Blog para recopilar y compartir mis escritos, fragmentos de lecturas que me han impactado y algunas informaciones útiles para escritores
jueves, 19 de agosto de 2021
Madurando
miércoles, 11 de agosto de 2021
Guardar un secreto
Guardar un secreto
Nunca había tenido secretos dignos de guardar. Nada había sucedido, que cambiara demasiado mi vida de buena chica, responsable, cariñosa y obediente.
Pero lo que vi esa noche por la ventana de mi pieza, fue muy especial. ¡Quién lo diría! ¡Jamás lo hubiera imaginado de esta gente tan cercana y honorable! ¿De modo que así era la cosa?
¿Y qué me importaba, después de todo?
Me dispuse a guardar el secreto.
Pero mi sonrisa burlona ante sus consejos patriarcales… la tensión soberbia de mi cuello y de mi espalda cuando me acariciaban… la mirada acusadora… eran como un tañido amenazante que viajara desde lo más profundo de mí misma hacia ese cariño de bijouterie barata que nos vendían.
No faltó quien lo notara. Me pasó lo mismo que cuando hago una comida muy condimentada: hay tantas pistas en la casa…
Quien más, quien menos, todos tratan de adivinar… Y preguntan. Y no les gusta quedarse sin respuestas. Y espían. Y acechan… Entonces, les sirvo un estofado que huele parecido, y todos contentos.
Yo me siento poderosa y sigo guardando mi tesoro… ¿Quién sabe si, en una de esas, se
transforma en mi varita mágica?
O me lo llevo a la tumba, como mi abuela se llevó el suyo. ¡Pobrecita! ¡No entendí nada de su farfulleo! ¡Solamente que me amaba y confiaba en mí.
martes, 8 de junio de 2021
La Niña Milagrosa
—¡Lástima que sea tan traviesa e indisciplinada! ¡Con decirle que espía por la verja del claustro!
— cuchichearon Sor Josefa y Sor Martirio.
—Es Culpa de esas canciones profanas y eróticas que se aprenden en la televisión. Pero ya estoy formándola; debe usar su voz para alabar al Señor.
—¡Los Misterios del Señor!— suspiró la Superiora.—En la música vuela el alma noble de los seres humanos.
“Doona, noobis, paaaacem, pacem”... cantó Normita, con las manos al cielo y los ojos cerrados.
Un hálito místico aleteó en las velas del altar. El incienso adormecía
sus efluvios en los tapices y en los reclinatorios. Las últimas sílabas de la
plegaria temblaron sutiles, ansiosas, confiadas.
—Sor Bernarda… Sor Bernarda… ¡Esta niña es milagrosa!
—Es sublime, Reverenda Madre. Vea usted cómo tiene en suspenso a todas las alumnas, con su voz vibrante, sincera…
— ¡Y qué latín tan perfecto! ¡A Cappella! ¡A los diez años!
Sor Martirio ordenó a las pequeñas feligresas que se postraran en adoración; y Sor Bernarda con pasitos tenues, para no romper el éxtasis, se acercó a Normita y la invitó a arrodillarse frente al Sagrario.
Pero algo chasqueó en su cabeza y empezó a temblar.
Y, de pronto, la niña milagrosa lanzó un aullido oscilante y disonante; un Do 4, de 7 tiempos de compás de amalgama. Sus trenzas se desataron rebeldes en la cabeza. Su cara aparecía distorsionada, cejijunta,
De alguna parte del cielorraso venían bajando unas guitarras eléctricas, unas baterías aterradoras y unas tijeras diligentes que recortaron hasta la ingle todas las primorosas y discretas polleritas del uniforme.
Sor Bernarda retrocedió aterrorizada. Normita convulsionaba, montada en su Do4, mientras las otras niñas marcaban el ritmo atípico y visceral, zapateaban sobre los bancos del coro y trajinaban eficientes, con los instrumentos y los estribillos:
—¡Yeeeaaa! Yeeaaa!
¡Ahí vienen las monjas, no quieren bailar!
Y como estoy "rock and roleandooooo"
soy la diabla del lugar!"
"Me asomé al patio del claustro.
Con asombro descubrí:
las monjas no usan bombachas
de seda o de plumetí."
"Yeeea yeeea
Lo sé, los vi…
Sé que usan unos calzones,
largos como pantalones
para cubrir el cu…tis.
Jijijí. Jiiiií"
Los tomacorrientes echaban humo. Las otras Hermanas habían desaparecido. La Madre Superiora lanzaba baldes de agua bendita desde un tragaluz, y el cortocircuito parecía inminente.
***
Sor Bernarda se sentó, de repente, en medio del patio, sobresaltada, con el hábito empapado, dolorida por el cachetazo con que la Superiora la hizo reaccionar.
—¡Sor Bernarda! ¡Usted nos matará a disgustos! ¡Sabe que no debe atosigarse de chocolate; que le sube la presión y se desmaya!
Las alumnas se apiñaban junto al mástil, derechitas, respetuosas, con sus polleritas al borde de las medias tres cuartos y los mocasines marrones.
Y en la fila zigzagueaba el chismorreo:
—¡Bien merecido se lo tiene! No me deja cantar más que los Salmos y la
Misa! En el coro, no, porque le canté un rap la otra mañana.
—¿Le diste el chocolate con peyote que te dio tu primo?
—Lo dejé caer, de pasada a la Capilla. Venía detrás de mí. La muy glotona se lo comió durante la misa.
Sor Josefa palmeó para dirigir el Himno de la Juventud, con el que se despedían diariamente.
“Juventud, bulliciosa caravana/ llama viva que enciende el ideal.
Nuestro paso saludan las campanas/juvenil encarnación de claridad…”
—Hasta mañana, señoritas. Dios las bendiga y las mantenga alejadas del maljueves, 20 de mayo de 2021
POR UNA ZAMBA
Y es que yo soy un pazguato, neutral y rudimentario…
Para bailar, no me animo; y me quedo en el amago.
Y si no tengo, reinvento, alguna antigua lumbalgia.
Lo que sé es que los celajes de tu enagua juguetona,
lanzaban iridiscencias, espantaban somnolencias,
y encendían mis afanes.
De pronto, sin compasión, se agitaron los arpegios
los pañuelos, tus pestañas…
´Y me encontré frente a vos en la zamba sugestiva,
mi vacuna sanadora,
Y demolió lo soberbio con su ritmo nemoroso.
Me embelesó tu sonrisa, que me invitaba al cortejo.
¿Neutral? ¿Quién podía serlo
con tu ingenua picardía para mover el pañuelo?
Anudé el mío a tu cuello, y fue nuestro primer beso.
CIERTAS REALIDADES
—No es que sea un soberbio haragán— pensaba la Roberta—Lo mata la lumbalgia
El Emilio sufría de una lumbalgia pertinaz, psicosomática, que se le desataba, sí o sí cuando algo pronosticaba “trabajo”. El pobre quedaba indefenso en su catre, sumido en una somnolencia nemorosa. Sin embargo había una vacuna para su mal: los carnavales. Cuando el ritmo de las murgas le sacudía sin compasión los pies y las caderas, el Emilio se embelesaba con las enaguas puntilludas y perseguía las iridiscencias turgentes de los blusones floridos. El pazguato se reinventaba en el candombe.
Así lo conoció la Roberta, y fue su mujer desde que él se la llevó a su rancho después de la bailanta. La Roberta lo siguió porque era su hombre, aunque no hubo ninguna boda. Y porque le gustaban las cosquillas del bigote.
—¡Cómo sabe hacer “las cosas”! Sin mucho merengue. Tiene ganas y basta… Total, en cinco minutos…”
Al otro mes se convenció de que el Emilio era muy creativo: ya venía un hijo. Y también descubrió que él era neutro ante la ternura y la cooperación. E incapaz de conservar unos pesos. De alguna manera, se le convertían en ginebra.
—Tampoco es malo, el Emilio. Nunca me pegó demasiado.
Y aunque no la había llevado más al pueblo, le había cavado el pocito donde iba a nacer el gurí. Y le dejó listo el cacharro del agua, por las dudas.
Cuando sintió que se aproximaba el parto, junto a la rudimentaria fogata, la Roberta ”puso el agua”, se curvó dolorida, y tosió, envuelta en los celajes grises y ásperos del humo.
Después, acuclillada sobre el pocito, se entregó a los ritos ancestrales de la maternidad.
No lo llamó, ni lo pensó mientras pujaba y jadeaba. “Cosas de mujeres”. Soltó un grito largo y agónico. Suspiró, y miró. Era una niña; una niñita inerte que nunca lloró. La Roberta, sí. Lloraba mientras la tapaba en el pozo; mientras volcaba sobre el fuego, el agua inservible.
—Tuviste suerte, negrita. Así es la vida para nosotras, las mujeres.
Desde el pueblo llegaban los repiques del carnaval.
domingo, 16 de mayo de 2021
UNA CHAQUETA INSUFRIBLE
Eduviges se refugió
en el huerto. Su precioso vestido de
novia hubiera centelleado entre las cebollas y los zapallitos, pero una nube
oscura la protegió.
—¡Edu, Edu querida! ¡¡Eduviges, por favor danos una señal!
Desde la abuela hasta el Obispo, todos la llamaban. En vez
de oir las voces cariñosas y afligidas, ella percibía una dureza cuadrada que
invadía el ambiente.
—No… no… No, Pedro—sollozaba.
Y el corro de buscadores seguía su preocupada tarea.
—¡Se me soltó del brazo y salió corriendo!— lloriqueó el
papá.
—¡Justo cuando sonó la Marcha Nupcial y entró el Señor Obispo!
La nube se corrió, de pronto .
—¡¡¡Ahí está!!!! ¡¡¡ ¡Ya voy, amor¡!!!— gritó Pedro, mientras corría sobre las acelgas.
—¡¡¡No, Pedro!!! ¡¡¡No sigas!!!
—¿Es que no me amas?
—¡Oh, loca descocada!—murmuró una beata del coro—. Quiere
desnudar al marido antes de que se case.
—¡¿Qué tiene la puta chaqueta?! ¡Ofendes a este Santo
Sacramento, —rugió el prelado—-
Eduviges estaba como en trance. Revoleaba los ojos y se
retorcía las manos. “Botones
cuadrados--- Botones cuadrados…¡Noo! ¡NOO!”
De pronto, bisbiseó
la novia: “¡SÍ, SEÑO DE JARDÍN! ¡ODIO LOS BOTONES CUADRADOS!” Y se desmayó sobre los hombros descamisados de
Pedro. ¡Hasta se quitó la camisa, por las dudas!
Inspirada en la koumpounophobi. Esta afección se manifiesta,
por lo general, como aversión a los botones de arranque de maquinarias o
dispositivos.
sábado, 10 de abril de 2021
ONCE*
PARTICIPA DEL CONCURSO DE RELATOS, XXVI EDICIÓN: LA MALDICIÓN DE HILL HOUSE de SHIRLEY JACKSON
En aquel entonces yo le tenía miedo al tren fantasma. Cumplí los doce sin haber subido nunca; ni siquiera insinué que quisiera hacerlo. Por supuesto, todos me instaban a divertirme en el tren con mi hermana. La Eliana parecía disfrutarlo; ya tenía quince. Pero cuando bajaba, se reía raro, como si la obligaran a estar contenta con algo y no pudiera con el miedo.
El tío Manuel, el calesitero, me hizo entrar una vez, para ver el tren desde la cabina de control, mientras no estaba funcionando. Me pareció oscuro y hediondo. Por todas partes colgaban trastos de papel maché: enormes arañas peludas y barrigonas; payasos satánicos, con una sandía pintada bajo la nariz; espadachines anónimos; sobretodos negros y sombreros brujiles esperando los cuerpos de sus dueños.
Manuel accionó la máquina; estalló el audio traqueteante y estrepitoso; temblaron las luces amarillas y polvorientas; los figurones se inflaron y sacudieron entre carcajadas horripilantes. Y yo me abracé despavorido a las piernas de mi tío y me juré que no subiría jamás a un tren, de ninguna clase.
Han pasado los años. La Eliana se vino a vivir a Buenos Aires. Y
aquí estoy, yendo a su casa en un tren, con ella y con el tío Manuel. « Ah,
machito… ¿Viste que ibas a subir, Lucas? ¡Y a dos trenes en un día! Ya vamos
llegando a Once y estás vivo…»
Yo estoy muy cansado; no pude dormir en el viaje desde Córdoba, aunque el
vagón era confortable. Sabe Dios por qué, me acordaba de
la cara de la Eliana cuando bajaba del tren fantasma; venía de hacerse la
heroica, la superada; pero el miedo convive con nosotros. ¿Miedo a los
fantasmas, a los imprevistos irresponsables, a las viejas historias ajenas? ¿Premoniciones? ¿Al destino final que nos unifica y del que no
queremos hablar?
Me adormezco, como tantos otros que madrugaron para ir al trabajo, o al médico… La luz del coche baila en el traqueteo. La acompañan mis amodorradas ideas y ensueños. Un tipo con sobretodo negro está parado a mi lado. Rarísimo: estamos en pleno verano…
«como los fantasmas del tren …».
Sacudón. Estruendo…
¿Quién accionó los mecanismos? ¿Eliana grita y se le rompe
la cara como una sandía? ¿Una de las piernas protectoras de Manuel patalea suelta,
desde abajo del asiento aplastado? ¿Es un caño del pasillo, o una espada, lo que
va a traspasarme? ¿El tipo de negro me asfixia cuando se desnuca sobre mí?
Un tic tac desbocado marca las sensaciones del horror.
Un aullido
inmenso de metales y vidrios rotos y vidas destrozadas.
Y yo soy, desde entonces, uno de los fantasmas de Once, el muerto n°
51.
*La tragedia de Once: Buenos
Aires, el 22 de febrero de 2012, a las 08:33 a.m, el tren que se encontraba llegando a la estación
terminal de Once no detuvo su marcha y colisionó con los paragolpes de
contención.
Cada uno de los primeros tres coches se fue aplastando hasta seis metros dentro de los siguientes.
Hubo 51 muertos (uno de ellos encontrado tres días después) y 702 heridos.
Muchos de los sobrevivientes informaron haber oído el aplastamiento a modo de una
gran explosión que ocasionó la rotura de todos los vidrios.
El incidente desnudó vergonzosas e intensas tramas de corrupción e irresponsabilidad.
martes, 23 de marzo de 2021
El Amor es más fuerte*
lunes, 22 de marzo de 2021
El Amor es más Fuerte
Microrrelato para El Tintero de Oro. “¿Y si nos hacemos una ucronía?”
El punto Jonbar de este micro, es el choque entre la realidad más pragmática y el idealismo más puro; el conflicto básico de la novela de Cervantes.
Frente al monólogo solitario de Don Quijote nos convencemos de su derrota; de su locura de amor. Nunca será correspondido; su amada no existe.
La voz pragmática de Sancho retrata a una Aldonza ordinaria, sucia y fea. que se ríe groseramente del Caballero.
¿Y si Dulcinea nos contara desde sus recuerdos los sucesos que la arrastraron a la fama en la literatura?
¿Cómo llegó a la memoria universal, a la zaga de aquel loco?
Abrid vuestros oídos, amables lectores, y descubrid los misterios de un corazón de mujer.
***
El Amor es más Fuerte
Otra vez me vino “la Colorada”. Me siguen faltando dientes y sobrando kilos; sigo cocinando coles y cuidando cerdos. Pero hace un mes que me ven distinta: silenciosa, cantarina, amable, limpia.
Aquella mañana iba a la aldea cuando escuché el repique de latón, y el paso del rucio: llegaba el que le dicen Don Quijote.
Él se apeó, tembleque y corcovado, y se postró ante mí. Y entre los crujidos de sus huesos y los de la armadura, escuché su voz, tan apasionada y firme como la de un joven trovador ardiente.
«Soberana y alta señora» «Dulcísima Princesa del Toboso» «¡Oh bella ingrata, amada enemiga mía, de sin par y sin igual belleza». «Si gustares de socorrerme, tuyo soy».
Como siempre, había alzado unas boñigas para tirarle. Pero hoy… Se me cayeron de las manos… Y la carcajada burlona, ronca y áspera, se me volvió sonrisa y palpitaciones. ¿Sería por “la colorada”?… Siempre me pone sentimental y floja.
Me quedé mirándolo, como si fuera un aparecido milagroso y bienhechor. Una dulzura exquisita bajaba por mi cuerpo; algo tan nuevo, como la ternura… tan insólito como jugar a ser princesa.. .Dejé que me penetrara su mirada… ¿De loco o de santo?
Me acerqué. Tendia sus brazos; olía como un bebé sucio necesitado de ternura y cuidados. Palmeé su cabeza
Después me alejé, pensativa. «Dulcinea, virtuosa emperatriz»… «tu fermosura»…
Esa mañana sentí mi alma trémula de placer; esa mañana me amé porque me sentí amada.
sábado, 6 de marzo de 2021
Máscaras
Ya he cumplido mi Cuaresma:
Vía Crucis doloroso
y solitario.
Y te descubro en mi cama,
duende de otros carnavales,
revueltos en serpentinas
meneos y risotadas.
Ahora que estás tan cerca,
al alcance de la mano,
quiero tomarme revancha
de ese amor que se ha perdido
enredado en tu comparsa.
Despertarte muy de noche,
cerca de la madrugada,
para desenmascararte.
Para verte feo y fofo, triste y solo,
blandengue por todas partes;
y reirme a carcajadas
sin que se salten las lágrimas.
¿Llantos? Es que tengo puesta
una máscara en el alma:
porque lo poco que puedes
es mío,
y aún me hace falta.
Microrrelatos del Taller La Bisagra- 2019
Con parónimos
1- Noche mágica
Un chistido burlón, ¿una lechuza? remeda mi suspiro. No importa. ¡Basta de disecar fantasmas; de remendar el alma!
Mi azar no teme a los perjuicios; ya no hay miedos… Sin hesitar, mi corazón latiente, se desgrana en la espera del
prodigio. Me excita este misterio que aletea como polvo de estrellas. Una ilusión latente, que busca ser florida
primavera en el encuentro…
Me desvelo. Siento que puedo develar el crucigrama de tus pasos y los míos, y estoy segura de que estamos cerca. ¡Y
aquí está la prueba flagrante: tu perfume de azahares limoneros!… Cientos de huellas fragantes e inasibles me cercan
en la espera inasequible. Limosnera sedienta, desecada de sueños, expiran mis prejuicios entre tus manos sabias; y
espiras sueños nuevos en mi boca ardiente.
2- Casi bíblico
El sexto día, el Eterno los creó; después echó al cesto sus infinitos proyectos; cambiaría la configuración según fueran
decidiendo Sin duda, los yerros serían constantes, pero estaban diseñados para convertirse en firmes escalones de
hierro.
Esa misma mañana, Adán y Eva devanaron el ovillo de los instantes tonteando con los conejos y las margaritas. Jamás
se devanaron los sesos para entender el sexo a la sombra de los manzanos. ¿Hubo una serpiente? ¿O se rebelaron,
ingenuos, cuando se les reveló el gozo de rebelarse?
II: A partir de títulos de obras literarias
Péndulo contra pozo
El péndulo marcha firme, como un soldadito, en la caja de caoba del reloj. Con cada rebanada de los segundos que
remarca, yo voy armando sándwiches de vida, en la bandeja del tiempo, Es una paradoja; aferrada al vaivén de las
rutinas cotidianas, de los deberes que ya son amores, se ventilan mis horizontes; voy venciendo al imán del desencanto,
pozo lúgubre que asfixiaría mi destino de luz; sin soltarme, me hamaco y vuelo hacia mis sueños.
Yo duermo hasta mañana; el péndulo impasible desfila por encima de cumbres o de abismos.
Desde “El pozo y el péndulo” (Poe)
Estoy en paz
Se atrevió a burlar a la muerte, pero ella no lo abandonó en un plácido bienestar; lo rondó en
angustias y dolores terribles hasta que purgara la culpa que creía haber esquivado.
Durante ese tiempo de agonía, recorrió el tronco rugoso de su vida con los dedos rígidos de su
harapienta memoria . A cada momento tropezaba con alguna cicatriz que recordaba sus opciones.
Muchas se anudaron en la desilusión; le arrancaron un suspiro nostálgico y alguna lágrima. La
mayoría había renacido en ramas fuertes que buscaban cielo y luz; y él estaba latiendo en cada una,
agradecido y seguro.
—No maté a un niño— se dijo.— Lo podé una y otra vez, para que pudiera crecer.
Un golpeteo vacilante marcaba pasos ya conocidos. No tuvo que abrir la puerta; la sombra se dibujó
junto a la cama.
Le sonrió al viejo del bastón.
—¿No traés el revólver?
—No. No vengo a asustarte. Vengo a hacer justicia. Llego para todos.
—Cuando quieras—dijo—. Estoy en paz.
A partir de “El episodio del enemigo”- J.L. Borges
lunes, 22 de febrero de 2021
MANDATOS DIVINOS*
Se la llevaron vestida de blanco, “almidonada y compuesta”, como dijo Guillén. En vez del erguido moño blanco, llevaba una azucena, ceñida a la cabeza con una cinta de raso. Se llamaba Aurorita.
Domingo de Primeras Comuniones. Había varias carrozas, carretones, caballos enjaezados. Los salmos escapaban hacia el atrio, en las volutas de incienso teñidas del rosa y el dorado de las lámparas.
Los niños, vestidos de blanco, “almidonados, compuestos”, se alineaban para entrar a la iglesia. Y allí estaba la niña negra; saludable y feliz. Madre Graciela, una monja cincuentona y huesuda, mantenía el orden, con una mirada severa y ardiente.
Repicaron las campanas. Madre Graciela guió a los niños, y saludó, como al pasar, a unos viejos limosneros, al tiempo que apoyaba su mano en el hombro de Aurorita. Cuando volvió a mirarlos, todos los otros chicos seguían caminando hacia la entrada.
Las familias se
pusieron de pie. La piadosa fila ingresó
al templo y ocupó sus escaños con las manos juntas. «¡Oh, Santo Altar, por Ángeles
guardado».
Un cura muy anciano y unos monaguillos impúberes, salieron de la sacristía; iba a empezar la Misa.
. De pronto, la ceremonia del templo se turbó con gritos desesperados y una carrera ansiosa:
— ¡Aurorita, Aurorita! —clamó una señora con trazas de abuela.—¡No ha entrado con los otros niños! ¡Yo se la entregué a la Madre Graciela! ¡Madre, Madre! ¡No está la Madre, ni la niña tampoco!
Hubo un revuelo de curiosidad y miedo. «Anoche empezó el Carnaval. Ya estamos en Cuaresma». «El diablo». «Las ceremonias en el bosque» Con mucho recato, para no alterar el clima místico, los vecinos preguntaban, abrazaban, consolaban.
El sacerdote
continuaba imperturbable los
Ritos Iniciales de la Eucaristía. «Amados hermanos: Pidamos perdón por
nuestros pecados». «Glorifiquemos al Señor». «Tuyo es el Reino». Nada parecía más importante que la
Celebración; nada podía interferir en Sus Misterios.
Alguien habría acompañado a la desesperada mujer hasta la oficina del alguacil. La calma de las plegarias y la emoción familiar envolvían a los fieles.
Afuera, los dos viejos, hombre y mujer, pasaron de largo por detrás de la iglesia.
Llevaban de la mano a una niña negra, toda vestida de blanco. También eran negros, pobres negros zaparrastrosos, tan viejos que tenían el pelo blanco; desdentados, retorcidos. Y sus manos hablaban de algodonales bajo el sol ardiente, mientras seguían su carrera entre trompicones y jadeos hacia el bosque.
Se escuchaban los tambores.
—Ah, Yemayá—musitaban—. Aquí estamos. No nos sueltes.
Ahora, la niña negra, vestida de blanco, parecía adormilarse, e iba perdiendo el ritmo que le marcaban.
El viejo la alzó en brazos; la mujer sostuvo su cabecita rizada.
En la linde del bosque, esperaba un hombre. Era cincuentón y huesudo como la Madre Graciela. Tan severa y apasionada su actitud, como la de ella.
—Orishá—murmuraron los ancianos.
Coronado de plumas, él impuso las manos a los dos viejos:
—Mis devotos fieles: Yemanyá está contenta; les devolverá la salud y los colmará de bienes.
—Ashé, ashé— musitaron entre reverencias .
Orishá examinó a la niña dormida. Desde el cáliz de la azucena en su tocado, reverberaba un halo: era La Elegida. Solemne, la llevó en brazos, hacia el ara de troncos, seguido de los ancianos. Una rueda silenciosa de yorubas con sus tambores mudos se inclinaba a su paso.
Los dos mensajeros la desnudaron; ella la sostuvo en brazos y él colocó sus galas sobre el altar. El sacerdote las roció con un líquido ambarino y perfumado y les prendió fuego.
Y mientras el ajuar cristiano ardía y se consumía, recibió a Aurorita y le insufló nueva vida, soplando y besando todo su cuerpo.
Después la vistió con nuevos hábitos: una pequeña túnica blanca y una tiara de flores amarillas como soles. Alzó a la niña, por sobre su cabeza, y la presentó a la asamblea. La chiquilla estaba despierta, y cantaba eufórica
—He aquí a nuestra Orishá. Yemandá la rescató, por nuestra fe, la fe de sus hijos. La trajo con las manos fieles de sus pobres negros. Su nuevo nombre es Janaína. ¡Ella es nuestra; somos su familia!
Despertaron los tambores y se desató la danza frenética. Los dioses sembraban alegría y vida.
En ese momento, en el templo, el sacerdote levantaba la Hostia Consagrada, por encima de las cabezas reverentes de los fieles. «Señor mío y Dios mío»
La brisa mezcló la aclamación con el ostinato de los tambores y los
Ashé.
*Publicada en Relatos Compulsivos. Feb. 2021. Consignas: Se la llevaron vestida de blanco... Tres personajes por lo menos. Una flor.
domingo, 7 de febrero de 2021
Radioteatro Noctámbulo: PARA VISONES SANITOS
¡Oh, la radio! ¡Durante cuántos años vivimos sin televisión! ¡Y qué bien nos acompañaban los radioteatros! Los parlamentos sobreactuados, las voces engoladas, los fondos musicales, los inefables presentadores... Y como siempre, la publicidad sacando tajada de todas esas experiencias de vida.
Para participar en la XXV edición de El Tintero de Oro, hoy va este paso de... ¿comedia?, que muestra los sinsabores del hastío y la desilusión.
Presentador: Buenas noches, querida audiencia de Radio Popular. “Chau, Chau”, el mejor mata polillas, presenta... ¡¡¡El Radioteatro Noctámbulo!!!
Nos asomamos, como vecinos curiosos, al dormitorio de Anacleto y Antonia. Él, peladito y panzón; ella, robusta y teñida de rojo; cincuentones, pero vitales.
Hummm. No pinta muy bien...La misma atmósfera tensa, polvorienta y mal iluminada, del último episodio
lunes, 25 de enero de 2021
Abisal
No sé si fui ciego de nacimiento. Me abandonaron de pequeño a la entrada del monasterio; (alguna de aquellas historias de hambre… o de deshonor…)
Me llamo Jorge.
Fui como el cachorrito de los monjes: siempre los seguía, y aprendía de mi tacto y mi memoria más de lo que me decían. Vivía como ellos, de la oración y el trabajo. Cantaba a coro, rezaba a coro, jugaba cuando se debía jugar, callaba cuando se debía callar.
Como los peces abisales, flotaba en una penumbra de ruidos y de murmullos distorsionados. Me nutría en soledad, de las presas que atraían las bacterias luminosas: las voces pastorales. Crecí en aquella luz equívoca, blindado en una coraza de ideas fantasmagóricas y acérrimas. Era una rutina serena y provechosa, que no admitía disonancia.
Cuando comencé a percibirla, a sentir cómo se enrarecía la serenidad y crujía la estructura, me supe el elegido para asegurar el equilibrio. Y a pesar de mis ojos blancos e insensibles los fui catalogando.
Pronto descubrieron que vivía en paralelo a la comunidad, en una oscuridad insondable. Nunca me juzgaron. ¡Cosas del Señor! ¡Todos somos sus hijos!
Me asignaron la responsabilidad de la biblioteca. Había memorizado su disposición y era capaz de recitar y reconocer los textos que manipulaba.
La biblioteca era el seno de los más lúcidos enemigos de este mundo- limbo: los ambiciosos, los soberbios, los mentirosos.
Todos saben cómo terminaron. Un tal Umberto Eco se los ha contado.
lunes, 18 de enero de 2021
ABISAL
No sé si fui ciego de nacimiento. Me abandonaron de pequeño a la entrada del monasterio.
Fui el cachorrito de
los monjes: siempre los seguía, y aprendía de mi tacto y mi memoria más de lo
que me decían. Vivía como ellos, de la
oración y el trabajo. Cantaba a coro, rezaba a coro; callaba, escuchaba y
memorizaba.
Tal vez por por algún rencor innato, no pude entender aquello de la alegría, el fruto de
ese estilo de vida. Cosas del Señor!
¡Todos somos sus hijos!
Como los peces abisales, yo flotaba en una penumbra de murmullos distorsionados, sin espacios
para la estridencia o los sentimientos. Me nutría en soledad, de las presas que
atraían las bacterias luminosas: las voces pastorales firmes y austeras. Crecí en aquella luz equívoca, blindado en una coraza de ideas fantasmagóricas y acérrimas. Era una
rutina serena y provechosa que no admitía disonancia.
Me asignaron la responsabilidad de la biblioteca. Había memorizado su disposición y era capaz
de recitar y reconocer los textos que
manipulaba. Sabía del secreto tesoro: aquel libro pecaminoso que alejaba de la
paz de Dios.
Cuando comencé a percibir los egoísmos, a sentir cómo se enrarecía la serenidad y crujía la estructura, supe que Satanás alentaba desde aquellos viciosos, mentirosos, soberbios que querían sacarlo a la luz . Yo era el elegido para asegurar el equilibrio.
Y a pesar de mis ojos blancos e
insensibles los fui exterminando.
jueves, 14 de enero de 2021
De dónde soy
DE DÓNDE
VENGO
Ella, pianista
coqueta,
primorosa y
divertida,
conquistaba
corazones en montón.
Él, buen
mozo, un poco flaco,
inseguro, timidón.
Se vino del
Seminario, armó el Coro de la Iglesia,
y con ella
se quedó.
(Suena
ambiguo; pero es cierto: la amaba de corazón;
pero le
robaba el alma
ser
evangelizador).
Vengo de
música y rezos, de un enorme familión;
crecimos en
una casa llena de chicos y sol,
llena de
pianos y gritos, entre mates y deberes ,
desyuyando
con ‘Principios’, frustraciones y dolor.
¿Qué fue lo
que los unió? ¿La música y la pobreza?
¿Los diez
hijos que nacieron?
Sin duda lo quiso Dios.
sábado, 9 de enero de 2021
DÍA DE LA MÚSICA
Justo hoy, Día de la Música,
has venido a visitarme.
Armoniosa y prolijita,
aprovechando algún trino, entraste por la ventana;
y te sentaste en mis manos.
Y tu recuerdo fue magia
sobre el teclado.
Tan nuestra como vos misma
era tu música, mami:
“airenuestro cotidiano”.
Y vos, eras panadera de talentos musicales;
la profe de todo el pueblo,
repartida en cuatro pianos,
entre veinte alumnos diarios…
Vos piloteabas bemoles
y corcheas a raudales.
Gracias a vos, esos Genios,
desde Beyer a Beethoven
no murieron nuevamente…
esta vez, asesinados.
¿Te acordás que, mientras tanto,
vigilabas la comida, los deberes de la escuela,
el lavado y el planchado?
¿Qué tejías escarpines para el hermanito “en viaje”?
¿Y que con la aguja libre señalabas partituras
o posiciones correctas para tocar bien el piano?
Gracias, mami, en este día,
por tu vida y por tu música
que me has sembrado en los dedos
y en el alma.
domingo, 20 de diciembre de 2020
PEREGRINO DEL SOL
Peregrino del sol, he despertado
En mil mañanas de dorado estío
y enderecé mi vuelo entre las hierbas
a beber agua fresca en el rocío.
Escarbé entre la tierra generosa
Buscando insectos y semillas; vida
bullente bajo el sol, para mis hijos
para el vuelo y el canto cristalino.
Yo sólo sé de luces y de trinos;
De la sombra no sé, porque me ampara
La bendita tibieza de mi nido.
Allí me duermo y espero el nuevo día.
Puede ser que el tal día me depare
una pedrada artera, o hambre o frío.
Sentiré que mis alas no obedecen,
quedará mi garganta enmudecida.
Ha llegado la muerte, y sin temerle
seré polvo en el aire silencioso;
me doraré en el aire o iré al suelo
a enriquecer la tierra, para nuevas vidas;
para otros muchos vuelos peregrinos.
.
LA VIDA RÍE, DUELE, PASA
I- Nada era más bonito,
más sublime,
que ver amanecer en Los Gigantes.
Nada tan cálido, tan nuestro,
como hacer un fogón y trasnocharnos
guitarreando y buscando los perfiles
de la utopía;
o robarse algún beso, y prometerse
ingenuas fantasías.
II- Nada hizo tanto ruido y dolió tanto
como aquella caída en el espanto,
en las guitarras rotas y las voces muertas
y los fogones fríos,
y los besos perdidos.
III- No pudimos volver, por muchos años;
algunos, nunca más...
La tormenta pasó, pues todo pasa.
La vida sigue, ya no somos niños.
Con inconsciente fuerza, Los Gigantes
se elevan impasibles hacia el cielo, todavía.
FANTÁSTICOS BAÚLES
FANTÁSTICOS BAÚLES
Baúles y canastos… Ropa,
útiles de trabajo, documentos.
Los jóvenes bajaban de los barcos,
atentos a los niños y a los fardos,
cimientos de esperanzas nuevas.
¿Quién tenía valijas, atachés, u ordenadores?
¿Cómo guardar tantísimas historias,
tanta memoria?
¿Cómo guardar consejos y reproches
de los viejos llorosos
que decían adiós en las aldeas?
La vida, los recuerdos, las costumbres,
las canciones de cuna y oraciones
viajaron en secretos,
fantásticos baúles incorpóreos.
Y enraizaron en tierra americana,
en las voces de abuelos labradores,
narradores de dichos y misterios,
cantadores de coplas…
furibundos, si el cielo no mostraba
sus luces más propicias;
rezadores, por si acaso era cierto
que hay un Dios providente,
que hace salir el sol y es para todos.
Incorpóreos y sólidos baúles,
que se abren en caricias
en nuestros corazones.
miércoles, 9 de diciembre de 2020
SOLANGE Y EL BOBO
SOLANGE Y EL BOBO
La tarde luminosa se encendía en losj jardines. Alba escudriñó las ventanas cerradas al sol de la siesta y los macizos de flores del parque de la casa; hora propicia para distenderse en la playa y dar algunos pasos para sentirse madura y serena.
Desde la cima del promontorio, contempló la caleta. Respiró a pleno el aire cálido, y empezó a bajar. A la distancia, vislumbró sobre la playa áspera, al bobo, el hombrecito viejo y desharrapado que juntaba caracolas; casi una sombra, su covacha y su estampa ruin, contrastaban con el agua irisada de luz.
En la plenitud de aquella tarde, la joven se fue desnudando y desdibujando sobre la arena; una brisa apacible la acariciaba lenta y persistente, y la mecía sobre la marea.
Como siempre, lenta y precisa, Solange emergió de su ser y de todo el paisaje. Alba reconocía las manos, y sabía sus trayectos y caprichos. Desde el rumor del mar, la inundaba de suspiros y le dictaba consignas inesperadas que la guiaban hacia los recovecos profundos de su cuerpo, hacia los secretos latidos, los súbitos jadeos, las inesperadas mieles que rebasaban sus fuentes… Un sendero hacia la eclosión maravillosa de Solange: su risa, su canto, su danza…
El hombrecito se había erguido, y notó su presencia:
«Volvió del mar, mucho más hermosa; como una sirena»
Fascinado, dejó las caracolas; la miraba acariciarse y bailar como un torbellino de luz.
«Una sirena. Yo sé que hay sirenas»
Se iban adormeciendo los brillos del agua. Plenamente cansada, Alba se desperezó sobre la arena, bajo el sol. Solange susurraba adormilada.
El bobo se acercó expectante. Con expresión maravillada le clavó los ojos bovinos y le tendió la mano derecha, en actitud de obsequiar: traía un puñado de conchillas. La izquierda aleteaba temblorosa, ansiosa, hacia ese cuerpo vibrante que ahora lucía encogido de miedo y de desprecio, mal envuelto en su ropa y en sus propios brazos.
—Hola. Vos tenés pies… ¿No sos una sirena? ¿Querés un regalo?
Tartamudeaba indeciso y ansioso.
Alba reaccionó y lo increpó, furiosa.
—¡Me asustaste, mirón estúpido! ¡Andate o te denuncio! ¡Vas preso!
El hombrecito acercó la mano a la cabellera cobriza y reluciente.
—Yo… No hice nada… Yo no digo nada… Sólo quería reg…
Entonces, Solange saltó burlona
desde su caparazón secreta.
—¡Infeliz! ¡Mirá! ¡Mirá por única vez!
Desplegó los brazos, se deshizo otra vez de la ropa, lo apartó violentamente y giró, y giró...Reía a carcajadas y amagaba con acercarse al
cuerpo del hombrecito. Y entre risas y gritos, seguía amenazándolo.
—Nunca más. ¿Me oiste? ¡Nunca más!
Y él corría hacia su covacha, arrastrando sus ojotas, sin dejar de volver la
cabeza.
Cada tarde, Alba-Solange repetía su número solitario, mientras él la miraba desde lejos, guardando distancia y conchillas entre la arena.
Ella no sabía que el bobo modelaba monigotes de sirenas y les enredaba caracolas en la cabellera.