hay tantas pistas en la casa… 

Quien más, quien menos, todos tratan de adivinar… Y preguntan. Y no les gusta quedarse sin respuestas. Y espían. Y acechan… Entonces, les sirvo un estofado que huele parecido, y todos contentos.

Yo me siento poderosa y sigo guardando mi tesoro… ¿Quién sabe si, en una de esas, se

 transforma en mi varita mágica?

O me lo llevo a la tumba, como mi abuela se llevó el suyo. ¡Pobrecita! ¡No entendí nada de su farfulleo! ¡Solamente que me amaba y confiaba en mí.

martes, 8 de junio de 2021

La Niña Milagrosa



—¡Lástima que sea  tan traviesa  e indisciplinada! ¡Con decirle que espía por la verja del claustro!

—  cuchichearon  Sor Josefa y  Sor Martirio.

—Es Culpa de esas canciones profanas y eróticas que se aprenden en la televisión. Pero  ya estoy  formándola; debe usar su voz para alabar al Señor.

—¡Los Misterios del Señor!— suspiró la Superiora.—En la música vuela el alma noble de los seres humanos.

“Doona, noobis, paaaacem, pacem”... cantó Normita, con las manos al cielo y los ojos cerrados.

Un hálito místico aleteó en las velas del altar. El incienso adormecía sus efluvios en los tapices y en los reclinatorios. Las últimas sílabas de la plegaria temblaron sutiles, ansiosas, confiadas.

—Sor Bernarda… Sor Bernarda… ¡Esta niña es milagrosa!

—Es sublime, Reverenda Madre. Vea usted cómo tiene en suspenso a todas las alumnas, con su voz  vibrante, sincera…

— ¡Y qué latín tan perfecto! ¡A Cappella!  ¡A los diez años!

Sor Martirio ordenó a las pequeñas feligresas que se postraran en adoración;  y Sor Bernarda  con pasitos tenues, para no romper el éxtasis, se acercó a Normita y la invitó a arrodillarse frente  al  Sagrario.

Pero algo chasqueó en su cabeza y empezó a temblar.

Y, de pronto, la niña milagrosa lanzó un aullido oscilante y disonante;  un Do 4, de 7 tiempos de compás de amalgama. Sus trenzas se desataron rebeldes en la cabeza.  Su cara aparecía distorsionada, cejijunta,

 De alguna parte del cielorraso venían bajando unas guitarras eléctricas, unas baterías aterradoras  y unas tijeras diligentes que recortaron hasta la ingle todas las primorosas y discretas polleritas del uniforme. 

Sor Bernarda retrocedió aterrorizada. Normita convulsionaba, montada en su Do4, mientras las otras niñas marcaban el ritmo atípico y visceral,  zapateaban sobre los bancos del coro y trajinaban eficientes, con los instrumentos y los estribillos:

—¡Yeeeaaa! Yeeaaa!

¡Ahí vienen las monjas, no quieren  bailar!

Y como estoy "rock and roleandooooo"

soy la diabla del lugar!"

 "Me asomé al patio del claustro.

 Con asombro  descubrí:

las monjas  no usan bombachas

de seda o de plumetí."

"Yeeea yeeea

Lo sé, los vi…

Sé que  usan unos calzones,

largos como pantalones

para cubrir el cu…tis.

 Jijijí. Jiiiií"

Los tomacorrientes echaban humo. Las otras Hermanas habían desaparecido.  La Madre Superiora lanzaba baldes de agua bendita desde un tragaluz, y el cortocircuito parecía inminente.

***

Sor Bernarda se sentó, de repente, en medio del patio, sobresaltada, con el hábito empapado, dolorida  por el cachetazo con que la Superiora la hizo reaccionar.

—¡Sor Bernarda! ¡Usted nos matará a disgustos! ¡Sabe que no debe atosigarse de chocolate; que le sube la presión y se desmaya!

Las alumnas se apiñaban junto  al mástil, derechitas, respetuosas, con sus polleritas al borde de las medias tres cuartos y los mocasines marrones.

Y en la fila zigzagueaba el chismorreo:

—¡Bien merecido se lo tiene! No me deja cantar más que los Salmos y la Misa! En el coro, no, porque le canté un rap la otra mañana.

—¿Le diste el chocolate con peyote que te dio tu primo?

—Lo dejé caer, de pasada a la Capilla. Venía detrás de mí. La muy glotona se lo comió durante la misa.

Sor Josefa palmeó para dirigir el Himno de la Juventud, con el que se despedían diariamente.

“Juventud, bulliciosa caravana/ llama viva que enciende el ideal.

Nuestro paso saludan las campanas/juvenil encarnación de claridad…”

Hasta mañana, señoritas. Dios las bendiga  y las mantenga alejadas del mal

jueves, 20 de mayo de 2021

POR UNA ZAMBA


Y es que yo soy un pazguato, neutral y rudimentario…

Para bailar, no me animo; y me quedo en el amago.

Y si no tengo, reinvento, alguna antigua lumbalgia.

Lo que sé es que los celajes de tu enagua juguetona,

lanzaban iridiscencias, espantaban somnolencias,

y encendían mis afanes.

De pronto, sin compasión, se agitaron  los arpegios

los pañuelos, tus pestañas…

´Y me encontré frente a vos en la zamba  sugestiva,

mi vacuna sanadora,

Y demolió lo soberbio  con su ritmo nemoroso.

Me embelesó tu sonrisa, que me invitaba al cortejo.

 ¿Neutral? ¿Quién podía serlo

con tu ingenua picardía para mover el pañuelo?

Anudé  el mío a tu cuello, y  fue nuestro primer beso.

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CIERTAS REALIDADES


—No es que sea un soberbio haragán— pensaba la Roberta—Lo mata la lumbalgia

El Emilio sufría de una lumbalgia pertinaz, psicosomática, que se le desataba, sí o sí cuando algo pronosticaba “trabajo”. El pobre quedaba indefenso en su catre, sumido en una somnolencia nemorosa. Sin embargo había una vacuna para su mal: los carnavales. Cuando el ritmo de las murgas  le sacudía sin compasión los pies y las caderas, el  Emilio se embelesaba con las enaguas puntilludas y perseguía las iridiscencias turgentes de los blusones floridos.  El pazguato se reinventaba en el candombe.

Así lo conoció la Roberta, y fue su mujer desde que él se la llevó a su rancho después de la bailanta.  La Roberta lo siguió porque era su hombre, aunque no hubo ninguna boda. Y porque le gustaban las cosquillas del bigote.

—¡Cómo sabe hacer “las cosas”! Sin mucho merengue. Tiene ganas y basta… Total, en cinco minutos…”

Al otro mes se convenció de que el Emilio era muy creativo: ya venía un hijo.  Y también descubrió que él era neutro ante la ternura y  la cooperación.  E incapaz de conservar unos pesos. De alguna manera, se le convertían en ginebra.

—Tampoco es malo, el Emilio. Nunca me pegó demasiado.

Y aunque  no la había llevado más al pueblo, le había cavado el pocito donde iba a nacer el gurí. Y le dejó listo el cacharro del agua, por las dudas.

Cuando  sintió que se aproximaba el parto,  junto  a la rudimentaria fogata,  la Roberta ”puso el agua”, se curvó dolorida, y tosió, envuelta en los celajes grises y ásperos del humo.

Después, acuclillada sobre el pocito, se entregó a los ritos ancestrales de la maternidad.

No lo llamó, ni lo pensó  mientras pujaba y jadeaba. “Cosas de mujeres”. Soltó un grito largo y agónico. Suspiró, y miró.  Era una niña;  una niñita inerte que nunca lloró. La Roberta, sí.  Lloraba mientras la tapaba en el pozo; mientras volcaba sobre el fuego, el agua inservible.

—Tuviste suerte, negrita. Así es la vida para nosotras, las mujeres.

Desde el pueblo llegaban los repiques del carnaval.