jueves, 18 de agosto de 2022

LOS RASTROS OCULTOS DE LAS MIGAS

 

LOS RASTROS OCULTOS DE LAS MIGAS

Marta es mayor que Laurita. Pero, ¿Quién no jugaría con esta nena tan inteligente y cariñosa? lY Laurita la quiere tanto como a sus muñecas.

Ahí están, en sus reposeras, aprovechando el solcito de otoño. Laurita canta algo de un gato; lo aprendió en el jardín.

Miran la calle…saludan con las manos a los que pasan….

Detrás de la reja, cerrada, como siempre, se han abierto unas rosas hermosísimas.

-Esta tarde viene mi abuelita- dice Marta-. Voy a corta unas rosas para regalarle. Dame unas tijeras.

-¡No! Mi mamá no quiere que toquemos su costurero, ni los cubiertos.

Marta gira la cabeza hacia la verja. Canturrea ensimismada.

-No te enojés. ¿En serio que vos también tenés una abuelita? ¿Es “viejiiiiita”?

  -La, la la…  oscura…oscura…  una nube…

-¡No! ¡En serio!¡No cantés! ¿Dónde está?

-Visitando a unos amigos que no la dejan volver…

-La quieren mucho…

-Se escapó en el colectivo y viene esta tarde…

-¡Qué lindo, Marta! Juguemos que hacíamos torta para convidarle.

-Mmmm

-Dale, ayudame. O me la como yo solita…

Y amasa, arma el molde, prende el horno…

Y Martita sigue cantando bajito…bajito. Y bailando en la reposera con un galán invisible

-Es de chocolate, ¿viste? Bien negrita… Tomá…

-Rica, rica, mmmmm… Cham cham…Mmmm

-Pero… Abuela Marta… ¡No se come! ¡Es de barro! ¡AY! ¡Se cayó!... ¡Luisa! ¡Luisa!

La cuidadora viene corriendo. Trae la silla de ruedas de Marta. Cuando la incorpora, 

 la mujer se tambalea y la mira como si estuviera lejos…

Luisa la sienta, y empuja hacia el living.  Laurita le sacude el batón y las pantuflas. 

Las migas de la torta van dejando un rastro oscuro en el piso.

-Lavate las manos, Laurita… ¡Qué ocurrencia, jugar con barro! ¡Hay que cuidarla!

Laurita dice que sí, con la cabeza, y acaricia el pelo blanco de su abuela.

Y entonces, Marta solloza:

- ¡Mala…Mala…! ¿Para qué la llamaste? Ahora no hay torta para mi abuelita…

-

 

 

 

jueves, 19 de mayo de 2022

EL EGOÍSMO Y EL DOLOR EXISTEN


Este cuento surgió de un juego que propuso Alicia Díaz Olmos, la profe del Taller de Escritura:  sacar papelitos de dos bolsas de nailon; una con  sustantivos, y otra con verbos,, para formar un título, Gracias a  ella y a la buena onda de mis compañeras.

Quedé en deuda con el grupo, ya que cuando  presenté el cuento les leí una versión incompleta.

Lo publico por esta vía, porque admiro la profesionalidad y el cariño con que Olga Medrano y Teresita Zaragoza  coordinan este Podcast con hielo y letras.   Mil gracias., dio un po

Mis papelitos decían; EGOÍSMO, DOLOR, EXISTIR.  

Y se va el cuento:

El egoísmo y el dolor existen

Aquellos niños jugaban en la calle  poceada y polvorienta. Tendrían unos diez años. La pelota

hecha con trapos y medias viejas bailaba entre sus pies, en medio de la baraúnda del partido.

La calle estaba cortada por un alto cerco de espinas y una reja. Parece que la gente tiende a congregarse  y encerrarse, en estos tiempos.  Afuera, latía la villa.

Uno de los pocos taxis que entraban por ahí,  frenó muy cerca de los chicos. La pasajera era una señora bastante mayor.

 Los pibes siguieron en la suya. ¡Se venía el gol!

El conductor los bocineó frenético.

—¡Mocosos de mierda!- les gritó

El tiro salió desviado y dio en el vidrio del auto.

Nada grave...Una pelota de trapo...

Pero el taxista la recogió, furioso, y la tiró por encima de la cerca. Del otro lado llegaron los ladridos de los perros y su disputa por la pelota.

¡Qué dolorosa la sorpresa de los chicos! ¡Cuánta impotencia ante ese alambrado traicionero!

El conductor  subió al coche y retrocedió hacia la avenida.

En la esquina, la pasajera  sacudió la cabeza.

—Frená- le ordenó- y bajá conmigo.

—¿Qué pasa, mamá?

—Vos te equivocaste de camino. No estabas donde debías estar.

—Estoy usando el taxi para  llevarte de paseo.  No me voy a parar porque estos negritos estén en el medio de la calle… ¡Encima me ensucian el coche!

—¡Cuánto me duele ese egoísmo de viejo amargado! ¿Nunca jugaste en la calle, vos? ¿Nunca molestaste a los vecinos?

El hombre resopló:

—Yo iba a jugar al Centro Vecinal.

—Que sosteníamos entre todos,  para cuidar a los chicos… 

—¡Vamos, vieja!

—Hay algo que se llama gratitud… Algo hermoso que pelea con el egoísmo para que la realidad no duela tanto.

El taxista bufó otra vez.

—Basta. Ahí  hay una juguetería. Andá y comprales una pelota.

—Mamá!. ¡Estás loca!

—El auto es mío. Un fútbol costará menos que el vidrio que no se rompió. Y mucho menos que una patota resentida.

El hombre agachó la cabeza, se mordió el labio.

-Ay, vieja! ¡Sos tan buena y tan  jodida!...  Esperá. Corro el auto un poquito más lejos y compro la bendita  pelota. 

Y le dio un beso.

Ella le secó la lagrimita que se le escapaba.

 

OTROS RECUERDOS DE MI INFANCIA

Escribí esta Memoria como una tarea sugerida en el taller de Francés. 

Por este motivo, acompaño la traducción al idioma de mi abuelo Emilio Pihen, .Le agradezco el papá que tuve; le agradezco su loca historia y su don musical, Le sigo debiendo algunas palabras y anécdotas.

Mi familia estaba muy comprometida con la Iglesia Católica. Yo iba al Colegio de las Esclavas desde el Jardín de Infantes; ellas le daban mucha importancia a la Misa, al Rosario y a las fiestas religiosas en general.

Las Hermanas nos hacían "Madrinas" de un "africanito". El precio era el valor de un "chatre", una golosina que se vendía en el recreo. Se retiraba uno solo y se pagaban dos. Se llenaba una tarjetita llena de angelitos rubios y gordos, que mostraban, en un recuadro florido, el precio del madrinazgo.  En ese tiempo, las miserias de la posguerra y la labor de los misioneros en Äfrica eran nuestras fuentes de agradecimiento a Dios. .¡Estábamos tan lejos de todo eso!

Todos rezábamos el Rosario por la Paz del Mundo y los niños de África.

Yo recuerdo especialmente el Mes de  María, una de las primeras celebraciones para preparar la Navidad.  Se  extendía entre el 8 de noviembre y el 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada Concepción. Ese día se celebraban las Primeras Comuniones.

Eran meses de plena primavera. En ese lapso, íbamos todas las tardes a la iglesia a llevar flores para la Virgen y rezar el Rosario. 

Nos acompañaban nuestras familias, pero  los niños éramos los protagonistas centrales.

Entrábamos en fila por el centro del templo, vestidos de fiesta y con grandes ramos de flores en las manos. Cantábamos una canción muy antigua que todos sabían, hasta  nuestras bisabuelas.

«Venid y vamos todos, con flores a porfía; con flores a María,  que madre nuestra es.

De nuevo aquí nos tienes, purísima doncella, más que la luna, bella, postrados a tus pies»

La iglesia lucía muy iluminada, Cantábamos muy, muy fuerte, alegres y emocionados.

Las flores preferidas eran las azucenas, pero en mi casa solo había calas. Yo envidiaba a los chicos que llevaban azucenas; no me gustaban las calas; ni siquiera hoy me gustan.

Una vez (creo que una sola vez) le robé una azucena  a una pequeñita distraída. Pero la monja me pilló y me hizo devolverla. Y le avisó a mi mamá...

 ¡Qué vergüenza!

Desde entonces, mi mamá me recordó que me confesara por envidiosa;  por no estar contenta con lo que Dios me daba.

No recuerdo qué me dijo el capellán, pero yo sola me impuse una penitencia: no robar dulce de leche por una semana, y un Ave María por mis dos ahijaditos desconocidos y hambrientos.




Un souvenir de mon enfance

Je me souviens particulièrement du Mois de Marie, l'une des premières célébrations pour préparer Noël. C'était au milieu du printemps. Il se déroule du 8 novembre au 8 décembre, fête de l'Immaculée Conception. Ce jour-là, les premières communions ont été célébrées.

Pendant ce temps, nous allions à l'église tous les après-midi pour apporter des fleurs à la Sainte Vierge et prier le Sancte Rosaire. Nos familles nous accompagnaient, mais les enfants étaient les protagonistes centraux.

Nous traversions le centre du temple, habillés comme pour une fête et avec de gros bouquets de fleurs à la main. Nous chantions une très vieille chanson que tout le monde connaissait, même nos arrière-grands-mères.

« Venez et nous irons tous, avec beaucoup de fleurs ; avec des fleurs à Marie, qui est notre mère.

Ici encore, vous nous avez. Tu es la jeune femme la plus pure, plus que la lune, belle, prosternée à tes pieds »

L'église étais très lumineuse; nous chantions heureux et excités .très, très fort,.

Mes fleurs préférées étaient les lys (on dit azucena), mais chez moi,  il n'y avait que des lys d’eau (qu’ón dit calas)”..

Je enviait les enfants  qui portaient des lis. Je detestais les ”callas” ; même, aujourd'hui je ne les aime pas.

Une fois (je pense qu'une seule fois) je volais un lys à une fille distraite. Mais la religieuse m'a attrapé et m'a fait rendre. Quelle honte!

Depuis lors, ma mère m'a rappelé d'aller me confesser parce que j'étais envieuse, parce que je n'étais pas contente de ce que Dieu m'avait donné.

Nous priions tous le Rosaire pour la paix dans le monde et les enfants d'Afrique.

A cette époque, les misères d'après-guerre et l'œuvre missionnaire en Afrique étaient nos sources de gratitude envers Dieu... Nous étions si loin de tout ! ...

viernes, 25 de marzo de 2022

MEMORIAS DE LAS CASTAS AMERICANAS


Tenía siete años cuando fui con mis padres a Buenos Aires en el tren que venía del norte, desde La Quiaca. Para ir a la capital había que viajar doce horas, con buena suerte.

El guarda nos acompañó a un coqueto camarote, pulcro y perfumado, revisó los boletos y se fue; creo que nos dormimos enseguida.

En algún momento desperté con muchas ganas de hacer pis. Me confié de mi experiencia viajera y encontré pronto un baño, aunque estaba cerrado con llave.

Bastante apurada, avancé bamboleante en la penumbra hasta una puerta. Detrás, otra realidad: el olor penetrante a comida vieja, vino y orines me golpeó la nariz y el estómago; resaltaban los bultos de gente dormida en el suelo, envuelta en ponchos coloridos y con los sombreros puestos; en medio de las personas había un desparramo de canastos, ollas y… hasta algunas ‘pelelas’.

Un muchacho se sentó en su ‘cama’ y me miró sorprendido; me sonrió, pero yo le tuve miedo: era ‘un pobre’; y los pobres eran todos malos, borrachos y ladrones… Yo estaba paralizada de horror y vergüenza: me estaba orinando. Empecé a gritar: “mamá, papá…”

Apareció el guarda muy eficiente; me tomó la mano de inmediato y me llevó con mis padres, que ni siquiera habían notado mi ausencia: otra vez el bienestar, los mimos. Yo no olía a rosas, para espanto de mi mamá; pero lo solucionamos enseguida; en el camarote había un bañito ‘paquete’ y en mi maleta, ropa suficiente para abrir una tienda.

Cuando fuimos a desayunar al comedor, pregunté por los pasajeros ‘pobres’.

—Son “collas”— dijo papá.— ¡Pobre gente! Casi cuarenta horas de viaje, sin plata y con los baños cerrados. No saben usarlos y los ensucian y atascan.

—¿Vos sabés que hace mucho eran príncipes en las montañas?— preguntó mamá, como de pasada.

—¿Y por qué van así a Buenos Aires con todas sus cosas y sus hijos? ¿Para qué?

—Para ver si consiguen trabajar. Pobres— volvió a decir— ¡qué destino!

Las masitas del desayuno se me volvieron amargas… Me quedé cautiva de este mundo extraño al que acababa de asomarme. 

jueves, 17 de marzo de 2022

MIGRACIONES


Por haber, solamente hay un océano

y un chucrún de tragedias.

El único equipaje es la impotencia

que trata de ahogar cualquier Chinchín

de esperanza y de renacimiento.

La patera encalló sobre la playa,

Chucrún, grajea un ancla inexistente...

¡En el fondo del mar se asientan tantas penas! 

Ojalá haya un Chinchín: La vida sigue, 

y puja por ganarle a la violencia.

Y en baúles secretos, incorpóreos

germinan los recuerdos, las costumbres,

las canciones de cuna y oraciones

por si hay un Dios que es justo y providente...


 

miércoles, 16 de febrero de 2022

LA LUNA Y SU POLISÓN DE NARDOS*


El niño sale de la carpa y se sienta en el suelo , junto a la fragua.  Es un niño de grandes ojos oscuros y  bonitos rulos negros. Lleva un bollo de pan en la mano derecha;  con la izquierda rasca la cabeza del perro más tonto del mundo: el suyo, el más amado.

La luna los mira, fría, lejana, redonda, plateada…  

 La madre y otras mujeres,  están revolviendo en las ollas, mil veces,  para que se despeguen las sobras con las que van a cenar. Y cantan coplas y se ríen; o se riñen por tonteras;  y otra vez vuelven a reírse.

 El niño mira y mira a la luna… Tal vez  sus senos blancos le recuerdan su destete postergado.  Tal vez, su polisón de nardos, se parece a la mantita de su cuna, y por eso se mece entre los rayos, y se adormila.  La luna es una mamá serena y luminosa.

El niño y el perro  miran a la luna… La están mirando… mirando… Después entran a la casa, medio dormidos, y se duermen del todo.

De pronto resuenan  los cascos en la noche metálica; los hombres vuelven al campamento y las mujeres preparan los cazos. Y una zumaya chillona las obliga a persignarse entre carcajadas.

Mientras tanto,  la luna juega a la carretilla con las mareas, y revuelve almanaques.

Mil veces sale la luna… otras veces, no… ¿Se le habrá perdido el polisón? ¿Se lo habrán robado los gitanos para hacer abalorios? ¿O se lo han cambiado por uno de luto y de espinas?

  Ahora,  el niño ya no la ve. Se ha ido detrás de un rayo que le ha señalado el pecho y le ha robado el corazoncito. El pequeñito quedó cerca de la fragua. El hombre que fue niño yace entre los olivos, pálido como la luna. O se vuelve negra sombra,  cuando la luna no está.

La madre  y el perro,  y los gitanos, y la zumaya, han dejado la tribu y duermen bajo los troncos grises.

 Y cada 18 de agosto, despiertan, miran a la luna llena y le aúllan la injusta ausencia.

Después vuelven a dormirse  junto al  pequeño Federico  soñador.

* A partir de “Romance de la luna, luna”, de Federico García Lorca.

 

 

 

 

martes, 1 de febrero de 2022

ESMERALDA



Cinco años atrás,  llegué a la casona rural. Vine  al tranco lento de la mula de un vecino, sin ningún apuro por asentarme donde la vida me llevaba casi a rastras. En la hacienda, necesitaban una sirvienta; eso, o ir a los surcos a trabajar de sol a sol, y vivir amontonada en el rancho hasta que me acollarara con algún peón.

Yo tenía catorce años, y era bastante alta y fuerte, para mi edad.

Al día siguiente, conocí al patrón cuando entré a limpiar los vidrios de su salita; era un hombre cuarentón, corpulento,
parecido a cualquier otro de la zona; pero su vestimenta, su perfume, su presencia erguida y segura ponían en claro que él era el amo.

—Permiso, patrón.

—¿Vos sos Esmeralda?

—Sí, patrón.

Me clavó los ojos achinados:

—No sos nada fea, vos. Buenas formas. 

Me callé, le di la espalda y empecé a trabajar con la limpieza.

De pronto, sentí que se acercaba. Y por encima del hombro me mostró su mano enjoyada.

— ¿Conocés las esmeraldas? —susurró— Mirá qué lindo anillo. ¿Sabés que la esmeralda vale más que los diamantes que lleva alrededor?  Te lo podría regalar si te portás bien...

—No, patrón. Yo trabajo. Sólo quiero mi sueldo.

Ya estaba avisada, porque era "cosa sabida". Yo, Esmeralda, igual que el anillo, era una de sus cosas.

Respiraba agitado, sobre mi cuello. Sus manos bajaron despacito desde mis hombros; una, por el  escote; la otra,  bajo mi falda. Hurgó, manoseó, desnudó.  

Sollocé, me retorcí, pateé sus tobillos, tironeé su pelo por sobre mi cabeza. Pero tenía…¿miedo de escaparme, de gritar?, ¿curiosidad ansiosa?

Tampoco me asusté demasiado; había visto muchas veces en el rancho, o en los campos, lo que me estaba pasando; lo dejé hacer como si él fuera el doctor que me revisaba;  algo que dolía un poco, sangraba otro poco, pero que era necesario para seguir en la casa.

Como debía ser, lo arañé, le escupí a los pies, alcé el balde y los trapos y salí; él se quedó riendo por lo bajo, tirado en el sofá.

— Nada mal para una virgencita... Una joya para pulir...Andá, Esmeralda, andá nomás. Vos sabés lo que te conviene. 

Salí corriendo, agitada. La cocinera me consoló con su filosofía servil: "Nos pasó a todas, con el padre y con él. Por lo menos este es estéril. Si no te golpea... ". 

En realidad, más allá del sobresalto, me había gustado ese dominio de fuerza bruta que marcaba sin mimos, mi género y mi clase social. Me gustaba que olía bien... Y... el anillo.

La rutina de la casa continuó; la sirvienta, limpiando la casa o lavando la ropa; el patrón, atendiendo la hacienda. .

El tiempo siguió su marcha. A veces con frecuencia, a veces esporádicamente, me llamaba a la salita. Sí o sí, mencionaba lo de la joya. Y siempre me hacía saber que yo era la sirvienta y le pertenecía, aunque volviera a escupirlo, arañarlo o tirarle del pelo: ese era mi rol; siempre muda, pero cada vez más dispuesta a "cumplir" para llegar a mu objetivo.

Nunca supe que eso fuera lujuria y ambición; me gustaba sentirlo en mi cuerpo, y saber que estaba más cerca de la esmeralda prometida, si me portaba bien. Nunca le tuve miedo, ni le fallé.

 Pero sí, le falló el corazón.

Una mañana, cuando le llevé el desayuno, lo vi desplomarse lívido y jadeante en el sofá. Y no titubeé ni un segundo: alcé un almohadón y se lo apreté bien fuerte sobre la cara, un largo rato, hasta que supe que estaba muerto.

Le miré la mano. ¡No tenía puesto el anillo!

Me quedé fría; sentía oleadas de miedo y desencanto.

Empecé a acomodar el almohadón en su sitio; a sacudir la alfombra, las cortinas, los bolsillos...

 «Ahí está, en la silla; agarralo que es tuyo».

—¡Virgen Santa! ¡San Roque!¡Un fantasma!

«¡Qué tantos santos! Es tuyo…Sin rencores. Nadie se muere el día antes».

Me persigné. Levanté el anillo y lo escondí en el escote. Derechita, alcé la bandeja, la dejé en la cocina y me fui al patio.  Espanté la culpa que me ronroneaba en la oreja  y cacé una escoba.

A mediodía empezaron los gritos, las carreras. Llegó el médico.

—Un síncope; se lo había advertido; aquí está el certificado.

Ahí estuve sirviendo café en el velorio.

Cuando volvieron del cementerio, le dije al administrador que me iba, que tenía mucha desgana, que me pagara los días que me faltaba cobrar.

Un puñadito de billetes, un recibo, y adiós. Sobraban chicas en el campo.

Riendo, el fantasma me azuzó: "¡Corré, pequeña asesina!" 

Pero yo no corrí; me lancé al camino, serena, lenta. 

Estaba en paz con él y conmigo. La esmeralda bailaba en mi bolsillo.

viernes, 21 de enero de 2022

DE CHANCHOS Y PAJARITOS

 José Saramago escribió un cuento que se llama "Desquite"; el mismo, integra una antología:"Casi un objeto". Un cuento crudo que enraiza en la dependencia voraz sobre los más débiles. "Desquite" me inspiró este relato-que presento para FanFiction. Lo he centrado  en niños desorientados entre las revelaciones sexuales y sus mundos inocentes.

  Despreocupados nueve años... Juan estaba aburrido. y jugueteaba  con  su "pajarito". Era su juguete privado, que  se erguía como un resorte imprevisible y lo catapultaba lejos de su vida solitaria, como si fuera una semilla voladora, un "panadero"..

Justo apareció el abuelo, cuchillo en mano.  Lo miró con severidad y picardía: “Ojo, m’hijito… Si te lo andás tocando, te lo corto a vos también”.  Y se reía a carcajadas con los otros peones"conchabados" para el capado de los cerdos.

“¿A mí también? ¿Como a los chanchitos? …"

Antes de que sonara el chillido angustioso del animal, el chico escapó .hacia el río. Con las manos protegía a su "pajarito".

Se detuvo jadeante en la orilla. Tendido en el barro como un cerdito feliz,  recuperó el aliento, y se dejó envolver por el silencio y por su propia presencia casi desnuda.  Sus preocupaciones volaron como los guacamayos.

La siesta ardía sobre el río oscuro y burbujeante, cuando vio que pasaba una canoa.

Intuyó a la chica que se asomaba desde la espesura todos los días, con un pájaro azul en el hombro, .

Se lanzó al agua y la alcanzó.

 Los remos se mecían en un palmoteo mágico, mientras el río se los llevaba lejos… lejos del  chiquero… y del miedo a los chanchos.

 —¡Chancho inmundo!—repicaban  muertos de risa, los remos fugitivos.



Dos personajes de “Desquite”, de José Saramago


El cucú de la rana

Tal como un pájaro azul, tan original y libre,

solté mi mente al espacio y me descubrí a mí misma.

Desnuda como nací,  liberada de prejuicios,

me lancé ardiente a la vida  y me refresqué en su río.

Pero la rana chismosa, se asomó tras los visillos

de las algas y del limo.


Tomó  la voz de los sabios y cuchicheó:

“¡¡Qué vergüenza!

¡Eso no es de señoritas!…

!No vayas a ser mal vista!

No sea que alguno piense

que eres fácil y ligera,

que tientes a los varones

y que arruines tu destino!”

Esa es la rana mirona,  espiándome la vida,

cosechando mil rumores y robándome la dicha.

¡Pobre loca, solitaria, que se ocupa del vecino,

que solo sabe del barro, del hedor y de la asfixia!

 

El pájaro azul

Me imagino a los padres del Pájaro Azul, animándolo a volar; a derrochar tantos cuidados, tanta tibieza, en la empresa de llenarse de luz y de vientos para hablarnos de esperanza y de ilusiones. Sin palabras; puro vuelo, puro canto… A despertarnos el anhelo de los “más allá”

 

 

 

 

DE CERDOS Y PAJARITOS

 

Inocente, despreocupado y libre de escrúpulos, el Juancito  había desayunado y ahora estaba sentado en el umbral de la cocina. Hacía una semana que estaba de vacaciones y se aburría.  De a ratos la Paula, su mama,  le hablaba, como a la fuerza: “Barré algo”. ”Ayudále al abuelo con los pollos”… Nada más.

Siempre la vida chata y rutinaria;  la chacra, el corral, el gallinero… Un galpón grandote para comer y dormir en el suelo; y el pozo y los churquis, para el baño.

Seguía  con la mirada a las moscas, le ladraba al perro, estiraba una pierna. se rascaba la cabeza…  y jugueteaba  con  su pajarito.  Era su juguete privado, que  se erguía como un resorte imprevisible y lo catapultaba lejos de su vida solitaria, como si fuera una semilla voladora, un panadero.. No había demasiada etiqueta. Había visto, varias veces, los pájaros  del abuelo o del peón,  que se aliviaban entre los churquis.

  Justo apareció el abuelo, cuchillo en mano;  lo miró con severidad y picardía: “Ojo, m’hijito… Si te lo andás tocando, te lo corto a vos también”.  Y se reía a carcajadas con el peón, el Evaristo y los otros peones de conchabo para el capado de los cerdos.

“¿A mí también? ¿Como a los chanchitos?” …

El abuelo con la cuchilla… los peones…  el cerdito chillando desesperado, cabeza abajo. Y los dos floripones sobre el pasto… ¡Tantas veces había visto la escena!

Pero esa mañana, a los primeros chillidos, se escapó de la casa.  Corría y tropezaba. Mientras se iban apagando los guarridos del animal, crecía su propio miedo.

Llevaba las manos crispadas sobre su pene, que apenas se insinuaba en la entrepierna del pantalón.    Aquella parte de sí, inestable y  misteriosa, que lo identificaba como “varoncito”, no se debía tocar ¡Y podía ser lastimada, destruida!

Se detuvo jadeante a la orilla del río,  sin miedo a los caimanes ni a las víboras; tendido en el barro como un chanchito feliz,  recuperó el aliento, y se dejó envolver,  sin preocupaciones, por el silencio, por su propia presencia casi desnuda,  por el bullir de su ignorada hombría.

Bastante después lo  sobresaltó un ruido hecho como de gritos ahogados  y suspiros, que  agitaba la espesura.. . ¿ Monos?… ¿Jaguares?… Se acercó sigiloso… Espió entre la hojarasca. Eran la Paula y el Evaristo.  Estuvo a punto de llamarlos,  pero se pasmó cuando vio que estaban desnudos, tirados en el suelo, como anudados….  Los pechos enormes de su mama, se balanaceaban  como campanas y el Evaristo la apretaba contra la panza, donde había algo como… ¿un palo? …muy grueso, amoratado… que empujó entre las piernas abiertas de la mujer.  Estuvieron un rato, sacudiéndose, jadeando.  El Evaristo cayó como cansado y la Paula, inerte,  esperó a que se levantara

Cuando se separaron, el palo era otra vez un“pajarito” grandote y desinflado. Y su mama tenía el pelo revuelto y la cara triste, de todos los días. Cada cual se puso  su ropa y se fue.

  Ohh. Igual que los chanchos: machos y  hembras…   .El Juancito volvió pensativo a la orilla…¿Habría intuído parte del misterio de su “pajarito”. ¿Y de la soledad de su mama?

La siesta ardía sobre el río oscuro y burbujeante, cuando vio que pasaba una canoa.

En la espesura, una chica, tal vez la Paula,   había imaginado grullas y tortugas siesteando al sol, brillando en el barro… Se tentó de no cuidarse; de lanzar sus miedos al agua, con el fardo liviano de su ropa. Se imaginó a sí misma, en una canoa, tendida al sol, también desnuda, acariciándose. Los remos se mecían en un palmoteo mágico, mientras el río se la llevaba lejos… lejos del  chiquero… y del miedo a los chanchos.

 —¡Chancho inmundo!—repicaban  muertos de risa, los remos fugitivos.

De reojo vio al muchacho, que la saludaba, tan niño todavía,  y lo subió a su canoa para hablarle y acariciarlo. Y los dos viajaron  hacia el atardecer.

 

 

 

 

 

 

 

 De cerdos y pajaritos

Inocente, despreocupado y libre de escrúpulos, el Juancito  había desayunado y ahora estaba sentado en el umbral de la cocina. Hacía una semana que estaba de vacaciones y se aburría.  De a ratos la Paula, su mama,  le hablaba, como a la fuerza: “Barré algo”. ”Ayudále al abuelo con los pollos”… Nada más.

Siempre la vida chata y rutinaria;  la chacra, el corral, el gallinero… Un galpón grandote para comer y dormir en el suelo; y el pozo y los churquis, para el baño.

Seguía  con la mirada a las moscas, le ladraba al perro, estiraba una pierna. se rascaba la cabeza…  y jugueteaba  con  su pajarito.  Era su juguete privado, que  se erguía como un resorte imprevisible y lo catapultaba lejos de su vida solitaria, como si fuera una semilla voladora, un panadero.. No había demasiada etiqueta. Había visto, varias veces, los pájaros  del abuelo o del peón,  que se aliviaban entre los churquis.

  Justo apareció el abuelo, cuchillo en mano;  lo miró con severidad y picardía: “Ojo, m’hijito… Si te lo andás tocando, te lo corto a vos también”.  Y se reía a carcajadas con el peón, el Evaristo y los otros peones de conchabo para el capado de los cerdos.

“¿A mí también? ¿Como a los chanchitos?” …

El abuelo con la cuchilla… los peones…  el cerdito chillando desesperado, cabeza abajo. Y los dos floripones sobre el pasto… ¡Tantas veces había visto la escena!

Pero esa mañana, a los primeros chillidos, se escapó de la casa.  Corría y tropezaba. Mientras se iban apagando los guarridos del animal, crecía su propio miedo.

Llevaba las manos crispadas sobre su pene, que apenas se insinuaba en la entrepierna del pantalón.    Aquella parte de sí, inestable y  misteriosa, que lo identificaba como “varoncito”, no se debía tocar ¡Y podía ser lastimada, destruida!

Se detuvo jadeante a la orilla del río,  sin miedo a los caimanes ni a las víboras; tendido en el barro como un chanchito feliz,  recuperó el aliento, y se dejó envolver,  sin preocupaciones, por el silencio, por su propia presencia casi desnuda,  por el bullir de su ignorada hombría.

Bastante después lo  sobresaltó un ruido hecho como de gritos ahogados  y suspiros, que  agitaba la espesura.. . ¿ Monos?… ¿Jaguares?… Se acercó sigiloso… Espió entre la hojarasca. Eran la Paula y el Evaristo.  Estuvo a punto de llamarlos,  pero se pasmó cuando vio que estaban desnudos, tirados en el suelo, como anudados….  Los pechos enormes de su mama, se balanaceaban  como campanas y el Evaristo la apretaba contra la panza, donde había algo como… ¿un palo? …muy grueso, amoratado… que empujó entre las piernas abiertas de la mujer.  Estuvieron un rato, sacudiéndose, jadeando.  El Evaristo cayó como cansado y la Paula, inerte,  esperó a que se levantara

Cuando se separaron, el palo era otra vez un“pajarito” grandote y desinflado. Y su mama tenía el pelo revuelto y la cara triste, de todos los días. Cada cual se puso  su ropa y se fue.

  Ohh. Igual que los chanchos: machos y  hembras…   .El Juancito volvió pensativo a la orilla…¿Habría intuído parte del misterio de su “pajarito”. ¿Y de la soledad de su mama?

La siesta ardía sobre el río oscuro y burbujeante, cuando vio que pasaba una canoa.

En la espesura, una chica, tal vez la Paula,   había imaginado grullas y tortugas siesteando al sol, brillando en el barro… Se tentó de no cuidarse; de lanzar sus miedos al agua, con el fardo liviano de su ropa. Se imaginó a sí misma, en una canoa, tendida al sol, también desnuda, acariciándose. Los remos se mecían en un palmoteo mágico, mientras el río se la llevaba lejos… lejos del  chiquero… y del miedo a los chanchos.

 —¡Chancho inmundo!—repicaban  muertos de risa, los remos fugitivos.

De reojo vio al muchacho, que la saludaba, tan niño todavía,  y lo subió a su canoa para hablarle y acariciarlo. Y los dos viajaron  hacia el atardecer.

 

 

 

 

 

 

 

 De cerdos y pajaritos

Inocente, despreocupado y libre de escrúpulos, el Juancito  había desayunado y ahora estaba sentado en el umbral de la cocina. Hacía una semana que estaba de vacaciones y se aburría.  De a ratos la Paula, su mama,  le hablaba, como a la fuerza: “Barré algo”. ”Ayudále al abuelo con los pollos”… Nada más.

Siempre la vida chata y rutinaria;  la chacra, el corral, el gallinero… Un galpón grandote para comer y dormir en el suelo; y el pozo y los churquis, para el baño.

Seguía  con la mirada a las moscas, le ladraba al perro, estiraba una pierna. se rascaba la cabeza…  y jugueteaba  con  su pajarito.  Era su juguete privado, que  se erguía como un resorte imprevisible y lo catapultaba lejos de su vida solitaria, como si fuera una semilla voladora, un panadero.. No había demasiada etiqueta. Había visto, varias veces, los pájaros  del abuelo o del peón,  que se aliviaban entre los churquis.

  Justo apareció el abuelo, cuchillo en mano;  lo miró con severidad y picardía: “Ojo, m’hijito… Si te lo andás tocando, te lo corto a vos también”.  Y se reía a carcajadas con el peón, el Evaristo y los otros peones de conchabo para el capado de los cerdos.

“¿A mí también? ¿Como a los chanchitos?” …

El abuelo con la cuchilla… los peones…  el cerdito chillando desesperado, cabeza abajo. Y los dos floripones sobre el pasto… ¡Tantas veces había visto la escena!

Pero esa mañana, a los primeros chillidos, se escapó de la casa.  Corría y tropezaba. Mientras se iban apagando los guarridos del animal, crecía su propio miedo.

Llevaba las manos crispadas sobre su pene, que apenas se insinuaba en la entrepierna del pantalón.    Aquella parte de sí, inestable y  misteriosa, que lo identificaba como “varoncito”, no se debía tocar ¡Y podía ser lastimada, destruida!

Se detuvo jadeante a la orilla del río,  sin miedo a los caimanes ni a las víboras; tendido en el barro como un chanchito feliz,  recuperó el aliento, y se dejó envolver,  sin preocupaciones, por el silencio, por su propia presencia casi desnuda,  por el bullir de su ignorada hombría.

Bastante después lo  sobresaltó un ruido hecho como de gritos ahogados  y suspiros, que  agitaba la espesura.. . ¿ Monos?… ¿Jaguares?… Se acercó sigiloso… Espió entre la hojarasca. Eran la Paula y el Evaristo.  Estuvo a punto de llamarlos,  pero se pasmó cuando vio que estaban desnudos, tirados en el suelo, como anudados….  Los pechos enormes de su mama, se balanaceaban  como campanas y el Evaristo la apretaba contra la panza, donde había algo como… ¿un palo? …muy grueso, amoratado… que empujó entre las piernas abiertas de la mujer.  Estuvieron un rato, sacudiéndose, jadeando.  El Evaristo cayó como cansado y la Paula, inerte,  esperó a que se levantara

Cuando se separaron, el palo era otra vez un“pajarito” grandote y desinflado. Y su mama tenía el pelo revuelto y la cara triste, de todos los días. Cada cual se puso  su ropa y se fue.

  Ohh. Igual que los chanchos: machos y  hembras…   .El Juancito volvió pensativo a la orilla…¿Habría intuído parte del misterio de su “pajarito”. ¿Y de la soledad de su mama?

La siesta ardía sobre el río oscuro y burbujeante, cuando vio que pasaba una canoa.

En la espesura, una chica, tal vez la Paula,   había imaginado grullas y tortugas siesteando al sol, brillando en el barro… Se tentó de no cuidarse; de lanzar sus miedos al agua, con el fardo liviano de su ropa. Se imaginó a sí misma, en una canoa, tendida al sol, también desnuda, acariciándose. Los remos se mecían en un palmoteo mágico, mientras el río se la llevaba lejos… lejos del  chiquero… y del miedo a los chanchos.

 —¡Chancho inmundo!—repicaban  muertos de risa, los remos fugitivos.

De reojo vio al muchacho, que la saludaba, tan niño todavía,  y lo subió a su canoa para hablarle y acariciarlo. Y los dos viajaron  hacia el atardecer.

 

 

 

 

 

 

 

 De cerdos y pajaritos

Inocente, despreocupado y libre de escrúpulos, el Juancito  había desayunado y ahora estaba sentado en el umbral de la cocina. Hacía una semana que estaba de vacaciones y se aburría.  De a ratos la Paula, su mama,  le hablaba, como a la fuerza: “Barré algo”. ”Ayudále al abuelo con los pollos”… Nada más.

Siempre la vida chata y rutinaria;  la chacra, el corral, el gallinero… Un galpón grandote para comer y dormir en el suelo; y el pozo y los churquis, para el baño.

Seguía  con la mirada a las moscas, le ladraba al perro, estiraba una pierna. se rascaba la cabeza…  y jugueteaba  con  su pajarito.  Era su juguete privado, que  se erguía como un resorte imprevisible y lo catapultaba lejos de su vida solitaria, como si fuera una semilla voladora, un panadero.. No había demasiada etiqueta. Había visto, varias veces, los pájaros  del abuelo o del peón,  que se aliviaban entre los churquis.

  Justo apareció el abuelo, cuchillo en mano;  lo miró con severidad y picardía: “Ojo, m’hijito… Si te lo andás tocando, te lo corto a vos también”.  Y se reía a carcajadas con el peón, el Evaristo y los otros peones de conchabo para el capado de los cerdos.

“¿A mí también? ¿Como a los chanchitos?” …

El abuelo con la cuchilla… los peones…  el cerdito chillando desesperado, cabeza abajo. Y los dos floripones sobre el pasto… ¡Tantas veces había visto la escena!

Pero esa mañana, a los primeros chillidos, se escapó de la casa.  Corría y tropezaba. Mientras se iban apagando los guarridos del animal, crecía su propio miedo.

Llevaba las manos crispadas sobre su pene, que apenas se insinuaba en la entrepierna del pantalón.    Aquella parte de sí, inestable y  misteriosa, que lo identificaba como “varoncito”, no se debía tocar ¡Y podía ser lastimada, destruida!

Se detuvo jadeante a la orilla del río,  sin miedo a los caimanes ni a las víboras; tendido en el barro como un chanchito feliz,  recuperó el aliento, y se dejó envolver,  sin preocupaciones, por el silencio, por su propia presencia casi desnuda,  por el bullir de su ignorada hombría.

Bastante después lo  sobresaltó un ruido hecho como de gritos ahogados  y suspiros, que  agitaba la espesura.. . ¿ Monos?… ¿Jaguares?… Se acercó sigiloso… Espió entre la hojarasca. Eran la Paula y el Evaristo.  Estuvo a punto de llamarlos,  pero se pasmó cuando vio que estaban desnudos, tirados en el suelo, como anudados….  Los pechos enormes de su mama, se balanaceaban  como campanas y el Evaristo la apretaba contra la panza, donde había algo como… ¿un palo? …muy grueso, amoratado… que empujó entre las piernas abiertas de la mujer.  Estuvieron un rato, sacudiéndose, jadeando.  El Evaristo cayó como cansado y la Paula, inerte,  esperó a que se levantara

Cuando se separaron, el palo era otra vez un“pajarito” grandote y desinflado. Y su mama tenía el pelo revuelto y la cara triste, de todos los días. Cada cual se puso  su ropa y se fue.

  Ohh. Igual que los chanchos: machos y  hembras…   .El Juancito volvió pensativo a la orilla…¿Habría intuído parte del misterio de su “pajarito”. ¿Y de la soledad de su mama?

La siesta ardía sobre el río oscuro y burbujeante, cuando vio que pasaba una canoa.

En la espesura, una chica, tal vez la Paula,   había imaginado grullas y tortugas siesteando al sol, brillando en el barro… Se tentó de no cuidarse; de lanzar sus miedos al agua, con el fardo liviano de su ropa. Se imaginó a sí misma, en una canoa, tendida al sol, también desnuda, acariciándose. Los remos se mecían en un palmoteo mágico, mientras el río se la llevaba lejos… lejos del  chiquero… y del miedo a los chanchos.

 —¡Chancho inmundo!—repicaban  muertos de risa, los remos fugitivos.

De reojo vio al muchacho, que la saludaba, tan niño todavía,  y lo subió a su canoa para hablarle y acariciarlo. Y los dos viajaron  hacia el atardecer.

 

 

 

 

 

 

 

 De cerdos y pajaritos

Inocente, despreocupado y libre de escrúpulos, el Juancito  había desayunado y ahora estaba sentado en el umbral de la cocina. Hacía una semana que estaba de vacaciones y se aburría.  De a ratos la Paula, su mama,  le hablaba, como a la fuerza: “Barré algo”. ”Ayudále al abuelo con los pollos”… Nada más.

Siempre la vida chata y rutinaria;  la chacra, el corral, el gallinero… Un galpón grandote para comer y dormir en el suelo; y el pozo y los churquis, para el baño.

Seguía  con la mirada a las moscas, le ladraba al perro, estiraba una pierna. se rascaba la cabeza…  y jugueteaba  con  su pajarito.  Era su juguete privado, que  se erguía como un resorte imprevisible y lo catapultaba lejos de su vida solitaria, como si fuera una semilla voladora, un panadero.. No había demasiada etiqueta. Había visto, varias veces, los pájaros  del abuelo o del peón,  que se aliviaban entre los churquis.

  Justo apareció el abuelo, cuchillo en mano;  lo miró con severidad y picardía: “Ojo, m’hijito… Si te lo andás tocando, te lo corto a vos también”.  Y se reía a carcajadas con el peón, el Evaristo y los otros peones de conchabo para el capado de los cerdos.

“¿A mí también? ¿Como a los chanchitos?” …

El abuelo con la cuchilla… los peones…  el cerdito chillando desesperado, cabeza abajo. Y los dos floripones sobre el pasto… ¡Tantas veces había visto la escena!

Pero esa mañana, a los primeros chillidos, se escapó de la casa.  Corría y tropezaba. Mientras se iban apagando los guarridos del animal, crecía su propio miedo.

Llevaba las manos crispadas sobre su pene, que apenas se insinuaba en la entrepierna del pantalón.    Aquella parte de sí, inestable y  misteriosa, que lo identificaba como “varoncito”, no se debía tocar ¡Y podía ser lastimada, destruida!

Se detuvo jadeante a la orilla del río,  sin miedo a los caimanes ni a las víboras; tendido en el barro como un chanchito feliz,  recuperó el aliento, y se dejó envolver,  sin preocupaciones, por el silencio, por su propia presencia casi desnuda,  por el bullir de su ignorada hombría.

Bastante después lo  sobresaltó un ruido hecho como de gritos ahogados  y suspiros, que  agitaba la espesura.. . ¿ Monos?… ¿Jaguares?… Se acercó sigiloso… Espió entre la hojarasca. Eran la Paula y el Evaristo.  Estuvo a punto de llamarlos,  pero se pasmó cuando vio que estaban desnudos, tirados en el suelo, como anudados….  Los pechos enormes de su mama, se balanaceaban  como campanas y el Evaristo la apretaba contra la panza, donde había algo como… ¿un palo? …muy grueso, amoratado… que empujó entre las piernas abiertas de la mujer.  Estuvieron un rato, sacudiéndose, jadeando.  El Evaristo cayó como cansado y la Paula, inerte,  esperó a que se levantara

Cuando se separaron, el palo era otra vez un“pajarito” grandote y desinflado. Y su mama tenía el pelo revuelto y la cara triste, de todos los días. Cada cual se puso  su ropa y se fue.

  Ohh. Igual que los chanchos: machos y  hembras…   .El Juancito volvió pensativo a la orilla…¿Habría intuído parte del misterio de su “pajarito”. ¿Y de la soledad de su mama?

La siesta ardía sobre el río oscuro y burbujeante, cuando vio que pasaba una canoa.

En la espesura, una chica, tal vez la Paula,   había imaginado grullas y tortugas siesteando al sol, brillando en el barro… Se tentó de no cuidarse; de lanzar sus miedos al agua, con el fardo liviano de su ropa. Se imaginó a sí misma, en una canoa, tendida al sol, también desnuda, acariciándose. Los remos se mecían en un palmoteo mágico, mientras el río se la llevaba lejos… lejos del  chiquero… y del miedo a los chanchos.

 —¡Chancho inmundo!—repicaban  muertos de risa, los remos fugitivos.

De reojo vio al muchacho, que la saludaba, tan niño todavía,  y lo subió a su canoa para hablarle y acariciarlo. Y los dos viajaron  hacia el atardecer.

 

 

 

 

 

 

 

 

lunes, 17 de enero de 2022

CUENTO DE OTOÑO EN DICIEMBRE

 

Un dia demasiado fresco, insólito en nuestros diciembres. Llueve que llueve, y se caen las hojas del verano que están marrones después de la sequía de noviembre.
—Tiempo loco—rezonga la abuela— Parece otoño. Parece lo peor de otoño…
Le duelen los huesos, con la humedad y el frío; y especialmente las manos y las rodillas. Pero está empecinada en amasar el Pan Dulce para Las Fiestas… lo que significa estar parada muchas horas, y esforzar dedos y muñecas agarrotados.
—Bueno, mamá—le dice mi madre—. Te ayudamos. No hagás tantos panes. Vos prepará un poco de levadura y nosotras terminamos la tanda con pancitos individuales, como souvenir. Después se compran los que se necesiten para la mesa.
Yo miro a mi abuela, que se hunde entre almohadones, con su cuerpo tan deformado como el tronco de algunos árboles de la vereda. Y sus ojos nostalgiosos se ven como chispitas cobrizas veladas de tristeza.
«Siempre otoño…Soledad y recuerdos Impotencia. Atisbando en el alma la vereda infinita, en una siesta lluviosa».
—No llorés—le digo; y la abrazo.


 

domingo, 12 de diciembre de 2021

¡¡TANTAS NAVIDADES!!

Un cuento poco ortodoxo: una ensalada de historias; un revoltijo de visiones . Y un aceite suavizante y unitivo: Un Eterno Niño Dios que siempre llama a la ternura, a la paz, aunque la ensalada tenga mucho vinagre.

1-

Hoy se recuerda una historia que ocurrió hace muchos años: 

"En Belén nació Jesús en un establo pobre y frío .

 José y María llegaron buscando un alojamiento. María estaba de parto, angustiada y dolorida.

Y por aquello del censo prepotente, no había albergue en el poblado..." 

Tienen miedo de los pobres, y de tantos peregrinos extranjeros.

 Aseguran sus moradas, sus bolsillos, su presente.

¡Qué bueno hallar un establo en una cueva cualquiera!

"¡Por fin ha nacido el Niño: los dos están muy cansados, pero sonríen y rezan!

Un coro de ángeles puros

canta desde las estrellas:

 “El Salvador ha nacido…

Paz a los hombres que creen”

"Y unos pastores muy pobres, sacudidos del milagro, le llevaron ovejitas… y así se entibió el Pesebre".

No entendían demasiado, aquello del Salvador. (A lo mejor el chiquito echaba a tanto romano altanero y pecador…)

Todo era puro sentir… Sentirse maravillados, capaces de dar amor.

 

2- Las familias del pueblo volvieron de la Misa de Nochebuena.

No había demasiada comida, de modo que la cena fue un plato de sopa caliente; el lujo, mantener encendidas más velas que de costumbre, durante unas horas; y el regalo, la alegría de estar juntos, en armonía, bendecidos; habían dejado su limosna en la Iglesia y conocían el destino de las monedas.

Afuera, entre los árboles se vio pasar a un hombre, tal vez otro aldeano, que se acercó sigiloso a una casucha sin luces.

El hombre en la sombra, era  Nicolás (Claus), el párroco, que se detuvo junto al ventanuco sin vidrios, silbó un villancico y dejó un paquete de provisiones y unas monedas de la colecta de la misa.

No más que una imposible caricia, porque el yacente, baldado y mudo,  estaría encerrado hasta la mañana; entonces volvería el chico, su nieto, que cuidaba los renos de un vecino; los lobos eran impredecibles en sus visitas.

Desde su pesebre dorado del altar, el Niño Jesús, sonrió una cascada de bendiciones para Claus y para  todos.

3- Pasaron los años.  El histriónico Santa Claus se preparaba para su viaje surrealista. “Operativo Navidad”… Se reía a carcajadas mientras lustraba la nariz de Rodolfo, el reno.

“Papá Noel va a operar el gran cambio en tu vida: ríe, come, festeja…”, leyó el jovencito que acababa de ser aplazado en su último examen; era el tercero; repetiría el curso; justo cuando sus padres se estaban divorciando; justo cuando su padre había perdido el trabajo; justo, cuando pasaba una manifestación de protesta … Tantas cosas injustas…

Demoró el paso hacia su casa… “Papá Noel… qué fácil arreglamos la vida con una campanita y un vaso de sidra”.

4-  Navidad, otra vez...Rodolfo, el de la nariz roja, luce más apolillado y rezongón que nunca. Sé que, otra vez,  esta será una Navidad diferente.

—  ¿Te llegaron cartitas, por lo menos? ¿Te mandaron la partida de juguetes modernos?

—   Y… no… La Coca está mandando menos remesas.  Ya me comentó hace varios días que no soy una buena publicidad para la Coca Light; y que los chicos no creen en mí.

     Sí… los chicos están “de vuelta” y los papás se ocupan de los regalos, hasta donde les da el bolsillo

— Debe ser la crisis.

—La crisis de valores, dirás. Ponen Papás Noeles desteñidos y amargados a las puertas de los centros comerciales; es más rentable que distribuir juguetes pasados de moda.

Y giró tembloroso pero enérgico. Él  tiene i-phone en los cuernos; se conecta y sabe de qué va el mundo.

Yo me senté a rumiar mi decepción. ¿Qué es el Espíritu de la Navidad? ¿De qué sirvieron tantos años de sabañones, reumas y catarros?

Entonces, hubo un vientecito entre los abetos y sonó la voz del Eterno.

—Vamos, Nicolás. Vos sos la magia, los sueños. Y los humanos necesitan soñar, volar entre las estrellas, sentir la alegría de estar juntos. Así se abre el camino a los afectos, a la buena voluntad, para el año que viene. Te dejo un regalito. Andá a hacer lo tuyo, y mi pequeñito de Belén hará lo demás.

Y hubo silencio y paz. Y, de pronto, campanas.

Los renos se han dormido. Los llamo. ¡Milagro de Navidad! ¡Les brillan los cuernos y las pieles!

Rodolfo avanza dando saltitos: «¡Dale, Santa! ¡Por suerte se nos pasó la gastritis!»

Y yo, a media crisis todavía, pienso y decido:

«Creo que este año me bajo en cualquier casa y exijo que me conviden sidra y pan dulce. 

¡Bah! No... Mejor nos colamos en algún pesebre, a la sombra del Arbolito; los renos platicarán con las ovejas y burros. Yo.le haré unos “jo, jo, jo” suavecitos a Jesús Niño; y me sentaré cerca del buey, para que todos estemos cómodos y felices. 

 

 

lunes, 18 de octubre de 2021

Manojos de margaritas

 

En aquellos días, me regalabas manojos de margaritas. La alegría de tenerte cerca, amor, exaltaba mi corazón.
Después vinieron el pavor, la desolación, la guerra. Y cada una de tus cartas arrancadas a la hecatombe, arrastradas hasta mis manos, era una resurrección de margaritas de esperanza.
Y un día terminó el horror. Unimos nuestras vidas y cada mañana fue, otra vez, una alegría simple, pura y dorada.
¿Por qué de pronto sentí que crujían esas paredes de confianza?
Intuí tus dudas, tus experiencias nuevas, calladas y ocultas.

Y otra vez fue la guerra. Mi corazón era un campo de batalla lleno de cicuta. Como no me quedaba claro a quién dispararle (a vos, que te volviste hosco y reticente; a esa imaginada desconocida que te estaba raptando; a mí que tambaleaba llena de angustia y confusión) las quemé en una fogata insólita de lágrimas.

Nunca supe quién se había cruzado en nuestras vidas, quien te desgarraba el alma con sus ojos y sus manos; quién tejía esa malla de culpas en tus miradas y en tus silencios. Yo la imaginé hermosa y sensual, pero no la busqué para implorarle.

En cambio cultivé para vos, las nuevas margaritas de comprensión y diálogo franco, de serenidad y ternura.

Y supe que estabas liberado, cuando vi en tus ojos la chispa de la confianza. Una luz dorada como el centro de una margarita. 

jueves, 14 de octubre de 2021

ALBORADA

 Reto de Territorio de Escritores

Tan platinada y fría

como una vieja meretriz sin limerencia,

la luna se ha arropado en  la penumbra,

cansada, adormilada, casi ciega.…

Con su escalpelo longitudinal, ya el sol revela

las siluetas  ocultas de los bosques,

desde  el Este pintado de magenta;

y  en la brillante honestidad de su rutina,

desde la eternidad profunda,

despierta  ruiseñores en la aurora ,

le regala aceitunas al olivo,

y una caricia tibia

a  los restos de mármol de un asiento.

Se ha sentado  un  pastor, con su rebaño;

me saluda y me brinda en la colodra

la tibia leche del reciente ordeñe;

cerca de él  van triscando  trece ovejas.

«¿Trece son, pastorcito? ¿No te aqueja

la triscaidecafobia de la gente?

«Trece son, sí señor,  no tengo miedo.

En verdad, lo que ha dicho no lo entiendo.

Soy rústico pastor; mi corazón está en sosiego.

Y agradezco al contar tantas ovejas

la generosidad de la naturaleza».

 

Sinfonía Pastoral


Primero es el silencio, y el telón cerrado. Después se va corriendo…despacito. Hay un rubor celeste, rosado, amarillento… una delgada línea blanca que se vuelve dorada.

Y hay un punto de sol, que va creciendo;  y mientras  se levanta,  rojo , majestuoso,  dibuja la alborada con su lápiz mágico. Despreocupado y feliz, chispea en las copas de los sauces.  Entonces, de uno en uno, pían despacito los jilgueros,  mientras el sol baila cuesta abajo por los troncos, hacia los pastos, el arroyo  y las cuevas; y cuesta arriba pinta el cielo de azul claro, y más y más intenso.  

Por ahí, ha balado un ternero,  y el agua balbucea entre las piedras.  Y suena el xilofón  de alguna iguana, corriendo entre los churquis.

Un tenue sostenuto del pícolo… un crescendo…  y de improviso, estalla la orquesta: coros de trinos, en las flautas…  mugidos y balidos largos, de saxos y de trompas … timbales, en la primera cabalgata de la manada y el ladrido de los perros.

  Un silbido bajito, de zamba o chacarera; el primer mate; una canción a media voz,  mientras el maíz cae en arpegios en el remolino de plumas y cacareo ;  el primer pastoreo del rebaño, suena como un tambor adormecido, acariciado por la baqueta.

Ya es pleno día.

Metal de una campana  sencilla y remota;  ostinato de un chico que juega a la pelota.

Y un piano, dulce, en la voz de un bebé que se despierta y llama. 

domingo, 10 de octubre de 2021

DIVAGACIONES SOBRE POLVO DE ESTRELLAS


"Estamos hechos de polvo de estrellas. Somos polvo de estrellas que piensa acerca de  las estrellas. Somos el medio para que el Cosmos se conozca a sí mismo.”

—¡Jua, jua, jua! ¡Jua, jua, jua!

Los dioses panzudos bailotean un hula-hula, a menudo que les llegan los ecos  de Carl Sagan mezclados con el humo de las guerras y los incendios, y el rugir de las eras que sepultan especies. Quietecito, calmo, el Dios del Amor, prepara velitas y ángeles de la guarda...  Y espera...

— ¡Son el medio para que el Cosmos se conozca a sí mismo!¡Jua, jua, jua! ¡Si no pueden conocerse ni  reconocerse!…

Y mientras estallan sus carcajadas, y se zangolotean con un cubilete en las manos, las estrellas se descascaran. En la lluvia de desechos viajamos nosotros, los astronautas.

—¡Ahí va otra flota ! ¡Bendiciones para ustedes! ¡Son nuestros hijos! ¡Son poderosos!

El Dios del Amor, sonríe y espera. Él agrega otro componente a los minerales del polvo cósmico; una caricia y una velita.

***

Fuimos  hechos en ”un polvo”…  Singular, único… Cuando otros dos astronautas mezclaron los ingredientes sin medirlos, ni calcular el resultado. Mientras,  los dioses tiraban sus dados y caía más polvo desde las estrellas. En nosotros se encendió la velita; la sonrisa primigenia: la Esperanza. 

Solamente, había que mantenerla prendida, 

Pero no sabíamos muy bien qué era. Y no la necesitábamos. 

Nosotros, los gigantes, los poetas del amor y de los sueños… Nosotros,  los genios que timoneamos el devenir  desde la ciencia… Nosotros, que decidimos, desde nuestra actitud, la vida en el mundo,  estábamos confundidos: no somos Lo Absoluto.

Convivimos con los otros astronautas; los que nos proveían y sostenían...

  No nos dimos cuenta de que el resto de la flota, palmeras, dinosaurios, flores, gatitos, piedras, peces, rocas, zanahorias… tampoco eran absolutos.  

***

Arden los campos y los bosques;  y sucumben  las ciudades.  El fuego, (o una pandemia, o la depresión, o… ) avanzan sobre nuestras creaciones, y nos tiran del podio.

Y en medio de las ruinas, buscamos  la respuesta en las estrellas…  desde las que siguen partiendo hacia la nuestra, millones de astronautas imprevisibles: justos y pecadores… ingenuos y atorrantes…marcianos o venusinos…mansos o agresivos...  nutritivos o venenosos, ¿Quién es más que quién? 

Los dioses siguen de juerga.

 En un rinconcito de nuestro corazón, lloramos desesperados, angustiados. El Dios de Amor, El Ingenuo, nos espera hasta que pasa el berrinche Después, ya con la cara lavada, nos prende, otra vez, la lamparita de la Esperanza.


 

.



 

 

sábado, 9 de octubre de 2021

SOMOS POLVO DE ESTRELLAS




Somos polvo de estrellas… Ya lo dijo Carl Sagan:

“El nitrógeno en nuestro ADN, el calcio en nuestros dientes y huesos,  el hierro en nuestra sangre, y el carbono en nuestras tartas de manzana, fueron hechos en  el interior de dos estrellas que chocaron…”

Somos polvo de estrellas... El sentido común, la personalidad, las vocaciones, se irán formado, supongo, en aleaciones azarozas de los elementos vitales. Astronautas que sueltan los dioses cuando sacuden sus dados; astronautas a la deriva... Y ellos apuestan por si seremos flores o dinosaurios, o humanos terrícolas o marcianos... O se van a dormir la mona,,,

 “Estamos hechos de polvo de estrellas. Somos polvo de estrellas que piensa acerca de  las estrellas. Somos el medio para que el Cosmos se conozca a sí mismo.”

Y finalmente aterrizamos en alguna instancia del Cosmos. Nosotros, los gigantes, los poetas del amor y de los sueños… Nosotros,  los genios que timoneamos el devenir  desde la ciencia… Nosotros, que decidimos desde nuestra actitud, sobre la vida en el mundo. Nosotros, convencidos del poder de nuestros lazos familiares con los dioses. creadores, ordenadores, depuradores. 

Pero nuestro testimonio es caótico.

Cada quien fue hecho en ”un polvo”…  Singular, único… Cuando otros dos astronautas mezclaron los ingredientes sin medirlos, ni calcular el resultado. Mientras  los dioses tiraban sus dados y caía más polvo desde las estrellas. Ellos se estremecian en carcajadas jugando a adivinar si seríamos margaritas, dinosaurios, piedras

Yo soy uno de tantos astronautas lanzados a la vida para ser un pretencioso testigo de Lo Absoluto.  Soy Polvo de Estrellas, pero no sé que significa Lo Absoluto, Ni siquiera me entusiasma sembrar una cebolla, cuando hay tantas y faltan tantas.

¡Polvo de estrellas! ¡Qué bonito suena! Es una campana impertérrita que garantiza nuestra supervivencia como humanos…Favoritos de los dioses…  

Arden los campos y los bosques;  y sucumben las ciudades. nos falta el agua y las abejas; nos sobran inventos,

 El fuego, (o una pandemia, o la guerra, o la depresión, o… ) avanzan sobre nuestras creaciones, y nos tiran del podio.

Y en medio de las ruinas, buscamos  la respuesta en las estrellas…  Allá los dioses siguen sus partidas compulsivas y franelean con las  estrellas ... Llueve el polvo y  siguen partiendo hacia  nuestra estrella , y desde esta,  millones de astronautas imprevisibles: justos y pecadores… ingenuos y atorrantes; gente, flores, gatos…¿Quién es más que quién? 

 

 

TOPOS EN LA BIBIBLIOTECA DE LOS SUEÑOS

 

 Una batahola estridente pulverizó  el silencio pulcro de la bibiblioteca del abuelo. Y su dueño sonrió benévolo bajo sus bigotazos. «¡Qué podía esperarse de estos chicos! »

A él también lo llamaban Topo. ¡Cuántas horas en esa biblioteca, develando los entresijos de la humanidad! ¡Y cuántas mañas secretas!  

Laura y El Topo invadieron el pasillo de la derecha. Sus patines trazaban surcos dolorosos en el parket.  Gritaban como energúmenos  en la cancha de fútbol.

¡No, no te me vas a escapar, chinita desgraciada!

—¿A que sí, pavote? ¡Topo chicato!¡Topo chicato! 

Y en su risa tintineaba la secreta sabiduría de la adolescencia.

Adolfito, El Topo, era bastante más lindo y astuto  que un topo convencional. Sujetó bien sus anteojazos,  giró sobre sus patines y encaró en diagonal, hacia la izquierda, entre los sillones de cuero, para cortarle camino.

Y alcanzó a su prima…

Mejor dicho, al borde de su melena teñida de fucsia.

La sostuvo, tironeando como si fuera una rienda y la apretó contra su cuerpo.

Y con el envión de los patines aterrizaron sobre una poltrona María Antonieta forrada en raso carmesí.

Los libros meditaban, apretaditos en sus filas estrictas:

«¡Lo que habría disfrutado aquella reina, en su momento! ¡La misma poltrona en la que el circunspecto abuelito leía sus sesudos tomos de filosofía!»

Desde la izquierda, revolotearon una risitas: «¡O se despachaba a gusto con alguna mucama!»

Y entretanto, la reina siglo XXI chillaba y se retorcía… y reía a carcajadas: “No, no, no. ¿Qué hacés? ¡No seás asqueroso!”

Él susurraba;  y revolvía adolescentes intimidades secretas.

Y los dos jadeaban en la pugna ancestral de la pareja humana. Y se relajaban, en la cómoda elegancia del mueble.

Rígidos y oscuros,  los libros  de la derecha manifestaron su indignación ante tamaña grosería. Chispeaban las letras doradas de sus lomos.

Pero los de la estantería izquierda, los de tapas de cartones brillantes y hojas ásperas… ¡Cómo se divertían, los muy pillos con este sainete inesperado!   

lunes, 27 de septiembre de 2021

La jaula de las locas

 The Birdcage (Una jaula de grillos en España, La jaula de los pájaros en Argentina y La jaula de las locas en el resto de Hispanoamérica) es una película estadounidense, estrenada el 8 de marzo de 1996 y dirigida por Mike Nichols con adaptación de Elaine May al guion original. Se trata de un remake de la película franco-italiana La cage aux folles de 1978, que a su vez, está basada en la obra teatral homónima.

LA JAULA DE LAS LOCAS

El reloj de la torre anunció la medianoche.  Las campanas sonaron opacas, tan asustadas como los pobladores que se encogían en sus dormitorios. Y renacían los miedos.

El silencio polvoriento se llenó, de pronto de carcajadas y gritos.

Ahí  adentro, las locas estarían recorriendo  todos los ambientes; se perseguirían para  empujarse en pasillos y escaleras.

 Sin duda, en el aire que olía a sulfuro y a rosas viejas, sus huesos marcarían el ritmo de centenarias gavotas y minuets.

Las locas… Era cierto, sin duda. Aquellas preciosas princesas ¿de Versalles, tal vez?, sacudían sus esqueletos y jugaban a la pelota con  sus cabecitas degolladas. Y sus túnicas impalpables se deshacían sobre los muebles carcomidos.

¿Pedían justicia? ¿Alardeaban de sus privilegios? ¿Se vengaban  con el terror que desataban desde los siglos?

De pronto, el reloj se reactivó y cantó las cuatro. Ya iba a amanecer.

Y las locas se disolvieron en las alfombras y en las cortinas, antes de que cantaran los pájaros.

UN pastorcito arreaba su majada, y se persignó frente al  viejo manicomio. El palacete se borroneaba bajo la pátina del tiempo y la desidia.

viernes, 20 de agosto de 2021

MEMORIAS


Noche de Pascua. La  aldea estaba de fiesta  “Resucitó”, era el mantra; por fin se podía cantar y bailar y comer lo que fuera. Y gozar de los cuerpos jóvenes curtidos en los campos. 

Los campos… Unos terrenos desparramados por donde lo habían ido disponiendo los ancestros. Los de él y los de ella… Las dotes de bodas concertadas y no siempre deseadas. 

Las tierras y los hijos eran el futuro estrecho y doloroso que mostraba la vida… “lo que Dios quiere”, …”ganarás tu pan…”; “parirás tus hijos...”.

Pero esta era una noche venturosa. Corría el vino y volaban las coplas, cada vez más audaces y ardientes; y  se relajaba la vigilancia de padres y vecinos. Con mayor o menor donaire, todos danzaban y empinaban las botas para que se borraran los presagios y resucitara la alegría; hasta el viejo cura zarandeaba una pandereta y saltaba en torno a algunas beatas audaces.

En algún momento,  en el frenesí de la fiesta, se escaparon Carmen y Lorenzo. Como lo habían hecho durante toda la Cuaresma, los muy villanos se arrumacaron  junto al río a la sombra de los mimbres. Los requiebros y suspiros, los siseos de la ropa. los jadeos, rompían el silencio de los pájaros dormidos.

Pero alguno debe de haberse despertado y les aleteó la alarma a los padres, al cura y a todos los viejos vecinos. Las amenas muñeiras se rompieron en gritos desaforados y carreras tambaleantes. 

¿Un descuido imperdonable en un par de viejos? La niña ya tenía veinte años; era bonita, pero  iba para solterona. Así y todo,  no serían sus padres quienes la dejaran a su aire con ese libertino de Lorenzo, un paria sin patrimonio; aunque trabajador, hay que decirlo.  

El vino y los años (y los amigos de los fugitivos), conspiraban a favor del amor, la única resurrección de los humanos. No llegaron a encontrarlos juntos.

Hubo un revoloteo de refajos y calzas. Y cada cual apareció en el camino, por distintos puntos, con aire inocente, pero igualmente agitados.

Carmen quedó recluida y sollozante en la casa paterna. Lorenzo fue puesto bajo la custodia del cura que lo tuvo plantando cebollas y papas en el huerto de la capilla. 

Y al otro mes… Hubo que casarlos…  Ý contactar con parientes que ya habían emigrado. Y subirlos como fuera, al primer barco. Un nuevo mantra regía la vida en aquel entonces: América.

Asi llegaron mis abuelos a mi país. Mi mamá ya venía con ellos.

MEMORIAS

Noche de Pascua. La  aldea estaba de fiesta  “Resucitó”, era el mantra; por fin se podía cantar y bailar y comer lo que fuera. Y gozar de los cuerpos jóvenes curtidos en los campos. 

Los campos… Unos terrenos desparramados por donde lo habían ido disponiendo los ancestros. Los de él y los de ella… Las dotes de bodas concertadas y no siempre deseadas. 

Las tierras y los hijos eran el futuro estrecho y doloroso que mostraba la vida… “lo que Dios quiere”, …”ganarás tu pan…”; “parirás tus hijos...”.

Pero esta era una noche venturosa. Corría el vino y volaban las coplas, cada vez más audaces y ardientes; y  se relajaba la vigilancia de padres y vecinos. Con mayor o menor donaire, todos danzaban y empinaban las botas para que se borraran los presagios y resucitara la alegría; hasta el viejo cura zarandeaba una pandereta y saltaba en torno a algunas beatas audaces.

En algún momento,  en el frenesí de la fiesta, se escaparon Carmen y Lorenzo. Como lo habían hecho durante toda la Cuaresma, los muy villanos se arrumacaron  junto al río a la sombra de los mimbres. Los requiebros y suspiros, los siseos de la ropa. los jadeos, rompían el silencio de los pájaros dormidos.

Pero alguno debe de haberse despertado y les aleteó la alarma a los padres, al cura y a todos los viejos vecinos. Las amenas muñeiras se rompieron en gritos desaforados y carreras tambaleantes. 

¿Un descuido imperdonable en un par de viejos? La niña ya tenía veinte años; era bonita, pero  iba para solterona. Así y todo,  no serían sus padres quienes la dejaran a su aire con ese libertino de Lorenzo, un paria sin patrimonio; aunque trabajador, hay que decirlo.  

El vino y los años (y los amigos de los fugitivos), conspiraban a favor del amor, la única resurrección de los humanos. No llegaron a encontrarlos juntos.

Hubo un revoloteo de refajos y calzas. Y cada cual apareció en el camino, por distintos puntos, con aire inocente, pero igualmente agitados.

Carmen quedó recluida y sollozante en la casa paterna. Lorenzo fue puesto bajo la custodia del cura que lo tuvo plantando cebollas y papas en el huerto de la capilla. 

Y al otro mes… Hubo que casarlos…  Ý contactar con parientes que ya habían emigrado. Y subirlos como fuera, al primer barco. Un nuevo mantra regía la vida en aquel entonces: América.

Asi llegaron mis abuelos a mi país. Mi mamá ya venía con ellos.